Ella solía contarle a Sirio cuando jugaba al balero, o a la payana o payanita como le decía ella, Sirio nunca iba a olvidar el brillo en esos ojos de avellana clara, cuando su abuela, de forma efusiva, le contaba de qué se trataba el juego. El término payana viene del quechua pallay, que traducido al español significa recolectar o recoger del piso, consistía en tomar 5 piedras pequeñas, dejarlas próximas en el piso, lanzar una al aire, tomar otra velozmente del piso, y agarrar la que tirabas previamente antes de que esta tocara el piso de nuevo, y así quedar con las dos piedras en la mano y de esa forma jugar hasta robar las cinco que estaban en un inicio en el suelo. Angustia contaba que hacía torneos con sus amigos para llegar al ganador más rápido y experto en payanita .
—Vamos a ver si pasa el colectivo, Sirito —le decía su abuela siempre que él estaba en la chacra por unos días con ella y su abuelo—. Son casi las siete, así que debe estar por pasar, tu tía me ha mandado del centro unas toallas nuevas y el chofer me las va a pasar a dejar.
—Bueno, vamos, pero no estemos dos horas esperando, abuela, si no pasa yo me vuelvo a la casa —le decía Sirio con cara de enojo.
—Dale, Sirio, no seas vago, si no estás haciendo nada, de paso te enseño un juego que hacíamos nosotros cuando éramos chicos. Cuando llegaron al asfalto roto y avejentado que marcaba la ruta por donde pasaba el colectivo, Angustia se agachó y le pidió a Sirio que la siguiera.
—Mira, mi amor, esto se llama payana, tú agarras cinco piedritas —lo dijo tomando las piedras que se estaban desprendiendo de la calle—. Y haces esto, ves, vas tratando de agarrar las piedras de abajo, del piso, sin que lleguen las que vas tirando antes.
Sirio miraba maravillado el movimiento de mano de su abuela, nunca la había visto con semejante audacia y movilidad, el movimiento de muñeca y la rapidez de sus dedos, todo era muy rápido.
—¿Y qué me cuentas?, vamos a ver si te sale. —Sirio la miró con mucha gracia y no pudo sostener la carcajada.
—Es refácil, abuela y ¿con esto jugaban?, bueno, a ver si me sale —dijo mirando para abajo con la sonrisa todavía marcada en los labios, tomó las mismas cinco piedras y falló en el primer intento, probó suerte de nuevo y otra vez falló—. Lo que pasa es que el problema son las piedras, las voy a cambiar. —De nuevo falló, al sexto intento con las nuevas piedras se dio por vencido—. No puedo —dijo al final, serio y enojado.
—Ja, ja, ja, y ahora quién se ríe —dijo Angustia—. Viste que no es nada fácil, Sirito, no, si no es soplar y hacer botella, según el dicho, hay que practicar.
—Ahora entiendo —se jactó Sirio, abriendo los ojos como manzanas—. Las horas que habrás estado practicando esto para que te salga tan rápido y así ganarles a tus compañeros, abuela, con razón has estado tan entretenida.
—Bueno, bueno, ves que tu abuela es viva y sabe cosas, querido, no, si tan tonta no soy.
—¿Y el abuelo Casimiro también jugaría? —le preguntó Sirio.
—Supongo que sí, aunque yo nunca jugué con él, tu abuelo de chico vivía acá con sus seis hermanos, mi casa estaba muy retirada de acá, yo lo conocí más de grande a tu abuelo.
—Debe haber sido rápido —le tiró la frase como al pasar, sabiendo la respuesta graciosa que su abuela le iba a dar y que siempre diseñaba para dejar a su marido como una tortuga con muletas.
—Sí, madre mía, Sirio, ¿tú no conoces a tu abuelo todavía?, yo creo que mientras sus compañeros ya coronaban al campeón de la payana, él todavía estaba eligiendo con qué piedras jugar, lo pienso y lo estoy escuchando decir, “esta no porque es muy chica, esta no porque es muy grande, la que no tiene punta es muy lisa”, y así de impertinente es tu abuelo, Sirio, es un hombre indeciso para todo, imaginátelo jugando a la payana , ¡joder!, no me hagas reír, querido.
