Solamente había una esperanza, una esperanza casi utópica, una leyenda de la que todos los elfos habían oído hablar pero que jamás habían visto con sus propios ojos. Un árbol, el árbol de los árboles, el árbol progenitor de todos aquellos árboles que una vez habían poblado el planeta, el árbol que nuestros primeros ancestros habían ocultado durante siglos para su protección, tanto, que ni siquiera los elfos actuales sabíamos dónde se hallaba: el Árbol de los Elfos.
Por esa razón, y siempre bajo la vital fe de que la Madre Naturaleza se reconciliara con el ser humano, se creó el Cuerpo de Buscadores del Árbol, elfos cualificados enviados por todo el mundo para encontrar el más mínimo resquicio o brote del Árbol de los Elfos que pudiera resurgir de la árida tierra.
Nosotros, los Guerreros Elfos, éramos los elegidos para custodiar el proyecto. Siempre atentos. Siempre esperando a que saltara el protocolo.
Como mi corazón, siempre esperando a otro tipo de protocolo.
El fin del mundo parecía estar cada vez más cerca, sí, pero pronto ese protocolo saltaría.
Y mi corazón también.
— TE AMO —
JÄN
El barrio hoy parecía más apagado de lo normal. Quizá se debiera a la eterna contaminación que la engullía. Quizá fueran los edificios grisáceos. O quizá simplemente se debiera a que todavía arrastraba el cansancio por la Competición Anual celebrada ayer mismo.
Fuera lo que fuere, no dejaba de tener un frío presentimiento.
—¿Subimos a mi casa? —me propuso Rilam, sugerente.
Su voz, y esa proposición implícita, me sacó inopinadamente del saco de pensamientos que llevaba todo el camino apretándome y engulléndome. Reparé, entonces, en que nos habíamos detenido frente a su portal.
Otro sentimiento, este de inquietud y culpabilidad, empezó a amordazar a mi corazón y a mi estómago. Era una sensación demasiado conocida para mí, me había acompañado durante los últimos meses.
Miré nuestro amarre y no pude evitar sentirme triste una vez más. Últimamente no dejaba de preguntarme por qué seguía agarrando esa mano. Pero ahí estaba, dejando que Rilam la sujetara, como siempre. ¿Por qué seguía haciéndolo? Querer le quería, sí, pero… No era con él con quien sentía una complicidad completa.
Sin darme cuenta, la respuesta a su proposición salió directa de mi boca.
—¿Y Noram?
—¿Noram? ¿Acaso quieres que hagamos un trío con él? —bromeó, riéndose.
El color rojizo tiñó mis mejillas automáticamente, pero no por por esa ecuación de tres, sino por una ecuación de dos donde solo había espacio para Noram y para mí. Solo esbozar que unía mis labios a los suyos desataba todo un frenesí descontrolado por mi cuerpo.
Pero esto, ese tipo de sentimientos y sensaciones hacia Noram, cuchicheadas en mi mente como un alto secreto de Estado, tampoco era nada nuevo para mí. Ya era una experta en manejarlas y ocultarlas.
—No seas idiota —solventé, dándole un manotazo en el brazo—. Me refiero a si no has quedado con él.
—¿Noram no te lo ha dicho? —se extrañó mi novio de pronto.
—¿El qué?
—Que se va hoy.
La floja sonrisa que sostenía mi cara se fue descolgando paulatinamente.
Ese mal presentimiento aumentó su acción ácida y correosa.
—¿Se va? ¿Otra vez? ¿Y cuándo… cuándo va a volver? ¿Te lo ha dicho?
Rilam me miró con mucha pena.
—Ya no va a volver, Jän.
El presentimiento explotó y la conmoción me paralizó.
—¿Cómo? —musité sin apenas voz.
—Por cómo me lo dijo me dio la sensación de que su intención es no regresar. Creo que esta vez ese loco quiere irse definitivamente. —Rilam suspiró, triste por la marcha de nuestro mejor amigo.
—Pero eso no puede ser… No… no me ha dicho nada.
