Antes de adentrarnos en la teología de Spurgeon sobre la vida cristiana, debemos conocer un poco al hombre mismo. Para hacer eso, quiero ponerme detrás de la figura pública para ver algo de la personalidad y el carácter del hombre. Ya que hay un tema unánime y a menudo repetido que se encuentra en el testimonio de aquellos que tuvieron tratos personales con él: Spurgeon fue un hombre que vivió todo en la vida con la mayor intensidad. Él no era simplemente una gran presencia en el púlpito. En la vida, se reía y lloraba mucho; leía ávidamente y sentía profundamente; era un trabajador celosamente diligente y un amante del juego y la belleza. Era, en otras palabras, un hombre que encarnaba la verdad de que estar en Cristo significa ser cada vez más humano, más plenamente vivo . En efecto, necesitamos dejar en claro que su vivacidad de carácter, aunque expresada en maneras particulares de él, no era una simple cuestión de personalidad única o heredada: era una expresión natural pero enteramente consciente de su teología. Como él lo dijo,
Cada uno de nosotros debería ser como ese reformador que se describe como “ Vividus vultus, vividi occuli, vividæ manus, denique omnia vivida ”, que prefiero traducir libremente—”un semblante radiante de vida, ojos y manos llenos de vida, en resumen, un predicador vivo, totalmente vivo”. 18
Deberíamos estar completamente vivos, y siempre vivos. Un pilar de luz y fuego debería ser el emblema apropiado para el predicador. 19
Sr. Gran-corazón
No hace falta gran perspicacia para ver que Spurgeon era un hombre de gran corazón y profundo afecto. Sus sermones y conferencias impresos aún palpitan con pasión. A veces, la carga emocional de su sermón incluso lo vencería, especialmente cuando se trataba de la crucifixión de Cristo. Una vez, al tratar de relatar cómo Cristo fue “golpeado, pisoteado, aplastado, destruido...afligido, aún hasta la muerte” tuvo que interrumpir, diciendo, “Debo hacer una pausa, no puedo describirlo. Puedo llorar por ello, y también ustedes pueden hacerlo”. 20Sin embargo, no era una mera táctica de predicador: sus cartas personales y privadas a familiares y amigos revelan exactamente la misma intensidad de emoción, y casi sobre el mismo tipo de asuntos que él trataría en público.
Tal vez la mejor percepción sobre el carácter de Spurgeon se encuentra en la introducción que una vez le dio a su amigo igualmente corpulento, John Bost. Al llamar a Bost “un hombre de los nuestros”, presentó lo que equivale a una notable y reveladora auto-descripción:
John Bost es grandioso al igual que grande... Este es un hombre de los nuestros, con mucha naturaleza humana en él, con un gran corazón, un mortal sacudido por la tempestad, que ha hecho negocio en las muchas aguas, y que habría sido destruido hace tiempo si no hubiera sido por su confianza simple en Dios. La suya es un alma como la de Martín Lutero, llena de emoción y de cambios mentales; llevado arriba al cielo en un momento y pronto hundido en las profundidades. Desgastado por el trabajo, necesita descansar, pero no lo hará, quizás no pueda... He descubierto que está lleno de celo y devoción, y rebosante de experiencia piadosa, y al mismo tiempo abundante en regocijo, comentarios enérgicos, e ingenio natural. 21
Esta descripción es reveladora en su honesto reconocimiento de la depresión y lucha de Bost (y la suya propia). Para él, ser “de gran corazón”, con “mucha naturaleza humana” en este mundo caído no significa ser un triunfalista, alegremente fanfarroneando en todas las dificultades. Spurgeon nunca podría haber hecho eso, como veremos en el capítulo 11. Experimentar la vida en Cristo, Varón de Dolores, debe implicar sufrimiento. Sin embargo, la vida en Cristo también debe implicar alegría verdadera, “abundante en regocijo, comentarios enérgicos, e ingenio natural”.
