• Gracia y fe. La historia de Abraham es una historia de gracia y fe , un relato que va desde Génesis hasta Apocalipsis. En lugar de abandonar a la humanidad caída, a ese pecaminoso mundo que se presenta en Génesis 1 a 11, Dios llamó a Abraham para ser el padre de una comunidad cuya misión era llevar el amor, el perdón y la salvación de Dios a todas las naciones (“pueblos”). Abraham creyó las promesas de Dios y “el Señor lo reconoció a él como justo” (Gn. 15.6). De esa manera, la narración bíblica comienza con la gracia de Dios: su llamado a Abraham. Esta gracia divina, para que sea “gracia salvífica” debe ser aceptada por fe , y como podemos ver en el desarrollo de la historia bíblica, esta respuesta llega a precisarse como la respuesta por fe en Jesucristo, aquel que murió para reconciliar a la humanidad con Dios y a los seres humanos entre sí.
• El pacto abrahámico. El concepto bíblico de pacto alude a una relación entre Dios y su pueblo, e incluye tanto promesas como obligaciones. Los tres pactos importantes que Dios hizo con Israel fueron: el pacto de elección con Abraham , del cual la “señal” fue la circuncisión (para la mayoría de los cristianos la señal de pertenecer a Dios es el bautismo); el pacto formal con Moisés en el Monte Sinaí, expresado, en parte, en los Diez Mandamientos; y el pacto con David , prometiéndole que uno de sus descendientes sería rey en un reinado que no tendría fin.
Isaac: el hijo prometido (Génesis 24 a 28)
Abraham iba a ser el padre de una gran nación, pero su esposa, Sara, era estéril , un tema que se presenta a lo largo de todo el Antiguo Testamento y también en el Nuevo, en el caso de Elizabet, la madre de Juan el Bautista. (En la narración bíblica, la gracia de Dios es mayor que la esterilidad de Sara y de otros, y la supera para seguir adelante con el plan de salvación.) Abraham y Sara eran de edad avanzada, pero Dios les proveyó un hijo, Isaac, tal como había prometido.
Cuando Isaac era un muchacho jovencito, Dios ordenó a Abraham que lo llevara al Monte Moria (que según algunos investigadores sería el sitio donde luego Salomón construyó el templo de Jerusalén) y lo ofreciera como ofrenda quemada u holocausto . Abraham obedeció, pero a último momento Dios proveyó un carnero para ser sacrificado. Algunos se han preguntado por qué Dios puso en esa prueba a Abraham, si ya se había propuesto proveer el cordero a último momento. El escritor judío Elie Wiesel, en su libro Messengers of God (Mensajeros de Dios), dice que Dios sabía acerca del cordero —como lo sabemos nosotros al leer la historia— en tanto Abraham no lo sabía. En esto consistía la prueba final de Abraham. Así mostró ser fiel y obediente, alguien con quien Dios podía contar para llevar a cabo su plan de salvación. En sus cartas a los gálatas y a los romanos, Pablo presenta a Abraham como alguien que, por fe , obedeció a Dios y fue “justificado” (puesto en paz con Dios).
Jacob y José (Génesis 27 a 50)
El segundo patriarca fue Isaac, el hijo de la promesa , a quien Dios bendijo después de la muerte de Abraham. No tenemos muchos relatos respecto a Isaac; es más bien el nexo entre Abraham y Jacob. La narración sobre la historia patriarcal de Israel termina con Jacob, cuyos hijos llegaron a ser las “tribus” de Israel, y con José, que trajo a Jacob y a su familia a Egipto.
• Jacob. Isaac se casó con Rebeca y tuvieron dos hijos jemelos, Esaú y Jacob. Jacob, el menor, engañó a su padre y recibió la primogenitura (los privilegios que correspondían al primogénito). Huyó a Jarán (al este de Canaán) para escapar de Esaú, se casó con dos hijas de Labán (Lea y Raquel) y por medio de ellas y de sus dos siervas tuvo doce hijos. Más tarde, en Peniel (que significa “rostro de Dios”), Jacob luchó con un ángel de Dios, y este cambió el nombre de Jacob por el de Israel, “el que ha luchado con Dios” para obtener su bendición (Gn. 32.28). En Betel, Jacob recibió la bendición de Dios (Gn. 35.9).
