Reflexiones en el espejo
Guillermo Hermida
© Reflexiones en el espejo
© Guillermo Hermida
ISBN papel: 978-84-18411-17-5
Editado por Tregolam (España)
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1ª edición: 2019
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Has abierto este libro y no sabes muy bien lo que puedes esperar de él. Es lógico, tan solo tienes un objeto con páginas entre las manos y un título: Reflexiones en el espejo. Se supone que debo motivarte con unas cuantas palabras para que no lo cierres y lo leas, hacerte ver que este libro es fundamental para tu vida, que es estupendo, que es alucinante. Pero no es eso lo que voy a hacer. Es más, te lo voy a poner fácil para que lo cierres antes de haberlo leído.
Si nunca has pensado en quién te gustaría ser, si todo en tu vida ocupa el lugar exacto que debería ocupar y no quieres hacerte ninguna pregunta sobre quién eres ni quién quieres ser, si nunca te has planteado, aunque solo sea por un instante, que tu vida no es como te la habías imaginado y que estás viviendo una vida que no quieres para ti, mejor sería que lo cerraras y dejaras de leerlo, porque este libro va de eso.
Estás leyendo estas líneas todavía, así que me imagino que no has cerrado el libro.
No quería ser provocador, lo único que trataba de decirte es que quiero que nos hablemos de tú a tú, que seamos sinceros desde el primer momento y pongamos las cartas sobre la mesa. No tenemos que ser políticamente correctos ni dejarnos llevar por lo que se supone que tenemos que hacer.
Vale, dirás, todo eso que me cuentas está muy bien, pero... ¿este libro qué es?
Este libro es una conversación. Entre tú y yo. En sus páginas te contaré cosas que he visto con mis propios ojos y otras que me ha contado la gente a la que he conocido. Te hablaré de inseguridades y miedos, los que todos sentimos alguna vez; de dificultades, de frustraciones, de desencanto, pero también de ilusiones, de proyectos…
Este libro es un viaje. Lo haremos como si estuviéramos en un cuento, avanzando por un paisaje en el que nos encontraremos con muchos personajes. Hablaremos con sabios y adivinos, con consejeros y maestros; tomaremos barcas, cruzaremos túneles de los deseos y bosques oscuros; buscaremos minas de diamantes...
Este libro es un mapa. Recorrerás sus páginas como si fuera una ruta y descubrirás poco a poco nuevos caminos. Es una historia con sus personajes y sus intrigas, con sus principios, sus nudos y sus desenlaces. Seguirás la trama y te preguntarás cómo acabará. Por momentos creerás estar dentro de una novela y pensarás que tú eres uno de los personajes.
Como ves, este libro es muchas cosas: una conversación, un viaje, un mapa, una historia, pero antes que nada es un espejo. Y el espejo funcionará en la medida en la que quieras mirarte en él para reflexionar, aunque lo que veas no te guste; para mirarte de frente e intentar encontrar lo que quieres ser.
Pero de nada servirá nuestra conversación si tú no escuchas, el viaje si tú no andas, la guía si tú no buscas, la historia si tú no actúas.
¿Empezamos?
UN MAPA VITAL
Caminante no hay camino, se hace el camino al andar.
Antonio Machado
Flotas en un líquido caliente y no sabrías decir con exactitud desde cuándo estás ahí. Quizá sea porque estás a gusto, porque tu cuerpo no pesa, porque no tienes que preocuparte por nada. Estás suspendido y solo tienes que dejarte llevar por la ingravidez, como un astronauta en su nave espacial, como un pez feliz en su pecera, como un bañista sumergido en una estación termal. Todo está quieto, perfectamente en calma, en total silencio. Bueno, en silencio no, de fondo hay un sonido muy grave y rítmico, parecido a una percusión tocada muy lentamente, a lo lejos, muy de fondo. Es un sonido agradable, amortiguado, suave. Tiene algo cálido, algo acariciador, algo tierno, como una especie de canción de cuna que te mece mientras tú flotas en ese líquido caliente en el que te encuentras inmerso. Tiene algo de familiar. Te hace sentir acompañado. Tú no lo sabes, pero es el latido del corazón de tu madre. Por eso te hace sentir tan bien. Es como si te indicara el ritmo al que debes respirar, como cuando alguien te canta una canción de la que no te acuerdas y poco a poco te incorporas tú al ritmo y al rato ya es como si la conocieras de toda la vida. El latido de tu madre te marca el ritmo para que tu vida empiece y tú empiezas a latir, a respirar; los dos al mismo tiempo.
