Alberto Giménez Prieto - Un asunto más

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Cuando Basilio, un abogado independiente, durante el entierro de su madre conoce a Fátima, no podía imaginar lo profundamente atraído que se sentiría por ella y que las trágicas circunstancias en que la conoció acompañarían toda su relación.Un hijo de Fátima ha fallecido trágicamente y el otro ha sido secuestrado por su marido. Contrata a Basilio para recuperar a su hijo y que la divorcie. Mientras, Basilio y Fátima inician una relación con trazas de futuro.Borja, marido de Fátima, antiguo promotor inmobiliario, se dedica al tráfico de blancas y mano de obra subsahariana tras la crisis de la construcción. Las voluntarias de una ONG siguen los pasos a la trama de tráfico de personas, y están a punto de desenmascararla cuando una investigación policial se cruza en su caminoA partir de ahí, ante el lector desfilaran los intríngulis del tráfico de personas y las reglas mafiosas. Hallará un refugio nuclear repleto de armas, asesinatos ejecutados por un sicario profesional, violencia de género, corrupción policial, vendettas entre mafiosos…Con un desenlace inesperado de lo que parecía ser «un asunto más», y que nos hará dudar de lo que ocurre a nuestro alrededor.

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Desde el caserón y con ayuda de unas potentes linternas y groseros gestos los agentes consiguieron que los vecinos se apartaran de las ventanas y apagaran las luces de las habitaciones, preferían curiosearlos a ver lo que daban en la tele.

A partir de ese momento, de nuevo la calle se amodorró, y en las tres horas siguientes no pasaron más que tres coches, uno de ellos un Bentley, ¡qué poderío tenía alguno! De los tres coches, dos de ellos, el Bentley entre ellos, entraron y salieron en un corto intervalo de tiempo, habrían ido a llevar a alguien. A las seis de la mañana, cuando de nuevo se empezó a despertar el barrio con mucho sueño, aparecieron de nuevo los coches de policía sin balizas ni sirenas, recogieron a sus compañeros, al detenido y sacaron un par de cajas de una de las naves que depositaron en el capó de uno de los coches camuflados. Dos agentes de paisano precintaron el portón trasero.

Un operativo en el que intervinieron cerca de un centenar de efectivos, una treintena de vehículos, para detener al jibarizado guarda de una finca abandonada, al que antes de la noche habrían de soltar y lo que era peor habiendo alertado a la mafia, que seguramente dispondría de muchos más lugares para el agrupamiento de su mercancía.

—Me cago en todos los muertos del que haya organizado este operativo. —Teresa había dejado de calmar a Leonor para despotricar ella sin nadie que la contuviera.

No dudó en marcar el número del subinspector Pozas, a pesar de lo intempestivo de la hora.

—Que se joda y se despierte, sus compañeros habían tirado por tierra nuestra vigilancia desde hacía meses. —Teresa estaba congestionada hasta tal extremo que a Leonor le hizo temer por su salud—. Ya no tenemos ningún lugar alternativo al que dirigirnos.

Para acabar de inflamarla, el teléfono de Pozas estaba desconectado.

Capítulo VI

Luján maldecía el momento en que su bragueta estuvo a punto de hacerle perder el prestigio que había adquirido en su trabajo con un actuar impecable de tantos años. Al mismo tiempo no acababa de creerse el renuncio que había hecho para que eso no pasara: había dejado que la Virtudes se le escapara viva.

Había estado a punto de darles vía libre a los compañeros de la furgoneta pensando que no había moros en la costa, sin haber efectuado la comprobación necesaria, ni tan siquiera había pasado por la puerta de la casa. Menos mal que cuando ya estaba a punto de montárselo con la Virtudes pensó en lo que podría pasarle si los maderos descubrían lo que iba en la furgoneta. Se había arrepentido a tiempo y pasó por la puerta para ver si la pasma rondaba por allá. Esa noche Borja, su jefe, le había dejado que llevara el Bentley. Y como para esa comprobación debían ir dos en el coche para que no sospecharan los maderos si estaban por allí, había metido en el coche a la Virtudes. El trabajo de Luján consistía en ir por delante de la furgona y comprobar que no hubiera controles de los maderos que pudieran trincar a los de la Mercedes Sprinter, que llevaba a diecinueve morenos para los ingleses, pero antes debían parar en la casa de Huarte y cambiar de transporte. De conductor ya habían cambiado en la gasolinera, para que no conociera la casa de Huarte.

