Wilfred Bion - Bion en Buenos Aires

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Así como Freud introdujo la dimensión inconsciente y la relación consciente-inconsciente, Bion desarrolló ideas sobre la relación finito-infinito, la tolerancia a la duda, a la incertidumbre y al misterio. Propuso nuevas ideas acerca de lo que llamó la relación entre la parte psicótica y no psicótica de la personalidad y en la última parte de su obra postuló como objetivo del psicoanálisis, además del conocerse a sí mismo, el devenirse auténtico, el devenirse sí mismo. La riqueza de sus hipótesis, la amplitud de sus teorías y la flexibilidad de sus modelos, agregadas al consejo de instalarse «sin memoria, sin deseo y sin entendimiento» en la tarea de observación e investigación clínica, apuntan a estimular la capacidad creativa de los analistas, como si les dijera «atrévanse a pensar por sí mismos». Bion habla de las dificultades para expresar ideas nuevas con palabras conocidas y explica que esto lo lleva a veces a introducir términos desprovistos intencionalmente de significado, como alpha y beta, o a utilizar palabras conocidas con significados estipulados por él. Para él la comunicación lateral es muy mala; si el objeto –es decir el paciente– está allí, uno puede señalar esa realidad compartida con el paciente, que está presente en la sesión. En cambio es muy difícil, si no imposible, cuando se trata de transmitir lo que ocurrió en la sesión a los colegas analistas, que no están presentes en ese análisis, en esa sesión, puesto que la experiencia del analista con su paciente es una experiencia emocional única e irrepetible.

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Creo que, en algún momento, la mayoría de la gente tiene la experiencia de sentir que su análisis andaría muy bien si pudiera librarse del analista y, además, qué excelente analista sería uno si pudiera librarse del paciente. Ahora bien, la experiencia a que me refiero exhibe la cualidad desagradable precisamente opuesta a esto. En la medida en que es posible alcanzar algún éxito, la situación emocional del análisis se ve enormemente realzada y creo que es justo decir que uno logra aproximarse a lo que Melanie Klein describió, esto es, la transición de la posición paranoide esquizoide a la posición depresiva. Ahora bien, no creo que sea conveniente utilizar tales términos en este contexto ni que resulte útil suponer que estamos libres de tales mecanismos. De modo que he tratado de dar por sentada, confío en que sin exagerar, la cordura de los psicoanalistas, y utilizar otros dos términos: para el paciente, paranoide-esquizoide y depresivo, y, para el analista, “paciente” y “seguro”, como la contraparte. Utilizo el término “paciente” porque, en inglés, significa al mismo tiempo tolerar la frustración y sufrir, y el término “seguro” tiene el doble significado de libre de peligro y de preocupación. Creo que se trata más de piadosas esperanzas que de descripciones precisas, pero pienso que hablar de paranoide-esquizoide y depresivo constituye una descripción más depresiva que exacta, de modo que prefiero inventar estos otros dos términos. Siempre considerando el problema desde el punto de vista del analista, pienso que sería difícil encontrar una mejor descripción de la posición paranoide-esquizoide tal como me refiero a ella en este momento, de la que ofrece Henry Poincaré al comentar su experiencia relacionada con el desarrollo de una fórmula matemática. Resulta interesante porque está muy fuera del psicoanálisis y también porque no creo, a pesar de mi profundo respeto por ella, que Melanie Klein fuera una escritora de talento. Pero Poincaré lo es, y describe una situación en la que debe confrontar una masa de fenómenos que no exhiben relación alguna que él pueda discernir, que carecen de significado lo cual configura una situación que a la mente humana la resulta muy difícil tolerar. Y, una vez que se ha encontrado la fórmula matemática el resultado es que, en cuanto uno la introduce, impone orden allí donde antes no existía, introduce significado allí donde no podía discernirse sentido alguno y pone de manifiesto una relación y una coherencia que no existían antes.

Ahora bien, creo que esa debe ser nuestra actitud dentro de la situación analítica. Es importante que, al encontrarse otra vez con el paciente mañana, no sea el paciente que el analista conocía, sino alguien a quien uno jamás ha visto antes. Ahora bien, no es nada fácil de lograr; no es nada fácil librarse de los recuerdos, y quizá es mejor que así sea. Pero lo importante es destacar que lo que debe verse es una situación nueva. Si algo se ha interpretado antes, ya ha cumplido su propósito. En caso contrario, cuando surja nuevamente ese material, tendrá una apariencia distinta. Por lo tanto, no hace falta preocuparse por lo que uno ha dicho antes, o por lo que el paciente ha expresado previamente, sino sólo por lo que está ocurriendo en ese momento. Lo importante es mañana, y no ayer o anteayer. Si el material es pertinente, volverá a aparecer en la evolución, como yo la llamo, de las interpretaciones. Surgirá y ocupará el lugar que le corresponde, como la imagen en la pantalla del televisor. Aparecerá no como uno recuerda en los sueños, sino más bien como cuando uno dice “Ah, eso me recuerda que tuve un sueño”. El sueño surge como un todo; eso es lo que entiendo por evolución. Si uno lo recuerda, surge en forma fragmentaria, de a poco, y nadie sabe qué son esos fragmentos.

