Ron Barkai - Cristianos y musulmanes en la España medieval

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Cristianos y musulmanes en la España medieval: краткое содержание, описание и аннотация

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Durante casi ocho siglos convivieron cristianos y musulmanes en la Península Ibérica, y su historia nos ha llegado en buena parte mediante cronistas de ambas comunidades, que iban escribiendo su relato. Mucho se ha escrito sobre este período, desarrollando esas fuentes históricas. Pero poco, sin embargo, sobre la propia mentalidad de esos cronistas, de ambos bandos. ¿Qué pensaban sobre sus rivales, y sobre sí mismos? ¿Cómo veían al enemigo, y cómo lo describieron? ¿Y a sí mismos? La imagen no es una concepción objetiva de la realidad, y su análisis puede permitirnos comprender la «mentalidad de hostilidad» entre ambos pueblos, y su autoconciencia como grupos rivales.
El autor circunscribe su estudio al período desde el siglo VIII, con la conquista de España por los musulmanes, hasta el fin de la «Gran Reconquista», cuando el gobierno musulmán se replegó en Granada, ya en las postrimerías del siglo XIII.

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Podría alegarse, por supuesto, que la descripción de las crueldades musulmanas son un componente obligatorio en el género literario de las lamentaciones. Habría en ello cierta verdad, pero aun así las lamentaciones entrañan el reflejo de cierta imagen de los conquistadores musulmanes, sobre todo porque no se trata de un capítulo de excepción, sino que, por el contrario, se conjuga perfectamente en la crónica con las concepciones e imágenes del Islam. Esta imagen de la conquista habría de transmitirse a las crónicas cristianas durante muchas generaciones. La lamentación no es la única expresión que trata de la concepción de la crueldad de los musulmanes. El gobierno del valí Yaḥyā al-Kalbī (726-728) es descrito con las palabras crudelis, terribelis. Y de ese modo habla también de Anbasa, que invadió la tierra de los francos, aplicó un doble impuesto a los cristianos y «ansiaba la destrucción demoníaca». Semejante grado de crueldad distingue también a los bereberes rebeldes del norte de España, bajo la dirección de Munusa. Estos derramaron sangre cristiana inocente y quemaron en la hoguera a Anambado, obispo de la ciudad de Urgel.

En la crónica bizantino-árabe aparecen muchas imágenes positivas de los musulmanes, que de la crónica mozárabe fueron en su mayor parte suprimidas. Pero tampoco ésta es unidimensional. Está caracterizada por cierto grado de apertura, que se expresa en imágenes positivas de los musulmanes y del Islam: el cronista señala que entre los árabes es habitual que el gobernante nombre su sucesor y que el gobierno se transmite al heredero «sin ningún tipo de lucha»[9]. Esta generalización es sorprendente y difícil de explicar. Es cierto que los califas Omeyas tenían la costumbre de nombrar sus sucesores, pero el cronista sabía muy bien que en las luchas violentas que acompañaban el cambio de gobernantes durante el período de los califatos en general y en España en particular abundaba el derramamiento de sangre.

Con un grado similar de apertura, la crónica mozárabe se refiere a las imágenes positivas de algunos califas y valíes. En parte esas imágenes son transcripciones de la crónica bizantino-árabe y en parte las anima su propio espíritu. Una excepción de la imagen que es aceptada en la crónica se encuentra en la descripción del califa ‘Umar II (717-720). El cronista transcribe el elogio de la crónica bizantina: era bondadoso (benignitatis), paciente (patientia) y le respetaban tanto sus connacionales como los extranjeros. A esta descripción el cronista mozárabe agrega que no había existido otro como él entre los árabes del reino. La historia de ‘Umar II demuestra, por cierto, que sobresalió entre los califas Omeyas. Prestó especial atención a los problemas internos; en un intento de reconciliar a los distintos grupos étnicos, devolvió a los cristianos la iglesia de Tomás en Damasco y redujo el peso de los impuestos que les había sido aplicado en todo el califato. Estos hechos pueden, en cierta manera, explicar las alabanzas del cronista mozárabe.

Una actitud semejante, debida a móviles similares, adoptó el cronista mozárabe con respecto a ‘Uqaba ben al-Ḥaŷaŷ a-Salūlī. Éste llegó a España como gobernador valí (734), tras cuatro años de gobierno tiránico de ‘Ab al-Malek al-Fihrī, que virtualmente exprimió a los habitantes del país, tanto musulmanes como cristianos, con duros impuestos por medio de un gobierno corrupto. Según el cronista, dicho valí reimplantó el orden en España y, lo que fue muy importante para la minoría mozárabe, «abolió los gravosos impuestos, suprimió a los hombres de iniquidad y afianzó el imperio de la ley y la justicia»[10]. La imagen positiva de ‘Uqaba a ojos del mozárabe no fue obstáculo para que describiera más adelante los preparativos del gobernante para emprender una operación bélica contra los cristianos del norte. El cronista parece ser, en este caso, un prisionero de la imagen que él mismo creara, hasta el punto de adoptar actitudes como si fuera copartícipe de la lucha interna musulmana. Describe la campaña de ‘Uqaba contra los rebeldes bereberes como si se tratara de la lucha de un héroe contra traidores y promotores del mal.

