1 ...6 7 8 10 11 12 ...15 EL CIRCO FLAMINIO
Además, a Flaminio se le atribuye la creación del segundo circo de Roma, el que lleva su nombre. Livio y Festo coinciden al respecto, aunque si bien Livio se lo reconoce como mérito de la censura, Festo lo adscribe a su consulado del 223 (Liv. Per. 20; Fest. 792). Cabría pensar que pudo iniciarlo como cónsul e inaugurarlo como censor (Coarelli, 1997: 363), pero las obras públicas relevantes pasarán a formar parte de manera acostumbrada de las iniciativas de los censores que asignan presupuestos y concesiones públicas.
La función inicial o más contrastada de un circo consistía en servir de hipódromo o de gran explanada para las carreras de carros, como puede percibirse aún hoy en el Circo Máximo, el más antiguo de Roma, y por ello Varrón relaciona el término circum con el giro alrededor de un punto de referencia donde se da la vuelta (Lengua Latina 5, 154). En el circo se celebraban los juegos, y de hecho Varrón relaciona el Circo Flaminio con los juegos Taurios, de periodicidad quinquenal, aunque será sobre todo recordado por los juegos Plebeyos. Los juegos –ludi– consistían en certámenes de varias jornadas con espectáculos teatrales, competiciones atléticas o carreras de carros. Se abrían con un desfile, una pompa inaugural presidida por el editor y que adoptaba un sentido ritual muy codificado. Los ludi anuales se utilizaron sistemáticamente como herramienta de propaganda al servicio de las carreras políticas de los magistrados, especialmente de los ediles, aunque se iba a imponer en las décadas siguientes la estrategia de los juegos votivos, excepcionales y no periódicos, irrepetibles, que habían sido supuestamente prometidos a los dioses por los cónsules durante las campañas militares, a modo de acción de gracias por las victorias bélicas.
Aunque la memoria histórica le atribuye a Flaminio la creación del circo, sin embargo, otra duda planea sobre la atribución: la posibilidad de que no hiciera más que una habilitación de escasa envergadura constructiva de un espacio en un campo que estaba ubicado en la periferia urbana de Roma, denominado Campo Flaminio (Varrón Lengua Latina 5, 154). Si se atiende a Livio, en fechas remotas, en el año 449, se celebró allí una asamblea de la plebe –concilium plebis– al final de uno de los episodios que enfrentaron a los plebeyos con los patricios en defensa de sus reivindicaciones, protagonizando una secesión o abandono de la ciudad mediante la retirada a la colina del Aventino (Liv. 3, 54, 15). Y Livio indica que ocurrió en los prata Flaminia que han pasado a ser conocidos como Circo Flaminio. Cabe la posibilidad de que se tratara de terrenos en manos del colegio sacerdotal de los flámines anteriormente, y de ahí derivara su nombre (Steinby, 2012: 88; Grandazzi, 2017: 375). En todo caso, la denominación y la memoria del circo quedaron en adelante asociadas de manera indeleble a Flaminio y a una tradición social eminentemente plebeya, tanto por la historia previa, como por la renovación anual en el lugar de los ludi Plebeii (Val. Max. 1, 7, 4). Los juegos Romanos por el contrario, se desarrollaban en el Circo Máximo (Coarelli, 1997: 374). Se acepta de hecho que los juegos Plebeyos fueron instituidos por Flaminio en el año 220, o bajo su ámbito de influencia (Scullard, 1973: 24; Bernstein, 2007: 226; Rüpke, 2010: 225), de manera que habría creado tanto la infraestructura –el circo– como una programación estable –los ludi Plebeii–, fijando que mantuvieran una periodicidad anual. ¿Puede idearse una iniciativa más genuinamente popular?