El paciente no puede cooperar en este sentido. El paciente tiende a llegar y decir: “¿No me reconoce? Soy la misma depresión, la misma ansiedad, que usted conoció ayer y anteayer, y nos seguiremos encontrando durante los próximos años”. Creo que, mentalmente, uno debería decir: “Váyase. Hoy recibo a un nuevo paciente, y si usted quiere se lo voy a presentar”.

Ahora bien, existen ciertas compensaciones, pues por lo menos disminuye la carga de esos terribles tipos de análisis que se prolongan interminablemente y siempre de la misma manera, con la misma cooperación, los mismos sueños; en síntesis, todo aquello destinado a indicar que se trata siempre del mismo paciente. Ya he señalado el aspecto negativo de todo esto.

En lo que a mí respecta, creo que nunca podría librarme de ese leve sentimiento de persecución relacionado con el hecho de tener que enfrentar una situación que no comprendo. Preferiría conservar una situación que sí comprendo, y el paciente estaría más que dispuesto a darme el gusto, cosa que lograría proporcionándome el material que me llevaría a pensar que se trata de la misma persona que vi ayer, anteayer o el año pasado. No obstante, creo que es importante examinar estas situaciones incomprensibles, no relacionadas, incoherentes, en lugar de dedicarse a las que son comprensibles y coherentes. Estas últimas no son importantes, ya no hay nada que descubrir al respecto. Hay que fijar la mirada, por así decirlo, en los hechos incomprensibles, incoherentes y no relacionados.

Ese sentimiento de impaciencia, como diría para ser más elegante, y de persecución para ser un poco más directo, es de tal índole que uno anhela ponerle fin mediante el hallazgo de una interpretación, o recordando una interpretación, de ser ello posible. Es a esto precisamente que debemos resistirnos. Al paciente no le gustará, y a ustedes tampoco, pero creo que es necesario mantener la mirada fija en la situación incoherente, hasta que se vuelva coherente, en otros términos, hasta alcanzar la posición depresiva, la posición segura.

Ahora bien, he mencionado este problema relativo al analista y al paciente con este propósito: quiero referirme ahora al hecho de que cuanto más avanza uno hacia el objetivo de convertirse en analista, más se acerca uno a reemplazar al propio analista por el paciente. No quiero decir con esto que uno es analizado por los propios pacientes; ello puede ocurrir, pero sólo forma parte del material para las interpretaciones. Pero sí quiero decir que en nuestro trabajo los pacientes ocupan ahora una posición de gran importancia, de tan grande importancia que ejercen un efecto sobre nuestra vida emocional que no es completamente distinto del que ejerce sobre ella nuestro propio analista. Existen ciertas similitudes, una de las cuales consiste en que, si logran ustedes seguir el curso que sugiero aquí, puedo prometerles toda una vida de sentimientos de persecución o de depresión. Es una manera algo extrema de expresarlo, pero creo que comprobarán que tienden a atribuir esos sentimientos de paciencia o de seguridad a situaciones que, en realidad, pertenecen a la propia labor analítica. Y el rasgo peculiar de todo esto, suponiendo que en una sesión hayan tenido la suerte de hacer dos o tres interpretaciones que producen coherencia, que hacen que las cosas parezcan tener un patrón y un significado, es que resulta sorprendente comprobar con cuánta frecuencia se sienten deprimidos al terminar esa sesión. Y comprobarán que esa situación se vuelve negativa y que en sí misma requiere una teoría. Es precisamente a esa teoría que me estoy refiriendo ahora.

Menciono este punto porque creo que constituye un importante ejemplo, porque creo que esa es una manera importante de encarar nuestro trabajo y lo que hace que nuestra labor resulte tan dura. Pienso que a ello se debe también que nuestro trabajo sea valioso pero, al mismo tiempo, es lo que tiende a causar bajas entre nosotros. Es natural que, al manejar algo tan terrible como la mente humana, se produzcan bajas en lo que podríamos llamar el grupo psicoanalítico. Ello significa que es fundamental contar con un buen enfoque, o tratar de contar con él, aparte de la formación analítica. Como ya señalé, las dificultades comienzan precisamente cuando uno ya ha completado su formación; por lo tanto, el problema relativo a la manera en que uno encara su propio trabajo, el estado mental en que uno se encuentra, se plantea a partir del momento en que uno termina su propio análisis y cuando el analista ya no puede seguir analizándose.

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