Gabriela Arciniegas - Las formas del aire

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Las formas del aire, su cuarto libro de cuentos, Gabriela A. Arciniegas, generación Cero-cero de narrativa latinoamericana, consagrada como pionera del género terror escrito por mujeres en Colombia, y se lee en colegios y universidades colombianas, norteamericanas y europeas, decide jugar con los mismos géneros que le apasionan de una forma más madura e introspectiva, al combinarlos con algunos de los postulados de la física cuántica, para crear un universo de microrrelatos y cuentos cortos que juegan en la cuerda floja entre el ensayo, la narrativa y la poesía, entre la realidad y la ficción, en este, el tercer proyecto en que combina texto con ilustraciones de su autoría.

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LA ÚLTIMA NOCHE

Las formas del aire - изображение 5l calor fundía el asfalto con las suelas de sus zapatos. Con la garganta ensanchada por los humores negros del aire, se sentía pesada, cuerpo sin huesos, una mole que se deformaba al contacto de los rayos del sol. Una masa gelatinosa que rodaba penosamente por la acera. Ni una brizna de viento movía las ramas de los árboles. Sus piernas no querían moverse, como si estuviera metida dentro de un cuadro. Lo único que aún medía el paso del tiempo era el aire al deformar las figuras y convertirlas en un mar de fantasmagorías. Su sombra la seguía, callada, tenue, tan desesperanzada como ella. Cuánto tiempo tratando de juntar las partes de ese amor, cuántos ruegos, cuántas plegarias al sordo rostro del Sol que ahora caía al horizonte, derrotado. Oh, qué pequeño es tu amor, le hubiera dicho el astro. Ved mi venganza. Venganza no es una buena forma de llamarlo, porque los cuerpos celestes son accidentes y así los pormenores de la vida.

Las calles se veían más vacías que minutos antes. El silencio era más fuerte que el canto de los grillos. El silencio y la noche, enamorados, avanzaban de espaldas por la ciudad desierta tomados de la mano. La noche caminaba delante, intocada, ignorando el terror lento en los ojos de los moribundos. El silencio la seguía, un par de pasos atrás, liderando la procesión de sus seres oscuros.

LAS FORMAS DEL AIRE

Las formas del aire - изображение 6e había puesto mi gabardina de lona, no porque tuviera frío, o calor, sólo me sentí segura con ella. Las gabardinas son como madres protectoras que, de haber lluvia, la aíslan, como si nos llevaran a un mundo lejos de ella; y si no hay lluvia, entonces estarás en ese otro mundo, protegido de cualquier peligro. El sol penetró con fuerza por la puerta de vidrio y corrí mi pie hacia sus rayos para tener la impresión de que todo mi cuerpo estaba tendido en ese pequeño cuadrado luminoso en el suelo. Una mosca de abdomen amarillo se posó en mi rodilla, y fui consciente, por un instante, de que el tiempo es esa transparente substancia que nos mueve. Ahí presencié las formas del aire, volutas como aves en cortejo excitadas al contacto del sol.

VEINTE BRAZOS

Las formas del aire - изображение 7uentan que en un reino hace millones de años existió una princesa que para elegir un príncipe, a sus pretendientes, si tenían menos de veinte brazos, les cortaba un par. Pero la princesa era tan hermosa y tan llena de virtudes, que muchos se hacían cortar los brazos sólo por verla cinco minutos.

MARRANO

Las formas del aire - изображение 8o sé dónde estaba yo, desde dónde vi el enorme marrano muerto en ese camión. Cuando lo vi yo era el marrano saltando sobre los baches. Yo tenía cuatro años, el marrano y yo teníamos cuatro años y estábamos muertos. Y él saltaba, lo movían aún las leyes de la física aunque su alma ya no estaba. La sangre me escurría aún viva y líquida y brillante hasta la plataforma, quizá había un hombre conmigo sosteniendo la cuerda que me ataba a las barandas. Éramos niños y aún no sabíamos retener las imágenes completas. Utilizábamos un foco cerrado, enfocábamos la vida y el resto se desvanecía en el aire. Y la imagen de mi muerte se repitió tantas veces que ahora lo recuerdo a través de la ventana de mi cuarto en esa vieja casa en Teusaquillo, y a través del vidrio del carro de mi abuelo y parada en cualquier esquina de la ciudad. Desde dónde estaba siendo observada, cambia cada vez que lo recuerdo, el color de la luz y la temperatura del aire nos son imprecisos pero yo sigo siendo ese marrano enorme que es sólo tejidos levemente atados por leves líneas de silencio, acaso algunos aún no saben de su final, acaso siguen cometiendo mitosis y trabajando arduamente para producir líquidos y proteínas y opiáceos. Mi tía pensó que eso me había dejado traumatizada, yo sólo trataba de entender lo que chorreaba, sólo trataba de recorrer con los ojos su quietud imperturbable, su paz. Por supuesto no fueron sino unos segundos, el camión pasó. El camión pasó con el marrano enorme, como del tamaño de un auto, así aparece cuando lo llamo, ni siquiera supe que era un marrano porque le vi apenas la espalda generosa y larga. La espalda recorrida por hilos rojinegros. “Pobre la niña, acaba de ver un marrano muerto”, oí a los adultos decir, “sí, va a quedar traumatizada”. “Entonces es grave”, me dije, “entonces debo recordarlo siempre”. Por supuesto que no advertí su dolor ya inexistente. Vi el éxtasis eterno, ese misterio que deja un cuerpo al quedar igual que siempre, pero arrastrando consigo su nombre, su dolor y cualquiera de sus futuros con esa resaca tan potente y que nadie puede ver. Asistir al comienzo de su descomposición, a su incapacidad de comunicarla, sin las palabras lastimeras y perturbadas de los adultos, había sido un regalo.