Un examen de las imágenes de los musulmanes contenidas en ambas crónicas permite extraer varias conclusiones con respecto a su carácter: las imágenes de la crónica bizantino-árabe son en su mayoría neutras y a veces suscitan simpatía hacia el Islam. La actitud general que se deduce del total de las imágenes es casi siempre cognitiva y emotiva. De aquí se infiere cierta alienación del tema por parte del cronista. En las imágenes de la crónica no hay ninguna expresión de etnocentrismo y ningún intento de crear un estereotipo de un grupo dado. En cambio, en la crónica mozárabe las imágenes musulmanas son, evidentemente, definidas y claras: en el aspecto general predomina el componente emotivo y se mantiene la imagen negativa. Se nota un aire de etnocentrismo, al que nos referiremos en detalle más adelante, cuando se examine la imagen en sí. Dos concepciones —casi estereotipadas en las imágenes de la crónica— son el fraude y la crueldad. Pero cabe decirlo explícitamente: a pesar de que esas imágenes se repiten hasta crear una sensación de estereotipo, no se trata de un estereotipo inequívoco. Es decir, la imagen no expresa una concepción «cerrada». La única generalización consciente a lo largo de la crónica es, por cierto, positiva: elogia la forma en que se cambia el gobierno en el Islam. A pesar de que las imágenes en ambas crónicas son de un tipo primitivo, en su mayoría no tienden a la «inflexibilidad» ni al «encierro». Este aspecto tiene especial importancia en la crónica mozárabe, donde predomina la imagen negativa. Su apertura no es el resultado de la transcripción incontrolada de la crónica del año 741, ya que ese elemento se halla también en sus propios capítulos, especialmente aquellos que tratan de España. La crónica mozárabe suministra una información abundante y más exacta sobre lo acaecido en la España musulmana, es rica y más compleja en sus concepciones, no se refiere al mundo musulmán como una unidad monolítica y hace una clara distinción entre árabes y bereberes. La imagen de los bereberes es totalmente negativa, mientras que la de los árabes es más compleja.

En ambas crónicas las imágenes están enfocadas en el campo de las asociaciones políticas y no de las religiosas. Ambas son pobres en cuanto a las imágenes de carácter y faltan por completo las imágenes físicas. No hay la menor insinuación sobre la conducta, sea en el campo político o en el ideológico, y no contienen ninguna recomendación en favor de la actividad cristiana en contra de la conquista musulmana, ni en forma directa ni como una visión para los días del juicio final.

3. ¡Oh, la España perdida!

La posibilidad de examinar una autoimagen cristiana en esas dos crónicas de mediados del siglo VIII es muy limitada. Las dos se circunscriben a describir la historia cristiana de la España visigótica, respaldándose principalmente en la historia de Isidoro de Sevilla y en la narración de la conquista musulmana. Mas no es posible hallar en ellas una descripción de la realidad cristiana más allá de los campos de la dominación y prevalencia musulmana.

Puesto que la conquista de España por los musulmanes está descrita en detalle sólo en la crónica mozárabe, la pregunta principal relevante al presente examen es la concepción del cronista en lo que atañe al grado de responsabilidad de los godos por el desastre que cayó sobre España. Esta concepción tiene gran importancia en lo que se refiere a la consolidación de la autoimagen, sobre todo cuando fueron fundados los reinos cristianos en el norte de la Península Ibérica. No cabe la menor duda que el cronista acusa a la clase gobernante, a la nobleza visigoda. Acusa a un sector de la nobleza por haber colaborado con los invasores «... por su avidez de poder que les hizo perder tanto el reino como la patria»[11]. El cronista lanza graves cargos en contra del metropolitano de Sevilla, que huyó por miedo a los invasores árabes y abandonó tanto su patria como la grey de Cristo. España, mientras que sus enemigos la atacaban, se vio castigada por el desvarío de una guerra fraticida. Entre todas las fuentes cristianas y musulmanas del siglo VIII, ésta es la única crónica que menciona a un noble cristiano de la región de África, Urbano, que abrió las puertas de España ante los musulmanes. En la historiografía moderna la figura de este traidor suscita controversia. La mayoría de los historiadores tratan de corregir el texto de la crónica, pero las enmiendas deben ser tomadas con reserva, pues se basan en versiones muy posteriores[12]. Frente a una serie de figuras de traidores, la crónica destaca la figura heroica de Teodomiro, luchador y hombre de letras, que venciera a los bizantinos que atacaron las costas de España y se granjeara muchos elogios tanto de los cristianos de Oriente como de Occidente. Este príncipe cristiano logró resistir a los invasores musulmanes y, conforme al acuerdo que éstos debieron firmar con él, dejaron en sus manos el gobierno de la provincia.

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