Más adelante agregó: “En el escenario actual resultan ampliamente beneficiados Álvaro Uribe y lo que él encarna. Su crecimiento y la penetración de sus propuestas entre los colombianos son inusitados y constituyen todo un hecho político y electoral”. 46En la línea de pensamiento del diario El Tiempo, el debate sobre la mejor manera de enfrentar un tema tan delicado como la violencia debía ser obligado en una campaña electoral, pero advirtió a los candidatos que no cayeran “en la polarización radical y emotiva sobre la guerra y la paz”. 47
Igual interpretación ofreció el columnista Luis Noé Ochoa: “El doctor Serpa tiene un programa serio, de sentido social, y no es ningún cobarde, es experto en temas de paz y le cabe el país en la cabeza. Pero a los colombianos no les cabe otra cosa que no sea derrotar a las Farc […]”.Y en tono irónico prosiguió: “Con la guerra, el pueblo es el que paga el pato, y hasta las gallinas que le robaron una vez a Tirofijo y que nos han costado un huevo. Habrá muchos muertos: soldados, policías, guerrilleros, civiles, niños; más viudas, secuestrados, más pobreza. Nada de eso vale, pues cuando uno ha padecido un largo dolor de muela de esos que nos hacen gritar hasta vivas a Pastrana, la fresa del odontólogo es una sinfonía de Beethoven”. 48
La columna citada recogía el sentimiento de cansancio y agotamiento con la violencia y la inseguridad que predominaba en ese momento. En el mismo sentido se expresó León Valencia: 49“Hasta hace muy pocos meses se podía recurrir a la mil veces repetida frase de que los colombianos anhelan la paz para llamar al Estado, a la guerrilla y a los mismos paramilitares a avanzar hacia una salida política negociada. Pero, así duela reconocerlo, esa frase ha perdido vigencia. El sentimiento mayoritario de la nación en estos días se orienta hacia la guerra, hacia una salida militar del conflicto […]”. 50
Para León Valencia, este sentimiento de frustración con la salida negociada que no pudo consolidarse y el apoyo a la resolución del conflicto por la vía militar habían venido calando en lo más profundo de un sector de la opinión. Según su interpretación, de ello fueron conscientes tanto el presidente Pastrana cuando intentó ponerle condiciones a las FARC para continuar con las negociaciones, exponiendo con ello el proceso de paz, como el candidato Uribe Vélez, cuando en el transcurso de la campaña fue “radicalizando su discurso contra la guerrilla y contra las negociaciones de paz, hasta que, en un inesperado salto, tomó la delantera en las preferencias electorales”. 51
Valencia se preguntó en la misma columna por el origen de este sentimiento y planteó distintos razonamientos:
Hay varias explicaciones: los escasos resultados del proceso de paz y además el doloroso incremento de la agresión contra la población civil de una guerrilla especialmente arrogante; la participación cada vez mayor de los Estados Unidos en el conflicto interno y la sensación de que con esta ayuda sí es posible una derrota militar de la subversión. La modernización y ampliación de la capacidad bélica del Ejército y la renovada confianza de que está listo para librar un pulso definitivo con la insurgencia; el inusitado y drástico fortalecimiento de los paramilitares y su repetida manifestación de que pueden obtener victorias militares decisivas, y, claro, la incisiva voz de un candidato presidencial que dice en todos los tonos que, con autoridad y fuerza, se puede contener la violencia. 52
Las opiniones expresadas por el editorial del diario El Tiempo, así como las de los columnistas citados, no hacen más que constatar una realidad: que la seguridad como problema comenzaba a tomar relevancia sobre otros problemas sociales y que Uribe había logrado interpretar ese sentimiento, ofreciendo la Seguridad Democrática como eje articulador de su programa de campaña, el “Manifiesto democrático”.
1.5. DOS DISCURSOS SOBRE LA SITUACIÓN COLOMBIANA
En la discusión sobre cómo resolver el problema de seguridad se enfrentaron, además, dos discursos, dos visiones sobre el diagnóstico, la jerarquía y la manera de afrontar los problemas sociales del país mediante políticas públicas. Por un lado, estaban aquellas posturas que reconocían en el desempleo y las profundas desigualdades sociales, en la violencia estructural o institucional, la principal causa de los males que padecía Colombia, entre ellos la violencia y la inseguridad. Desde esta perspectiva, una negociación con los grupos insurgentes, conducente a reformas sociales, no sólo no debería ser descartada, sino que sería el camino hacia una paz duradera (paz positiva). Este discurso, según sus críticos, le estaría reconociendo algún grado de legitimidad a la guerrilla, que sería, en esta visión, expresión de inconformidad con el estado de cosas existente.
Por otro lado, estaban los enfoques que veían en la violencia y la inseguridad el mayor problema que enfrentaba la sociedad colombiana, sin cuya resolución era imposible la lucha contra el desempleo, la desigualdad y el acceso a las oportunidades. Desde estos enfoques, se reclamó para el Estado el monopolio de la violencia legítima, y se exigió de éste la salvaguarda del derecho fundamental a la seguridad, como base de las libertades individuales y de la convivencia pacífica. Sin un Estado garante del orden y la seguridad, la población civil quedaría al arbitrio de los grupos armados ilegales.
Estos dos discursos respecto a la prioridad de la seguridad, los resumió esquemáticamente el historiador Eduardo Posada Carbó, cuando se refirió a las distintas opciones que representaron los candidatos en términos de partidos, de género y propuestas de políticas y, en particular, sus visiones frente al tema de la seguridad: “A riesgo de generalizar, en estas elecciones se enfrentan dos tipos de discurso: uno que le asigna prioridad a la seguridad como valor fundamental, y otro que ve en la solución de los problemas sociales —ante todo el desempleo— las bases de la reconstrucción nacional”. 53
El discurso que le asignó “prioridad a la seguridad como valor fundamental” lo ilustran con claridad el historiador inglés Malcolm Deas y el columnista Alfredo Rangel. Deas hizo referencia a la degradación de los grupos armados ilegales, paramilitares y guerrillas, y sobre el problema que ellos representaban, afirmó:
El paramilitarismo, como la guerrilla, no se va a acabar sin un considerable aumento de la capacidad de las fuerzas del orden y del Estado de proveer un grado convincente y permanente de seguridad en las regiones afectadas. A falta de esto, las poblaciones están a merced de las presiones y venganzas de los grupos armados. En esta guerra contra la sociedad, como bien la define Pécaut, no sorprende que sectores de la población opten por los paras. 54
En esta misma dirección interpretativa se inscribió el analista en temas de seguridad y defensa Alfredo Rangel:
La suerte de los candidatos se definió en función de su sintonía con la opinión, sus propuestas y su credibilidad en relación con el tema de la recuperación del orden público. Los otros temas, siendo importantes, quedaron relegados a un segundo plano frente a la urgencia de contener a los violentos y brindar seguridad a los ciudadanos.Y la opinión no se equivocó. Ha preferido a Uribe porque es el candidato con la propuesta más integral, articulada y convincente sobre el tema.Y la tiene porque ha partido de acertar en el diagnóstico: mientras no se recupere la seguridad van a ser muy precarias las posibilidades del país para potenciar su desarrollo y solucionar a fondo sus problemas sociales. Todos los demás candidatos piensan lo contrario y partieron de un planteamiento errado: mientras no se solucionen los problemas sociales no habrá paz, mientras no se solucione la inequidad, el desempleo y la injusticia, tampoco habrá paz. 55
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