Las formas del aire - изображение 9

AND SO SHE DREAMED

Las formas del aire - изображение 10staba sentada en una cama mirando hacia la puerta, que estaba abierta. ¿Era su habitación? No podía ser, la suya era, había sido, cálida, confortable. Esta donde estaba ahora le hacía pensar en un montón de hojas secas llenas de escarcha. Algunas figuras geométricas le eran familiares, el óvalo del espejo en el clóset, el rectángulo alargado de la cama. La luz de la ventana se desvanecía poco a poco a medida que llegaba al corredor. Pero recobraba vida, menos blanca, más amarillenta y más luminosa que como llegaba a la ventana detrás de ella. Esa luz renacida venía de otra puerta, frente a ella, cada vez más cerca, a medida que caminaba. Por unos instantes fue consciente de su cuerpo como una cosa que la transportaba y que dolía. Luego siguió moviéndose, pensando que flotaba. Que quizá había muerto.

Se encontró a las puertas de una cocina. ¿Cómo no había visto algo así tan cerca de su cuarto? ¿Era acaso suyo el espacio de donde venía? ¿Y de dónde venía? ¿Cómo volvería?

La cocina se extendía toda hacia su derecha, sucia, descuidada. Así no era como yo la llevaba, se dijo, esta no puede ser mi misma cocina, todo se ve tan viejo, tan triste. La gente que vive aquí debe ser muy descuidada. La gente... recuerdo que tuve un hijo... La cocina. ¿La qué? La habitación llena de trastos. Sí... llena de cos... cas... colores inundados de amarillo. Alguna razón tenían sus ojos para estar ahí. Había una armonía vaga en la imagen. Y luego la vio a ella. La muchacha. Y la muchacha se volteó al verla y le sonrió. ¿Se conocían? Se veía amable. Se sintió apenada, iba a pedir perdón por haber resultado ahí, lejos de su casa. Pero la muchacha dijo un nombre. Al comienzo pareció un nombre. Era un nombre que le gustaba, un nombre que había sido... no, quizá sólo era que le gustaba el nombre. Él... se desvaneció en sonidos, partes de una canción, trató de cantarla. Entre las formas cada vez más imprecisas y menos delineadas de la habitación, algo del espacio se movió también, justo detrás de esa amable desconocida, y tenía los ojos de su hijo, que eran sus mismos... el muchacho, abundante, le sonrió, pero esos ojos, que le causaban amor, la miraban con tristeza, con cansancio. Los dos que la miraban se abrazaban como dos células, con sus dos pares de ojos clavados en una olla en el fogón, como frente a un dios de fuego azul. Supo de la divinidad del fuego porque a ella también la atrajo el calor y el leve crepitar de la llama a gas. Alcanzó a iniciar una súplica, fue consciente de la sombra que devoraba lenta, con gula, sus recuerdos. Luego esa sustancia azul que calienta la miró vacía de símbolos. Qué mueble más extraño donde tienen la olla, pensó. Volvió a mirarse en los ojos del muchacho, quién eres, quién eres, se preguntó sin saber decirlo, sin recordar siquiera las palabras de la pregunta. La respuesta fue una urgencia pero recordó que hacía tiempo no lo sabía. Sabía que lo quería, sabía que la había hecho llorar, han visto a mi hijo, quiso preguntar pero el lenguaje estaba encerrado justo frente a ella, detrás de un cristal veía las palabras y no podía entenderlas. ¿Sería esto un sueño? ¿Cuánto faltaba para despertar? Se quedó paralizada, contemplando a la pareja. Ya ni él ni ella la miraban, la muchacha revolvía la olla, él se balanceaba y balanceaba el cuerpo de la amada en un vals silencioso. Y así fue sintiendo que no existía, que era una mente sin cuerpo que podía observar esa escena aleatoria. Más aún, el aire que la separaba de esa escena fue cobrando densidad, se solidificó, se volvió una lámina de cristal. Y de repente, como una bofetada, el único lenguaje posible fue: ¿Dónde estoy? ¿Quiénes son esas personas? No sabía. Acaso no supo que esas personas eran humanas. ¿Nunca lo había sabido? No había un pasado. Sólo ese instante aterrador de no saber, de no entender. Y casi al mismo tiempo, él la miró, ella se sintió amenazada aunque no entendía su gesto, y él le dijo: “anda a acostarte”. ¿Acostarme?, buscó los sonidos, su ser hizo un esfuerzo que la agotó hasta que logró unir las sílabas y entenderlas como un verbo. “A tu cama”, le dijo el hombre. Ah, sí, mi cama, mi cama.

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