—¡Qué alivio Periquita, qué alivio! —repitió Anaí.
—¡Qué alivio, Anaí, qué alivio! —dije yo, y nos doblamos de la risa.
Habíamos estado asustadas de verdad y no habíamos parado la carrera hasta llegar a Pueblo.
—¡Qué alivio si una sale de un gran apuro sin nada de daño! ¡Nada más el puro susto, ¿verdad?! —comentó Anaí.
Y nos seguíamos riendo y riendo.
Unas señoras iban caminando y al vernos nos preguntaron.
—¿Y ustedes qué tienen?, ¿qué tienen ustedes? ¡Parecen asustadas!
Saludamos con respeto, pero seguimos, no les dijimos nada y seguimos riendo.
Una vara de tigra es algo hermoso de ver. Quien ha buscado, deberá «contar» en la vara su aventura con Mamá Tigra. Si no sale vivo, en esa vara alguien grabará su historia, la historia de su muerte. No se suele escribir mucho, más bien se graban signos que a veces se colorean, a veces se pintan en oro o con oro. ¡Hay varas famosas!
A veces quien graba la vara es la propia Mamá Tigra, que la arañó o mordió. Cuando se colorea en rojo significa que hubo sangre. Y si al rojo le sigue el negro-noche-oscuro, significa que hubo muerte, que quien retó a Mamá Tigra no regresó de buscar aquello que había ido a buscar.
Hay varas que cuentan muchas historias y que aún se siguen usando. Hay varas que son dadas de padres a hijos y es un gran honor tenerlas. Otras pasan por muchas manos. Pero es deber siempre escribir la historia de ese juego. ¡Hay Mamás Tigras famosas! Tigras que llegaron incluso hasta el bohío del jugador que había tomado a su tigrito y ¡fue buscando cobrar la ofensa!
Una señora tigra arañó con garras afiladas y furia la puerta del bohío de un jugador, lo había seguido rastreando su olor. Y lo retó rugiendo alto y fuerte. Tanto que en Pueblo corrió el miedo, porque es pavoroso el rugido de una tigra. Como nadie salió, ella levantó la cola y ¡orinó a chorros sobre la puerta! Luego se fue caminando tranquilamente por todo el medio de la Calzada Real y quienes la vieron ese día cuando apenas amanecía, vieron que era grande y movía la cola con violencia. Nunca más supimos de ella y nunca más volvió a Pueblo.
CAPÍTULO VIII
EL ARTE
¡Hola! ¿Cómo estás tú? Espero que estés bien.
¡Ay!, estaba contando otras cosas y me vine a esto del Juego y las peleas y otras cosas. Es que tengo tanto que contar que me pierdo.
Bueno, cuando hay Juego, cuando es un día de Juego, es como decir que serán muchos los que demostrarán sus destrezas. Es una fiesta en Pueblo. En los patios de pelea nos congregamos para ver y oír. Ver a quienes juegan y sus artes. Hay tambores que repican todo el tiempo y están las maracas y las flautas dulces y los carrizos ¡hay ritmos de fiesta en todo Pueblo!
—Periquita Robles, al centro —tronó el maestro.
Salgo al círculo de arena, preparada para la pelea. ¡Nos saludamos porque en Pueblo todos somos gentes bien educadas! Pero en una pelea de verdad contra enemigos, no tenemos reglas. Los tambores comienzan a repicar y nosotros a movernos. Él dejará que yo inicie la mayoría de los movimientos. Como es más grande que yo, debo usar mis piernas. Giramos y giramos, pateamos dando vueltas sobre nuestras manos, nos acercamos y alejamos, esquivamos moviendo el torso y alejando las patadas o dejándolas pasar por sobre nuestras cabezas. Las patadas pueden conllevar mucha fuerza, sobre todo los contragiros que golpean con el talón. También barremos los pies del oponente y lanzamos patadas largas a la panza o el pecho, largas y duras. Todo movimiento debe ser intuido casi antes de que se produzca, eso es lo que permite esquivarlo. Y hay algo muy difícil, hay que mirar a los ojos de tu oponente y, como nos dicen, hay que mirar dentro de sus ojos. También puedes ir diciendo cosas y retarlo o insultarlo para que se moleste y pierda ritmo o concentración, pero en el Juego no se permite, solo puedes incitarlo, pero no insultarlo.
