Índice
Prólogo
1. La dimensión desconocida
2. Elephant
3. Levando anclas
4. Todos tenemos algún golpe de suerte…
5. Hola, Alfie
6. A Hollywood
7. No hay bosque sin acebo
8. La vía rápida
9. Enamorado
10. Lo mejor de lo mejor
11. Un inglés en Los Ángeles
12. Noches de Oscar
13. Secretos de familia
14. Drama en los fogones
15. Auge y caída en Miami Beach
16. El regreso
17. Hogar
18. Los Huérfanos de Mayfair
19. Cita en palacio
20. El americano impasible
21. Batman Begins
22. Elephant, de nuevo
23. Mi vida y yo
Epílogo
Mis diez películas favoritas de todos los tiempos
Mis propias películas favoritas
Una dedicatoria:
Agradecimientos:
Título original: The Elephant to Hollywood
Editado originalmente en el Reino Unido por Hodder & Stoughton en 2010
© 2010 Michael Caine
© 2019 Alberto Gª Marcos por la traducción
© 1965 Stephan C. Archetti / Getty Images por la imagen de cubierta
© 2019 Fulgencio Pimentel por la presente edición
www.fulgenciopimentel.com
Primera edición: febrero de 2019
Editor: César Sánchez
Editores adjuntos: Joana Carro y Alberto Gª Marcos
ISBN de la edición en papel: 978-84-16167-83-8
ISBN de la edición digital: 978-84-17617-43-1
Prólogo
Hay un largo trecho desde el barrio londinense de Elephant and Castle hasta Hollywood. Y, como demostrará mi propia historia, la distancia más corta entre dos puntos no siempre es la línea recta. Lo cierto es que nunca me he caracterizado por tomar el camino fácil, pero tampoco me habría importado que las cosas hubiesen sido más sencillas. Pero no resultó así. Y, en todo caso, aunque entonces no podía saberlo, al final salieron mucho mejor de lo previsto.
Hace dieciocho años comprendí que mi carrera como actor había terminado y decidí poner la guinda escribiendo mi primera autobiografía, Mi vida y yo. Para mí, fue un punto final. Por suerte —y no por primera vez—, estaba equivocado. Muy equivocado. Lo mejor estaba aún por venir. Y eso, teniendo en cuenta lo que ya había vivido —los locos años sesenta, el estrellato, el brillo y el glamour de Hollywood— es mucho decir. Los últimos dieciocho años han sido otra cosa: otro estilo, otros sitios, otro concepto de la felicidad… Y no es que el cambio haya sido para bien, es que ha sido mucho mejor de lo que nunca habría podido imaginar.
Esta es la historia de un hombre que pensaba que todo había acabado y descubrió que no era así. Es la historia de los últimos dieciocho años, pero también es la historia de mi origen y mi destino. Sé que mucha gente ha leído mi primer libro, pero no se llega a mi edad sin mirar atrás —y bien sabe Dios que he asistido ya a muchos funerales—, así que no voy a pedir disculpas por repetir viejas anécdotas. También hay muchas inéditas, porque he tenido la suerte de trabajar con toda una nueva generación de estrellas, lo cuál me convierte en un privilegiado. No hay muchos actores cuya carrera se haya prolongado a lo largo de casi cincuenta años —desde Zulú hasta El Caballero Oscuro—, y debe de haber muy pocos a quienes Carly Simon y Scarlett Johansson, con veinte años de diferencia, hayan cantado al oído, emulando a Marilyn, el Cumpleaños feliz.
Todo el mundo tiene suerte de vez en cuando, y yo he tenido mis golpes de buena fortuna. También he sido muy afortunado con mis amigos, agentes y seguidores, que siempre han mirado por mí. Pero si hay alguien a quien le debo mi buena estrella en estos últimos dieciocho años, ese es Jack Nicholson. De no ser por él, no estaría escribiendo este libro. Es a Jack a quien debo agradecer mi resurrección profesional. No tiene mucha pinta de hada madrina, pero para mí lo ha sido. Más adelante explicaré por qué… Todo podría haber sido tan distinto…
Este libro no es un mamotreto escrito por un actor viejo y vanidoso; soy, por encima de todo, un cómico, así que pueden ustedes reír a su antojo. Deseo transmitirles la alegría, la diversión y la suerte que he tenido con mis amigos, deseo contarles lo que he hecho y los sitios en los que he estado, y cómo llegué a esos lugares, de la manera más inesperada. En más de un sentido, este libro es un viaje hacia lo desconocido protagonizado por un ingenuo. Así que estoy encantado de que hayan decidido acompañarme. Me lo digo a mí tanto como a ustedes: bon voyage.
