Aun así, a Camoa le encanta trepar y monear y ser útil. Y ella es fuerte y flexible y es buena para eso. Claro, nadie quiere ver a una guaricha caer y aporrearse, por eso se toman previsiones. En verdad los accidentes por caerse de las matas son infrecuentes… pero han pasado. Podemos usar monos de verdad, a los que hemos enseñado a bajar los aguacates de las matas; es decir, a despegarlos y dejarlos caer para ser atrapados abajo. Y ellos son buenos y rápidos haciendo eso y no se caen porque saben de matas todo lo que se puede saber y porque son muy ligeros en verdad, pero aun así se trepa por puro gusto y ese día había matas fáciles de trepar y no me acuerdo si los monos habían sido llevados a otros lugares. El total es que Camoa estaba contenta.
—Vamos, Periquita, ¡apúrate! —dijo.
Tampoco es que yo quisiera mucho ir a tumbar aguacates.
—Bueno, bueno, vámonos de una —le dije, saliendo rapidito con ella—. Total, ya estaba vestida.
—Qué bueno, ¡me gusta que vayemos las dos juntas! —dijo.
—Que vayamos, Camoa, que vayamos.
Y nos fuimos riendo.
En verdad que con los monos no necesitamos que ninguna guaricha monee matas para tumbar aguacates ni ninguna otra fruta, pero trepar desarrolla, forma, fortalece los músculos y la flexibilidad. Genera fuerza, balance, cálculo y habilidad —eso nos dicen— y te coloca en un lugar que no es el suelo y eso ayuda a un guerrero a ser mejor —también eso nos dice—. Y será por todas esas virtudes que, aunque tenemos monos que lo hacen mejor que nosotras, nos siguen llevando a tumbar aguacates y es gustoso hacerlo y mucho más cuando sabemos que, aunque pequeñas, contribuimos con nuestras manos —y nuestras cabezas, dice Camoa— a la economía de Pueblo.
—A la mesa de Pueblo —digo yo.
—Y a la barriga de muchos. —Se ríe Camoa.
¿Te gusta subir-trepar-monear árboles? ¿Y que al estar alto en las copas el viento remeza las ramas y te baile de un lado al otro? Y si hay vientos fuertes en Pueblo, lo que no es común, son muchos los que trepan para sentirse mecidos y remecidos por el vendaval. ¡Y se hace por puro gusto!
Claro, cuando la guarichera es llevada a monear palos, no hay desorden ni bromas. Debe hacerse con concentración y cuidado, y llevamos protección para la cabeza en caso de golpes o caídas. Aunque las matas de aguacate no son muy altas, si se llega a romper de repente la rama en la que estás, deberías por precaución haber tenido cuatro apoyos, al menos tres, por tanto, no deberías caerte con la rama, porque si se rompe donde tienes los pies, aun te queda firme donde tienes las manos. ¡Y aunque caigas, aun puedes tratar de agarrarte de otras ramas o al menos tratar de no caer de platanazo! Hay que tratar de caer con ambos pies, para que las rodillas tomen lo más del impulso y hay que hacer otras maniobras más… pero la tierra blanda y mullida también te ayuda. Desde muy pequeños somos hábiles para correr-saltar-trepar-monear-desaparecer-nadar-pelear, y aprendemos a caer-rodar. Ser uno con el movimiento y todo eso nos ayuda.
¿Sabes?, cuando hemos enfrentado a fuereños, ellos dicen que tenemos magias, que desaparecemos frente a sus ojos, que volamos sobre las piedras. Y si vieras a nuestra gente moviéndose rápido en verdad, corriendo, saltando piedras, trepando barrancos o rocas, tal vez pensarías lo mismo, pues en Pueblo somos guerreros y en eso trabajamos todo el tiempo día-noche-viento-lluvia-sol-agua-río-tierra-roca-árbol-barranco-abismo-quietud-desaparecer-ser monte uno mismo-tierra-raíz-hoja-rama, todo eso somos.
CAPÍTULO X
LOS HUIDOS
Junto con nuestros Abuelos huyeron muchas personas más. La mayoría se internó en los montes y montañas y allí fundaron caseríos, rancherías, villas, palenques, pueblos y cumbes, como muchas veces los llamaban.