Había peligros para alguien con un corazón tan bondadoso. Spurgeon admitió públicamente que su sensibilidad temperamental lo inclinaba a ser temeroso. 22Combina esto con su marcada generosidad al tratar con las personas, y él podía—y lo hizo—fallar algunas veces en su discernimiento de carácter, convirtiéndose en víctima de aquellos que abusarían de su longanimidad financiera. Sin embargo, la bondad no debe confundirse con debilidad: al tiempo que expresaba su amor por Cristo y las personas, Spurgeon podía demostrar un verdadero odio por la iniquidad y la injusticia. Una y otra vez, habló de cómo explotaba de ira ante el abuso pastoral, la politiquería eclesiástica y la enseñanza falsa (especialmente cualquier forma de catolicismo romano). Y si bien seguramente tuvo problemas, sería una gran equivocación pensar en Spurgeon como frágil y manipulable. Sería mucho mejor decir que la bondad lo salvó: evitó que su carácter firme aplastara a los más débiles que él, y lo canalizó para el beneficio de ellos. Su mezcla de vigor y bondad lo hizo fascinantemente resuelto a mostrar compasión, como lo atestigua esta carta de queja a su editor llena de humor:
Querido Sr. Passmore,
Cuando ese pequeño muchachito vino aquí el lunes con el sermón, tarde en la noche, era necesario. Pero por favor explote a alguien por enviar a la pobre criatura pequeña aquí, a altas horas de la noche, en medio de toda esta nieve, con un paquete mucho más pesado que lo que debería llevar. Me temo que no pudo llegar a casa antes de las once; y me siento como una bestia cruel por ser la causa inocente de tener a un pobre muchacho afuera a esa hora en una noche así. No había necesidad de eso. Patee a alguien por mí, para que no vuelva a suceder.
Suyo siempre de corazón,
C. H. Spurgeon. 23
Aquí, tanto en su cuidado por un menor socialmente insignificante como en el carácter jocoso de su reprimenda, se revela el gran corazón benévolo y cordial del hombre. Era un aspecto de la semejanza a Cristo que quería ver en todos los creyentes, y uno que él creía esencial para los pastores: “Los grandes corazones son los requisitos principales para los grandes predicadores”. 24Era algo de lo que hablaba extensamente con sus alumnos, y vale la pena escucharlo por un rato (¡tanto por su sustancia como por su estilo!):
No es con todos los predicadores con quienes nos gustaría hablar; pero hay algunos por quienes uno daría una fortuna para conversar durante una hora. Amo a un ministro cuya cara me invita a hacerle mi amigo —un hombre en cuya puerta lees: “Salve”, “ Bienvenido ”, y sientes que no hay necesidad de esa advertencia pompeyana, “Cave Canem”, “ Cuidado con el perro ”. Dame al hombre alrededor del cual vienen los niños, como moscas alrededor de un tarro de miel: ellos son los mejores jueces de un buen hombre... Un hombre que ha de hacer mucho con los hombres debe amarlos y sentirse cómodo con ellos. Un individuo que carece de afabilidad es mejor que sea un director de funerales, y entierre a los muertos, porque nunca tendrá éxito en influenciar a los vivos. Me he encontrado en alguna parte con la observación de que para ser un predicador popular uno debe tener entrañas. 25Me temo que la observación fue considerada como una leve crítica sobre el volumen al que ciertos hermanos han llegado: pero hay verdad en ello. Un hombre debe tener un gran corazón si ha de tener una gran congregación. Su corazón debe ser tan espacioso como aquellos nobles puertos a lo largo de nuestra costa, que contienen el espacio marino para una flota. Cuando un hombre tiene un corazón grande y amoroso, los hombres acuden a él como barcos a un refugio, y se sienten en paz cuando se han anclado al amparo de su amistad. Tal hombre es sincero en privado al igual que en público; su sangre no es fría y sospechosa, sino que él es cálido como tu propia chimenea. Ningún orgullo y egoísmo te enfría cuando te acercas a él; él tiene sus puertas totalmente abiertas para recibirte, y te sientes cómodo con él de inmediato. Los persuadiría de que sean tales hombres, cada uno de ustedes. 26
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