Me muevo de un lado a otro, me balanceo de aquí allá, entonces giro bajando mi torso y saco dos patadas circulares, una tras otra. Él se mueve con mi movimiento, echa atrás el torso, apoya una mano en la arena y suelta a su vez una patada larga de abajo a arriba. Pasa rozando, pero logro esquivarla, cambio la dirección y me voy de frente, y le largo una patada con talón al pecho. «¡Ya no está allí!», replica. Ya solo oigo tambores lejanos pero presentes, las maracas son arrullos, solo existe mi oponente. Entré en el Arte. ¡Ese estado donde nada más existe, solo tú, movimiento-ojos-vértigo-velocidad! ¡Eso nos dicen y es cierto!
La respiración acoplada y pareja. No se siente el tiempo y logras ver mucho, como de muy cerca. Todo se hace lento, ves las manos de tu adversario muy nítidas, miras sus ojos, ves cada gesto de su boca y él está allí presente, lo mismo que tú. Al final los tambores van mermando el ritmo y el combate termina.
Es duro pelear contra alguien más fuerte y más grande, pero hay que aprender. Las mujeres de Pueblo, casi todas tendremos que vérnosla y lidiar con hombres que siempre serán más grandes y fuertes, pero tú también eres fuerte y si haces pelea, aprendes. Y las piernas son poderosas, pero de todas maneras, no es a mano limpia como deberías enfrentar a un oponente. Debes darte la ventaja de un arma, al menos un cuchillo, mejor dos. ¡Y entonces estarás al mismo nivel, quizá más alto!
Hubo ojos atentos y de sapiencia, vieron cuánto hiciste, lo que no, y cómo lo hiciste. Luego vendrán correctivos-indicaciones-instrucciones para mejorar lo que no estuvo bien, los errores-faltas-fallas, porque aquí se juega a la vida y la muerte y no hay espacio para errores. Todo cuanto hacemos puede ser perfeccionado. A veces nos gritan una palabra que indica que todo puede ser mejorado.
Mi maestro está contento con lo que me vio hacer.
—Más grande que tú —dijo—, más fuerte, bastante diestro. No desluciste, Periquita, ¡no desluciste!
Eso fue un verdadero elogio. Mi contrincante tampoco deslució. Y hay una regla tácita, escondida en la profundidad de los hombres de Pueblo: no pueden maltratar a una dama. Y él no me daría mucha ventaja e iría a fondo porque debe pelear contra alguien que pelea de verdad, verdad, pero… sabe que no puede dejarse llevar, debe tener refreno. Sobre eso se trabaja en Pueblo, un hombre sin refreno es dejado de lado por todas las damas, por todas las mujeres, así que todo hombre tiene y practica el refreno, en la pelea, en la casa, en el amar. Si no es peligroso.
Al final, estoy cansada. Fue duro y largo este encuentro, tengo la ropa empapada de sudor, tengo las mejillas encendidas, pero estoy contenta. Muchos han sido quienes me felicitaron.
—Excelente juego, Periquita —dijo alguien.
—Qué buenas patadas dobles —dijo otro.
Mi papá estuvo un rato, pero antes del comienzo se fue. Es un hombre fuerte, pero dice que le crispa los nervios y que está más allá de sus límites verme en combate.
Iré a casa, me bañaré largo rato y dormiré en mi hamaca. No tengo muchos golpes y ninguno fue en firme. Luego en la tarde habrá comida en el Fogón y seremos muchos quienes jugaremos en el río y nos bañaremos y hablaremos de cómo nos fue en el Juego, de lo que se hizo y de lo que no. Hoy ha sido un día bueno.
CAPÍTULO IX
MONEAR
—¡Periquita, Periquita, ¡nos van a dejar ir a tumbar aguacates!
Con esta noticia casi gritando, me llamó Camoa, que estaba emocionada y no era para menos. Camoa era una chica, una guaricha alta para su edad, era más alta que yo. En ese tiempo tendríamos como nueve o diez años y éramos muy amigas, a ella le encantaba trepar matas o monear árboles.
En Pueblo un oficio muy importante en el que se emplea bastante labor es el de buscar aguacates en las montañas y traerlos hasta la Gran Cocina de Pueblo. Bajar los aguacates jechos de las matas requiere de alguien que trepe y monee hasta donde estén las frutas, los alcance y los suelte a los recogedores que deben tomarlos en el aire sin dejarlos caer para que no se estropeen porque son muy delicados y si se golpean se dañan. Pero las ramas de las matas ya soportan mucho peso de tantas y tantas frutas que tienen colgando y es por eso que los niños y las niñas trepan y hacen esa labor, porque son ligeros-livianos. Este no deja de ser un oficio que entrañe ciertos riesgos. Bueno, uno solo: ¡el de caerse!
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