—El secreto de ese trabajo consiste —según aconsejaba Luján— en que ninguno de los chóferes conociera la ruta completa y sus paraderos. Cada uno debía conocer su tramo y no saber el resto.

Antes de dar el visto bueno para que la furgoneta llegara a la casa debía cerciorarse de que no había en los alrededores ningún madero o algún soplón y para poder acercarse a la casa sin levantar sospechas, como era una calle sin salida, acostumbraba a llevar a una acompañante femenina sentada en el asiento del copiloto, y en caso de que sospechara que habían maderos por allí, a la salida ella se agachaba y parecía que había ido a llevarla a casa, como si fueran novios. Después de dejarla se retiraba. Si los paraban a la entrada hacían ver que iban buscando un rincón oscuro para esconder al mundo su solaz.

Luján esa noche había conseguido que le acompañara la Virtudes, que era la única de sus conocidas que se le había resistido hasta entonces, pero cuando lo vio con aquel buga se le puso a tiro y él dudó si hacérselo antes o después del curro, y en un rapto de enardecimiento estuvo a punto de hacerlo en lugar de... Menos mal que se arrepintió a tiempo, porque cuando pasaron por delante de la puerta trasera vio que el cubo de la basura estaba en el sitio que no tocaba.

—Mateo, el casero, para esas cosas es muy remirao. Aquí hay gato encerrao. Además, me pareció ver que la puertecilla estaba jodida —le dijo a Borja en cuanto lo localizó por el móvil.

A los de la furgoneta les dijo que había problemas y que se quedaran en la estación donde estaban a la espera de instrucciones.

—He salido de allí cagando leches —le había dicho a Borja— después de controlar que no se me había pegao ningún coche de la madera. Esperaré a que me des las órdenes oportunas.

Borja le dijo que lo esperara y que pasarían otra vez por la casa, pero ahora con su propio coche, un Golf viejo, con el que había venido desde Murcia.

Les acompañó Borja, que se quejó de lo mal que olía el coche.

—¿Por qué eres tan guarro, Luján? Espero que en mi coche no te hayas tirao ni un solo pedo, porque si lo has hecho te capo. —La amenaza fue recibida por el interpelado con una cariada sonrisa.

Con Virtudes en el asiento de atrás, pasaron por delante de la casa con la música a todo volumen. Parecían volver de una fiesta. Virtudes y Luján se hablaban a gritos mientras Borja observaba la casa. Cuando salieron Borja mandó a Luján que guiara la Sprinter a la casa de Esteribar con el Golf, pero dando un gran rodeo, mientras él se adelantaba con el Bentley para ver si aquello estaba en orden.

Luján, que primero había dado gracias a la suerte que había tenido al no dar la salida a la furgoneta, ahora maldecía su suerte:

—Para una vez que tenía a tiro a la Virtudes, no me la he podido tirar. ¡Hay que joderse! —Esa noche ni follaría ni dormiría.

Capítulo VII

Fátima llamó al móvil de Basilio desde Zúrich, acababa de salir de la sede del UBS en la Paraplatz y, sabiendo que no podría estar a tiempo en la cita concertada, quería avisarle.

—No podré estar en tu despacho hoy lunes, al menos a la hora que concertamos, porque un imprevisto me ha obligado a salir de España y no podré volver hasta esta misma tarde. Llegaré a Manises sobre las siete y pico, demasiado tarde para poder llegar a tu despacho.

—¿Pasamos la visita a mañana?

—Por mí estupendo, si no rompo demasiado tu agenda.

—Tendrá que ser a última hora de la tarde.

—No hay inconveniente.

—Hablé con tu marido el pasado viernes y le he requerido muy seriamente que traiga a tu hijo a Valencia para reanudar sus estudios, insistiéndole en que esperaba que lo hiciera libremente y no tener que recurrir al auxilio de los tribunales. Me dijo que había pensado traer al niño el próximo viernes y que no comprendía cómo habías tenido que movilizar un abogado para una nimiedad como esa.

—¿Ha calificado de nimiedad retener durante meses a mi hijo lejos de su madre… y del colegio?

—Sí, aunque si he de ser sincero lo noté algo preocupado cuando le dije que era abogado, aunque cuando le expliqué el motivo de la llamada pareció tranquilizarse y no perdió la tranquilidad cuando aproveché la ocasión para decirle que me habías contratado para tramitar el divorcio. No pareció otorgarle demasiada importancia. Le dije que si quería podía tramitarse de mutuo acuerdo, utilizando o no el mismo abogado. Borja me dijo que primero hablaría contigo, parecía muy estresado.

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