Alberto Giménez Prieto - Un asunto más

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Cuando Basilio, un abogado independiente, durante el entierro de su madre conoce a Fátima, no podía imaginar lo profundamente atraído que se sentiría por ella y que las trágicas circunstancias en que la conoció acompañarían toda su relación.Un hijo de Fátima ha fallecido trágicamente y el otro ha sido secuestrado por su marido. Contrata a Basilio para recuperar a su hijo y que la divorcie. Mientras, Basilio y Fátima inician una relación con trazas de futuro.Borja, marido de Fátima, antiguo promotor inmobiliario, se dedica al tráfico de blancas y mano de obra subsahariana tras la crisis de la construcción. Las voluntarias de una ONG siguen los pasos a la trama de tráfico de personas, y están a punto de desenmascararla cuando una investigación policial se cruza en su caminoA partir de ahí, ante el lector desfilaran los intríngulis del tráfico de personas y las reglas mafiosas. Hallará un refugio nuclear repleto de armas, asesinatos ejecutados por un sicario profesional, violencia de género, corrupción policial, vendettas entre mafiosos…Con un desenlace inesperado de lo que parecía ser «un asunto más», y que nos hará dudar de lo que ocurre a nuestro alrededor.

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Comprobó las fotos que había sacado, sustituyó la tarjeta de memoria de la cámara y cargó las imágenes en el ordenador que descansaba sobre la cama de matrimonio, reconvertida en mesa de trabajo por medio de un tablero de grandes dimensiones que antes estaba bajo el colchón. Allí se encontraban depositados muchos de los instrumentos de que se servían, como teléfonos, ordenador, planos y libretas de notas, aunque echaba en falta la gran cantidad de chucherías que había el día anterior y que ayudaron a Teresa a pasar la vigilia. Otra de las razones por la que habían convertido la cama en mesa de trabajo, era para evitar la tentación de aprovecharla para su función primigenia durante las velas nocturnas, tentación nada desdeñable, cuando eran tantas las horas que consagraban a velar.

Miró de nuevo a la ventana, se escuchaba una voz, lo que le forzó a mirar la calle que daba acceso al piso. Otra vez su instinto obtuvo recompensa, Pulgarcito salía del horno que había en la esquina cargado con un gran saco, que en su tiempo contuvo harina y que ahora mostraba por su parte superior extremos de barras de pan. A Teresa le apeteció comer pan en ese momento. Pulgarcito se dirigía hacia la entrada principal de su casa.

Capítulo IV

Pablo, durante los años que había trabajado como secretario de Basilio había alcanzado una maestría incuestionable en las investigaciones económicas de clientes y contrarios, mantenía un trato sumamente fluido con todos los registros: personalmente, por medio del teléfono o a través de las redes informáticas. Cuando cedió sus dominios a Beatriz, la puso al corriente de los vericuetos por donde se accedía al filón informativo, pero se reservó algunos trucos que le permitían la supervisión de las investigaciones de su sustituta. Pablo, igual que Basilio, era reacio a delegar funciones, esa era la razón por la que en el despacho se mantenía con solo dos letrados, solo había admitido como compañero y socio a Pablo después de tratarlo quince años. Pablo, siguiendo el ejemplo de su mentor, tampoco era dado a confiar sus tareas a otros, de esta regla se exceptuaban ambos entre sí y con el tiempo acabaron confiando en Beatriz, confianza que no defraudó en ningún momento.

Basilio había encomendado a Beatriz que indagara sobre las economías comunes e individuales de Borja y Fátima. Beatriz lo hizo y cuando trató de resumir los datos, se encontró con una maraña de sociedades que, como en una orgía financiera, participaban unas en otras que, a su vez, eran participadas por las primeras, en ellas se repetían casi siempre tres nombres, uno de ellos era Borja Coronado Franco, el marido de Fátima, y junto a él constaban un tal Pedro Unzú Rodríguez y Ahmed Mulet Bachir. El nombre de Fátima apenas se mezclaba con ellos en alguna de las sociedades registradas en España. Al contrario de lo que sucedía en las que estaban erradicadas en el extranjero, en la Republica Dominicana, Fátima participaba en algunas sociedades, bien con Borja, alguno de sus dos socios o con los tres. A nombre exclusivo de Fátima constaban en el Registro tres sociedades limitadas unipersonales, la primera dedicada a la fabricación, distribución y comercio de prendas de vestir femeninas y complementos que contaba con una nave para el diseño y confección en un pueblo de los alrededores de Valencia y con once tiendas repartidas por todo el solar patrio, la empresa se denominaba al igual que su administradora, Fátima Bailen, S.L. Constaba también su nombre como administradora única de las otras dos sociedades limitadas, una de ellas dedicada a la exportación de la producción de confección y complementos de Fátima Bailen, S.L. y otra dedicada a la explotación de los inmuebles propiedad de Fátima.

