El examen de la imagen toma significado en los marcos del razonamiento histórico si penetra en la complejidad del sistema de las imágenes, es decir, el examen de las imágenes del enemigo y el de las autoimágenes, como dos componentes inseparables de un solo sistema. En la realidad española, la autoimagen y la imagen del enemigo no pueden ser percibidas de la misma manera, debido tanto al pluralismo de la sociedad cristiana como al de la sociedad musulmana. Por ejemplo, al examinar una crónica castellana es muy importante comparar las imágenes de los aragoneses o de los francos con la de los musulmanes allí descritas. Sin esta dimensión comparativa la imagen podría carecer de significado. Al mismo tiempo sería un error examinar esa crónica sin tomar en consideración que los musulmanes no son percibidos como un todo, por lo que se debe tratar de ubicar y comparar las imágenes atribuidas a los nativos de al-Andalus frente a las de los bereberes del África del Norte[2].
I. El método
El estudio de las imágenes es un método relativamente nuevo en la historiografía en general y especialmente cuando se intenta escribir la historia de la Edad Media. El método en sí se origina en las ciencias de la conducta, particularmente en el de la psicología social. El historiador que se propone estudiar las imágenes y apartarse del relativo trillado de los calificativos que un grupo atribuye a los miembros del otro, debe recurrir a los instrumentos perfeccionados que las ciencias de la conducta ponen a su disposición tanto en lo que concierne a los conceptos que usa como a los interrogantes que se formula a sí mismo.
Dichos interrogantes se refieren sobre todo a la dilucidación del modo en que se crearon y consolidaron las imágenes, tanto en el individuo como en la sociedad, así como en la ligazón mutua entre ambos, por el examen de las funciones psicológicas y culturales que cumple la imagen en la organización de la percepción del mundo de una sociedad dada; por la clasificación de las distintas imágenes, es decir, la distinción entre imágenes «abiertas», que atribuyen a un grupo un sistema de peculiaridades que no son de un mismo tipo y que no entrañan una percepción estereotipada, frente a un sistema de imágenes «cerrado» y «equilibrado», en conformidad con el cual el grupo rival es percibido como poseedor de atributos sólo negativos[3]. Se interesan también por un examen del proceso de consolidación de la «imagen nacional» —o de lo que se llama el folk imagen— que se transmite al individuo a través de la familia, la tradición, la educación y la atmósfera cultural. Recibe también el nombre de «imagen histórica», cuya consolidación y fortalecimiento dependen del grado de conocimientos que tenga el pueblo de su propia historia. Este examen es especialmente importante para nuestro análisis, pues se apoya fundamentalmente en los escritos históricos que se transmiten, en forma tradicional, a las generaciones futuras, imágenes colectivas del pasado y del presente de sus pueblos. Se interesa por la localización de la «imagen del espejo» (mirror imagen), que es importante para el examen de la dinámica de hostilidad entre los dos grupos. En la base de este concepto se halla la idea de que el espejo refleja en forma invertida la misma imagen, es decir, el lado izquierdo aparece como derecho y viceversa; si se lo aplica a la imagen del conflicto se tiene: «... Lo que es negro y blanco en el sistema de autoimágenes de cierto grupo, se convierte en blanco y negro en las imágenes de los otros grupos...» La consolidación de la «imagen del espejo» está involucrada en la exageración de los elogios a la autoimagen, por una parte, y en la presentación de una imagen diabólica para el grupo adversario, por la otra[4].
Una de las dificultades que se presentan en la investigación de las imágenes es la conexión entre la imagen, el acontecimiento y el cambio que se opera en la imagen. La importancia de una modificación de esa índole reside en el hecho que demuestra un cambio mental y a veces ideológico en sociedades que se encuentran en conflicto. Las imágenes, por lo general, tienden a estabilizarse y revelan una fuerte capacidad de oposición a los cambios. Esta inclinación se origina en la tendencia de la mayoría de los seres humanos a la consistencia cognoscitiva (cognitive consistency) y en sus intentos de impedir confrontaciones y violaciones del equilibrio entre las imágenes y sus percepciones, por un lado, y las nuevas informaciones (cognitive dissonance)[5], por el otro.
De un modo natural surge el interrogante: ¿En qué grado y cuándo cada una de las dos partes envueltas en un conflicto dado se sobrepone a las imágenes, creencias y percepciones, consolidando un sistema ideológico que sirva de plataforma para toda la comunidad en lo que respecta al conflicto? ¿En qué medida se desarrolla el marco de las imágenes para la creación de un cerco más complejo y más perfecto de autodefinición colectiva, sea en lo que ataña a términos religiosos o a términos nacionales? La comparación de los dos marcos ideológicos —el cristianismo y el musulmán— puede explicar la modelación de la autopercepción de esas dos sociedades, que se desarrollaron en el suelo español.
La validez de la ideología —ya sea que grabe en su bandera las ideas de la reconquista cristiana o que quiera restaurar el mandamiento de la Guerra Santa contra el cristianismo— debe ser examinada conforme al grado de intensidad y de continui dad revelado a lo largo del tiempo, en los escritos históricos de estas dos comunidades. Estos y otros interrogantes habrán de guiar nuestro examen en lo referente a la creación, consolidación y comparación de las imágenes a lo largo del conflicto.
II. Las fuentes
Los investigadores que estudian la Edad Media se enfrentan con una dificultad conocida: los autores de los documentos pertenecían a la élite ilustrada, eran miembros de la Iglesia o de la aristocracia; la mayoría de la población, en cambio, no dejó testimonios escritos. Por lo tanto sólo podemos deducir las percepciones de los redactores que pertenecían —tal como hemos dicho— a una reducida capa de la sociedad. Pero a pesar de dicha limitación, el examen de las imágenes tiene importancia por dos razones: primero, porque a veces se hallan expresiones de la mentalidad popular también en las fuentes de los ilustrados, ya sea que aparezcan como de paso o que fueron transmitidas explícitamente como símbolo de una expresión popular; segundo, porque las fuentes escritas reflejan a aquellos sectores de la sociedad medieval que se contaban en los círculos de influencia con capacidad de decisión, es decir, esas fuentes son los medios de expresión de las capas cuyas percepciones prevalecieron en el curso del conflicto.
El contenido de la crónica de la época es el más apropiado para examinar las imágenes, las actitudes y las percepciones[6]. Por su naturaleza, la crónica es la forma más cercana por su estilo, por así decirlo, del «narrador ingenuo»; los cronistas hicieron una selección de los acontecimientos y les dieron forma por medio de vocabulario y expresiones propias de ellos. Su punto de partida era diferente del de los autores que se dedicaban a la controversia religiosa, donde la violencia de la polémica deformaba desde un principio lo que exponían por escrito. Ésta es la ventaja de la crónica sobre la poesía épica: las exageraciones y la inflexibilidad acompañan indefectiblemente a la epopeya, hasta el punto de que lo imaginario y lo sobrenatural forman una parte importante de la estructura de aquélla. Cuando se vislumbra en las crónicas una influencia épica, ésta arrastra virtualmente al cronista a tomar posiciones extremas. La crónicas, fueron escritas por miembros de la élite ilustrada, pertenecían en su mayoría a los estratos medios de la misma, lo que los diferenciaba de los intelectuales de reputación; por ello se puede afirmar, sin lugar a dudas, que aquéllos expresaban realmente la mentalidad de la clase que representaban.
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