Los jesuitas franceses no son como los demás jesuitas.
Españoles, portugueses e italianos sirven al papa.
Los franceses, a su rey.
Esas fueron las condiciones.
Nada más, dice el padre Ripa.
Es cierto que el padre Ripa no acabó decorando platos en un banco del taller por culpa de los dominicos.
Acabó allí por un malentendido.
Aunque tal vez no esté permitido llamar malentendido a una decisión del emperador.
El padre Ripa acabó decorando platos en un banco del taller después de que el anciano cuarto emperador de la dinastía Qing preguntara por enésima vez si el padre Ripa sabía pintar paisajes con perspectiva.
¿Sabía?
A la pregunta del emperador, el padre Ripa contestó por enésima vez que era retratista.
Y que sabía pintar retratos.
Incluso al padre Ripa le resulta difícil explicar cómo ocurrió.
Su talento para arrastrar a los demás a hacer lo que él desea y para dirigir conversaciones delicadas es evidente.
Dicen que tiene casi tanto talento como lo tenía Ignacio.
No, más no.
Solo casi tanto.
Casi tanto talento como Ignacio y está sentado en un banco pintando porcelana.
El padre Ripa le explica que ellos son combatientes de Jesús.
Y los combatientes no están todo el tiempo combatiendo.
A veces, de vez en cuando, se sientan.
Y don Pedrini…, dice el padre Ripa.
¿Quién?, pregunta Castiglione.
El padre Ripa se lo aclara.
Ese sirviente, don Pedrini.
Don Pedrini llegó en el mismo barco que el padre Ripa.
Además de servir, cantaba, dice el padre Ripa.
Una vez, el anciano cuarto emperador Qing le pidió a don Pedrini que afinara los címbalos y las espinetas que le habían regalado unos europeos.
Don Pedrini le respondió al anciano cuarto emperador de la dinastía Qing que los címbalos no se afinaban con la lengua, sino con las manos.
¿Y dónde está ahora?, pregunta Castiglione.
El emperador le ordenó volver a casa, le dice bajando la voz el padre Ripa.
¿Cómo?, pregunta Castiglione.
A pie, dice el padre Ripa.
El padre Ripa dice que solo bromeaba.
El emperador no ordenó a don Pedrini que se fuera.
Y Loyola nunca bromeaba ni se reía, dice el padre Ripa.
Nunca perdía la calma ni la majestad.
Decía: sobran las palabras vanas.
Esas que no aportan nada ni al que las dice ni a nadie, y que no tienen ningún objetivo.
No hay un objetivo en decirlas.
Ignacio de Loyola también dijo: han de evitarse las habladurías de todo tipo.
Blasfemias, calumnias y habladurías.
Las relaciones entre el anciano emperador y don Pedrini eran tan buenas…
Hasta tocaban juntos un clavicémbalo, dice el padre Ripa.
¿A cuatro manos?, pregunta Castiglione.
A dos, dice el padre Ripa.
¿Cómo?, pregunta Castiglione.
El emperador con la derecha, don Pedrini con la izquierda.
¿Y cómo pudo el emperador expulsarlo?
A pesar de que don Pedrini incluso enseñara música a tres de sus hijos y supiera construir instrumentos musicales, dice el padre Ripa.
Con sus propias manos.
***
—Esto no puede seguir así —dice Mamá Nora.
Hace unas semanas se enfadó con su mejor amiga.
Habían sido amigas durante más de veinte años.
Se enfadó tanto que hasta borró el nombre de su mente.
Se enfadó y dijo: «Se acabó».
Dijo: «Se acabó» cuando habían pasado un par semanas sin que llegara la reconciliación.
Dijo: «Se acabó, hay que empezar la vida desde cero».
Y ya al segundo día se dio cuenta: empezar la vida desde cero es imposible. Hay demasiado andado.
Entonces decidió: hay que darle una nueva estructura.
A la vida.
Y decidió empezar la reestructura por Abuela Amigorena.
—Esto no puede seguir así —dice Mamá Nora.
