José Soto Chica - Los visigodos. Hijos de un dios furioso

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Los visigodos. Hijos de un dios furioso: краткое содержание, описание и аннотация

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José Soto Chica, el autor del exitoso
Imperio y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura, regresa con un volumen que aborda una época crucial en la historia de España, el tiempo que hace de bisagra entre la Antigüedad y el Medievo, el tiempo del primer reino que se enseñoreo sobre toda la península ibérica, el tiempo de los visigodos. Rastreando los nebulosos orígenes de los godos en Escandinavia, el libro acompaña a estos en una migración que los llevó a penetrar en el Imperio romano, a saquear por primera vez en siete siglos la Ciudad Eterna y a asentarse, por fin, en la Península.
Los visigodos. Hijos de un dios furioso explica cómo ese viaje convierte a los visigodos en un pueblo mestizo, impregnado de romanidad, un mestizaje y una romanidad que se acentuaron en Hispania, constituyendo la fértil semilla que la marea islámica no pudo agostar y que luego germinará con los primeros reinos cristianos, verdaderos epígonos espirituales del reino de Toledo. Si san Isidoro, el más destaco intelectual visigodo, cantaba «¡Tú eres, oh, España, sagrada y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa de todas las tierras, en tu suelo campea alegre y florece con exuberancia la fecundidad gloriosa del pueblo godo!», en José Soto encontramos su digno continuador, que aúna al exhaustivo conocimiento del periodo una prosa ágil y capaz de transmitir toda la épica que tuvo
un Alarico poniendo de rodillas a Roma o un
rey Rodrigo defendiendo su reino en Guadalete, hasta el fin.

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La tercera campaña goda de Valente se inició en la primavera del 369 cruzando de nuevo el ejército romano un puente de barcos esta vez amarrados entre sí a la altura de Noviodunum. Valente, una vez más, avanzó sin oposición y dirigió sus tropas hacia el Dniéster para atacar a los greutungos de Ermenrico que estaban prestando apoyo a los tervingios de Atanarico. Valente libró varios combates contra los greutungos que no fueron muy importantes, pero que bastaron para que Atanarico, reunidas todas sus fuerzas, bajara de las montañas para acudir en auxilio de sus aliados. Como ni Amiano Marcelino, ni Zósimo, ni Temistio, nuestras más confiables fuentes, dan detalles sobre la batalla que se libró entonces, solo se puede concluir que Valente logró la victoria, sin duda, pero que esa victoria no fue aplastante y que la situación de la guerra en el otoño del 369 poco variaba de la que había ofrecido dos años y tres campañas antes.

Cruzado de nuevo el Danubio, un frustrado, aunque victorioso Valente, invernó en Marcianópolis en donde recibió embajadas de Atanarico, el cual, una vez más, le suplicaba la paz. 38

Aunque Valente estaba logrando éxitos, estos no eran decisivos y la situación en Oriente no paraba de complicarse. La guerra goda de Valente se estaba alargando en exceso y los gastos eran demasiado grandes y no estaban siendo compensados por los éxitos obtenidos. De ahí que el emperador tuviera que recibir una embajada del senado constantinopolitano, en la que figuraba Temistio, que le instaba a firmar la paz con los bárbaros. Unos bárbaros que seguían en las montañas, ocultándose y librando una guerra de guerrillas que, aunque no desgastaba seriamente al ejército romano, le impedía obtener una victoria decisiva.

Por su parte, Atanarico tenía muy claro que nunca vencería al Imperio y sabía asimismo que su pueblo dependía en grado sumo del comercio con Roma. Sus mejores tierras habían sido devastadas y su pueblo no podía sembrarlas de nuevo pues desde la primavera del 367 vagaba disperso y cada vez más hambriento, por las montañas. Los tervingios no habían sido derrotados, pero estaban al límite de sus fuerzas y una nueva campaña de Valente los llevaría al exterminio, bien por hambre, bien por la espada.

Sin embargo, el emperador no podía permitirse una cuarta campaña. Necesitaba volverse hacia Persia. Así que cuando los enviados de Atanarico se presentaron de nuevo ante él suplicando la paz, envió a sus magistri equitum y peditum , Víctor y Ariteo, a comprobar cuáles eran las verdaderas intenciones de Atanarico. Eso dicen las fuentes. Lo cierto es que Valente no quería arriesgarse a entablar unas negociaciones con un jefe bárbaro que, aunque derrotado, podía mostrar a los súbditos del romano que las cuantiosas sumas que habían tenido que aportar para la larga guerra goda solo habían rendido una paz que simplemente restableciera la situación previa al 365. No, Valente quería asegurarse de que la escenificación de la paz y sus términos dejaban bien clara su victoria. Se trataba no solo de paz, sino también de prestigio imperial y él, el augusto de Oriente, estaba muy necesitado de ese prestigio tras la sublevación de Procopio y tras tres duras, pero poco concluyentes campañas contra los tervingios.

