El Manifiesto bolivariano señala que las clases dominantes han transformado a los integrantes de las Fuerzas Armadas y de la Policía en mercenarios a sueldo, convirtiéndolos en el terror de sus propios hermanos y en indiscutible causa de los funestos odios que desgarran al país. Asimismo, señala que la violencia de clase dirigida desde el Estado tiene el propósito de mantener a los trabajadores en miserables niveles de vida, en el sentido en que les regatean ínfimos aumentos salariales, les elevan los índices de desempleo, les rebajan las condiciones de existencia de las mayorías nacionales, les arrebatan la tierra a los campesinos y les niegan las mínimas aspiraciones al pueblo (noviembre de 1997).
El manifiesto es implacable en su crítica al sistema electoral, el papel de los medios de comunicación en la creación de la opinión pública, el estado de la justicia y el sometimiento de los jueces y la clase política al narcotráfico:
Los jefes liberales y conservadores le mienten al país en campañas electorales y en el ejercicio del poder haciendo de la política el juego del engaño, de la gobernabilidad, palanca de corrupción y de la justicia social una obra de caridad para la publicidad y los discursos oficiales. Su manejo monopólico de los grandes medios de comunicación les ha permitido manipular la información, erigirse en voceros de la llamada “opinión pública”, calumniar a sus opositores, mantener desinformados a pobres y explotados sobre la verdadera situación existente marginándolos así de la real solución de los problemas que caracterizan nuestro devenir político y social. Han convertido la justicia en farsa para aplastar adversarios, inconformes y desposeídos, evaporando las garantías fundamentales de todo proceso judicial, encapuchando cual delincuentes a jueces y testigos de la llamada “justicia sin rostro”, no para garantizar la rectitud y ética de los fallos sino para ocultar la venalidad y el manoseo descarado de una rama jurisdiccional al servicio de los poderosos de turno. (Noviembre de 1997)
Inmerso en la crisis de la administración Samper, el Manifiesto bolivariano dirige sus críticas contra el Gobierno y las costumbres políticas de los partidos tradicionales envueltas en prácticas de clientelismo, corrupción e impunidad:
Los repulsivos olores que aún emanan del publicitado proceso 8.000 –verdadero tejido de las relaciones políticas del poder– son tan solo otra manifestación más de las costumbres políticas que los jefes liberales y conservadores le han impuesto al país. Así ha sido siempre, es su manejo normal y su forma de gobernar, tan solo que en esta ocasión una pelea de comadres, la avaricia del imperialismo gringo porque los dólares del narcotráfico regresen a su corral y el interés electorero de los partidos políticos yanquis, destaparon buena parte de esa olla podrida que es “la clase dirigente de nuestro país”. Todos sus componentes, presidente, ministros, directivas de partidos políticos, comisiones éticas, parlamento, jueces, notarios, procurador, contralor, gobernadores, alcaldes, generales, coroneles, servicios de inteligencia, banqueros, periódicos, magistrados del Consejo Nacional Electoral e integrantes del notablato nacional quedaron desnudos ante la opinión del país. Se sabe que la inmoralidad ha sido su norma, el cinismo su ética y el bolsillo propio su objetivo fundamental.
[...]
Han tenido la desvergüenza de convivir y enriquecerse del narcotráfico durante largos años estimulando la invasión de los narcodineros en todos los resquicios de la sociedad colombiana, aunque, ante tamañas evidencias, inventen distancias con él, señalando a otros como responsables de tan impúdica corrupción. (Noviembre de 1997)
La política neoliberal del Gobierno constituye, de igual forma, un escenario de crítica que el Manifiesto bolivariano no deja de abordar, no solo como la expresión del capitalismo salvaje, sino también como la más clara estrategia erosiva de los valores fundamentales de la condición humana:
La política neoliberal del sálvese quien pueda y su inmoralidad, no solo incrementaron la explotación sobre los trabajadores del campo y la ciudad y sobre los sectores medios de la población, sino que también fracturaron los valores más importantes y caros de los colombianos: nuestro sentimiento de nación independiente, la honestidad, la solidaridad, la dignidad, la vida, la sensibilidad social, el respeto por sus semejantes, la unidad familiar, el orgullo por las tradiciones populares y el valor por la palabra empeñada. Su promesa de redistribución del ingreso ha tomado forma única en el soborno y la mordida. Pretenden resumir todos nuestros valores en su sublime principio: todo hombre tiene su precio convirtiendo al sapo en insignia nacional, otorgando empleos, contratos y dineros a cambio de votos, entregando recursos oficiales a los necesitados pero aplastando sus principios, trasmutando el dólar en el supremo dios de los colombianos ante el cual todos debemos someter nuestra moral, ilusiones y conducta. […] Hicieron de la indignante y desvergonzada entrega de nuestra soberanía nacional y del arrodillamiento frente a los Estados Unidos, la forma natural de existencia del país. (Noviembre de 1997)
Desde esta perspectiva, por medio del Manifiesto bolivariano las Farc-EP reclaman la lucha de todos los sectores sociales por la independencia y soberanía del Estado y la nación colombiana:
Colombia necesita volver a levantar con fuerza las banderas de su soberanía y defensa de su territorio. Nuestro derecho a ser respetados como nación independiente, a exigir absoluta libertad en la solución de nuestras diferencias internas, a desarrollar estrategias tecnológicas que nos liberen de la dependencia, a independizar nuestro comercio internacional, a reivindicar nuestros valores culturales e idiosincrasia y al pleno respeto de nuestros recursos naturales. (Noviembre de 1997)
El imaginario bolivariano de la unidad y la integración latinoamerica-na fluye en el manifiesto como una reivindicación histórica heredada del Libertador, unida a la necesidad de la ciencia y la técnica para el desarrollo:
Avanzar en la lucha por la unidad de los pueblos latinoamericanos, en el espíritu bolivariano, contra sus enemigos comunes. Debemos asimilar los avances tecnológicos de la sociedad moderna para asegurar el desarrollo nacional, pero sobre políticas muy definidas que impidan los atropellos y garanticen un futuro de prosperidad cierto, pero nuestro. (Noviembre de 1997)
Los recursos naturales, como patrimonio nacional, constituyen en el Manifiesto bolivariano la base esencial de la construcción del bienestar de todos los sectores sociales y de las distintas comunidades étnicas y culturales. Este patrimonio no se puede destinar a la guerra en un país lleno de necesidades y urgencias:
Utilizar las nuevas e ingentes riquezas petroleras no en la guerra ni en los odios, sino en el campo, en la industria, en la educación como deber del Estado, en políticas de vivienda, de salud y equilibrio ecológico que beneficien al pueblo. En agua potable para todos. En el progreso de las comunidades indígenas con respeto de su autonomía, en la integración de las comunidades negras hoy sumidas en la desesperanza. En el deporte, para que masivamente la juventud sea apoyada y estimulada en su desarrollo físico y mental como compromiso de gobierno. En la investigación científica que nos contribuya al progreso y a la independencia. (Noviembre de 1997)
De igual modo, el manifiesto no se presenta en su concepción como un manifiesto comunista, más bien, el énfasis se pone en la construcción de un modelo de democracia en el que se subraya lo social:
Debemos construir un nuevo régimen, sostenido en la tolerancia y el respeto por la opinión ajena, que garantice la verdadera redistribución del ingreso, la ética en el manejo de la cosa pública, la soberanía nacional, la justicia social y la solución pacífica de las diferencias. (Noviembre de 1997)
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