—Creía que te lo había dicho, que ya se había despedido de ti —la extrañeza volvió a pulular por el rostro de Rilam.
—No me ha dicho nada —exhalé, a punto de echarme a llorar, mientras metía los dedos entre los mechones de mi frente.
No, Noram no podía irse para siempre. Yo… No podía vivir sin él.
—Pues no entiendo por qué.
Y yo tampoco lo entendía. Siempre que había partido a una de sus aventuras se había despedido de mí. ¿Por qué no lo había hecho ahora? Eso solo podía significar una cosa: que sí se iba definitivamente. Se iba de verdad.
—¿A qué hora se va? —pregunté, inquieta.
—Su tren parte a las cinco.
—¿A las cinco? —Miré la hora en el holograma que apareció en mi muñeca. Eran menos veinte.
—¿Quieres subir y tomarte una tila? —inquirió Rilam—. Te veo un poco alterada por todo esto.
¿Cómo no iba a estarlo? El amor de mi vida se iba para siempre. Puede que no volviera a verle jamás.
Sí, el amor de mi vida, Noram era el amor de mi vida, no podía ocultarlo más.
Entonces, la urgencia lo encajó todo en su sitio, casi de malas maneras para que me espabilara de una vez. Plac, plac, plac. Una a una, todas las placas que necesitaba para infundirme fuerzas y confianza fueron colocándose en su lugar, encajando a la perfección, ensamblándose a fin de indicarme una ruta, un camino a seguir. Mi camino, mi verdadero camino. Ahora podía expresarlo libremente en mi cabeza, ahora podía tomar la decisión correcta, la decisión que debía de haber tomado hace mucho tiempo, sin remordimientos, con resolución. Ahora tenía el suficiente valor como para tomar las riendas de mi vida. Sí, ahora podía gritarlo en mi corazón. Amaba a Noram, estaba locamente enamorada de él. Solo de él. Desde siempre. Este asunto me había atormentado durante meses, me sentía culpable y mal por Rilam, pero ahora ya no podía detenerlo, esos sentimientos acababan de rebelarse y habían salido disparados de la jaula en la que habían estado encerrados.
Verlos tan claros, tan nítidos, hizo que otro rayo fulminante de determinación me arrebatara la poca razón que me quedaba. Sabía que después le debería una conversación y una explicación a Rilam por lo que iba a hacer, por la decisión que acababa de tomar, pero ahora mismo no tenía tiempo. Los minutos corrían y Noram se iba a marchar.
—Tengo que irme —dije, más nerviosa todavía, soltándome de la mano de Rilam.
—¿No prefieres subir y tomarte esa tila? —volvió a proponerme él, preocupado por mi estado.
Odiaba verle así, porque le quería, era un chico maravilloso, no se merecía lo que iba a hacerle, no quería que se inquietara por mí. Ahora que al fin había tomado la decisión, muy pronto hablaría con él para dejarle, ya iba a pasarlo bastante mal, de modo que intenté que no se notara la angustia que me azotaba por dentro por toda esta situación.
—No, no te preocupes por mí. Pero ahora tengo que irme, en serio, tengo cosas que hacer.
—De acuerdo —aceptó él, un poco más tranquilo—. Nos vemos mañana, entonces.
Los planes que yo tenía con él ante ese «mañana» provocó que mi garganta se anudara con fuerza. Pero no podía evitarlo, no podía alargar más esta zozobra que estrujaba mi corazón cada noche, cada día.
Rilam se acercó un paso, pero no dejé que me besara. Me retiré sutilmente antes siquiera de que hiciera el amago y comencé a caminar de espaldas para despedirme.
—Hasta mañana.
—Hasta mañana —se despidió él, un tanto desconcertado por mi actitud.
Me di la vuelta para no tener que ver esa expresión que aguijoneaba mi pecho y no miré atrás. Tenía algo más urgente e importante que me reclamaba al cien por cien.
«Lo siento», lloré en mi mente. «Lo siento mucho, Rilam».
Noram me esperaba… Tenía que llegar a tiempo a la estación. En cuanto crucé la esquina, empecé a correr, desesperada.
Читать дальше