Luz Margarita Cardona Zuleta - La culebra sigue viva - miedo y política. El ascenso de Álvaro Uribe al poder presidencial en Colombia (2002-2010)

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Este libro analiza el papel de los sistemas de representación social en la vida política, mediante el estudio de las modalidades de legitimación y construcción del poder presidencial en Colombia, durante los dos períodos de gobierno de Álvaro Uribe Vélez (2002-2010). Para lograr este propósito, se estudia el proceso por el cual un personaje como Uribe Vélez —un outsider en política, como lo denominaron algunos analistas en su momento— llegó a construir, sobre la base de la apelación al orden, a la seguridad y al miedo que significaba «la amenaza terrorista» (representada sobre todo por la guerrilla de las FARC), un poder que le permitió imponerse rápidamente sobre los otros candidatos y, una vez convertido en jefe de Estado, intentar «encumbrarse» sobre los otros poderes y eludir su control. Los discursos sobre el orden y la seguridad, y la utilización del miedo como instrumento de movilización política, le posibilitaron a Uribe Vélez permanecer ocho años en el poder, tiempo que hubiese prolongado otros cuatro años (su popularidad entre los colombianos lo hacía posible), si la Corte Constitucional no hubiera declarado inexequible el referendo que pretendía reformar por segunda vez la Constitución, con el propósito de lograr su segunda reelección. La investigación muestra de qué manera y por medio de cuáles mecanismos simbólicos, discursivos y propagandísticos, ese Gobierno logró producir un cambio en la representación del confliicto entre los colombianos y, paralelamente, construir un poder en cabeza de un líder con visos caudillistas.

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El proceso de paz resiste balances de diferentes matices, aunque ninguno de ellos dé lugar al optimismo. El primero y más evidente, es negro. En el 2001 fueron voladas 254 torres, destruidos docenas de inermes pueblos y secuestradas casi 3.000 personas. Paramilitares y guerrilleros cobraron la vida de 2.060 civiles, hubo 4.820 operaciones del Ejército (1.600 más que en el 2000), incontables masacres y cerca de 1.000 desplazados que salieron cada día de más de 500 municipios. Fueron asesinados 153 líderes sindicales y 13 defensores de derechos humanos, y muchos más fueron amenazados o partieron al exilio. Un segundo balance es gris. Las negociaciones con la guerrilla transcurren en el mejor estilo kafkiano, y los diálogos con el Eln y las Farc pasaron más tiempo suspendidos que activos […] Un tercer balance, preocupante, es el de la opinión. El pesimismo es generalizado y hay síntomas de derechización en sectores medios que lamentablemente ven una salida en el ángel de la muerte de las Autodefensas o en la guerra total […]. 5

La ausencia de resultados y las fallas del proceso fueron ampliamente comentadas y circularon continuamente en la prensa: “Tres años después de iniciarse el proceso de diálogo entre el Gobierno y las Farc, la paz no llega y el conflicto se ha degradado por culpa de la guerrilla y los paramilitares”. 6Analistas políticos y candidatos trataban de explicar lo que sucedía: “Las Farc han ganado sin negociar, mientras que el Gobierno ha negociado sin ganar”, dijo Pedro Medellín, analista político. “Volvieron el Caguán una especie de Escuela Superior de Guerra”, manifestó Luis Eduardo Garzón, candidato a la presidencia por el Frente Social y Político. “Pero es mejor tener diálogo que no tenerlo”, 7apuntó Gustavo Petro, representante a la Cámara por el Movimiento Vía Alterna y candidato a esa corporación, otra vez con el aval del mismo movimiento. 8

Para Pedro Medellín, que las FARC ganaran sin negociar, significaba que aprovecharían el tiempo para tomar aire y rearmarse, sin avanzar en ningún punto de la agenda. El concepto del entonces candidato del Frente Social Político sobre la “zona de despeje” expresó el sentimiento dominante en la opinión pública: la crítica al uso que las FARC hicieron de ese territorio despejado de la presencia de fuerza pública, no como zona para adelantar diálogos y negociación, tendientes a la búsqueda de la paz, sino como lugar para entrenar sus tropas y avanzar hacia una nueva fase de la guerra. Desde esta perspectiva, la negociación con el Gobierno fue parte de una estrategia de la guerrilla conducente no a la paz, sino a la guerra. 9

El punto de vista de Gustavo Petro, de insistir en continuar con el proceso de paz, no obstante expresar críticas al mismo, representó un sector de la opinión que, en la puja por la presidencia, coincidió con el del candidato oficial del Partido Liberal, Horacio Serpa Uribe. El candidato liberal mantuvo en esta campaña la línea que siguió a lo largo de su carrera política, y que respondía a una tendencia del electorado colombiano hasta ese momento, la de preferir las políticas de diálogo y negociación; 10por tanto, optó por presentarse ante los electores como el candidato de la paz y la reconciliación nacional, decisión que, a la postre, no benefició sus aspiraciones presidenciales.

