Valorar la dignidad humana y valorar la diversidad cultural contribuye a la competencia global porque constituyen filtros críticos a través de los cuales las personas procesan información sobre otras culturas y deciden cómo relacionarse con los demás y el mundo. Las personas que cultivan estos valores se vuelven más conscientes de sí mismas y de su entorno, y están fuertemente motivadas para luchar contra la exclusión, la ignorancia, la violencia, la opresión y la guerra.
OCDE, 2018.
La empleabilidad de los estudiantes es, sin duda, uno de los más importantes para la OCDE. Desde ese prisma se proponen recomendaciones para los sistemas educativos. Su próxima frontera de medición serán las destrezas sociales y emocionales. Así lo expresó el jefe de la división de innovación y progreso en medición de la OCDE, Dirk Van Damme, en el marco de una conferencia sobre tecnología y educación, organizado por Microsoft y celebrado en París en abril de 2019: "Los datos indican que las llamadas soft skills (habilidades sociales y emocionales) tienen un impacto mayúsculo en el futuro de los niños, tanto o más que los conocimientos cognitivos".
Según él, están fuertemente relacionadas con "variables futuras como los niveles de desempleo, el salario y los casos de depresión". Van Damme también explicó cómo los empleadores le cuentan que contratan a sus empleados en función de sus habilidades cognitivas —conocimientos teóricos y habilidades prácticas — y los despiden por culpa de sus habilidades no cognitivas —falta de habilidades sociales y emocionales — (Van Damme, 2019).
La OCDE está iniciando una evaluación internacional de las destrezas sociales y emocionales de los alumnos en edad escolar. Prueba de ello es el Estudio sobre las Destrezas Sociales y Emocionales. Las cinco categorías generales que evaluará son: apertura a las experiencias (apertura mental); meticulosidad/diligencia (desempeño en las tareas); estabilidad emocional (regulación emocional); extraversión (implicación con otras personas) y simpatía (colaboración).
También en el Informe Skills to Shape a Better Future (2019) sobre la estrategia de competencias de la OCDE se hace explícita su pretensión de abordar la reforma de las competencias que ayuden a responder a la transformación personal, social, educativa, económica y política que supone lo que se denomina las “megatendencias”: globalización, digitalización, envejecimiento de la población y migraciones. Sus recomendaciones para responder a esos retos apuntan a tres componentes que habrán de actualizar la Estrategia de Competencias de la OCDE que se inició en 2012:
–Desarrollar competencias necesarias a lo largo de la vida.
–Usar las competencias de manera eficaz en el trabajo y en la sociedad.
–Fortalecer la gobernanza de los sistemas de las competencias.
Sin duda, este empeño condicionará el perfil competencial que busca la OCDE al evaluar la ciudadanía global.
No hay consenso internacional sobre ciudadanía global
Después de analizar a grandes rasgos propuestas de organizaciones e instituciones internacionales sobre ciudadanía global, podríamos tener la sensación de que por caminos diferentes e independientes se ha llegado a un acuerdo estable sobre los conceptos, las habilidades y las actitudes con las que configurar las escuelas y evaluar el grado de adquisición de esta competencia global. Pero no es así.
No debemos confundirnos y creer que hay un consenso internacional sobre el tema. En cada una de las propuestas presentadas hay un modelo político e ideológico sobre qué es el ser humano, cuál ha de ser su relación con la naturaleza, con los demás, con la riqueza, con los empobrecidos, con las minorías, etc. Algunos de estos modelos pueden estar conectados con sistemas económicos que utilizan la educación como un medio de reproducción social y como un instrumento para reajustar el rendimiento competencial de cada país.
No sería prudente adoptar en las escuelas cualquier desarrollo educativo del concepto de ciudadanía global sin valorar críticamente qué paradigmas estamos incorporando y enseñando a los estudiantes. Por ello, considero que hay que tener muy presente este pensamiento del papa Francisco expresado en el n.º 214 de la encíclica Laudato si’:
La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza. De otro modo, seguirá avanzando el paradigma consumista que se transmite por los medios de comunicación y a través de los eficaces engranajes del mercado.
Papa Francisco, 2015.
Capítulo tres
Crisis ecosocial, injusticia ecológica y ciudadanía global
Santiago Álvarez Cantalapiedra
No heredamos la Tierra de nuestros ancestros, la recibimos prestada de nuestros hijos.
Proverbio kenyata.
La crisis ecosocial
En Los límites del crecimiento, encargado por el Club de Roma a un grupo de expertos en dinámica de sistemas vinculados al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y publicado en 1972, se plantea por primera vez que la actividad humana ha adquirido una dimensión demasiado grande en relación con la biosfera y que esa escala desmesurada plantea el riesgo de colapsar los servicios de los ecosistemas y las funciones ambientales que proporciona la naturaleza.
En el año 1992, más de 1.500 científicos —entre los que se incluían la mayoría de los premios Nobel de ciencias que vivían por entonces — constataban, a partir de la evidencia empírica disponible y las tendencias en curso, que el rumbo que había adoptado la humanidad estaba empujando a los ecosistemas de la Tierra más allá de su capacidad de soportar la red de la vida. Esta primera advertencia de la comunidad científica mundial es conocida como “primer aviso”. Veinticinco años después, la comunidad científica lanza —tras analizar la evolución de los principales indicadores en el periodo trascurrido y evaluar las respuestas al primer llamamiento— un segundo aviso (Ripple et al., 2017) donde se denuncia el fracaso de la humanidad para resolver los retos ambientales enunciados en el primer llamamiento y se constata que, en la mayoría de ellos, estamos en una situación mucho peor que la de entonces. Especialmente preocupante es la trayectoria del catastrófico cambio climático debido a las crecientes emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de la quema de combustibles fósiles, pero también a la deforestación y a los cambios en los usos de suelo asociados en gran medida a la ganadería de rumiantes y los altos niveles de consumo de carne. Además, se advierte de la sexta gran extinción, que está provocando la desaparición masiva de especies a un ritmo y con una extensión que no tiene precedentes. El mismo grupo de científicos que promovieron este “segundo aviso” ha publicado recientemente —el cinco de noviembre de 2019 y en la misma revista BioScience— un tercer llamamiento centrado en la emergencia climática: “World Scientists’ Warning of a Climate Emergency” (Ripple et al., 2020).
Entre tantas llamadas de atención que ha venido efectuando la comunidad científica, resulta especialmente relevante la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio, publicada en 2005, en la que se constata —-treinta y tres años después del informe al Club de Roma sobre los límites del crecimiento— que alrededor del 60% de los servicios de los ecosistemas y las funciones ambientales que proporciona la naturaleza ya habían sido degradados y utilizados de forma insostenible.
Hay que tener en cuenta la dimensión internacional de esta evaluación de los ecosistemas. Participaron en el proyecto 1.360 expertos de todo el mundo, llegando a la conclusión de que la actividad humana está teniendo un impacto significativo y creciente sobre los ecosistemas y la biodiversidad del planeta, reduciendo la capacidad de la Tierra para albergar la vida (biocapacidad) y su resiliencia o capacidad de recuperación frente a la presión que ejerce el ser humano (Millennium Ecosystem Assessment, 2005).
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