El circo se ubicaba extramuros, cerca del Tíber en el sur del Campo de Marte, dominado por el Capitolio. Pero no se ha localizado un equipamiento habilitado como tal, quizá porque el graderío fue en material perecedero o en forma de tribunas desmontables. Seguramente se trató más bien de un gran espacio oval cercado en el antiguo campo Flaminio (Wiseman, 1974; Humphrey, 1986: 544). Aunque el equipamiento no fuera de una gran envergadura constructiva, el éxito de la iniciativa fue mayúsculo a los efectos de hacer cristalizar el recuerdo de Flaminio como censor y en definitiva como político memorable. Y todo ello lo consigue dejando en el olvido de los tiempos a L. Emilio Papo, su colega patricio en la magistratura censoria en aquel año 220. Los logros –una vía y un circo– constituyen realidades tangibles y materiales, pero encierran un sesgo fundamental: son eminentemente plebeyas, como lo fue su promotor. La vía se asociará al proceso de colonización y a la distribución de tierras públicas a la plebe por iniciativa del propio Flaminio, y el circo se habilitó en un área de expansión urbana de connotaciones plebeyas desde antaño, como los juegos mismos, que cada año replicarían de manera indirecta su memoria. Sobre la zona, la ciudad iría, a lo largo de la centuria siguiente, creando nuevos equipamientos religiosos y cívicos, y el espacio se integraría dentro del tejido urbano conservando el recuerdo de Flaminio, el memorable magistrado plebeyo.
FLAMINIO CONTRA EL SENADO: LA LEX CLAUDIA
Cayo Flaminio había culminado, en principio, su carrera política, tanto por lograr desempeñar la censura, como por ejercerla de manera brillante y memorable. Había sido nombrado, en el año 220, después de iniciarse el año político el 15 de marzo, para una magistratura que, por la encomienda de la realización del censo, una actividad lenta, prolongaba su duración durante año y medio. Finalizaba por tanto su mandato en otoño del año 219. En las semanas siguientes fueron designados los nuevos tribunos de la plebe para el año 218, y tomaron posesión quizá en diciembre (por analogía con la toma de posesión del año 185 según Liv. 39, 52, 4). Con uno de ellos y en concreto con una de sus propuestas de plebiscito, Flaminio, investido de toda la fama de su recién terminada censura, convergió de un modo inolvidable para la historia. Se trató de Quinto Claudio quien sacó adelante en plebiscito una ley polémica que iba a poner en contra a toda la clase política representada en el senado.
Según Livio, a Flaminio «le tenían ojeriza los senadores a causa de la nueva ley que el tribuno de la plebe Quinto Claudio había hecho aprobar, con el senado en contra, contando únicamente con el apoyo de un senador, Cayo Flaminio» (Liv. 21, 63, 3; Shatzman, 1975: 99 y ss.; Davenport, 2019: 44). Las afirmaciones rotundas, como esta, deben tomarse con cautela, pero tampoco podrían descartarse de manera taxativa sin argumentos (Lippold, 1963: 93). Uno contra todos parece poco verosímil (Beck, 2005: 264). Probablemente Flaminio no hubiera podido desarrollar una censura tan fecunda sin apoyos en la curia. Cuesta imaginar que solo unos meses después, Flaminio le volviera la espalda a sus apoyos senatoriales, pero esta es la información, y su trayectoria podría avalarlo: no había dudado en hacer frente al senado como tribuno de la plebe, se enfrentó a oposición demoledora como cónsul, y en ese momento, tras la censura, su carrera ya estaba culminada. Poco podría importarle ya airar a la cámara que le negó en su momento un triunfo que el pueblo sí le otorgó. Podrían haber prevalecido sus firmes convicciones, y quizá otros cálculos como que su capacidad de movilización popular le había bastado ya en anteriores comicios y se habría acrecentado con su gestión como censor. La pregunta más relevante es otra: ¿llegó su compromiso más lejos de apoyar la iniciativa? ¿Estuvo detrás de ella? ¿O apostaba fuerte el tribuno para hacer carrera y Flaminio simplemente le apoyó sin fisuras? Livio deja clara su plena implicación en la iniciativa legislativa y en su aprobación: «la cuestión, debatida con el mayor apasionamiento, le granjeó a Flaminio, ponente de la ley, la enemistad de la nobleza y la simpatía de la plebe» (Liv. 21, 63, 4). Flaminio como suasor legis, como orador en la asamblea, dejó expuestos a la nobilitas y sus intereses a los pies de una decisión popular, y la plebs aprobó la ley. Obviamente, había usado las reglas del juego político y, esta vez, la oligarquía y la clase política habían sucumbido.
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