Cristina G.
AL OTRO LADO
© Cristina G.
© Kamadeva Editorial, septiembre 2020
ISBN papel: 978-84-122428-6-7
ISBN ePub: 978-84-122428-7-4
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Índice
* 1 * Los locos de enfrente
* 2 * Conociendo a los vecinos
* 3 * Fiesta de bienvenida
* 4 * Mi amigo el alcohol
* 5 * Dudas
* 6 * Las mentiras tienen las patas cortas
* 7 * Miedo
* 8 * Maldita lista
* 9 * Tres días
* 10 * Primera noche
* 11 * Más cerca
* 12 * Películas, fantasmas y Kyle
* 13 * En casa
* 14 * Una confesión y una visita a urgencias
* 15 * La culpa es de las drogas
* 16 * El beso que no pedí
* 17 * A la carrera
* 18 * Zapatillas voladoras y verdades
* 19 * KYLE POV Mi loca pelirroja (parte I)
* 20 * KYLE POV Mi loca pelirroja (parte II)
* 21 * Mensajes
* 22 * Un ángel en problemas
* 23 * Un atracador, un plan y una pelea
* 24 * Perdóname
* 25 * Las palabras mágicas
* 26 * Descubrimientos
* 27 * Solo amigos
* 28 * Lo que significas
* 29 * ¿Todo saldrá bien?
* 30 * Decisiones difíciles
* 31 * El ahora
* 32 * Nuestro momento
* 33 * La familia, ese gran problema
* 34 * Valor
* 35 * Espérame
* 36 * Separados (parte I)
* 37 * Separados (parte II)
* 38 * Tenía que pasar
* 39 * El destino
AGRADECIMIENTOS
* 1 * Los locos de enfrente
—¡Pelirroja! —exclamó mi primo.
Alcé la vista para verle acercarse a mí en el aeropuerto con una gran sonrisa pintada en los labios, un segundo más tarde me dio un fuerte abrazo rompe-huesos, hasta pensé que se me saldría el estómago por la boca. Después de dejarme libre de esa tortura, me miró de arriba abajo con sus ojos castaños.
—Joder, no te han crecido nada las tetas —espetó.
Rodé los ojos. Ya estaba acostumbrada a los repentinos actos de sinceridad de mi querido primo Daniel. Me pregunté a mí misma si realmente le había echado de menos.
—Ni a ti el cerebro —repliqué dibujando una sonrisa.
—Eso ya no tiene remedio. ¿Qué tal el viaje? ¿Algún señor roncando, alguien vomitando, niños repelentes llorando?
—Una señora tejiendo el jersey más feo del mundo a mi lado.
Daniel dejó escapar unas carcajadas. Acto seguido cogió una de mis dos gigantescas maletas y me rodeó los hombros con un brazo, familiarmente.
—Espero que esto no pese tanto porque te has traído a un antiguo novio partido en trocitos.
Chasqueé la lengua. Irme a vivir con mi primo, sin duda, había sido la peor idea que había tenido en mi vida. No sabía si sería capaz de sobrevivir al lado de semejante elemento de la naturaleza, pero tenía que quedarme en algún sitio mientras me graduaba.
Estaba claro que elegiría la carrera de Medicina, hacia donde había remado toda mi vida, y lo que consideraba mi vocación. Y evidentemente, quería obtener mis estudios en la misma universidad que mi padre, la Universidad de California, en San Francisco. Porque sí, mi padre era médico, cirujano cardiotorácico concretamente. Y por supuesto, su única hija no podía ser menos que una gran doctora.
De modo que cuando Daniel supo que vendría a su ciudad, no dudó en acosarme día y noche para que me quedara con él. Apreciaba mucho a mi primo, pero era bastante irritante, siendo sinceros, y sabía que su vida era una completa locura de la cual no me hacía ilusión formar parte. Sin embargo, me prometió que se comportaría con esos ojos que pone el gato de Shrek. No pude negarme.
—Ya verás, te va a encantar —dijo visiblemente emocionado cuando doblamos la esquina hacia su apartamento.
Phoenix, el que era mi hogar, no era tan distinto de San Francisco. Ambos componían una ciudad llamativa y muy poblada, con altos edificios y muchos negocios de todo tipo. Y las palmeras eran de verdad, apunte que me encantaba. Aunque eso sí, agradecía enormemente el cambio de clima. A pesar de estar en agosto todavía, la sensación en San Francisco no era ni parecida a la sequedad y al asfixiante calor procedente del mismísimo infierno que sufría en Arizona. Había decidido mudarme aproximadamente un mes antes de empezar las clases, para poder adaptarme tranquilamente. Esperaba que vivir en esta ciudad costera ayudara a mi cabello reseco.
La zona en la que residía Daniel podría considerarse de clase media-alta. Había casas preciosas y varios edificios y apartamentos grandes. Por suerte no estaba demasiado lejos de la universidad, aunque sí debería coger el bus o el metro, y nos encontrábamos cerca del Parque Golden Gate. Saqué la cabeza por la ventanilla como un perrillo. Tenía mucha curiosidad de ver donde vivía.
El taxista paró el vehículo y nos bajamos frente a un edificio de apartamentos de color blanco.
—¡Es aquí! —exclamó y cogió mi mano emocionado, arrastrándome dentro.
Me quedé observando al entrar cogida al asa de mi enorme maleta de color morado. Había un gran patio en la zona central, tenía forma rectangular y los apartamentos se encontraban a los dos lados más largos de este. Entramos al vestíbulo donde se encontraba el ascensor y Daniel lo llamó.
—Te gustará la gente de aquí —me dijo.
—Ah, ¿sí?
No pude decir nada más, ya que el ascensor se abrió y un chico salió de él. Era bastante alto, con el pelo castaño y despeinado, que le daba un aire aniñado muy adorable. Tenía unos rasgos muy marcados y para qué negarlo, era muy guapo. Guapo de anuncio de ropa de marca.
—Hola, Daniel —saludó el chico con una sonrisa. Una sonrisa encantadora, por cierto.
—Hey, Liam —contestó mi primo.
El tal Liam me miró a mí y después de nuevo a Daniel, esperando quizás que nos presentara.
—Cierto, esta es mi prima Emma. Se va a quedar a vivir conmigo un tiempo —explicó. Después se dirigió a mí—. Liam es mi vecino. Ahora tuyo también.
—Hola —dije mostrándome lo más simpática posible. Aunque debo admitir que los dotes sociales no eran particularmente lo mío.
—Vaya, qué interesante —respondió.
¿Interesante?
Su sonrisa parecía invadir toda la escena. Me quedé mirándole como una idiota.
—¿Subimos? —me preguntó Daniel haciéndome dar un pequeño respingo.
—Sí, sí.
Nos despedimos con la mano de mi nuevo vecino, y una vez en el ascensor, Daniel me escudriñó con la mirada. Lo peor era que conocía esos ojos de Sherlock Holmes.
—No me gusta —le dije adelantándome a su pregunta.
—Ya, claro. ¿Sabes? Vive justo enfrente de nosotros.
—¿Él solo?
Mi primo soltó una estruendosa carcajada y yo fruncí el ceño, extrañada. ¿Qué es lo que le hacía tanta gracia? Salimos del ascensor en el tercer piso y comenzamos a caminar hacia la puerta de su casa.
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