María Teresa Uriarte Castañeda - Historia y arte de la Baja California

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Los 7500 años de pintura rupestre en Baja California y la riqueza cultural de los pueblos indígenas que la habitaron antes de la llegada de los españoles, contrastan intensamente con la precariedad del clima y el olvido de los historiadores. En
Historia y arte de Baja California se rescata el acontecer y la naturaleza de la península y sus antiguos pobladores, desde la mirada de los cronistas novohispanos hasta la de modernos lingüistas y etnólogos, en lo que constituye un estudio integral de esta región mexicana que aporta, además, un excepcional análisis estético de la pintura mural prehistórica hallada en sus cuevas.

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Los misioneros estaban muy contentos con la docilidad de los indios y su buena disposición para el cristianismo; pero el almirante no lo estaba con un país en que no le era tan fácil mantener la población y en que los soldados le hacían ver las molestias que les ocasionaban la esterilidad de la tierra y la intemperie del aire. 19

Por ello, en repetidas ocasiones se le pidió al superior de la Compañía de Jesús que se encargara de la conversión de la población con el apoyo financiero de la Corona y aunque en igual número de veces éste respondió negativamente, el padre Kino se encargó de promover entre sus correligionarios la causa de la conversión de los californios. Juan María de Salvatierra, visitador general de las misiones, abrazó dicha causa y durante una década hizo gestiones, incluso ante el rey, para que se le autorizara realizar tal empresa. Al fin, en 1696, la Audiencia de Nueva Galicia consintió secundarlo y Salvatierra recibió a su vez la autorización de la Compañía de recolectar limosnas con objeto de sufragar los gastos. El virrey dio su permiso con dos condiciones: que nada se le pidiese para los gastos y que los misioneros tomaran posesión de la península en nombre del rey. Fue entonces que, además de permitirles llevar soldados que se hicieran cargo de su seguridad, se les asignaron funciones como las de "nombrar el capitán y gobernador para la administración de la justicia y licenciar a cualquier oficial o soldado siempre que lo creyesen necesario".

En octubre de 1697 partió Salvatierra en compañía de tres indígenas, un cabo y cinco solados, llegando a tierra el 19 de aquel mes y estableciéndose días después en un lugar al que bautizarían como Loreto, nombre que recibió también en honor de esa virgen la primera misión que establecieron los jesuitas en su estancia de 70 años en la península, tiempo en el que varios de ellos escribieron testimonios puntuales sobre lo que ahí vieron y encontraron, consignando el clima, la geografía, la historia natural, características y costumbres de sus habitantes, las lenguas que hablaban y sus creencias religiosas, etcétera. No obstante, pasó mucho tiempo antes de que tuvieran indicios suficientes de que, en palabras de Clavijero "aquella vasta península estuvo antes habitada por gentes menos bárbaras de las que hallaron en ella los españoles". 20 Y es que, de acuerdo con el relato de Miguel del Barco, poco antes de su salida de California, "comenzó a correr la noticia de que antiguamente hubo gigantes en esta tierra", aunque "no nativos de ella, sino venidos de la parte del norte". 21 Esta versión tuvo su origen en Joseph Rothea, misionero por 19 años, en ese entonces encargado de la misión de San Ignacio, quien supo por un niño que no muy lejos de ahí, en una ranchería llamada San Joaquín, "se hallaban rastros de esa antigüedad extraordinaria", consistentes en varios huesos de un cuerpo humano, entre los cuales había fragmentos de un cráneo, dientes, costillas y vértebras. Tras recoger algunos de estos hallazgos y ya de vuelta en la misión comparó las vértebras, que eran los restos en mejor estado, con los de otros esqueletos y resultó que eran al menos de un tamaño tres veces superior.