Los doce hijos de Jacob (en realidad diez hijos de Jacob y dos hijos de José, Manasés y Efraín; ver Gn. 48.1–5) llegaron a ser los padres de las doce tribus de Israel. Los descendientes del cuarto hijo de Jacob, Judá, fueron luego la tribu remanente: la tribu a la que se le confió la misión de llegar a ser “luz para las naciones” de parte de Dios; de esa tribu nacieron más adelante José y María, padres de Jesús.
• José. El Génesis termina con la historia de José, el undécimo hijo de Jacob y también su favorito, que fue vendido como esclavo por sus hermanos envidiosos. José fue llevado a Egipto y con el tiempo llegó a ser el segundo después de faraón, el funcionario que le seguía en la jerarquía del gobierno. Los hermanos de José fueron a Egipto a comprar granos porque había una hambruna en Canaán. Se reencontraron y reconciliaron con José, y luego se instalaron, con Jacob, en Gosen, al norte de Egipto. José dijo a sus hermanos: “Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien” (Gn. 50.20) para continuar llevando a cabo las promesas que había hecho a Abraham, a Isaac y a Jacob.
EL ÉXODO: EL “CENTRO” DEL ANTIGUO TESTAMENTO
El Éxodo —la milagrosa liberación de Israel de su esclavitud en Egipto— es el hecho individual más importante en la historia de Israel. El relato del Éxodo se lee cada año durante la Pascua. Es la historia del ángel de la muerte que hirió de muerte “a los primogénitos de Egipto pero pasó de largo en las casas de los israelitas” (Ex.11 y 12), después de lo cual Moisés guió a los Israelitas para salir de Egipto.
Se ha dicho que el Nuevo Testamento se escribió después de que los seguidores de Cristo habían experimentado el Cristo resucitado; es decir, desde el otro lado de la cruz. Se puede decir lo mismo del Antiguo Testamento: se escribió después de que los Israelitas habían “experimentado” el Dios de Abraham, Isaac y Jacob; es decir, desde el otro lado del Mar Rojo.
Moisés: Liberador y legislador (Éxodo 2 a 4)
Al abrir el libro de Éxodo, llegó al poder en Egipto un faraón (palabra hebrea para designar al rey de Egipto) cuyo nombre no conocemos, que “no había conocido a José”, es decir, no reconoció los privilegios que se habían concedido a su familia. Este faraón (probablemente Seti I o Ramsés II) tuvo temor de los israelitas porque con el tiempo se iban poniendo “más fuertes y numerosos” que los egipcios. Impuso cargas pesadas a los Israelitas, pero estos continuaron multiplicándose, de modo que el faraón ordenó que todo israelita recién nacido varón fuese arrojado en el Nilo. Moisés escapó de la orden del faraón porque su madre lo puso sobre las aguas del Nilo en un canasto de mimbre, y éste fue recogido de las aguas por la hija del faraón, quien decidió cuidar y criar a Moisés. El nombre Moisés viene ya sea de una palabra hebrea que significa sacar de (Ex. 2.10) o, en caso de recibir el nombre que le dio la hija de faraón, de la palabra egipcia que significa hijo de .
Los padres verdaderos de Moisés eran levitas (Leví era el tercer hijo de Jacob). Cuando Moisés tenía 40 años (Hch. 7 divide la vida de Moisés en tres períodos de 40 años cada uno) mató a un egipcio que había golpeado a un israelita, después de lo cual huyó a Madián, al Este de Egipto, en lo que hoy es Arabia Saudita. Moisés se casó con Séfora, hija de Jetro, y tuvo dos hijos varones; se radicó en Madián como pastor de ovejas. Dios oyó el “clamor” de los Israelitas y “se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob” (Ex. 2.24). Llamó a Moisés desde una “zarza ardiente”, una zarza que ardía pero no se consumía, para que sacara a los Israelitas de Egipto.
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