1. La dimensión desconocida
Cuando terminé mi primera autobiografía, Mi vida y yo, 1992 parecía un buen destino final. Ya tenía a mis espaldas una espléndida carrera cinematográfica, un bestseller internacional, varios restaurantes, una bonita casa y, lo más importante de todo, una familia que me quería. Habíamos pasado la Navidad y la Nochevieja de 1991 en Aspen, Colorado, invitados por Marvin y Barbara Davis, acaudalados petroleros texanos de la alta sociedad. Nos alojábamos en el Little Nell Inn —del que Marvin era dueño— y estábamos rodeados de amigos como Lenny y Wendy Goldberg, Sean Connery y su mujer, Michelene, y Sidney y Joanna Poitier.
Fue una delicia pasar las vacaciones en semejante compañía. Yo no esquío, pero siempre me he esmerado mucho en el arte del après-ski, que básicamente fue lo único que hicimos en Aspen. Reuniones bajo el sol, batallitas sobre los viejos tiempos y comidas fastuosas. Rodeado de aquellas personas tan especiales me sentía muy afortunado. Todos ellos habían formado parte de mi vida desde que llegué a Hollywood, aunque lo cierto es que conocí a Sean en Londres, en lo que allá por los cincuenta se conocía como «fiesta de la botella». Por aquel entonces, cuando alguien organizaba una fiesta pero no podía costearla del todo, la invitación requería «traer una botella y una “polluela”». Yo estaba tan pelado que no podía permitirme llevar la botella, así que llevé a dos «polluelas». Y las dos eran guapísimas. Llegué a la fiesta y allí estaba Sean. Comparado con el resto de actores, que éramos unos alfeñiques, parecía una mole. Sean me vio con las dos chicas y al instante me convertí en su nuevo mejor amigo. Aquella época fue bastante dura para mí. La más dura, probablemente; vivía al día, debía pequeñas sumas por aquí y por allá en todo Londres y muy a menudo tenía que cambiar de acera para esquivar a los acreedores. Por supuesto, lo que no podía prever entonces era que, no muchos años después, Shirley MacLaine me escogería para ser su partenaire en Ladrona por amor, y que me daría la bienvenida en Los Ángeles con una fiesta por todo lo alto. Y que en esa fiesta conocería a Sidney Poitier, que se convertiría instantáneamente en mi nuevo mejor amigo.
Después de Aspen volví a Hollywood por una temporada. Me sentía el rey del mundo, las cosas solo podían ir a mejor. No era para nada consciente del revés que se me venía encima. Mi mujer, Shakira, y yo habíamos comprado una casita con magníficas vistas, no en Beverly Hills, sino en el más modesto Trousdale. En realidad era una residencia para las vacaciones —nuestro hogar estaba en Inglaterra—, pero queríamos estar cerca de nuestro amigo Swifty Lazar porque su mujer, Mary, estaba muy enferma.
Dejando de lado el estado de salud de Mary, no había signos de fatalidad inminente. Nada parecía haber cambiado. Nuestros amigos de siempre seguían en la ciudad. Al igual que en Año Nuevo en Aspen, la cena que celebramos una noche en Chasen’s con Frank y Barbara Sinatra, Greg y Veronique Peck y George y Jolene Schlatter parecía reflejar que todo nos iba bien. Fue una espléndida velada hollywoodiense repleta de chistes privados como aquel de George, magnífico, que resumía a la perfección la relación entre actores y agentes. George es un grandísimo productor de TV —él descubrió a Goldie Hawn en Rowan and Martin’s Laugh-In— y tan divertido como sus programas. Yo he tenido suerte, siempre he sido muy amigo de mis agentes, pero la relación entre actores y agentes suele ser distante. El chiste era como sigue: llaman a un actor y le comunican que han incendiado su casa y violado a su mujer. El actor corre a su hogar, un policía lo recibe fuera y le dice que ha sido su agente. Ha venido a su casa, la ha quemado y ha violado a su mujer. El actor se queda boquiabierto y, sin salir de su estupor, replica al policía: «¿Dice que mi agente ha venido a mi casa?».
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