La vida de las ideas18
Ahora bien, dar nacimiento a una nueva filosofía política… ¿no parece ello una empresa demasiado ambiciosa?
Es muy posible. Pero sabemos que las viejas recetas ya no dan más; recalentar platos cocinados hace siglos resulta muy poco apetitoso. Cuando las ideas ya no inspiran los movimientos sociales, cuando los ideales ya no alimentan la vida política, ¿qué queda? Intereses personales, tendencias primarias, ambición, pasiones y luchas por el poder, tal como Hobbes lo entendía y como genialmente lo retrató Shakespeare. Queda un mundo invivible donde el ser humano tiene cada vez menos importancia —como lo adelantó Kafka y como Aldous Huxley y Georges Orwell lo previeron—, los sistemas son cada vez más incomprensibles e insoportables, y una amenaza de totalitarismo suave y disimulado no está ausente de las evoluciones tecnológicas actuales. Y quedan los gustos de masas, las emociones colectivas primarias —miedo, odio, frustración—, que serán provechosamente utilizadas para gobernar privilegiando los intereses personales, con reflejos de proteccionismo corporativo, evolucionando hacia la constitución de las mencionadas castas que gobiernan protegiéndose a sí mismas. Ello facilita la tarea de demagogos de todo pelaje, que no tienen problemas para difundir la consigna “todos podridos”, para alimentar el resurgimiento cada vez más inquietante de ideas nacionalistas, retrógradas, intolerantes, incluso neofascistas, que se podría haber esperado que desaparecieran del planeta con el fin del triste siglo XX, así como la aparición de fenómenos de fanatismo religioso totalitario y guerrillas terroristas sedientas de sangre.
Las ideas viven, como las personas, y mueren. Más claramente aún que los seres humanos, se podría decir que las ideas pasan su tiempo en una lucha entre Eros y Tánatos. El principio de vida de las ideas tiende a potenciarlas y a elevarlas al estado vibrante, esperanzador y movilizador de ideales . El impulso de muerte de las ideas primero las rigidiza, convirtiéndolas en ideologías, sistemas cerrados y dogmáticos que remplazan al verdadero pensamiento. Luego las ideas mueren simplemente, sin que quienes creen en ellas se den cuenta, dejando un vacío que será llenado por otras cosas: emociones, obsesiones, odios, ritos de chivo expiatorio, violencia. Las culturas humanas son tal vez lo más rico y complejo que exista en el universo, al menos mientras no se conozcan otras, pero, si no se renuevan, tienden a devenir en subculturas, sistemas de vida empobrecidos espiritualmente, donde la distinción radical entre “los hundidos y los salvados”19 genera desconfianza, indiferencia y violencia permanente. Ello ocurre si no se cultivan sistemática, generosa y amorosamente la consciencia, la creatividad, la invención, la inteligencia y la sensibilidad del vivir en común, del compartir fraternalmente la humanidad, los conocimientos, los logros, el planeta, la vida y sus maravillas.
Y ello tiene que ver con el nacimiento de nuevas ideas.
Así, a la cuestión planteada más arriba, de saber si la tarea es demasiado ambiciosa, si el desafío es demasiado difícil —¡por supuesto que lo es!—, hay que decir que son muchas las cosas que deberán ser tomadas en cuenta en esta empresa, que en principio debería constituir un programa de investigación colectiva y ser la obra de vastos equipos universitarios interdisciplinarios, grupos constituyentes, iniciativas populares, talleres de reflexión trabajando durante años... En consecuencia, mi propósito no es más que el de lanzar ideas, reunir tendencias, suscitar debates o aclarar algunos enigmas. Por consiguiente, no pretendo haber inventado todas las ideas ni la mayoría que alimentan esta proposición. Por esa razón he incluido un máximo de citas y referencias para señalar las fuentes, cada vez que hago mías las ideas y razonamientos de otros (lo que puede incluso a veces parecer excesivo y hacer un poco pesada la lectura; también alguien podría perfectamente saltarse la lectura de las notas), pero tendrá utilidad para quien haga un uso universitario de esta contribución. La originalidad personal no tiene mucha importancia fuera del dominio del arte. Porque tenemos que avanzar; estamos obligados, es una cuestión capital, de vitalidad o decadencia de las sociedades. No tenemos muchas alternativas ni demasiado tiempo por delante.