Sirio aguantaba la risa a más no poder y terminó descostillado a carcajadas en la orilla del asfalto caliente por el atardecer, con olor a jarilla y a árbol de membrillo en el corazón, sabiendo que realmente era así, su abuelo era indeciso haciendo alarde de la palabra, pero además sabiendo, con toda plenitud, lo mucho que se amaban, o quizás, lo mucho que estaban acostumbrados a vivir el uno con el otro. Era una relación con sus zonas de oscuridad, pero sobre todo con mucho humor y acompañamiento mutuos.
Capítulo 2
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Cuando Sirio cumplió los 12 años, terminó los estudios en la escuela primaria, debía empezar el siguiente nivel con todas las fuerzas que ameritaba el hecho. Pero no se encontraba en su mejor momento, el pobre niño vacilaba en sus voluntades, dudaba hasta de su propia existencia, empezaba el largo y definitivo duelo de la adolescencia. Por eso una noche, al llegar su papá del trabajo, Alba le dijo:
—Vas a tener que hablar con tu hijo, se ha encerrado hace horas en su pieza y no deja entrar a nadie. Perla me dijo que lo escuchó llorar despacito, ¿por qué no te fijas que tiene, Absalón?
El padre golpeó la puerta de la pieza de Sirio y con voz suave y cansina preguntó si podía pasar.
—Sí, papá, pasa.
—¿Qué te anda pasando? —preguntó Absalón a su hijo, con la dulzura de padre en las manos y en la caricia más pura, recostándose a su vera.
Sirio estaba enrollado, en posición fetal, tratando de poder respirar entre los lamentos y los sollozos, al mismo tiempo que sentía una arruga grande en el alma, un estigma en la esencia, sin mirar a su padre de frente, porque eso le había empezado a costar desde algún tiempo hasta la fecha, lo abrazó y le dijo:
—Siento angustia, papá, angustia en el pecho y en el corazón.
—Pero ¿por qué, Sirito?, ¿tuviste algún problema en la escuela antes del verano? Decime la verdad, porque yo no puedo ayudarte si no me dejas hacerlo. ¿Qué te ha pasado?
—¿Viste que el año que viene empiezo la escuela secundaria? —Sirio acotó como pregunta, con una voz débil y frágil.
—Sí, ya lo sé.
—Bueno, no quiero que los compañeros me molesten más. —Sirio no supo si al decir eso era un pedido hacia su papá o más bien una súplica para el destino que lo esperaba más pronto que tarde.
—Eso yo no te lo puedo prometer, hijo —le dijo su padre con tono amable, pero muy serio—. Decime ¿en qué te han molestado? —preguntó a continuación.
—En la escuela, cuando estamos en el recreo o en el coro, con la maestra de música, dicen que tengo voz fina de mujer, que me muevo como mujer y que soy afeminado.
Al escuchar todo eso, Absalón no tuvo reacción inmediata, sintió sensaciones raras, encontradas muy adentro, no supo qué decir de inmediato, luego de unos segundos de dubitativa introversión, finalmente dijo:
—Me parece que deberías cambiar, Sirio, si te molesta algo tienes que cambiarlo, no puedes estar molesto o sufriendo acá tirado, por todos los días en la escuela.
—Pero yo no puedo cambiar mi voz, yo soy así, ¿por qué, si yo no molesto a nadie, tengo que cambiar? —preguntó Sirio al borde del llanto de nuevo.
—Porque te hace mal, yo te aconsejo que cambies, pero no tu voz, ni tu forma de hablar, ni tu carácter, tienes que hacerte fuerte y darle importancia a tu calma, Sirio, hijo, nunca, pero nunca vamos a tener buena relación con todas las personas y, en muchas ocasiones, no porque nosotros no estemos dispuestos y abiertos a hacerlo, sino porque el otro no lo desea o no lo puede hacer, entonces no queda otra salida más que cambiar como nosotros entendemos al otro, a ese que nos molesta, a ese con el que no compartimos nada, ni siquiera una opinión del clima.
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