He citado solo algunas genialidades de personas con arte, ciencia y humanidades, porque a ellos y a otros muchos destacados personajes de la época, debemos los esbozos de una ciencia humanista más libre. En realidad, fue la aportación de todos ellos y muchos otros la que condicionó, tras un cierto ostracismo de la época medieval, un giro total y necesario en la rueda de la historia. A partir de la cual, la corporalidad se proyecta hacia el infinito espacio del cosmos, y las exquisitas tramas y estructuras del mismo aparecen unidas a las personas y a todos los elementos de la Tierra. Sobre esa época se producen cambios importantes en las estructuras sociales y culturales, y también en aspectos corporales y estéticos, la persona individual adquiere una elevada singularidad.
Todos estos sabios huyen de convencionalismos y miedos arcaicos ante cualquier cambio que se escapara de los dominios de una escolástica encorsetada, y nos aportan la frescura de una corriente que aún debiera seguir empujando la historia, aunque a veces tengamos la sensación de que la estamos empujando desde la soberbia y el individualismo narcisista, y desde un culto extremo a la personalidad y los personajes, en un sentido que, da la sensación, pudiera ser erróneo.
iNTRODUCCIÓN
Los tiempos antiguos fueron suficientemente sabios como para ver que lo inmensurable es la primera realidad (la realidad absoluta o última), y también para ver que la medida (la ratio) es un modo de considerar un aspecto secundario y dependiente, relativo, pero de ningún modo necesario de la realidad.
David Bohm
Presento este trabajo con la idea de abrir un espacio de análisis y reflexión sobre la piel (que bien pudiera ser bajo la óptica de los nuevos conocimientos al respecto), no solo como un órgano más de los sentidos, sino como el gran órgano de lo sentido, por el profundo nexo que realiza a través de las diferentes modalidades táctiles y sus posibles transformaciones en otras modalidades perceptivas potenciadas en la interioridad del individuo.
En todo caso, es un órgano sofisticado y uno de los más extensos, perceptivos e interrelacionados de la persona. Ello nos ofrece diferentes imaginarios que pueden desplegarse; desde un sentido que nace a flor de piel y que maquillamos en exceso pero de cuya trama, ligada profundamente a la vida emocional personal, solemos hablar poco.
El escenario de la posturología (que iré desarrollando en diferentes apartados) será el marco de referencia desde el que crecerá una parte importante del libro. En posturología son muy importantes los órganos de los sentidos y la piel; entre otros, a este tipo de órganos de los sentidos tan plurifuncionales ligados a las percepciones y relacionados con el entorno sensorial les denominamos captores posturales; aunque de manera común se hable más de los ojos y la mirada, de la planta de los pies y del oído interno. A la piel voy a darle, en el panorama que planteo, un papel primordial, muy relacionado con el resto de los sentidos.
La piel como captor es tan importante para su estudio, exploración, diagnósticos y tratamientos que ocupa un lugar primordial en el conjunto de lo que denomino sistema postural y posicional humano, del cual hablaremos. Las informaciones sensoriales que desde ella realizamos están relacionadas con las terapias psicocorporales.
Desde la ortodoxia, la piel se contempla de forma muy diferente y reduccionista; por lo cual pretendemos resituarla de forma destacada en un novedoso marco desde esta nueva especialidad que la estudia, que nos parece adecuado denominar posturología integradora (que ampliando el término también podemos denominar humanista, dado que contempla el posicionamiento y relación del individuo con el ecosistema en el que se ubica y el entorno sensorial, relacional y cultural envolvente). Vamos a ver también el entorno perceptivo, propioceptivo, interoceptivo sensorial y orgánico interno desde una regulación propia y natural de tipo homeostático, en la que todo está incluido e interrelacionado.
Todas estas propuestas y aspectos comportan estudiar las relaciones de la percepción individual ligada al espacio externo, que nos lleva de nuevo al ecosistema envolvente del individuo en resonancia con el propio ecosistema interno, con cultura y sociedad, cosmovisión, tipología y otros aspectos, tomados en conjunto como un cotinuo relacional, perceptivo, incluidos en una esfera espacio-temporal sin límites ni centro.
Y como no podía ser de otra forma, vamos a relacionar toda la extensión de nuestra piel con el espacio de una interioridad y exterioridad prurimodal, que denominaremos hábitus*. Podemos decir que no existe, como tal, el cuerpo separado de su hábitus en el espacio, y en el tránsito por cualquier rincón del mismo nada deja de estar relacionado con la imagen inconsciente del yo perceptivo de la persona.
El cuerpo ocupa el espacio percibido por los sentidos, y él mismo es habitado con un sentido (como una construcción simbólica) que las culturas denominan yo, pero que también podemos convertir en un nosotros y vaciarlo en momentos de transcendencia dejando la interioridad hueca, resonando con el universo que lo gestó y en el cual se disolverá.
Para ello, y de forma previa a los apartados anatómicos, histológicos y neurofisiológicos que en el caso de este contexto que trataremos creemos prescindibles (aunque según la necesidad de correlato que tenga el lector puede consultar en otras fuentes), parece adecuado considerar al captor piel, también, desde un punto de vista antropológico, filosófico y humanista, para acercarlo más a los aspectos psicoterapéuticos que me he propuesto.
Vamos a ir a la piel a modo de tránsito constante, en un dentro-fuera, como si se tratara de un umbral, o un obligado paso fronterizo hacia diferentes imaginarios corporales, que muestre como en ella se manifiesta lo humano, la sensibilidad, la emoción y a la vez sus infinitas interdependencias con la globalidad corporal y su marco relacional.
Es evidente que esto puede ser objeto de variadas lecturas, según la visión singular de cada persona, pero si dejamos resonando la metáfora «del umbral de la piel» ya no solo para su lectura y análisis, sino también para que a través de todo ello podamos entrar en una práctica clínica-terapéutica (o en un conocimiento novedoso que nos lleve de la mano de un paradigma complejista, interdependiente e interdisciplinar), se abren nuevos horizontes. Y todo ello, a buen seguro, puede que nos ubique en un conocimiento diferente de la persona, en una percepción más nítida del espejo de aprendizajes al que estamos confrontados siempre en terapia.
Con cierta frecuencia, cuando un tema proviene del longevo y necesario paradigma científico, suele estar rodeado de un halo de ortodoxia un tanto reduccionista y alcanforada que nos desubica de aspectos esenciales, dado que se polariza al extremo lo que es ciencia y lo que no lo es, desligándose de la integridad y atrapando a los más rígidos de sus seguidores en un «debeismo» interesado que lo aparta de lo que por naturaleza, citando a Nietzche, es «humano demasiado humano».
Por lo cual, en este constructo de la piel, y sin más calificativos ni preámbulos, de una parte de ello vamos a prescindir, o al menos intentarlo, con propuestas atrevidas y libres, sin que ello suponga una descatalogación de muchos de los aspectos vigentes en la ciencia que consideramos muy válidos en otros contextos.
Pretendemos entrar en un análisis desde un imaginario distinto, algo lejano al anatomofisiológico, aunque no tanto si nos permitimos expandir conceptos. El escenario propuesto está lleno de metáforas y aparentes aspectos que puedan parecer un tanto fantasiosos; pero por eso creo que, del mismo modo que las técnicas de fantasía en terapia pueden ayudarnos a atravesar las dudas, incredulidades, recelos y rigurosidades (en definitiva, a superar el miedo al cambio y ver la realidad), también ahora pueden ayudarnos en esta travesía.
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