Cristina G.
A tu LADO
© Cristina G.
© Kamadeva Editorial, marzo 2021
ISBN papel: 978-84-122884-6-9
ISBN ePub: 978-84-122884-7-6
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Índice
1. EMMA
2. KYLE
3. EMMA
4. KYLE
5. EMMA
6. KYLE
7. EMMA
8. KYLE
9. EMMA
10. KYLE
11. EMMA
12. KYLE
13. EMMA
14. KYLE
15. EMMA
16. KYLE
17. EMMA
18. KYLE
19. EMMA
20. KYLE
21. EMMA
22. KYLE
23. EMMA
24. KYLE
25. EMMA
26. KYLE
27. EMMA
28. KYLE
29. EMMA
30. KYLE
31. EMMA
32. KYLE
33. EMMA
34. KYLE
EPÍLOGO. EMMA
AGRADECIMIENTOS
1 EMMA
Quién me iba a decir que después de varios años estudiando medicina, una aguja de nada continuaría asustándome como cuando era pequeña.
—Oiga, ¿va a pincharme algún día?
Intenté no mirar de forma molesta a aquella señora impertinente. ¿Por qué la gente no tenía un poquito de paciencia? Era difícil para mí. Observé el pequeño objeto, me infundí todo mi valor y clavé la aguja en la carne de la mujer. Ella profirió un leve gemido y mi estómago se revolvió. Una vez hecho la mujer se marchó y yo suspiré. Verónica entró a la sala de curas y se rio de mí.
—¿Qué es esa cara?
—No preguntes —contesté sacudiendo la mano.
—Ay, Em, tienes que acostumbrarte, llevas casi medio año aquí.
Me crucé de brazos. Ya sabía eso, no hacía falta que me lo recordara cada día.
—Ya lo sé, ¿vale? —bajé la voz a un susurro—. Con los muñecos era más fácil…
—Claro, porque no se quejan.
Verónica comenzó a reír, y dejó de hacerlo poco a poco cuando divisó mi mirada fulminante. O quizás no había sido yo.
—Menos risitas y más trabajar.
Mi compañera asintió y volvió a su puesto de trabajo, no sin antes rodar los ojos en mi dirección. Miré a Jase con una disculpa y me giré para ordenar la sala. Jase, alias Médico Estreñido. A Vero y a mí nos había tocado la lotería con ese fantástico jefe/mentor. Actualmente éramos internas y él estaba sobre nosotras, el todopoderoso, o al menos así se creía Jase. Siempre de mal humor, siempre con algún comentario molesto en su boca, siempre a disgusto con nuestro trabajo. Lo escuché merodear a mi alrededor, y miré sobre mi hombro para ver qué hacía. La bata le venía un poco pequeña a Médico Estreñido, el hombre tenía sus músculos. Vale, era odioso, pero era atractivo como el diablo. Supongo que si Satanás existiese tendría su aspecto cien por cien seguro. Se giró para lanzarme una mirada envenenada al pillarme observándole.
—Acaba, en cinco minutos vamos a hacer la ronda de pacientes —me dijo.
Asentí, avergonzada. Pero vamos a ver, ¿qué le había hecho yo a ese hombre? Bueno, yo y el resto de la humanidad. De verdad no entendía su comportamiento. Le seguí por el pasillo, nos reunimos con Verónica y sus otros dos internos e hicimos la ronda.
Al llegar a casa lancé los zapatos lejos a pesar de que luego tuviera que recogerlos. Estaba agotada, muchos pacientes, algunos muy renegones, Verónica distrayéndome todo el tiempo y Jase odiándome más a cada segundo. Pero tenía que aguantar, era el camino para ser doctora y soportaría lo que me echaran encima. Suspiré, era mucho más bonito cuando era una estudiante.
Me di una relajante ducha, me puse mi pijama y fui a la cocina a preparar la cena. Estar sola no era tan malo. Tenía toda la casa para mí y no tenía que soportar a nadie metiéndose en mis cosas. Desde que Daniel se fue era todo mucho más tranquilo. Insistí en ser yo la que se marchara a otro apartamento, pero él dijo que prefería irse para no tener cotillas cerca. Eveling y mi primo llevaban casi un año viviendo juntos y todavía no se habían matado. Era un logro.
Mientras cenaba miré por la ventana, la que daba a la del apartamento de enfrente. Las cosas habían cambiado bastante. Mis ocho extraños vecinos ya no estaban. Tan solo Liam, Damon y Chris continuaban viviendo en ese piso. Los demás habían volado del nido, con sus novias o trabajos lejos de ese edificio. Al fin y al cabo, habían pasado casi seis años desde que me mudé a ese loco lugar. Sin desearlo, recodé aquel momento, aquella época, y mi estómago se contrajo. Tragué y dejé el tenedor en la mesa. Mi teléfono comenzó a sonar, haciendo que pegara un salto en la silla. Lo cogí sin ver quién era.
—Primita, ¿a que no sabes qué?
Rodé los ojos. Ya empezábamos.
—Ilumíname.
—Alguien tiene plan para mañana por la noche… —canturreó, dándome ganas de colgarle.
—Ni lo sueñes —imité su canturreo.
—Vamos, Em, llevas demasiado tiempo más sola que la una. Debes relacionarte.
Respiré hondo, intentando calmarme y no soltar improperios por mi boca. Si estaba sola era porque quería, y no necesitaba que nadie me diera su caridad amorosa.
—¿Y por eso debo tener una cita a ciegas que tú programas sin consultarme con un tío diferente cada semana?
—¡Porque no te gusta ninguno!
Di una palmada en la mesa.
—¡Porque son todos idiotas!
—Este es distinto, lo prometo.
Seguro.
No sabría decir cuál fue peor. Si el tipo que solo sabía hablar de su madre, el que solo sabía hablar de su exnovia, el que se pasó toda la cena con algo entre los dientes, sonriendo y sin decir nada, o el que vino sin ducharse después de jugar al fútbol y pasó todo el tiempo hablando de jugadas. Suspiré, estaba muy cansada de todo eso. ¿Tan extraño era que quisiera seguir soltera? No quería un novio. No tenía tiempo para eso, vivía muy tranquila y no quería complicarme. No lo quería, ni lo necesitaba.
—No voy a tener otra cita, Daniel —concluí.
—Emma, es un buen chico. Es auxiliar, ya sabes, trabaja con las ambulancias y eso. Te ha visto más de una vez y se ha interesado.
—¿Y tuvo que pedirte a ti una cita? ¿Acaso eres mi representante?
—Yo se lo dije, no al revés. Porque le había interceptado mirándote.
Solté una carcajada sin humor, más bien un bufido.
—Claro, tú siempre tan atento, buscándome un novio de cualquiera que me mire.
—Yo solo quiero que seas feliz.
Su frase me cerró la boca de pronto. El tono de su voz sonó preocupado, realmente triste. No me gustaba que me tuvieran pena. No quería que nadie pensase que necesitaba estar con alguien para pasar página y rehacer mi vida. Sabía perfectamente que la gente a mi alrededor se daba cuenta, se percataba de que yo no lo había superado. ¡Era estúpido! Era totalmente ridículo, habían pasado más de cinco años, por el amor de Dios. Pero aún y así, me encerré en mí misma, y nunca quise salir con alguien más, a pesar de tener algún que otro pretendiente. Me daba rabia. Me enfurecía llevar esa especie de duelo durante tanto tiempo, y, sin embargo, no me sentía capaz de quitármelo.
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