Sin embargo, incluso esa analogía astronómica puede ser demasiado débil como para captar realmente cuán Cristo-céntrico era Spurgeon en su pensamiento. Para él, Cristo no es simplemente un componente—por crucial que sea—en la maquinaria más grande del evangelio. Cristo no es el vendedor ambulante de alguna verdad, recompensa o mensaje que no sea Él mismo, como si por medio de Cristo obtuviéramos lo auténtico , ya sea el cielo, la gracia, la vida o lo que sea. “Es Cristo, y no el cielo, la necesidad agonizante. El que recibe a Cristo recibe el cielo. El que no tiene a Cristo sería miserable en el paraíso”. 70Cristo mismo es la verdad que conocemos, el objeto y la recompensa de nuestra fe, y la luz que ilumina cada parte de un sistema teológico verdadero. En el prefacio fundamental de su primer volumen de sermones, escribió:
Jesús es la Verdad . Creemos en Él ,—no meramente en Sus palabras. Él mismo es Doctor y Doctrina, Revelador y Revelación, el Iluminador y la Luz de los Hombres. Él es exaltado en cada palabra de verdad, porque Él es su suma y sustancia. Él se sienta por encima del evangelio, como un príncipe sobre su propio trono. La doctrina es más preciosa cuando la vemos destilar de Sus labios y encarnada en Su persona. Los sermones son valiosos en la medida en que hablan de Él y señalan hacía Él. Un evangelio sin Cristo no es evangelio y un discurso sin Cristo es causa de alegría para los demonios. 71
Cristo siendo la gloria de Dios, ilumina toda doctrina, y es solo en Su resplandor que las doctrinas cristianas son y se muestran gloriosas. Es por eso que, escribió Spurgeon, “No puedes probar la dulzura de ninguna doctrina hasta que hayas recordado la conexión de Cristo con ella”. 72Esto también ayuda a explicar la pasión de Spurgeon por la ortodoxia bíblica, que se ve más claramente en la amarga lucha de “La Controversia del Declive”. 73No era que tuviera un apego inflexible a algún sistema abstracto de pensamiento; él veía el liberalismo y las falsas enseñanzas como un asalto directo a la naturaleza misma y la gloria del Cristo que murió por él. Observe, entonces, cuán inmediatamente se mueve aquí del “evangelio” al Salvador: “Mi sangre hierve con indignación ante la idea de mejorar el evangelio. No hay más que un Salvador, y ese único Salvador es el mismo para siempre”. 74
Con una atracción gravitacional tan fuerte hacia Cristo en su teología, podría pensarse que Spurgeon había sucumbido a un Cristomonismo distorsionado. Sin embargo, ese nunca fue el caso: reconociendo a Cristo como el Hijo ungido por el Espíritu y la gloria de Su Padre, el Cristocentrismo de Spurgeon fue Trinitario de principio a fin. Por lo tanto, al predicar o escribir sobre Cristo, a menudo resultaría envuelto en reflexiones Trinitarias profundas, como atestigua el material inicial de su primer sermón como pastor de la capilla de New Park Street:
El estudio más excelente para expandir el alma es la ciencia de Cristo, y Él crucificado, y el conocimiento de la Deidad en la gloriosa Trinidad. Nada ampliará así el intelecto, nada engrandecerá así el alma entera del hombre, como una investigación devota, seria y continua del gran tema de la Deidad. Y, aunque produce humildad y expansión, este tema es eminentemente consolador . Oh, al contemplar a Cristo, hay un bálsamo para cada herida; al meditar en el Padre, hay un alivio para cada dolor; y en la influencia del Espíritu Santo, hay un bálsamo para cada llaga. ¿Quisieras perder tus penas? ¿Quisieras ahogar tus preocupaciones? Entonces ve, sumérgete en el más profundo mar de la Deidad; piérdete en Su inmensidad; y saldrás como de un lecho de descanso, refrescado y vigorizado. No conozco nada que pueda consolar al alma; calmar las crecientes oleadas de dolor y tristeza; hablar paz al viento de la prueba, tanto como una meditación devota sobre el tema de la Deidad. 75
Cómo leer la Biblia
En 1879, Spurgeon predicó un sermón titulado “Cómo leer la Biblia”, que resumía su enfoque experiencial y Cristo-céntrico de las Escrituras.
