Augusto Escobar Mesa - Manuel Mejía Vallejo (1923-1964) - vida y obra como un juego de espejos

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Manuel Mejía Vallejo (1923-1964): vida y obra como un juego de espejos: краткое содержание, описание и аннотация

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Siguiendo la vida y la obra literaria de Manuel Mejía Vallejo se puede observar a un escritor que se busca a sí mismo a través de sus personajes e historias. En este viaje el lector descubre un autor que subyuga por su curiosidad intelectual, imaginación, afán de libertad y las muchas historias que va tejiendo, a medida que vive la vida como la mejor de las aventuras. Nada le fue ajeno desde que tuvo que abandonar el pequeño pueblo de su infancia para instalarse en la gran ciudad y, desde esta, imaginar el mundo con todas sus fisuras y contradicciones. Su vida y su obra, que se sigue paso a paso en esta primera parte de su biografía, nos revela a uno de los escritores más representativos y singulares de la literatura colombiana del siglo XX.

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El filósofo Fernando González (carta, 1946) habla así de la novela: «obra juvenil, fuerte, movida, tan nuestra y tan universal a un mismo tiempo […] Usted se ha señalado como el delantero de nuestra novela». Para el poeta Carlos Castro Saavedra (1946), « La tierra éramos nosotros es un canto a Antioquia, una alabanza que entraña todo lo propio, todo lo autóctono» (p. 498). Para Carlos Agudelo Echavarría (1946), la novela refleja «el alma de la raza palpitante y preciosa, dulce y trágica a veces», y detrás de ella se percibe «una verdadera promesa para las letras patrias» por «un carácter que denota madurez y responsabilidad de escritor». En un extenso ensayo, Carlos Palacio Laverde saluda la novela de Mejía en una época de «prosas desteñidas y soñolientas, sin hondura y sin tuétanos», «de opaca cotidianía literaria», de «agresivo mercantilismo, de enloquecido ajetreo comercial y de vertiginoso afán de lucro». Valora el temple y osadía de Mejía de tener «el valor de enfrentarse con el público —sordo y ciego siempre ante toda manifestación de arte— armado solamente de un inofensivo cuaderno literario […] de un muchacho desconocido», pero en el que se percibe «una admirable sensibilidad artística y una firme y poderosa vocación de novelista». Para su tiempo, agrega Palacio (1946), La tierra éramos nosotros es una «heroica proeza» (p. 5) 67. Este crítico se acerca al espíritu de la novela cuando sostiene que en ella «se cruza insistentemente la sombra de la tristeza» y detrás el rostro eufórico y la sonrisa indefinible del protagonista —alter-ego del autor—. Se observa

La máscara angustiada del inconforme, el rictus amargado del torturado mental, golpeado acaso súbitamente por la angustia y la desesperación metafísica del hombre que, abominando de serlo, añora su niñez —esfumada en el tiempo, pero presente en el abecedario de su pizarra emotiva— y su perdida Arcadia, a la que jamás volverá y quiere, sin embargo, embriagarse con el mosto agridulce del recuerdo […] ¿Y habrá tragedia mayor y problema más humano que el del hombre desarraigado de sus afectos y de su solar, zarandeado por el destino, despojado de todo, hasta de su cuna, y cuyo espíritu inquieto y ambicioso, vibrátil antena de sensaciones no encuentra sosiego y acomodo? […] Hay en ella páginas líricas —de lirismo mesurado y de buen gusto, no del melifluo y empalagoso— grávidas de la más alta y pura poesía. (pp. 5 y 13)

Pero no solo los elogios vienen de Antioquia, también de Bogotá 68. En una nota de El Espectador, de 9 marzo de 1946, se afirma de Mejía que este «sabrá conquistarse una alta posición en nuestra literatura, pues posee algo más que vocación: cualidades intelectuales y sensibilidad artística que sería injusto desconocerle». Un crítico reconocido del momento, Álvarez D’Orsonville (1946*), reconoce en Mejía «su capacidad novelística, apta para aguda interpretación del subconsciente, traza con acierto innegable la vida externa del habitante campesino. Hay calidad, armonía, color, inspiración en las actitudes y maneras de obrar de los personajes del pueblo […], sensibilidad lírica, imaginativa y observadora». El escritor quindiano Antonio Cardona Jaramillo (mayo/46*) considera La tierra éramos nosotros como «la más fiel novela terrígena de que se tenga conocimiento en la literatura colombiana». Por la manera como el joven escritor escucha del alma de la cultura campesina, este es un «libro sinfónico con una prosa que vacila entre la desesperación y la sonrisa; libro de los recuerdos y de los olvidos; libro de animados diálogos con una precisión ‘fonográfica’; libro del destino que no pudo alcanzarse, pero de sueños esperanzados». Estima esa obra «entre las mejores novelas colombianas».