Por otra parte, decir que lo que necesitamos es una renovación radical no significa en absoluto hacer tabula rasa o intentar borrar el pasado20, como si nada nos precediera. Olvidar la herencia intelectual de los siglos de humanismo sería una gran pérdida, e incluso más allá, de los milenios de sabidurías y espiritualidades generadoras de culturas y civilizaciones tanto en Oriente como en Occidente; dejar de lado todo ello sería un suicidio cultural. Tenemos las herramientas intelectuales, los materiales simbólicos y los recursos cognitivos para comprender cómo deberían construirse sociedades humanas dignas. En general lo que falta es claridad, voluntad y coraje. Aunque hay que desconfiar —actitud normal de cualquier investigador— de las soluciones fáciles, ya aplicadas aquí o allá, es necesario seguir la huella de la vida de las ideas para captar, comprender y sentir cuándo ellas viven aún en el estado de ideales, y cuándo se anquilosan en ideología, esquema y dogma, y luego cuándo mueren. Hay que desarrollar una especie de “sexto sentido” para percibir el momento en que están naciendo ideas nuevas, cuando con un leve temblor, pero sin ruido, con pasos de paloma, como decía Nietzsche21, se acercan a la consciencia, en medio de prácticas experimentales, de iniciativas y creaciones inesperadas, antes de ser lanzadas, apadrinadas, recuperadas por partidos, oficinas y poderes.
Y, como la tarea es inmensa y se necesitarán años de trabajo, propongo comenzar por formular algo de la manera más sintética y clara posible, en la forma de un manifiesto . No solo porque ello recuerda una venerable tradición contestataria tanto en política como en movimientos artísticos, sino porque el manifiesto es la forma en que más simplemente un conjunto de ideas podrán ser discutidas. Por otra parte, no hay nada más fácil que refutar que un manifiesto, por ello pienso que es la mejor manera de aportar una herramienta de debate.
Sobre el nombre “transocialismo”:
Propongo un nombre. Se puede pensar que el nombre no es importante, que parece un eslogan, o que a alguien tal vez le suena mal o que existen ya otros nombres (volveré sobre ello). Pero es importante decidirse a nombrar las cosas, aunque por cierto no sea lo fundamental; muchas cosas son lanzadas y desaparecen pronto, otras se arraigan, florecen, duran, cambian, se reproducen, evolucionan. Como los seres vivos. Solo el futuro tiene la palabra en estas materias.
Es difícil encontrar una expresión que, además de ser evocativa y expresiva, sea útil y sirva para situar e identificar claramente una corriente nueva de pensamiento, y es normal plantearse la cuestión de por qué haber elegido una fórmula nueva. Asimismo, la necesidad de conservar la palabra socialismo puede parecer para algunos discutible, y eso tanto por la deformación de las aventuras del llamado “socialismo real”, que ya mencionamos, como también por la impopularidad de muchos proyectos socialdemócratas que han desilusionado, derivando en liberalismo, como también se ha indicado. “El socialismo suena a algo del pasado”, se dirán tal vez algunos.
Como respuesta a esta última interrogante, debo decir que para crear una sociedad humana no me parece que haya una opción válida fuera de un pensamiento que pone la sociabilidad en el centro de su concepción, el convivir, compartir e intercambiar de manera justa entre las personas y los grupos. Algo que por cierto inspiraba tanto la definición de Aristóteles del hombre como zoon politikon, “animal político” o más bien “ser viviente social”, así como los múltiples proyectos y utopías de sociedad justa donde la humanidad pueda realizarse. Y eso es lo que llamamos, en principio, socialismo .
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