—Relájate, Sal.
No dije nada. No sentía nada.
Y temblaba.
Entonces me vino una idea a la cabeza. Tal vez la clase de tipo que era…, tal vez me pareciera a alguien a quien no conocía. Ya sabéis, el hombre al que jamás llegué a conocer y cuyos genes llevaba dentro.
Caminé hacia casa de Sam para recogerla. Estaba en la puerta, esperándome.
—Llegas tarde.
—Lo siento.
—Jamás llegas tarde.
—Pues hoy sí.
Me lanzó una de sus miradas de sospecha.
—¿Qué sucede?
—Nada.
—No te creo.
—No pasa nada.
—Eso significa que no quieres hablar de ello.
—No pasa nada.
Me dirigió una de aquellas sonrisas de «por ahora lo dejaré pasar». Significaba que iba a cambiar de tema, pero no que no fuera a insistir más adelante. Sam no era una chica que dejara pasar las cosas. En el mejor de los casos, te daba un respiro. Me alegró que estuviera dispuesta a darme una tregua.
—Está bien, está bien. —Luego señaló hacia abajo—. ¿Te gustan mis zapatos?
—Me encantan.
—Mentiroso.
—Son muy rosas.
—Qué comentario tan agudo.
—¿Por qué tienes tantos zapatos?
—Es imposible que una chica tenga demasiados zapatos.
—¿Una chica? ¿O solo tú?
—Es una cuestión de género. ¿Acaso no lo entiendes?
—El género, el género —dije.
No sé, pero debió de notar algo en mi voz.
—A ti te pasa algo.
—Zapatos.
—Me cago en los zapatos —dijo.
Sam y yo siempre estábamos contándonos historias, historias sobre lo que nos pasaba, historias sobre otras personas, historias sobre mi padre y su madre. Tal vez fuera la manera en que nos explicábamos las cosas entre nosotros…, o a nosotros mismos.
Mima. Era quien mejor contaba historias. Sus historias eran sobre hechos reales, no como las historias de mierda que se oían en los pasillos del instituto El Paso. Algunas de estas eran más mentira que otra cosa.
Pero las historias de Mima eran reales, tan reales como las hojas de su morera. Oigo su voz constantemente, contándomelas: «Cuando era niña, cosechaba algodón. Trabajaba junto a mi madre, mis hermanos y hermanas. Al final del día, estaba tan cansada que caía desplomada sobre la cama. Me ardía la piel. Tenía las manos llenas de rasguños. Y sentía que mi espalda estaba a punto de quebrarse».
Me habló sobre cómo era el mundo, el mundo en el que creció, un mundo que prácticamente había desaparecido. «El mundo ha cambiado», decía con la voz cargada de tristeza.
Una vez, Mima me llevó a una granja. Yo debía de tener siete años. Me enseñó a cosechar tomates y jalapeños. Señaló los campos de cebollas: «Eso sí que es trabajo». Ella conocía bien esa palabra. Yo no sabía nada sobre el trabajo. No era una palabra con la que me hubiera topado aún.
Aquel día, cuando recogíamos los tomates, me contó la historia de sus zapatos.
—Cuando estaba en sexto curso, dejé mis zapatos en la orilla de una acequia para ir a nadar con mis amigas. Y desaparecieron. Alguien los robó. Lloré. Ay, cómo lloré. Era mi único par de zapatos.
—¿Solo tenías un par de zapatos, Mima?
—Solo un par. Era lo único que tenía. Así que fui descalza al colegio durante una semana. Tenía que esperar a que mi madre reuniera el dinero suficiente para comprarme otro.
—¿Fuiste al colegio descalza? Cómo mola, Mima.
—No, no molaba —dijo—. Simplemente, había muchas personas pobres.
Mima dice que somos lo que recordamos.
Me habló sobre el día que nació papá.
—Tu padre era muy pequeño. Apenas cabía en una caja de zapatos.
—¿Eso es verdad, Mima?
—Sí. Y, justo después de que llegara al mundo, lo tenía en brazos y comenzó a llover. Estábamos en plena sequía, no había llovido durante meses, meses y meses. Y fue entonces cuando supe que tu padre era como la lluvia: un milagro.
Me encanta lo que recuerda.
