En el siglo XIII, el papa Gregorio IX, mediante la bula pontificia Parens Scientiarum, estableció la independencia jurisdiccional de la Universidad de París. Este papa otorgó el poder a los maestros y escolares de la universidad para establecer los reglamentos sobre los métodos de estudio, los horarios de clase, las ceremonias de grado, los exámenes, el régimen disciplinario y otros asuntos referentes a la vida académica. De esta manera, las universidades nacieron como una asociación de comunidades académicas horizontales —a ejemplo de las universitas muratorum— cuyo punto de cohesión era: “la autonomía jurisdiccional que les situaba bajo la autoridad directa del Papa, el derecho de huelga o secesión y el monopolio de la enseñanza superior en la ciudad” (Rodríguez, 1996, p. 12). La autonomía era la posibilidad que se dio para organizar el gobierno, elegir las autoridades y redactar las propias normas de manera independiente. El situarse bajo la tutela del Papa implicó la no intervención de las autoridades de la ciudad en la organización de la universidad. El derecho a huelga era el arma con que contaban los intelectuales para manifestar su inconformidad frente al intervencionismo de los funcionarios territoriales y desplazar sus cátedras —es decir, toda la universidad— a otra locación, poniendo en riesgo la estabilidad económica, política, social y cultural de la ciudad, manteniendo así el monopolio frente a la educación.
La universidad, en un primer momento, fue una mera y espontánea combinación de discípulos y de maestros, o de ambos cuerpos, formada probablemente a imitación de los gremios que tanta importancia adquirieron durante los siglos XIII y XIV en todos los centros comerciales y artesanales de Europa. En la Edad Media, las agremiaciones de constructores (masones) y de comerciantes (burgueses) brindaron el modelo social que asumirían posteriormente Bolonia, París, Oxford, Salamanca, Heilderberg...
VIDA UNIVERSITARIA
En su estructura interna, la universidad poseía una organización por lugares de origen de escolares —v. gr. anglos, franceses, germanos, normandos, picardos (región al norte de Francia), entre otros—; a esto se le llamaba nación. La nación estaba constituida por maestros, quienes, al aceptar a los escolares, se hacían responsables de su formación, disciplina y bienestar. Cada una nombraba un procurador, que era el encargado de velar por las finanzas y los bienes inmobiliarios de los escolares, además de ser el garante de los exámenes que los alumnos debían presentar ante la universidad. Los escolares y los maestros estaban adscritos a las facultades: artes, derecho, medicina y teología; lo que quiere decir que:
[…] las facultades estaban conformadas por escuelas y cada escuela estaba dirigida por un maestro que podían tener bajo su control algunos jóvenes [.] Las escuelas estaban organizadas de manera que cada estudiante hacía parte de la universidad, siendo parte de la escuela de algún maestro; éste a su vez al aceptar al estudiante, se comprometía a presentarlo a los exámenes y velar por su disciplina y bienestar (Mora, 2008, p. 64).
El rector o decano era el dirigente de la facultad. Su elección se daba a través de una asamblea constituida por los procuradores de las naciones y los representantes de maestros y estudiantes; ejercía funciones administrativas y diplomáticas, es decir, velaba por la disciplina académica y el buen funcionamiento de la facultad, además de ejercer las relaciones diplomáticas con los rectores o decanos de las otras facultades y los funcionarios del gobierno de la ciudad. La máxima autoridad de la universidad era el canciller, que por lo general también era el rector de la facultad de artes.
Los escolares ingresaban a la universidad a los catorce años, pues se consideraba que a esa edad se había adquirido determinada madurez. El prerrequisito fundamental para ingresar a la corporación era el conocimiento básico en lectura y escritura del latín. Los estudios comenzaban en la facultad de artes, a la luz de las artes liberales del trivium: gramática, lógica, retórica. La permanencia en esta facultad era de seis años, repartidos en cursos anuales. Tanto scholarum como magistrorum se entrenaban en la retórica forense de Quintiliano, aprendiendo las reglas de la enunciación y la argumentación oral. De igual manera, y con el ánimo de cultivar el arte de la escritura, los escolásticos centraban atención en el conocimiento y uso de las figuras literarias, las cuales les proporcionaban la exactitud en sus fórmulas filosóficas y teológicas. Finalmente, era la lógica —o la dialéctica— la que les daba los principios y las reglas del racionamiento que debían aplicar en la indagación de sus problemas.
El método empleado por los maestros dentro de las escuelas era: lectio, quaestio, disputatio, determinatio, reportatio. La lectio era la cátedra impartida por el maestro en forma oral a sus escolares; se daba en cualquier lugar en la ciudad a una hora determinada. Las aulas como hoy se conocen aún no existían. El maestro por lo general empleaba la dialéctica para abordar los temas o problemas de la clase. El momento que seguía o con el cual se articulaba la lectio era la quaestio, que consistía en la formulación de una pregunta que se ubicara en la frontera del conocimiento —de la razón y la fe—. Esta pregunta debía tener un alto contenido lógico, con el fin de generar la discusión y de cuidar a los estudiantes y a los maestros de no caer en formulaciones que fueran contrarias a la fe. La questio generaba la disputatio, la discusión sobre el tema propuesto por la pregunta. En ella acudían los principios de autoridad de la Biblia, los concilios o las formulaciones de los Padres de la Iglesia, pero también entraban en escena las categorías y los analíticos aristotélicos. El ejercicio era concluido con la determinatio o respuesta a las objeciones planteadas por la posición contraria de la disputatio.
A MANERA DE CONCLUSIÓN
Las comunidades de asociación horizontal iban de ciudad en ciudad ofreciendo sus servicios, entrando en constantes negociaciones con las autoridades civiles y religiosas de los feudos. Con el ánimo de mantener su independencia y de no romper la organización interna que poseían, constructores y comerciantes establecieron un sistema que les brindó la posibilidad de mantener su autonomía e independencia frente a las ciudades. Las normas económicas, políticas y sociales, al igual que los líderes, eran establecidos por el consenso que se daba dentro de la agremiación. Los conflictos que se presentaban se solucionaban al interior del sistema comunitario. De esta manera, la comunidad de organización horizontal se convirtió en un estado dentro del estado, en un gobierno migratorio dentro de los gobiernos de las ciudades. Este es el antecedente histórico de la autonomía universitaria:
Las universidades fueron, dentro de la textura ciudadana, una dimensión política nueva cuyos estatus corporativos y más tarde sus símbolos visibles y escudos, les permitieron demostrar y ejercer sus actos autónomos internos e identificarse institucionalmente como el studium —la cátedra— o gran tercera fuerza de derechos y deberes frente al imperium —el trono— o el poder político y al sacerdotium —el ara— o poder eclesiástico, de los cuales dos últimos poderes las universidades supieron defenderse cuando les fue menester batallar (Borrero, 2008. p. 36).
Cabe preguntarnos, nueve siglos después del acto fundacional: ¿pertenecemos a esta tradición universitaria?
REFERENCIAS
Alfonso X (1807 [1265]). Código de las siete partidas. Madrid: Real Academia de la Historia-Imprenta Real.
Borrero-Cabal S. J., A. (2008). La universidad: estudio sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias (vol. I). Bogotá: Compañía de Jesús-Pontificia Universidad Javeriana.
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