El propio Rothea supo de la existencia de pintura rupestre en algunas cuevas de la zona y se dio a la tarea de inspeccionarlas. Una en particular llamó su atención por sus dimensiones, por lo bien conservadas que estaban las pinturas y por lo que en ellas vio dibujado. Así lo describió:

Ésta tendría de largo como diez o doce varas, y de hondo unas seis varas: abierta de suerte que toda era puerta por un lado. Su altura (según me acuerdo), pasaba de seis varas. Su figura como de medio cañón de bóveda, que estriba sobre el mismo pavimento. De arriba hasta abajo toda estaba pintada con varias figuras de hombres, mujeres y animales. Los hombres tenían un cotón con mangas: sobre éste un gabán, y sus calzones; pero descalzos. Tenían las manos abiertas y algo levantadas en cruz. Entre las mujeres estaba una con el cabello suelto, su plumaje en la cabeza, y el vestido de las mexicanas, llamado güipil . Las de los animales representaban ya a los conocidos en el país, como venados, liebres, etcétera, ya otros allí incógnitos, como un lobo y un puerco. Los colores eran […] verde, negro, amarillo y encarnado. Se me hizo notable en ellos su consistencia; pues estando sobre la desnuda peña a las inclemencias del sol y agua, que sin duda los golpea al llover, con viento recio o la que destilan por las mismas peñas de lo alto del cerro, con todo eso, después de tanto tiempo, se conservan bien perceptibles. 22

Estos hallazgos lo llevaron a tratar de averiguar qué sabían los indígenas de las pinturas y su origen, así que reunió a los más ancianos para interrogarlos y pidió a los padres de las misiones de Guadalupe y Santa Rosalía que hicieran lo mismo.

Todos convinieron en la sustancia, es a saber que de padres a hijos había llegado a su noticia, que, en tiempos muy antiguos, habían venido del norte porción de hombres y mujeres de extraordinaria estatura, venían huyendo unos de otros. Parte de ellos tiró por la costa del mar del sur […] La otra parte tiró por lo áspero de la sierra, y ellos son los autores (decían), de dichas pinturas. A la verdad las que yo vi, lo convencen; porque, tantas, en tanta altura, sin andamios ni otros instrumentos aptos para el efecto, sólo hombres gigantes las pueden haber pintado. 23

No sin cierto humor, Barco agregó que "la fama, mientras más se dilata, más aumenta las cosas", de modo que la leyenda "ha crecido tanto que dicen los de aquella tierra que los gigantes eran tan grandes, que cuando pintaban el cielo raso de la cueva, estaban tendidos de espaldas en el suelo de ellas y que aun así alcanzaban a pintar lo más alto". Muchos años después, en sus Noticias de la provincia de California , Sales no recogió ni hizo mención siquiera a la historia de los gigantes, si bien encontró verosímil aquella de que habitantes anteriores llegaron del norte. Se apoyaba en el supuesto de que América había sido poblada por migraciones que llegaron a través del estrecho de Bering, pero sobre todo en las creencias de los indígenas, quienes sostenían "que cuando mueren todos, vuelan para el Norte á ver los primeros y antepasados que los pusieron en la California". 24

Las leyendas acerca de míticos gigantes que en tiempos remotos poblaron aquellas tierras subsisten hasta nuestros días. Los indios seris de Sonora, cuentan que ellos fueron sus ancestros y que llegaron cruzando el golfo de California, cosa que hacían con gran facilidad gracias a su estatura. Pero aunque en el presente existen todavía muchas incógnitas por resolver con respecto a los primeros pobladores de California, también se ha avanzado algo en el conocimiento sobre su origen o la antigüedad de tales asentamientos.

NOTAS

1Francisco Xavier Clavijero, Historia de la Antigua o Baja California , México, Editorial Porrúa, 2007, p. 71. [regresar]

2Miguel del Barco, Historia natural y crónica de la Antigua California , México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1973, p. 382. [regresar]

3Francisco Xavier Clavijero, op. cit. , pp. 9 y 10. [regresar]

4Luis Sales, Noticias de la provincia de California , 1794, Madrid, Ed. José Porrúa Turanzas, 1960, p. 15. [regresar]

5 Ibidem , p. 32. [regresar]

6 Ibidem , pp. 33-36. [regresar]

7Francisco Xavier Clavijero, op. cit. , pp. 11-12. [regresar]

8 Wenceslaus Link's reports and Letters 1762-1778 , traducida al inglés con anotaciones de Ernest J. Burrus S. J., Los Ángeles, Dawson's Book Shop, 1967, p. 64. [regresar]

9 Ibidem , p. 59. En la misma página, véase la nota 8 de Burrus. [regresar]

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