Pensé en contarle a Sam la historia de los zapatos de Mima, pero decidí no hacerlo. Habría dicho algo así como: «Solo me cuentas esa historia para hacerme sentir culpable». Y tal vez habría tenido razón.
La historia de mí mismo (Yo tratando de explicarme cosas a mí mismo)
Mima dice que jamás deberías olvidar de dónde vienes. Entiendo a qué se refiere, pero es un poco más complicado cuando eres adoptado. El que no «me sienta» adoptado no significa que no lo sea. Pero la mayoría de las personas creen que saben algo importante de ti si saben dónde comienza tu historia.
Fito dice que en realidad no importa de dónde vienes.
—Yo sé exactamente de dónde vengo. ¿Y qué? Además, algunas personas tienen padres famosos. ¿Y qué? Nacer de personas talentosas no te convierte a ti en alguien talentoso. El padre de Charlie Moreno es el alcalde, y mira a Charlie Moreno: es imbécil. En mi familia todos son adictos, pero, como ves, lo importante no es de dónde vengo…, sino adónde voy.
No le podía discutir eso.
Pensé que el deseo de saber dónde comenzaba todo era parte de la naturaleza humana. Así es. No es que sepa demasiado sobre la naturaleza humana. Sam decía que no era bueno juzgando a los demás: «Crees que todo el mundo quiere ser bueno».
Tengo fotos en brazos de mi madre. Muchísimas fotos. Pero mirar las fotos de tu madre muerta no es lo mismo que recordarla.
Murió cuando yo tenía tres años.
Fue entonces cuando vine a vivir con papá.
Quizá cualquier otro chico estaría triste por no tener madre, pero yo no. Quería a mi padre. Y tenía tíos y tías que me querían. Es decir, que me querían de verdad. Y tenía a Mima. No creo que nadie me quisiera tanto como Mima, ni siquiera papá.
Mi vida no era como la de Fito. Él tenía la familia más disfuncional del planeta Tierra. Y mirad a Sam. Realmente no hubiera querido que la señora Díaz fuera mi madre. No, gracias. Era horrible.
Tenía una profesora de sociología que hablaba sin parar sobre la dinámica familiar. Veréis, mi padre, Maggie y yo constituíamos una familia. Me gustaba nuestra familia. Pero quizá no haya una lógica detrás de la palabra familia . La verdad es que no siempre es una palabra tan positiva.
Me pregunté por qué no tenía recuerdos de mamá. Tal vez no recordarla fuera peor que tener un recuerdo tergiversado. O tal vez fuera mejor. Pero resulta que ahora me veía haciéndome preguntas sobre ella y sobre el tipo cuyos genes se mezclaron con los suyos para crearme.
Estaba empezando a hacerme muchas preguntas que nunca me había hecho. Antes no me molestaba nada; ahora iba por ahí dándole puñetazos a la gente. Oí la voz de Sam en mi cabeza: Nada ocurre porque sí .
Tenía una foto de papá enseñándome a hacer el nudo de la corbata, sacada la mañana antes de mi primera comunión. Papá sonreía y yo sonreía; estábamos tan felices… Y tenía una foto en brazos de Mima a los cuatro años. Sus ojos estaban colmados de amor, y os juro que podría ahogarme en ese amor.
Las fotos con mamá son diferentes. Veréis, las fotos con Mima y papá las recordaba. Aquellas fotos me hacían sentir algo. Pero ¿las fotos con mamá? No sentía nada. Sam me dijo que no recordaba nada porque no quería, porque me haría entristecer.
A Sam le gustaba mirar mis fotos, pero decía que era demasiado raro ver tanta felicidad en ellas.
—Simplemente, no es real.
—¿En serio?
—Bueno, es real, pero un poco extraño.
—¿La felicidad es extraña?
—Vale, es algo bueno, pero a la mayoría de las personas no les interesa ser buenas. Me refiero a que en el mundo entero no hay nadie tan bueno como tu Mima. Y tu padre es lo más. Lo digo en serio. Es realmente un tío supergenial. Pero solo hay unos diez hombres como él en esta ciudad. Así que, si piensas que tu pequeña y dulce familia es un reflejo del resto del mundo, siento desilusionarte.
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