Su primer punto era que para leer la Biblia correctamente, el lector debe entender lo que está escrito. “Entender el significado es la esencia de la verdadera lectura”. 76Desde el principio, Spurgeon es claro en que, al buscar ser experiencial, no permitirá el tipo de misticismo que omite el intelecto. Es la “ iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6) la que nos transforma “de gloria en gloria en la misma imagen” (2 Corintios 3:18). “Debe haber un conocimiento de Dios antes de que pueda haber amor a Dios: debe haber un conocimiento de las cosas divinas, tal como se revelan, antes de que pueda haber un disfrute de ellas”. 77
Entonces, mucho de lo que es considerado lectura de la Biblia no es realmente lectura de la Biblia en absoluto, como la entendía Spurgeon. “¿No leen muchos de ustedes la Biblia de una manera muy apresurada —solo un poco, y luego se van?”, preguntó. “Cuán pocos de ustedes están resueltos a llegar a su alma, su jugo, su vida, su esencia, y deleitarse en su significado”. 78Cuando el ojo pasa casualmente sobre los versículos sin involucrar la mente, esa no es una lectura verdadera. Es mucho más probable que sea evidencia de la cruda superstición de que la religión demanda una ejecución irreflexiva de un ritual de lectura regular. Mientras otros hacen peregrinaciones y realizan penitencias, los evangélicos pasan sus ojos por encima de los capítulos de la Biblia —y podrían hacerlo igual de bien con el libro al revés. En efecto, Spurgeon insistiría en este punto profundamente, argumentando que la mente debe estar más que involucrada de manera indiferente:
La lectura tiene un núcleo, y el mero caparazón vale poco. En la oración existe tal cosa como orando en oración —una oración que es las entrañas de la oración. También en la alabanza hay una alabanza en el canto, un fuego interno de intensa devoción que es la vida del aleluya. Es así con el ayuno: hay un ayuno que no es ayuno, y hay un ayuno interior, un ayuno del alma, que es el alma del ayuno. Así es incluso con la lectura de las Escrituras. Hay una lectura interior, una lectura del núcleo —una lectura viva y verdadera de la Palabra. Esta es el alma de la lectura; y, si no está allí, la lectura es un ejercicio mecánico, y no aprovecha para nada. 79
La verdadera lectura de la Biblia requiere un estudio alerta y atento y una profunda reflexión sobre lo que está escrito. Esa es precisamente la razón por la cual, en Su clara y luminosa Palabra, Dios ha puesto tantos pasajes desafiantes y oscuros, para que nuestro apetito por las cosas divinas pueda ser despertado y nuestras mentes obligadas a estar activas. “La meditación y el pensamiento cuidadoso ejercitan y fortalecen el alma para la recepción de las verdades aún más excelsas... Debemos meditar, hermanos. Estas uvas no darán vino hasta que las pisemos”. 80
Tal lectura de las Escrituras completamente comprometida debe involucrar la oración. “Es algo grandioso el sentirse motivado a pensar, es algo aún más grandioso ser llevado a orar por haber sido llevado a pensar”. 81Después de todo, la Escritura es la Palabra de Dios inspirada por el Espíritu: la leemos para conocerlo y necesitamos Su ayuda. Tal lectura también debe estar lista para buscar ayuda para una comprensión más profunda.
Algunos, bajo el pretexto de ser enseñados por Espíritu de Dios, se rehúsan a ser instruidos por libros o por hombres vivos. Esto no es honrar al Espíritu de Dios; es una falta de respeto hacia Él, porque si les da a algunos de Sus siervos más luz que a otros —y está claro que lo hace—entonces ellos están obligados a dar esa luz a los demás, y usarla para el bien de la iglesia. 82
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