—Dios, no ha llegado —murmuré para Ela.
—Eh…
La contemplé cuando vi que se quedaba sin respuesta. ¿Por qué no la tenía? Ela siempre la tenía.
—Eh… —repitió mi amiga.
El organizador observó el palco, donde se sentaba el Consejo de los Elfos al completo junto con el gobernador de la ciudad.
—Bien, venga, vamos —nos azuzó, estirando el brazo para que ya nos anunciaran por megafonía.
—Espera —saltó Rilam cuando el chico de la cabina ya estaba asintiendo y dando otra señal—. No estamos todos.
El elfo pegó un saltito, sorprendido por esa mala noticia que llegaba demasiado tarde. Por megafonía ya estaban anunciando el comienzo del espectáculo.
—¿Quién falta? —quiso saber, histérico.
—Nos falta el zorro —reveló Mherl con sorna.
—¡¿Y dónde demonios está?!
Eso quisiera saber yo también.
—Estará en algún gallinero —se burló Lu.
Algunos de los presentes se rieron por lo bajo, lo que me ofendió.
—No tengo ni idea —dijo Rilam, ignorando las chanzas—. Llevo todo el día intentando localizarle, pero no he tenido éxito. Noram sabe desconectar su mente como nadie.
El organizador refunfuñó por lo bajo.
—¡Señoras y señores, ciudadanos de Krabul, por fin ha llegado el momento: los Guerreros Elfos! —clamó megafonía.
Otro salto del organizador.
—Bueno, ahora no tenemos tiempo. Venga, id saliendo según os vayan anunciando.
—¡Con ustedes, el potente y fuerte guerrero toro!
—Bueno, me toca ser el primero. —Berrof sonrió.
Abandonó el banquillo con los brazos en alto, lo cual hizo que el graderío explotara en aplausos.
Entre Rilam y yo quedó un hueco vacío.
—Solo espero que el guerrero zorro llegue antes de que sea demasiado tarde —jadeó el organizador, frotándose la frente con la mano.
—¡El original y creativo guerrero mariposa! —se voceó desde megafonía.
Tôrprof salió a escena al instante.
Noté la vista de Rilam sobre mí y sesgué mi semblante en su dirección. Ambos sostuvimos las miradas, y entonces lo percibí. Rilam todavía sentía algo por mí. Los dos apartamos la vista, incómodos.
—¡El valiente y estratega guerrero caballo!
—Vamos, vamos —azuzó el organizador, dándole un pequeño empujón a Rilam para que echara a andar.
El aludido salió al campo saludando al público y yo me sentí temporalmente aliviada.
Esta circunstancia era de lo más desagradable. Me sentía muy mal por Rilam, odiaba haberle hecho daño. Sin embargo, no había podido evitarlo… Había llegado un momento en que la situación se había vuelto insostenible para mí, para mi corazón, sufría cada día, apenas dormía. Cuando le dejé, sabía que Rilam iba a sufrir, pero era la decisión correcta. Para ambos. No había podido ser sincera completamente ni explicarle del todo mis motivos, como me hubiera gustado, pero al menos, por primera vez en mi vida, no seguía el guion que se esperaba de mí, hacía lo que me dictaba el corazón. Hacerle daño había sido como si me hubieran arrancado un brazo, sin embargo, había tenido que llenarme de valentía y determinación, había tenido que tomar esa decisión para que la tristeza y el remordimiento no acabaran engulléndome del todo. Eso hubiera terminado destruyéndome a mí misma.
Espiré.
—¡¿Pero dónde demonios estará ese guerrero zorro?! —farfulló el organizador, mirando a todas partes.
—Estoy aquí.
Todos nos giramos en su dirección, yo la primera.
Y mi corazón revivió, renació.
