J. R. Williamson - Desde el huerto del Edén hasta la gloria del Cielo

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Desde el huerto del Edén hasta la gloria del Cielo: краткое содержание, описание и аннотация

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Dice el autor, la obra redentora de Cristo es a la vez el mensaje central de las Escrituras y también el pegamento que une sus varias partes, trayéndolas a una armonía una con la otra.
Los pactos de Dios son sus medios de desarrollar el plan y aplicar los beneficios de Su obra redentora. De esta manera, a través de un estudio de estos pactos que encarnan la gran promesa de salvación, podremos llegar a ver más claramente cómo la Biblia encaja. Es mi oración que este libro sea un medio de promover el entendimiento más grande de la obra de redención de Dios, ¡y de esa forma una alabanza y gloria más grande para su Hijo!

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Primero, somos criaturas morales . Fuimos creados en rectitud moral, o justicia moral. Dios es justo en Sí mismo e hizo a la humanidad recta, o positivamente santa (Eclesiastés. 7:29). El hombre no era una entidad neutral, esperando holgadamente si se volvería malo o bueno; él era una criatura positivamente buena que cayó de la bondad y justicia al pecado, la miseria y la muerte. Pero aun después de la caída, todavía somos criaturas morales, y aunque el carácter de santidad y justicia se ha perdido, la responsabilidad de santidad y justicia permanece en nosotros. La imagen de Dios es expresada aun entre los incrédulos, que aunque sean gente pecaminosa se juzgan moralmente unos a otros, mostrando que el sello original de Dios, aunque distorsionado y corrompido, permanece en sus conciencias (Romanos. 2:14-15; comp. Efesios. 4:24).

Además, somos criaturas racionales . Dios es racional en el sentido de que Él piensa, sabe y comprende. El hombre también es racional; el tiene la capacidad para el pensamiento lógico, la evaluación y el lenguaje. Desde los primeros momentos de la creación, Dios le está hablando al hombre; Él interactúa con el hombre como otro ser racional. Esta racionalidad es evidente también por el hecho de haber sido creados con la capacidad de ejercer libremente nuestra voluntad y hacer elecciones morales basadas en la revelación y la razón. Cuando Dios salva personas, Él renueva esa capacidad racional. Él vuelve a colocarla en línea con Su propósito creador original (Colosenses 3:10).

Finalmente, somos criaturas emocionales . Somos hechos a la imagen de Dios en el sentido que podemos y de hecho expresamos, odio, placer, pesar y otras emociones. Algunos escritores han sugerido que las referencias de Dios a Sus emociones simplemente son una forma de acomodarlas a nuestro entendimiento. Es verdad que a veces la Biblia utiliza un lenguaje acomodador y figuras retóricas para describir a Dios (vea el tratamiento de Génesis 6:6 en el capítulo 4), pero la Biblia sobreabunda con un lenguaje que expresa el amor, pena, preocupación, cuidado y simpatía de Dios junto con muchas otras emociones que no son presentadas para acomodarnos, sino para atribuirle a Dios ciertos rasgos de carácter. Por causa del pecado, nosotros expresamos nuestras emociones de forma incorrecta y por cosas incorrectas, y a menudo somos llevados por nuestras pasiones carnales al pecado. Sin embargo, este problema no tiene que ver con nuestro diseño. Las emociones y/o afectos justos son parte de nuestra semejanza con Dios. El problema con las emociones es nuestra distorsión pecaminosa de ellas, al igual que con nuestra creatividad u otros aspectos de nuestra semejanza con Dios ¡Alabado sea Dios pues en el mundo venidero tendremos emociones perfectas que reflejarán con precisión la perfecta capacidad emocional de Dios!

SOMOS SERES CON CUERPO-ALMA

Otra gran característica de nuestra creación es que estamos compuestos de cuerpo y alma. Fíjese cómo Dios formó a Adán del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida. No fue sino hasta que estos dos eventos sucedieron que el hombre fue llamado un “ser viviente.” La separación de estos dos implica la muerte, y la muerte es una maldición porque arranca dos cosas que originalmente fueron creadas para estar unidas inseparable y eternamente. Mientras estamos en la tierra, el pecado distorsiona el cuerpo así como el alma. Actúa particularmente contra nuestros cuerpos después que nos convertimos, para que “lo bueno que [nosotros] queremos hacer, no lo hagamos…” (Romanos 7:19). Nuestra voluntad, un aspecto de nuestra alma, es cambiada por gracia e inclinada al bien, pero nuestro cuerpo (que incluye las pasiones carnales) lucha contra la voluntad y los deseos de nuestro nuevo hombre interior (Romanos 7:22-23). Los deseos de la carne no solo inclinan nuestro espíritu renovado a pecar, sino que las limitaciones de cansancio y enfermedad nos estorban aun cuando tenemos deseos piadosos (Mateo 26:41).