En esas tierras que llamaron suyas hicieron conucos, levantaron sus casas, trazaron callejas y los cumbes crecieron poco a poco. Pueblos de algunas docenas de personas, los más pequeños, y de algunos centenares los más grandes. A veces defendieron sus villas, rodeándolas con cercos o empalizadas de madera. Allí vivían de lo que sembraban y cosechaban de sus conucos, de lo que la selva les proveía, de los animales que cazaban y de lo que pescaban en los ríos.
Muchos de esos pueblos y sus gentes tenían comunicaciones entre sí y comerciaban e hicieron alianza para defenderse, buscar parejas y mucho más. En esas tierras libres de los demonios esas personas vivieron su vida y muchos volvieron a las costumbres que habían conocido allá en las tierras de donde los habían traído. Pero no estaban tan lejos de los demonios. Y después de varios inviernos ellos regresaron. Reclamaron fundos y faciendas. Volvieron con más gentes, trajeron consigo hombres para trabajar sus tierras y soldados fieros para pelear y buscar a los huidos.
Y resultó que los conucos que talaban y quemaban para sembrar fueron su perdición, porque el humo de las quemas subía alto en el cielo y los demonios lo vieron y supieron así dónde estaban los cumbes, villas y pueblos. Decidieron buscarlos para cobrarles las cuentas pendientes y para tomar esclavos que labraran sus tierras y sus campos.
La gente de Pueblo bajaba a veces y se juntaba con la de los cumbes. Cambiaban semillas y maticas y remedios y noticias, así que esas gentes sabían de la existencia de Pueblo, aunque nunca se les dijo dónde estaba ni cómo llegar. Y había algo muy concreto que los Abuelos bajaban a buscar y era la sal que en esos cumbes era posible conseguir, porque no estaban tan lejos de los mares y de allí traían para su consumo y para comerciar.
Los Abuelos llevaban cestas tejidas, que resultaban muy bien recibidas, porque eran bien hechas y hermosas. La cestería de Pueblo era muy superior a la de todos los cumbes. Tal vez porque los abuelos indios tuvieron en su cultura tales artes y sabían cuáles eran los mejores bejucos y fibras para tejer y sabían entrelazar y cruzar con patrones intrincados que nadie más usaba. Lo cierto es que cambiaban cestas por sal.
Tal vez por la belleza y calidad de la cestería se fue sembrando la creencia de que en las montañaas, lejos río arriba había un cumbe grande, rico, próspero y poblado de muchas gentes.
Los demonios volvieron con soldados y perros fieros y caballos e hicieron guerra a los cumbes y no tardaron en tomar algunos y esclavizar a sus gentes. Y se llevaron con ellos pueblos enteros: niñas, niños, muchachas, mujeres, hombres, todo el que pudiera caminar fue llevado con ellos. Así mismo, propusieron a algunos de esos hombres que les trajeran más esclavos, que fueran a los cumbes y trajeran más gentes. En prenda quedaban sus hijitas y sus mujeres. Por cada tres nuevos que trajeran, ellos le devolvían a uno de los suyos que seguía trabajando hasta que completara por tres el número que querían liberar.
Y muchos de ellos por desesperación aceptaron y se propusieron comprar su libertad y la de los suyos con la libertad de otras personas. Y así los cumbes enfrentaron a las bandas de cazadores de esclavos por una parte y a los propios demonios por la otra. No pasó mucha agua bajo los puentes cuando casi todos los cumbes habían sido reducidos, salvo alguno, demasiado perdido en la lejanía, y salvo Pueblo.
Pero entre la primera incursión de los demonios y su próxima, medió la temporada de lluvias y la noticia llegó a Pueblo. Y así se reafirmó la conclusión de no labrar conucos que delataran la ubicación de Pueblo. Y se siguió desarrollando más aun la siembra de árboles que dieran frutos y solo hacer conucos de aquellas maticas que gustan de prosperar bajo la sombra y con la sombra. Y así hemos hecho.
Una vez reducidos los cumbes, los cazadores se acordaron de los cuentos del cumbe perdido en la montaña y decidieron buscarlo, saquearlo y traer con ellos a todos cuanto pudieran. Y en eso se empeñaron.
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