El bogotano Álvaro Sanclemente (1946) sostiene que «uno de los mayores méritos de la novela» es que el autor «ha procurado ir más allá de la aparente vida campesina». A pesar de anotar algunos defectos como «la frondosidad literaria», concluye que es una de «las mejores producciones de su género aparecidas últimamente en el país» y Mejía «una verdadera promesa de la literatura nacional» (pp. 388, 390). Otro crítico escribe un extenso comentario sobre la novela en el que resalta sus novedades y aportes; descubre en ella una visión «profunda y sensible de la naturaleza» con un «estilo convincente naturalista y profundamente castizo» (Bechara, 1947*). Piensa que el joven Mejía «traduce con exactitud el temperamento de su raza, las costumbres y predilecciones, sus anhelos y esperanzas». Trece años después de haber publicado La tierra éramos nosotros y ganado en 1958 el Concurso Nacional del Cuento Folclórico, el escritor quindiano Adel López Gómez, observa que Mejía «continua la tradición antioqueña de los grandes realistas», la de Tomás carrasquilla, Efe Gómez y José Restrepo Jaramillo 69. Recuerda el efecto que le produjo la primera vez que leyó La tierra éramos nosotros : «especie de retablo lírico, en cuya entraña y nervatura se anuda, consistente y seria, la realidad de una novela de la tierra». Aprecia la fuerza de su estilo, «la amplitud de la visión, la plasticidad de las imágenes, la seguridad de las formas». Para Gómez, es una «novela de retorno, tocada de juvenil melancolía» (López, 1958).

Un comentarista de la época afirma que la primera edición de la novela, con un tiraje de 1300 ejemplares se había agotado de inmediato en Antioquia y se proyectó una reimpresión para el país 70. Además, dice que Mejía «tiene lista, pero sin corregir, las hojas de una segunda novela» con el título provisorio « El hombre vegetal , que será publicada probablemente a finales del año en curso» («Manuel Mejía Vallejo», 1946*) 71. Poco tiempo después alguien cercano a Mejía dice que este ha terminado hace poco una nueva novela y lleva el título provisional

El hombre infinito . Se trata del violento choque que sufre un muchacho de clase media contra las agresivas murallas de prejuicios y egoísmos de la sociedad (moderna o antigua es lo mismo). El personaje —prototipo del hombre nuevo— quiere a toda costa liberarse, consolidar su espiritualidad y dejar atrás los vicios y las miserias de semejante paz artificial. El asunto no es nada nuevo. Pero es interesante conocer el esquema que pueda trazarnos de él una juventud en plena marcha hacia el gran mundo ideal. Mejía Vallejo se ha enfrentado al tema esencial que ha servido de tumba a infinidad de escritores en formación 72. («Novela», 1946*)

No se ha encontrado ninguna referencia de esta supuesta novela y tampoco corresponde en su temática con la siempre inconclusa novela El hombre vegetal , que comienza a publicar por capítulos de vez en cuando a partir de 1946. A finales de 1946, al hacer un balance de la literatura colombiana de ese año, un colaborador del periódico El Siglo dice que, con La tierra éramos nosotros de Mejía, Andágueda de Jesús Botero y Chambú de Guillermo Edmundo Chaves, se puede afirmar un renacimiento de la literatura del país que «había experimentado un largo eclipse» y «agotamiento de la cantera intelectual» 73(«Resurge…», 1946)*). Otro comentarista de El Tiempo , al hacer el mismo balance con las mismas obras afirma que, de esas tres, la de Mejía «es la que más se aproxima a la concepción integral de la novela» («La novela…», 1946*).

En 1957, un periodista le preguntó a Mejía sobre esta y él le respondió de manera franca que

Esas páginas salieron naturalmente. Yo desconocía la literatura en general, tenía poca edad y tenía que escribir eso. Fue una especie de memorias poetizadas de mis primeros veinte años. Las quiero como quiere su infancia, o la sombra de un árbol donde se recuerda amablemente. («Una entrevista con el escritor Mejía V.», 1957)

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