—Esto no puede seguir así —dice Mamá Nora—. Esto tiene que acabar. Es imposible vivir entre tanto humo.
—Gatos… —murmura Abuela Amigorena mientras apoya un cigarrillo humeante en el borde del cenicero de cristal—. Perros —murmura, mirando a Mamá Nora con sus ojos verdes y amenazantes—. Qué tristeza —dice, y se marcha a su cuarto arrastrando los pies.
***
Don Pedrini no debería haber viajado a China, dice el padre Ripa.
Sino a Paraguay.
Es una idea que Castiglione oye por primera vez.
Allí lo necesitaban más, dice el padre Ripa.
Puede que sea cierto, pero el mismo don Pedrini se negó a ir a Paraguay, y nadie podía obligarlo.
Él no era jesuita.
Y viajó a China por propia voluntad.
Castiglione tiene un par de cosas que decir.
Sobre don Pedrini.
El padre Ripa dice que hay que evitar todo tipo de blasfemias, calumnias y habladurías.
***
Como un cadáver al que puedes girar en cualquier dirección, piensa Castiglione.
El padre Ripa es solo seis años mayor que él.
Y los dos se sientan en el mismo banco.
Sin embargo, más de un escalón los separa.
No existe la igualdad entre los jesuitas.
Solo una jerarquía militar.
Y el subordinado debe mirar a su superior como se mira a Dios.
Y obedecerlo «como un cadáver al que puedes girar en cualquier dirección».
***
El padre Ripa acabó en el banco de decoradores de porcelana por culpa de la verdad o de la tozudez.
Eso ya es según cómo desee verlo cada cual.
Y Giuseppe Castiglione acabó en el banco del taller de pintores de porcelana solo por culpa de los dominicos.
El cuarto emperador Qing no le hizo preguntas sobre címbalos ni sobre perspectiva.
Castiglione acabó en el banco de decoradores de porcelana solo por no llegar a tiempo.
Claro que también podría decirse que viajando de Portugal a Cantón o a Macao es imposible llegar a tiempo.
En ocasiones, la travesía dura casi un año.
La mitad de los mejores marineros de Cristo muere antes de arribar nunca a Cantón.
El barco naufraga o lo atacan los piratas.
Por alguna causa, los piratas chinos piensan que los jesuitas tienen mucho dinero.
Los piratas secuestran el barco y al principio piden un rescate.
La mayor parte de las veces, no se lo dan.
Eso se llama sacrificio.
Algunos jesuitas mueren después de llegar a las costas chinas.
De escorbuto o de alguna enfermedad crónica.
Eso también se llama sacrificio.
A la Misión en China solo parten los mejores, los más cultos y con mayor talento para las lenguas extranjeras.
Un grupo de elegidos.
No existe ninguna otra organización que controle la admisión de nuevos miembros con tanto cuidado como la Compañía de Jesús.
Las normas ya las determinó Ignacio.
Solo son aptos los sanos, fuertes, de físico atractivo e intelecto agudo.
De carácter tranquilo, pero a la vez enérgicos.
La riqueza y el origen no son condición indispensable.
Pero siempre serían una excelente recomendación.
A las misiones solo parten los mejores.
Y solo llegan los que tienen suerte.
Castiglione llegó a Macao felizmente vivo.
Pero no a tiempo.
Llegó justo después de que el anciano cuarto emperador de la dinastía Qing conociera la bula papal.
Si no hubiera sido por las quejas de los dominicos, no habría habido bula papal, y nada habría ofendido al anciano cuarto emperador.
Y el padre Castiglione no habría tenido que sentarse a pintar melocotones en platos y cuencos.
Pero cuando Castiglione llegó, la bula ya había sido proclamada oficialmente.
El anciano cuarto emperador Qing se opuso a ella y anunció: «Queda prohibido el catolicismo en China, y todos los misioneros occidentales, excepto aquellos hábiles en la ciencia o en la técnica, o aquellos demasiado ancianos para regresar a casa, han de partir rumbo a occidente».
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