Christie Ridgway
A tu Lado
A tu Lado (2007)
Título Original: Right by her side (2005)
Serie Multiautor: 11º El Legado de los Logan
El hombre que había al otro lado del mostrador carraspeó.
– Rebecca, sé quién es el padre de tu hijo.
Rebecca Holley se quedó sin habla. Cuando Morgan Davis la había llamado en mitad de su turno de trabajo para que acudiera al centro de adopción Children's Connection, situado en el edificio anexo al Hospital General de Portland, no había sabido qué pensar.
– Bueno, claro que lo sabes, Morgan -respondió.
Aunque el donante de esperma seguía siendo anónimo para ella, Morgan era el director de la clínica de fertilidad donde ella había sido inseminada y tenía acceso a todos los expedientes.
Rebecca se pasó la mano por la bata verde de enfermera que le cubría el vientre, todavía plano. Sólo estaba embarazada de siete semanas y ni siquiera había empezado a tener náuseas matinales. Sin embargo, la extraña expresión del rostro de Morgan estaba consiguiendo que se sintiera inquieta.
– ¿Qué ocurre?
– Rebecca… no hay un modo fácil de decirte esto.
– El test de embarazo no podía estar equivocado, ¿verdad?
– ¡No, no! Estás embarazada. Sin embargo, recientemente hemos descubierto que hubo un intercambio de muestras de los donantes, así que hemos repasado todos los expedientes de inseminación artificial.
¿Un intercambio? Rebecca tragó saliva e intentó mantener la calma. Morgan le estaba diciendo que habían cambiado el semen del donante que ella había elegido, un hombre de clase trabajadora, moreno y de ojos oscuros, como ella misma, por el de otro donante.
Sin embargo, ella no era quisquillosa.
Dejó escapar una risita para disimular su nerviosismo.
– Bueno, siempre y cuando el bebé esté sano, Morgan, no me importa que sea rubio o tenga los ojos azules.
Morgan miró de nuevo la carpeta del expediente e hizo una mueca.
– Es posible que tu bebé tenga esos rasgos, Rebecca. Te hemos inseminado con el esperma de un hombre rubio de ojos azules. Es un hombre muy rico y respetado… y que no dio las muestras de semen con este propósito.
– Pero… eso no importa, ¿verdad? -preguntó Rebecca, y de nuevo se acarició el vientre.
«No te preocupes, Eisenhower». Estuvo a punto de sonreír al recordar aquel apodo, que era una vieja broma familiar. Era el nombre que los padres de Rebecca usaban cuando se referían a cada uno de sus hermanos y hermanas pequeñas antes de que nacieran. Parecía que ella iba a seguir con la tradición.
«Todo va a ir bien, Eisenhower».
– El proceso sigue siendo anónimo, Morgan -dijo-. Yo no sé quién es el hombre. No sé quién es el padre.
Morgan sacudió la cabeza.
– Pero ese hombre tiene derecho a saber que va a ser padre, Rebecca. Children's Connection no puede ocultarle algo así.
Ella se puso en pie sin darse cuenta.
– ¿Qué? ¿Por qué no?
– Es lo que exige la ética, Rebecca. Tú puedes entenderlo.
Lo que entendía era que sus esperanzas y sus sueños habían pasado de ser algo alegre y feliz a ser algo horrible. ¡No, no! No podía pensar así. Su bebé seguía siendo su bebé.
– ¿Quién es ese hombre, Morgan? Deja que hable con él y yo… arreglaré este asunto.
Le explicaría lo que había ocurrido y le diría que el niño y ella no esperaban nada de él.
Morgan frunció el ceño.
– Rebecca…
– Me lo debes, Morgan -dijo ella-. Me debes la oportunidad de poder hablar con este hombre primero.
– Rebecca…
– Dime quién es.
Morgan y su esposa iban a adoptar un bebé pronto, y aquel detalle debió de facilitar que él entendiera la desesperación de Rebecca. Miró el expediente una vez más y suspiró.