En relación a bienes inmuebles, no había ninguno cuya titularidad compartiesen Borja y Fátima. Aparecieron solo dos propiedades a nombre de Borja: una finca urbana de respetables dimensiones en Huarte, muy cerca de Pamplona, y un vetusto caserón en Eugi, dentro del valle de Esteribar. Algunas de las sociedades en que constaba Borja como socio único, eran titulares de numerosos inmuebles, la mayoría de ellos de reciente construcción.

A pesar de ello, Fátima contaba con más propiedades que su marido, las cuales se podían dividir en dos grupos. El primero, en el que Beatriz incluyó los procedentes de herencias por las que Fátima había adquirido la casa en que vivía, que consistía en un caserón, situado a las afueras de Bétera y que se encontraba rodeado por más de cuarenta hectáreas de terreno dedicado al cultivo de cítricos. Dentro de ese grupo de inmuebles, procedentes de herencias, había otra casa de iguales dimensiones, pero rodeada por unos campos bastante menos extensos, aunque con todo tipo de instalaciones deportivas. Esa segunda casa había adquirido popularidad cuando estuvo ocupada por un conocido jugador de futbol con arrendamiento a cargo del equipo de futbol para el que militaba. Era propietaria, asimismo, de varios grandes huertos dispersos por la zona de Bétera y Naquera y una casa, también de notables dimensiones y con dos siglos de historia en el centro de Valencia, estaba arrendada a un banco y un equipo de creativos de publicidad. El otro grupo estaba formado por inmuebles provenientes de cambios de solar por obra, especialmente locales comerciales de grandes dimensiones dedicados al arrendamiento. Además, alquilaba cuarenta y ocho plazas de garaje.

Había también varios vehículos: un Bentley y dos todo terreno Range Rover de matrícula consecutiva, todos ellos a nombre de Borja. A nombre de Fátima tan solo constaban dos furgonetas y un tractor.

Beatriz realizó un esquema en el que ordenó las sociedades según sus titularidades y las conexiones. Él lo tenía todo desplegado sobre la mesa de la sala de juntas. Pablo, que ya estaba en antecedentes del caso, le pidió a Beatriz que no estaba para nadie hasta que llegara la visita que tenía concertada para la última hora de la tarde.

Beatriz no hubiera podido pasarle ninguna llamada, pues en las salas de juntas no había teléfonos y por el móvil no le hubiera sido posible, pues durante las dos hora y media en que estuvo recluido no dejó, prácticamente, de hablar por el mismo. Cuando Beatriz le dijo que había llegado la visita que esperaba, Pablo, al sentirse interrumpido, no pudo reprimir que el fastidio aflorara en su rostro, aunque inmediatamente apareció una amplia sonrisa y felicitó a Beatriz por las averiguaciones.

—Deséame suerte, a ver si soy capaz de rematarlas con el mismo rigor de tus averiguaciones. —Y fue a su despacho donde le esperaba la visita.

Beatriz ni pudo ni quiso evitar sentirse ahíta de orgullo profesional. Como Pablo le había dicho que precintara la sala de juntas, comprobó que no había quedado enchufado ningún aparato, por lo que pudo ver la cantidad de anotaciones que había hecho Pablo en cada uno de los informes de las sociedades, tanto de Borja como de Fátima, especialmente en las del primero. Tras recoger el portátil de Pablo, apagó las luces, encendió el piloto rojo que había sobre la puerta, cerró con llave y se llevó el portátil a su oficina situada junto a la entrada, entre las dos salas de espera del despacho.

Capítulo V

Aquel jueves Teresa despertó a su compañera tres horas antes de lo acordado. Las actividades de la casa vigilada hacían prever la proximidad de la llegada de los inmigrantes y era preciso que las dos estuvieran despabiladas, era la oportunidad que estaban aguardando desde hacía meses. Ambas se ducharon e ingirieron algo ligero por turnos, no debían dejar su vigilancia en ningún momento, luego se instalaron ante el mirador en completa oscuridad. Leonor se retiraba del observatorio para fumar, impidiendo que la escasa luz de la brasa pudiera alertar a Pulgarcito.

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