No eres capaz de decir cómo, pero de alguna manera tu madre y tú estáis conectados. Ella es capaz de saber si estás despierto o si estás dormido, si estás inquieto y no paras de moverte o por el contrario estás en calma y no te mueves un ápice. Ella lo nota, no le tienes que buscar explicaciones, es así de fácil. Puedes sentirla cerca, muy cerca, todo lo cerca que dos seres humanos pueden llegar a estar el uno del otro. Pero eso todavía no lo sabes. No sabes lo que es un ser humano. No sabes lo que es estar cerca. Solo sabes que te sientes bien, que estás caliente, seguro y protegido. Sabes que ella está ahí, a tu lado, y eso te basta.
No puedes ni imaginar lo verdaderamente difícil que te será recordar estos momentos en el futuro cuando pasen muchos años y ya no estés aquí, en este líquido caliente, con tu madre, protegido de todo, acompañado por su latido. Hace meses que estás sumergido ahí y es como si hubieras ido despertando gradualmente, a medida que tu cuerpo iba creciendo y creciendo. Eres incapaz de saber a partir de qué instante has empezado a estar aquí, cuando empezó todo, cuál fue el punto en el que empezaste a ser.
Y un buen día empiezas a oír voces. Sonidos que se superponen a los latidos de tu madre, esos que ya se han convertido en algo tan familiar para ti que ya no les prestas atención. Escuchas unas voces que vienen de fuera. No las conoces, aunque en el futuro se convertirán en una constante en tu vida, dos voces de las que no te podrás librar tan fácilmente. Ahora no lo sabes, son simplemente dos sonidos nuevos, pero son las voces de tu padre y de tu madre. Están en una habitación vacía y hablan de ti, aunque tú no lo sepas porque estás dentro de tu madre.
La habitación está vacía y ellos hablan y hablan, no paran de hablar. Aunque tú no puedas verlo, tu padre está inclinado hacia el suelo indicando con sus brazos abiertos una medida en una de las esquinas, debajo de la ventana. Indica las dimensiones de la cuna, cómo debería colocarse para aprovechar mejor el espacio. Lleva una cinta métrica en el bolsillo. La saca y mide una distancia. «Uno sesenta», dice, hace un gesto con la cabeza, mirando a tu madre, y le dice que ese sería el lugar adecuado. Tu madre lo mira, tuerce la cabeza, entorna los ojos y se acerca a él colocando los brazos en otra dirección, diciendo que otra disposición de la cuna sería mucho mejor, que así tendrá más luz, que un niño necesita luz, mucha luz.
Tú escuchas las voces de tus padres desde dentro de tu madre, pero no sabes de qué hablan. No sabes lo que es la luz, lo que es una cuna y ni lo que es un metro sesenta, todo te suena a chino. Tu padre resopla y le da la razón a tu madre, le dice «vale, cariño», le da un beso y se guarda la cinta métrica de nuevo en el bolsillo. Tu madre abraza a tu padre y le cuenta lo que ha pensado para decorar la habitación: un cuadro con unos pajaritos en una esquina, un sol con unos planetas de juguete alrededor colgando del techo, estrellitas al lado de la puerta, una familia de patos en un rincón, al lado de donde tienen pensado colocar el armarito con la ropa que vas a llevar.
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