—Noram —sollocé, estirando el brazo para que no se soltara de mi mano.
Noram tragó saliva, y se notó cuánto le costó.
—Adiós, Jän —dijo con la voz quebrada a la vez que dos lágrimas resbalaban por sus mejillas.
Mis dedos ya no pudieron retenerle más. Se soltaron con un martirio mutuo que casi podía palparse.
El chico al que amaba con toda mi alma se forzó a dar otro paso más, y otro, sin dejar de mirarme, impregnando sus retinas con mi imagen, y se dio la vuelta, subiendo al tren con rapidez, escondiéndose de mi vista para que la agonía no se alargara más.
Me quedé mirando cómo se cerraban las puertas y cómo el tren empezaba a arrancar. Cuando me di cuenta, el ferrocarril recorría el túnel con su ultrasónica velocidad, apenas era una luz que se alargaba en la negrura.
Y, con ella, Noram acababa de desaparecer de mi vida.
Lo que no sabía es que su marcha podía hacer que yo me muriera. Que toda mi alma lo gritaría, que su lejanía podría marchitarme poco a poco, hasta deshacerme completamente, hasta extinguirme como la misma Tierra.
Y, sin embargo, esa vez, le había dejado partir.
— LA COMPETICIÓN ANUAL —
UN AÑO DESPUÉS
Ya se oía el bullicio del público desde la sala de espera, y eso me ponía muy nerviosa. La amplia cristalera ofrecía una panorámica de las gradas al completo. Estaban a rebosar de elfos, todos celebrando discretamente este día. Charlaban y reían, comedidos y elegantes, al tiempo que tomaban una copa de vino, champán o simplemente bebían de su sano botellín de agua. La Competición Anual era muy importante. Hoy, aquí en Krabul, la capital mundial de los elfos, se iba a decidir quién iba a ser el líder de los Guerreros Elfos durante este año. Ya sabía que no iba a ser yo, pero eso no quitaba para que mi instinto competitivo de guerrera no estuviera con el piloto encendido. Sin embargo, no era eso lo que me tenía tan inquieta.
—Vendrá —dijo Ela, la guerrera gato.
Me dio un pequeño respingo cuando esas palabras hicieron que mis pensamientos salieran despedidos de un empujón inopinado. Entonces, aunque mi mejor amiga ahora miraba por la cristalera, me di cuenta de que me había estado observando a mí durante largo rato.
—La verdad es que no me apetece nada encontrarme con Rilam —respondí con un suspiro.
—No me refiero a él —contestó ella sin apartar la mirada del público. Luego, sus ojos azules oscilaron hacia los míos, recordándome que ya sabían toda la verdad.
Bajé la mirada.
—Él ya no me importa. No de ese modo.
—¿Ah, no? —dudó, enarcando las cejas.
Estaba claro que no podía mentirle, me conocía demasiado bien.
—Está bien, no voy a negarlo, estoy un poco preocupada por él. —Resoplé por las narices a la par que la miraba—. Es un inconsciente, es capaz de no presentarse, y a saber qué consecuencias le traerá eso. Pero ya no estoy interesada en él, ¿vale? Sigue siendo mi amigo, pero ya he pasado página.
Ela ya estaba sonriendo, ignorando el final de mi frase, incluso su largo cabello rubio pareció relumbrar con sabiduría. Sí, Ela era muy intuitiva y observadora. Y me conocía demasiado bien.
—Vendrá —repitió para calmarme.
Sonreí, rindiéndome, pero yo no las tenía todas conmigo. Noram era un cabeza loca, era totalmente capaz de estar por ahí, en una de sus tantas andanzas o aventuras, sin siquiera pararse a recordar la Competición Anual. Seguramente no sabía ni en qué día vivía. Y si no venía, el Consejo de los Elfos le castigaría.
Berrof y Lu llegaron con un silencio que, sin quererlo, invadió la pequeña habitación 1.
—Hombre, si son Jän y Ela. —Berrof sonrió educadamente—. ¿Cómo os trata la vida?
El guerrero toro era tan alto y ancho, que su espalda apenas fue capaz de encajarse en uno de los asientos del banco.
—Bien, ¿y a ti? —saludó Ela.
