Gabriel Széplaki Otahola - La Guerra del Fin del Mundo de Periquita Robles

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La Guerra del Fin del Mundo de Periquita Robles: краткое содержание, описание и аннотация

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Durante tres siglos se han mantenido aislados en la selva; han desarrollado una sociedad mestiza, libre, igualitaria, femenina y guerrera. Ahora, con sus antiguas dagas, espadas, arcos y cerbatanas deberán enfrentar a las tropas del Estado, que pretende construir una presa que los despojará de todo cuanto son. La joven Periquita Robles ha sido elegida para contar al mundo la vida de Pueblo en su desesperada guerra final contra los invasores.
Una historia de selvas y montañas bravías, de nieblas, musgo, árboles, manantiales, jaguares, águilas y gentes hermosas que bailan tambor a la luz de la luna llena.

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En Pueblo no somos tan iguales unos de otros, aunque sí nos parecemos entre nosotros. ¡En Pueblo somos gentes bonitas! Y no es que lo digamos nosotras solamente. Es la impresión y lo que dicen los fuereños una vez que han venido. Y somos gentes bonitas, porque somos gentes mestizas, personas de varios pueblos, con diferentes colores de piel, con ojos rasgados o redondos, con cabellos oscuros y lisos o claros como la miel de las colmenas, o con muchos rulos u ondas suaves y muchos más.

Hace mucho tiempo. ¿Sabes tú qué es el tiempo? Bueno, hace bastante tiempo nuestros ancestros a quienes llamamos nuestros Abuelos, que no son nuestros abuelos, ni mis abuelos de carne y hueso que me hablan y me consienten, sino los hombres y mujeres que se asentaron en estas tierras y que levantaron las bases de lo que hoy es Pueblo. Bueno, ellos, nuestros ancestros, nuestros padres en otro tiempo o los Abuelos fueron quienes llegaron primero y desde entonces estamos aquí, en esta Tierra.

Si ellos volvieran a vivir, reconocerían Valle y tal vez Río, pero no reconocerían Pueblo, porque Pueblo ya no es el pueblo que ellos fundaron, aunque también lo sigue siendo de muchos modos. Pero, así como se ha dicho que ninguna persona se baña dos veces en el mismo río, Pueblo ya no es el mismo. Como no lo será ya más de ninguna manera si los demonios logran vencernos. Estos demonios no son los mismos demonios de los tiempos pasados. Pero siguen en su afán por destruir y eso los hace seguir siendo demonios.

Bueno, por cierto, Pueblo queda en Valle y Valle en una montaña entre muchas montañas y es justo allí donde nosotros vivimos. Nos llamamos «hijos de la montaña», pero también llamamos montaña a la selva, al bosque, así que también nos llamamos «hijos del bosque» y el bosque es árbol-agua-tierra-hoja caída-loto de mil pétalos-sombra-sol-luz-viento-remolinos. Así que podemos decir que somos hijos de las hojas, del río, del viento, de las nubes, de la noche, de los remolinos y es verdad.

¿Te consideras a ti como un hijo del viento, de la tormenta, del agua, de la vida?

¡Qué bueno! ¡Entonces ves que también podemos ser hermanos!

Bueno, en aquellos tiempos en las tierras bajas, lejos de donde es Pueblo, vivían hombres terribles. Hombres que destruían las selvas y los bosques y para ello se servían del trabajo de otros hombres a quienes obligaban a trabajar y a quienes llamaban «esclavos».

Era una vida dura y difícil, llena solo con miserias, penas y castigos. Lo más duro era una vida sin belleza, sin libertad, llena del embrutecimiento del espíritu y de hambre. Pero los ojos existen —dicen— y ven, y el cielo existe y los pájaros vuelan. También los hombres vuelan. ¡Volamos!

CAPÍTULO III

LOS CAMINOS DE LA VIDA

Las faciendas donde comenzó La Gran Revuelta estaban en tierras calientes, grandes extensiones de tierras planas que dan paso a lomas y colinas que pronto se convierten en monte y montañas bravías, intrincadas, cubiertas de selvas de donde bajan arroyos y ríos que caen al lecho oscuro y terroso que es Río Grande.

Aguas del color del cacao, un río que recorre largos espacios y da vueltas y vueltas. Cuando se crece por las lluvias, desborda sus cauces y forma pantanales y pantanos cubiertos de rabanales, que son matas de muchos tallos no muy gruesos y blandos, pero tantísimos, que no dejan pasar las aguas, que se hacen lentas y se represan.