Noram pasó al banquillo con las manos insertadas en los bolsillos de su pantalón de chándal, tan tranquilo. Mi abdomen y mi corazón, resucitado después de todo un año, ya entraron en órbita en cuanto le vi, creo que incluso el organizador se percató de mi cara enrojecida. Cuando Noram me vio y me miró con esos ojazos, todas esas sensaciones se multiplicaron por mil. Mi estómago era una central eléctrica, y podía sentir mi acelerado pulso golpeándome el pecho con tanta fuerza que su onda expansiva se extendía hasta mi cuello. Nos observamos durante unos segundos, y entonces el tiempo pareció detenerse. Cuando me percaté de que me faltaba el aliento, me vi obligada a apartar la vista para que mi organismo se calmara un poco, aunque su imagen ya se había quedado retenida en mis retinas.
Su tez oscura, heredada de su madre humana, no hacía más que resaltar esos grandes e intensos faros de color verde turquesa que habían salido de los genes paternos. Era el único elfo que lucía el pelo corto, un cabello negro con reflejos azafranados, una especie de marca a la que se veían sometidos los híbridos, como si la longitud de sus cabellos sirviera para remarcar que eran menos elfos. Sus orejas medio humanas también eran menos puntiagudas que las nuestras. El mestizaje con humanos no estaba muy bien visto, ni entre los elfos, ni entre los propios humanos. Aunque en los primeros veinte años de convivencia el trato había sido correcto (llegando incluso a contagiarnos mutuamente de algunas costumbres, modo de vida y expresiones de la otra raza), la mayoría de los humanos no había comprendido nuestra disciplina y, poco a poco, habían ido aislándonos en comunidades disgregadas para no mezclarse mucho más con nosotros. La acomodada posición económica de la mayoría de los elfos tampoco había ayudado a nuestra imagen. A los elfos eso les había parecido un agravio, otra más de las pruebas que demostraban lo desagradecidos y egoístas que seguían siendo los humanos. Del mismo modo, los humanos tampoco estaban a favor de un híbrido. Pero eso nunca me había importado, Noram era el ser más especial que había conocido. A Rilam tampoco le había importado. Los tres nos habíamos criado juntos, aunque Rilam era su mejor amigo. Era como su hermano.
¿Era yo o Noram estaba más impresionante que nunca? Puede que para los demás solo fuera un híbrido, pero a mis ojos ese cuerpazo escultural y ese rostro sumamente atractivo exudaban sensualidad y seducción por todos los poros. Y eso que vestía un chándal.
Señor, qué calor hacía aquí de repente…
—¿No decías que habías pasado página? —me cuchicheó Ela, jocosa e insinuante al mismo tiempo, al percatarse de mi estado.
—Cállate —farfullé.
Ela soltó una risilla.
—Ya era hora —resopló Lu.
—Gracias a los astros —suspiró el organizador.
—¡La inteligente y avispada guerrera halcón! —anunció megafonía.
Breth le dio un beso a Lugh y salió al ring.
—¿Dónde estabas? —quiso saber Zheoris, chistando a la vez que observaba la tranquila llegada de Noram.
—Por ahí —contestó el zorro sin más, encogiéndose de hombros.
—¿Vas a salir así? —le regañó el organizador.
Su ropa deportiva no iba muy acorde con nuestra indumentaria más guerrera.
—¿Qué pasa? No voy desnudo, ¿no? —La sonrisa listilla y divertida de Noram hizo que, una vez más, el organizador murmurara algo ininteligible.
—¡La ágil y perspicaz guerrera gato!
—Mi turno. —Ela tomó aire y salió al campo mientras yo escuchaba los pasos de Noram parándose junto a mí.
—Suerte —le deseé.
Me empeñé en fijar la vista en mi amiga. Pero de nada sirvió.
—Hola, Jän.
Su susurro dulce alzó mi rostro y lo hizo girar hacia él. Sus ojos verde turquesa me retuvieron en un lugar paradisíaco, como siempre, mientras mi abdomen luchaba por recuperar el aliento y la normalidad, aunque sabía que eso era misión imposible estando junto a él.
Noram estaba aquí, ¡aquí! No habíamos vuelto a vernos desde que los dos nos habíamos confesado nuestros sentimientos, desde su marcha, y después de no poder verle durante un año por fin le tenía delante. Esto me parecía un sueño. Lo único que ansiaba era abalanzarme sobre él para abrazarle, para besarle, para decirle otra vez cuánto le amaba, cuánto le echaba de menos.
Читать дальше