Pero también Atanarico tenía que «salvar su cara». Había sido su política agresiva la que había llevado a los tervingios a meterse de lleno en la guerra civil romana y a hacerlo en el bando perdedor. Había «perdido» los 10 000 guerreros que envió a Procopio y luego había tenido que sufrir tres arrasadoras campañas en su territorio sin poder hacer otra cosa que abandonar sus mejores tierras y desperdigar a su pueblo por las montañas. Si ahora acudía a Marcianópolis, donde aguardaba el emperador, para echarse a sus pies y pedir clemencia, su gobierno sobre los tervingios estaría acabado.

Así que Atanarico dejó claro a Víctor y a Ariteo que deseaba la paz, que la firmaría mejorando para el Imperio lo que ya firmaran su padre y su abuelo, pero que no se humillaría para lograrla. Creo que Atanarico también dejó entrever a los generales de Valente que el augusto ganaría tranquilidad si él seguía al frente de los tervingios y que por eso mismo era mejor que no lo humillara en exceso, ni apretara en demasía la soga en torno al cuello de los tervingios.

En diciembre del 369 o en enero del 370, Víctor y Ariteo rindieron sus informes a Valente y se acordó que Atanarico no acudiría a suplicar la paz a Marcianópolis, lo que hubiera evidenciado su derrota y humillación de una forma contundente, sino que negociaría la paz en mitad del río, en la frontera entre ambos estados. Era una buena salida para Atanarico y que Valente aceptara muestra que había llegado a la conclusión de que no le convenía socavar en exceso el poder del juez tervingio.

Peter Heather ha concluido que la paz del 370 y el consiguiente nuevo foedus evidencian que los intentos de Temistio por mostrar que el triunfo romano había sido completo, no podían ocultar que Valente no había sido capaz de meter en cintura a los tervingios. No estoy del todo de acuerdo con Peter Heather. Creo que Valente se limitó a ser pragmático: había mostrado su poder a los tervingios y los había obligado a aceptar, una vez más, la incuestionable superioridad romana. Pero no eran los godos, sino Persia, la que lo inquietaba y ante esa desazón, por así decir, necesitaba tener las manos libres y eso se lo garantizaba mejor un Atanarico agradecido y lo bastante fuerte como para sujetar a sus bandas guerreras, que una confederación tervingia deshecha en la que el caos y la anarquía impidieran a un debilitado juez tervingio imponer a su díscolo pueblo los términos de un acuerdo de paz con los romanos. De ahí que consintiera en entrevistarse con Atanarico en mitad del Danubio. De ahí que le concediera términos que, aunque duros y empeorando los acordados antes por Aorico y Ariarico, los antecesores de Atanarico, todavía eran aceptables. Guy Halsall es de la misma opinión y señala con acierto que la entrevista en el río, una circunstancia muy señalada por Peter Heather, tampoco constituyó nada excepcional, pues casi a la par que Valente se entrevistaba en medio del Danubio con Atanarico, su imperial hermano, Valentiniano, hacía otro tanto en el Rin con un rey de la confederación alamana sin que ello desmereciera su victoria sobre dichos bárbaros. 39

En una liburna magníficamente acondicionada, rodeado de su estado mayor, de su corte y de una delegación constantinopolitana en la que figuraba el filósofo, panegirista y político Temistio, y mostrándose con toda la pompa y dignidad del poder romano, Valente recibió a Atanarico y a sus reyes subordinados. Tras un artificial tira y afloja, se firmó el acuerdo en los términos que, semanas atrás, ya habían negociado los magistri Víctor y Ariteo con Atanarico y sus reyes menores. Mientras tanto, para darle un toque dramático a aquella cuidada representación, docenas de miles de godos, guerreros, campesinos, siervos, esclavos, mujeres y niños, llenaban las riberas norteñas del Danubio suplicando la paz y clamando por recibir alimentos, mientras que, en el lado romano del río, las tropas romanas formaban una disciplinada y rutilante línea de acero y cuero. Temistio lo describe así: «Se podría exclamar al contemplar en aquel momento las dos orillas del río, la una resplandeciente por los soldados que atendían en orden a los acontecimientos con calma y serenidad, la otra llena del confuso griterío de hombres que suplicaban postrados en tierra». 40

En efecto, los godos suplicaban la paz. Tenían hambre y esa era la prueba de que, pese a que su juez había logrado no tener que ir a echarse a los pies del emperador, su derrota era inapelable.

Se ha querido ver en las excusas de Atanarico para no cruzar el río y firmar allí la paz, no sé qué limitaciones religiosas y políticas de los jueces tervingios. Lo único que se debe ver tras los pretextos de Atanarico, recogidos por Temistio y Amiano Marcelino, es su desesperada situación política.

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