—No me puedo quejar, sinceramente.
Lu era la antítesis de Berrof, y cuando tomó asiento a su lado ese contraste no hizo sino quedar más marcado.
Zheoris, Krombo y Sîtra fueron los siguientes en entrar.
—Hola —saludaron, excepto Sîtra, que no hablaba y se limitó a sonreír tímidamente.
—Hola —saludamos los demás, cumpliendo con el protocolo de educación.
Como todos éramos Guerreros Elfos, nos conocíamos de la academia y la Competición Anual, por lo que teníamos un trato de total compañerismo.
Pero esto empezaba a parecerse a la sala de espera de una consulta.
Zheoris se sentó junto a Lu, mientras que Krombo prefirió quedarse de pie, contemplando el peculiar espectáculo de las gradas. Sîtra, tan tímida como siempre, se metió uno de los mechones de su pelo asalmonado detrás de la oreja y, tras echar un rápido vistazo a la habitación, optó por quedarse en una esquina.
—El público se está impacientando —apunté en voz alta en tanto lo contemplaba.
Y yo también lo estaba haciendo, aunque por otro motivo. Miré el reloj de la sala, y esa impaciencia aumentó.
Alguien de la organización se asomó de pronto por la puerta.
—¿Qué hacéis ahí? Los demás ya están abajo —nos avisó con prisas.
Automáticamente, intercambié una mirada con Ela. Si los demás ya habían llegado, eso quería decir que él puede que también lo hubiera hecho.
—¿Ya están abajo? —se sorprendió Krombo, separándose de la pared.
—Podían habernos avisado antes —protestó Zheoris, ya levantándose.
Todos nos movimos con rapidez, siguiendo al elfo de la organización. Mientras bajábamos por unas escaleras estrechas mi cerebro no paraba de rumiar y rumiar. Parecía una central eléctrica de emociones, todas encontradas y dispares. Una parte de mí se moría por reencontrarse con Noram, pero la otra estaba muerta de miedo. Desde que se había ido… No sabía cómo iba a reaccionar él, pero tampoco cómo lo haría yo. Y, en medio de todo ese cataclismo de emociones y sentimientos, se encontraba Rilam. Tampoco sabía cómo iba a reaccionar él cuando me viera de nuevo. Sabía que lo había pasado bastante mal desde que le había dejado, no quería hacerle sentir incómodo.
Suspiré. Esto era una mierda.
—Tranquila —me cuchicheó Ela.
Le sonreí. Ella siempre parecía saber lo que me ocurría; seguramente lo sabía mejor que yo misma.
—Céntrate en los combates —me aconsejó acto seguido.
En los combates. Entonces se me ocurrió que tal vez tuviera que enfrentarme a Noram; o peor, a Rilam.
Oh, qué bien, eso me tranquilizaba mucho más. Mi exnovio estaría tan enfadado conmigo, que aprovecharía para darme una buena tunda en el cuadrilátero. Qué estupendo…
Accedimos al estadio por una puerta metálica, saliendo al banquillo. Las luces blancas me cegaron durante un par de segundos, pero pronto mis pupilas se toparon con Rilam.
Bravo, la primera en la frente.
—Hola, Rilam —le saludé, cauta.
Su cabellera blanca deslumbraba a la vista debido a los focos. Se había dejado una barba descuidada, su pelo estaba despeinado y su aspecto se veía bastante desmejorado. Sus ojos de color café con leche se encontraron con los míos, serios, pero desvió el rostro en otra dirección en cuanto me vio.
Genial, aún seguía dolido conmigo. Suspiré, tratando de disimular mi malestar e incomodidad, mi culpa.
Aproveché para mirar en derredor. Mherl se ubicaba en la esquina del banquillo, sentado con las piernas cruzadas, tan elegante como siempre. Nos miró con sus ojos azules y asintió a modo de saludo. También lo hizo Tôrprof, Lugh y su inseparable Breth, quienes parecían estar totalmente sincronizados.
Pero no había ni rastro de Noram.
Empecé a ponerme realmente nerviosa. Ya no por no verle, que también, había estado esperando este día durante todo un año, sino porque esto comenzaba a ponerse muy feo para él.
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