Para poder andar entre esos rabanales, las grandes bestias del monte, las dantas a las que llamamos «shaama», hacen caminos para llegar a Río y sus playas de arena. Esos rabanales crecen a plena luz de sol, pero no dejan crecer nada más que uno que otro yagrumo solitario y algún otro árbol. Esos pantanos son el hogar de inmensas culebras de agua, largas y gruesas como troncos de árboles jóvenes. Son numerosas y se arrastran con suavidad y lentitud, y gustan de asolearse en las orillas de arena que se forman cuando bajan las aguas.

No son las únicas moradoras de los pantanos, los comparten con grandes caimanes de enormes cuerpos alargados y pequeñitos ojos. Tienen el mismo color de las aguas y una de esas bestias puede estar muy quieta en una orilla que apenas puedes creer que tenga agua para esconder algo tan grande. Sin embargo, allí está y no la puedes ver. Aunque sepas dónde está, mientras no se mueva no la verás. Y pueden pasar una vida entera sin moverse.

Los caimanes y las culebras de agua se alimentan de los chigüires, que son unos animales que, de pequeños, son muy bonitos. Pero crecen y se hacen grandes y de pelaje hirsuto y ya no son tan bonitos. Viven comiendo maticas y andan de arriba abajo porque son grandes nadadores y buscan y abren caminos entre las islas que solo ellos conocen y habitan. También las aguas que bajan de las montañas abren caminos entre los rabanales y las matas.

Bueno, he dicho todo esto para poder explicarte cómo llegaron los Abuelos a Valle.

Cuando en toda la zona los hombres se alzaron y fueron quemando las faciendas y los campos, hasta que no quedó ya nada más por quemar y su furia de años se fue aplacando. Comenzaron a recordar y hablaron de sus tierras de donde habían venido y recordándolo quisieron tenerlas otra vez. Se fueron a las montañas lejanas y a las selvas profundas.

Muchos se fueron por el río. Hicieron barcachos con bambúes y maderas y se fueron aguas abajo, hasta que encontraban las corrientes claras que bajaban de las montañas y las tomaron, remontándolas hasta donde les fuera posible, empujando con canaletes y pértigas que clavaban en el fondo de las aguas. Y siguieron hasta donde pudieron. Luego buscaron dónde asentarse y con el tiempo fundaron pueblos y aldeas, por lo general donde empezaban las colinas, pues allí las tierras eran ricas.

Fundaron pueblos y aldeas con los modos que conocían. Pescaron, cazaron, rebuscaron en los montes los frutos de la tierra. Finalmente, tumbaron árboles e hicieron conucos, sembraron maíces de muchos colores, frijoles blancos, caraotas negras y pintadas. Sembraron plátanos, cambures, ocumos y mapueyes, cañas de miel y muchas otras matas.

Teniendo para comer y vivir, hicieron tambores que resonaban y bailaron libres. Algunos se erigieron como jefes y brujos que hicieron hechicerías, otros como caciques y algunos se nombraron reyes como en las tierras de donde vinieron. Y volvieron a adorar a los dioses de sus ancestros y los hombres hicieron trabajos de hombres y las mujeres trabajos de mujeres.

Pero no fue lo mismo para las gentes que fundarían Pueblo.

No eran muchos, apenas unas docenas. Entre ellos un hombre al que los demonios habían dado en llamar Antonio, con él no fueron aguas abajo, sino que remontaron Río Grande, más allá que cualquier otro. Quisieron estar lo más alejado que les fuera dado de los demonios. ¡Pensaban que volverían!

Antonio recuperó su libertad y su nombre verdadero. Aunque según las maneras de su gente, no se lo dijo a nadie y en adelante se hizo llamar «Recuerdo».

Recordaba que con sus gentes iban a una cuna de montañas, estrecha y angosta y a la que llamaban El Valle de los Aguacates. En todos los alrededores había miles y miles de matas de aguacates. Decía que además su gente llevaba semillas de todos los aguacates que iban consiguiendo en las tierras bajas y en donde fuera. Y allí los sembraron por todos los caminos y por donde pasaban, de manera tal que había aguacates de muchos tipos y razas y tamaños y formas y colores y sabores. Y fructificaban unos antes, otros después y así había para comer la mayor parte del año.

Recordaba también un árbol inmenso de hojas gruesas, largas, muy oscuras y tupidas, que criaba asombrosas cantidades de semillas que eran buenas para comer. En los lejanos sitios donde había estado, supo que los demonios lo llamaban «nogal de calderas» y «nuez de calderas». Él recordaba que de esos árboles había muchos, junto con matas de cacaos dulces y blancos, y junto con unas matas no tan grandes pero muy utilizables que llamaban «frijol de palo» de las que se hacían buenas cosas de comer y había palmeras que nunca nadie sembró, pero que nacían y crecían donde mejor les pareció y de ellas se podían comer los cogollos tiernos y eran buen acopio y sabrosos. Y recordaba que había berro en los ríos y quebradas y nísperos y zapotes y guayabas y guanábanas.

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