En uno de los tantos episodios de crisis, el comisionado de Paz del Gobierno, Camilo Gómez Alzate, confirmó la ruptura: “El Gobierno trajo propuestas y alternativas que permiten darle perspectivas al proceso. Las Farc las han desechado y solo insisten en que debemos cambiar los controles de la zona [de despeje] y no ha considerado las posibilidades concretas para avanzar”. 11

Los candidatos expresaron sus opiniones frente al hecho consumado. Algunos, como Álvaro Uribe, ya habían pronosticado su fracaso. Las posiciones de los aspirantes a la presidencia influyeron en la representación que se formaron los colombianos, no sólo del proceso de paz, sino también de los candidatos a la presidencia (elección que en Colombia es principal y capta la mayor atención del electorado): ¿cuál de ellos sería el más “idóneo” para gobernar a Colombia en un escenario sin proceso de paz y en el que se preveía un mayor escalonamiento de la guerra?

Horacio Serpa manifestó: “No me resigno a que el futuro sea de guerra. Tenemos que seguir luchando por la reconciliación nacional”. Álvaro Uribe, en cambio, dijo que: “La zona de distensión era insostenible como estaba. Se necesita veeduría internacional y cese de hostilidades […] El país se tiene que convencer con lo que pasó que a los grupos violentos se les puede frenar cuando el Estado ejerce autoridad y les demuestra que es capaz de derrotarlos”. La candidata Noemí Sanín anotó: “Obviamente, no es una buena noticia para el país […] La responsabilidad única de la situación en que se encuentran el conflicto y el proceso de paz es de las Farc”. 12

Mientras que Noemí Sanín culpaba a las FARC por la ruptura y Horacio Serpa insistía en la necesidad de continuar luchando por la reconciliación nacional, el candidato Álvaro Uribe repitió las mismas críticas al diálogo y a la zona de despeje que sostuvo durante el proceso de paz y en el desarrollo de su larga campaña por la presidencia frente a distintos públicos y escenarios.

1.2. DIÁLOGOS DE PAZ Y ESTRATEGIAS DE GUERRA

Más allá de las declaraciones públicas del Gobierno y las FARC en las que cada uno expresaba su buena voluntad y no cesaba de culpar al otro por el fracaso del proceso, los analistas especularon sobre las causas del rompimiento de los diálogos y, en tal dirección, indagaron en la estrategia de negociación de las partes. Para algunos, el proceso tuvo un “denominador común”:

[…] dialogar sin avances mientras se prepara la guerra por eso hoy impera otra verdad estratégica: el gobierno muestra su nueva logística. Dos batallones de alto entrenamiento militar y asesoría de EU, aviones, helicópteros, unidad de alta montaña, en síntesis, una nueva infraestructura para forzar la paz. Pero las Farc tampoco han desaprovechado las falencias del proceso para fortalecerse. Basta recordar el escándalo de la frustrada compra de 50.000 fusiles A-K47 de procedencia jordana, o la captura de tres irlandeses, a quienes se acusa de pertenecer al Ejército Republicano Irlandés, IRA, y prestar entrenamiento a la guerrilla en la zona de distensión. Ha sido el juego de hablar de paz mientras se arma la guerra. 13

De acuerdo con este balance, la crisis del proceso de paz dejó al descubierto la agenda oculta de las partes: negociar la paz era una estrategia para ganar tiempo mientras se avanzaba en la preparación de una nueva fase de la confrontación. Esta visión es discutida por analistas del proceso de paz como Daniel Pécaut, quien la califica de “simplista”, aunque si se mira con cuidado su tesis, él mismo reconoce que algo de esto también pudo existir: “es más verosímil que hayan buscado medir las posibilidades de llegar a unos acuerdos así fuesen parciales. Sin embargo, es cierto que desde un comienzo actuaron en función de la probabilidad de que se fracasara, diseñando estrategias alternativas”. 14

La negociación como parte de la guerra (“continuación de la guerra por otros medios”, invirtiendo la sentencia de Karl von Clausewitz) tiene antecedentes importantes para recordar en los procesos de paz de la década de los ochenta. Así pues, mientras entre los años 1966 y 1982, las FARC tuvieron un crecimiento vegetativo, circunscrito a zonas periféricas del país, como lo describen estudiosos del conflicto armado colombiano como Eduardo Pizarro 15y Daniel Pécaut, 16en los años ochenta ese crecimiento se disparó a raíz de la tregua pactada en los procesos de paz adelantados por el presidente Belisario Betancur y por el ingreso de flujos de dinero provenientes del narcotráfico a las finanzas de esta organización. Así, de 15 frentes en 1982, se pasó a 40 en los años noventa y a más de 60 en el 2000. En efectivos, se pasó de 2.000 en 1982, a 8.000 en 1990 y a 17.000 en el año 2000. 17

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