Sin embargo, ya que sabemos que nuestros cuerpos eran originalmente buenos al momento de la creación, entonces hay esperanza tanto para el cuerpo como el alma. Las cosas materiales, incluyendo nuestros cuerpos, no son malas en sí mismas, pues fueron declaradas “buenas en gran manera” en la creación (Génesis 1:31). La gloria de la resurrección yace en el hecho de que aquellos que conocen al Señor tendrán un cuerpo transformado y un alma sin pecado unidos, trabajando para siempre en armonía para dar gloria a nuestro Dios Creador y Redentor (comp. Romanos 8:23).

LAS BENDICIONES Y RESPONSABILIDADES DE LA HUMANIDAD

Como resultado de nuestro estado original como criaturas hechas a la imagen de Dios con cuerpos y almas, tenemos ciertas bendiciones y responsabilidades. En nuestra relación con Dios, estas dos están estrechamente vinculadas; las cosas que Dios nos manda a hacer (nuestras responsabilidades) son “siempre para nuestro bien”—son de bendición para nosotros (comp. Deut 6:24). Si todo lo que Dios demanda de nosotros es para nuestro bien, entonces nuestro deber corre paralelo con nuestro deleite; nuestras responsabilidades son una causa de regocijo. Esto es demostrado en la introducción al mandato de la creación: “Los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos…” (Génesis 1:28). Es el pecado, y no los mandamientos de Dios, lo que nos ha hecho colocar las bendiciones y las responsabilidades en confrontación una con otra; pero en la redención, Dios restaura el deleite de hacer Su voluntad por el cual Sus leyes y mandamientos se convierten en una bendición para nosotros, como lo eran para Adán y Eva. Tomemos un inventario de las bendiciones y responsabilidades que Dios confirió a la humanidad en la creación.

Primero, el hombre ha de ser la imagen de Dios . Él ha de actuar según fue diseñado cumpliendo la función para la que fue hecho. Esta característica central de la responsabilidad del hombre no es mencionada explícitamente, pero es fuertemente insinuada. La bendición de esta responsabilidad para el hombre no puede ser exagerada. La vida del hombre no puede tener un significado e importancia más grande que el carácter de Dios. No podemos tener más satisfacción y gozo que cuando estamos siendo aquello para lo cual Dios nos hizo—los portadores de Su imagen. Toda búsqueda de excelencia fuera de Dios es un hoyo vacío en el cual son vertidos nuestro tiempo, tesoro y energía. ¿Qué valor real hay en vivir para alcanzar la excelencia en educación, atletismo, o cualquier otro campo profesional? Si esto es todo lo que hay para lograr, entonces la vida es una maldición y no una bendición (Eclesiastés 1:2-4, 14; Mateo 6:25; Santiago 4:13-14). Pero si buscamos ser aquello para lo que Dios nos hizo, y reflejar Su imagen, ¿qué objetivo más grande podríamos imaginar? Ser como Dios en amor, compasión, justicia, virtud, bondad, misericordia, gozo, contentamiento, santidad y pureza— ¡esto es bendición suprema! Otra característica de la responsabilidad de ser a la imagen de Dios es que siendo criaturas morales debemos obedecer la ley de Dios escrita en nuestros corazones. Por ejemplo, Adán no podía haber mentido y haberse salido con la suya al mentir, aun si él no comía del árbol de la ciencia del bien y del mal. Eso distorsionaría y tergiversaría la imagen de Dios porque la prueba que Dios le puso a Adán concerniente al “Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal” fue una prueba específica del compromiso general del hombre de obedecer a Dios y de andar en sumisión a Él de tal manera que reflejase Su gloria.

En segundolugar, el hombre ha de ser fructífero y multiplicarse . Desde el principio, fue la intención de Dios ver una multitud de gente sobre esta tierra. Adán y Eva fueron los primeros en oír el mandamiento de “fructificad y multiplicaos.” El propósito era “llenar” la tierra, lo cual habla de esparcirse a través de toda la tierra numéricamente mientras llevaban consigo el mandato de atenderla, mantenerla, ordenarla y someterla. Adán y Eva habrían de ver los hijos como una bendición. No hay un número mágico de hijos que a uno se le requiera para cumplir con el mandato de la creación, pero hay una disposición requerida, y es que las parejas han de desear y buscar tener hijos (Génesis 8:17, 9:1; Salmo 127:3-5).

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