– El padre de tu bebé es Trent Crosby, Rebecca. Trent Crosby, el director general de Crosby Systems, Incorporated.
Eran más de las seis cuando Rebecca apagó el motor del coche en el aparcamiento vacío de Crosby Systems y vio por el espejo retrovisor la puerta de cristal brillante del edificio de la compañía.
– Está bien, Eisenhower -dijo con energía-.Ya es hora de que solucionemos esto.
Rebecca se dio cuenta de que sus piernas no compartían aquella actitud tan decidida, porque no se movían. Permaneció pegada al asiento de vinilo sin poder salir del coche.
– Eisenhower -murmuró Rebecca-, tu madre no es una cobarde. De verdad.
Sin embargo, se estaba comportando como si lo fuera. Era el apellido Crosby lo que la asustaba. Conocía a aquella familia: eran poderosos y ricos. Y no era de ayuda el hecho de que hubiera visto de lejos a Trent en una subasta de beneficencia el mes de diciembre anterior, porque además de poderoso y rico tenía algo más que resultaba intimidante.
– Vas a heredar los genes de un hombre muy guapo, Eisenhower. No hay ninguna duda de eso.
Quizá no debiera haberse empeñado en darle ella misma la noticia, pensó. Quizá hubiera debido permitir que fuera Morgan quien hablara con él, de hombre a hombre, y después esperar a que Trent Crosby se pusiera en contacto con ella.
¡No! Lo último que quería era estar de nuevo a merced emocional de un hombre. Ya había pasado por aquello durante su doloroso divorcio.
Así pues, salió del coche y cerró la puerta, y después se recordó todas las situaciones nuevas a las que se había enfrentado por ser hija de un militar. Aquellas ocho mudanzas durante diecisiete años la habían convertido en una experta a la hora de evaluar a la gente nueva y las situaciones nuevas, y para encontrar la manera de encajar. 0, al menos, para no hacerse notar. Era aquélla la razón por la que había querido hablar ella misma con Trent. Tenía práctica en comportarse de manera agradable y poco amenazadora, y eso era una ventaja en un momento como aquél.
Así pues, no tenía ninguna razón para titubear. Irguió los hombros, miró hacia la puerta de la empresa y…
La desvió hacia unas cajas de cartón que había a su derecha. Se dijo que no estaba intentando postergar lo inevitable. Simplemente, aquellas cajas eran perfectas para construir la cabaña de juguete que le había prometido a una de sus pacientes de la planta de pediatría del hospital.
Rebecca miró el cielo gris. Había llovido aquella mañana y lo más probable era que lloviera de nuevo. Debería plegar las cajas y meterlas dentro del coche.
¡No era una evasiva!
Sin embargo, no fue tan sencillo como parecía.
Primero, las suelas de los zuecos de enfermera hicieron que resbalara en el barro y cayó de rodillas sobre una mancha de suciedad del suelo. Segundo, las cajas estaban muy rígidas y tenían las esquinas reforzadas, y resistían los esfuerzos de Rebecca por plegarlas. Tercero, cuando estampó el pie en el suelo, debido a la frustración, provocó una lluvia de gotitas de barro que aterrizaron por todas partes.
Cuarto, cuando entró a gatas en la caja más grande, por su extremo abierto, para intentar aplanarla desde dentro, oyó la voz de un hombre.
– ¿Puedo ayudarte?
Rebecca se quedó helada, inmóvil, con la esperanza de que el propietario de aquella voz grave no estuviera hablando con ella.
– La que está en la caja -dijo el hombre, dando al traste con sus ilusiones-. ¿Puedo ayudarte en algo?
Rebecca carraspeó.
– ¿Estás… hablando conmigo?
– Lo creas o no, eres la única que lleva una caja de cartón en todo mi aparcamiento -dijo él, sin el más mínimo matiz de buen humor en la voz.
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