Pedro Ángel Fernández de la Vega - La Sombra de Anibal

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La sombra de Aníbal se proyecta amenazante sobre Roma. Su enemigo más formidable arrincona a la República en la disputa por la hegemonía del Mediterráneo occidental y reta a los más distinguidos políticos y militares. ¿Quiénes tendrán el valor para enfrentarse al cartaginés? Los líderes romanos que asuman el reto lucharán por la victoria entrelazando sus brillantes trayectorias sin abandonar sus inflexibles rivalidades.
Populistas, conservadores, filohelenos, cesaristas y adalides contra la corrupción, hombres carismáticos, agitarán en su favor los resortes democráticos de las asambleas populares y escudarán sus actos en la religión oficial, aunque también serán capaces de establecer concordias frente al enemigo común.
La sombra de Aníbal, del prestigioso historiador Pedro Ángel Fernández Vega, es la historia de los líderes que lucharán por su gloria y por la salvación y la grandeza de Roma.

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Aunque la constancia documental flaquea al respecto, se puede afirmar que, con toda probabilidad, fue pretor en el 227 (Broughton, 1986: 229). Se trató del año en que el número de pretores se incrementó de dos a cuatro, para que los magistrados suplementarios se ocuparan de las provincias extraitálicas de Sicilia y Córcega-Cerdeña (Brennan, 2000: 92; Díaz Fernández, 2015: 35 y 228). Flaminio marchó a Sicilia como primer pretor de la provincia. El hecho en sí aúna lo memorable de la anécdota política, rescatada para el recuerdo por Solino (5, 1), con la constatación de que Flaminio fue alejado de Roma. La pretura ejercida como gobernación provincial podría en adelante servir a los políticos romanos para reponer sus maltrechas arcas privadas después de una generosa gestión como ediles, tras haber costeado por ejemplo unos juegos dignos de recordar. Sin embargo, esa tendencia, que se iba a consolidar en el tiempo, puede haber sido ejercida con cierto comedimiento por Flaminio debido tanto a la inexperiencia previa de pretores provinciales, como quizás al propio talante personal. De hecho, su gestión mereció honroso recuerdo para los sicilianos: unos treinta años después, en el año 196, su hijo, que portará su mismo nombre, será elegido edil curul –ya no plebeyo como lo fuera probablemente su padre– y podrá ejecutar una memorable largueza, porque en su nombre y el de su colega en el cargo, podrá poner en el mercado cereal a precio muy bajo, distribuyendo «entre la población un millón de modios de trigo a dos ases. Lo habían enviado a Roma los sicilianos como homenaje personal a Cayo Flaminio y a su padre» (Liv. 33, 42, 8). Obviamente, Cayo Flaminio hijo estaba en condiciones de ejercitar, tres décadas después, los lazos patronales que su propio padre había dejado establecidos y bien afianzados en la isla. Los provinciales sicilianos, con su generosidad, intentaban propiciar, una generación más tarde, a un nuevo valedor de sus intereses en Roma, a un patrono agradecido.

En la anécdota sobre el hijo se reconoce el ascendiente y la autoridad que le fueron reconocidos al padre, por su gestión ejemplar como pretor en Sicilia (Develin, 1979: 273). Hay que puntualizar, sin embargo, que Cayo Flaminio había accedido a esta magistratura en circunstancias especiales de devaluación electoral, pues se trataba del año en que las oportunidades de lograr el cargo de pretor se habían duplicado por primera vez. El caudal electoral con que contaba Flaminio como candidato, después de su popular tribunado de la plebe, no fue en ese sentido especialmente puesto a prueba. Pero lo poseía y por ello fue elegido.

En todo caso la pretura hubo de fortalecerlo para la nueva prueba: si en el acceso a la pretura se devaluaba la competencia porque se nombraba el doble de pretores, para acceder al siguiente cargo –el consulado– la rivalidad se duplicaba. Cuatro nuevos pretores cada año entraban en liza para empezar a optar dos años después a los dos títulos consulares anuales. Esta pudo ser la razón para explicar por qué Flaminio no hubo de esperar un año, sino cuatro, antes de lograr acceder al consulado en el año 223.

EL CÓNSUL GAFE

Cuando se acepta que los dioses rigen los destinos de los hombres, los políticos topan con una barrera sobrevenida que puede establecer un límite fortuito e insospechado a su poder. Este fue, de hecho, el obstáculo que abortó la magistratura de Flaminio en el primero de sus consulados. Se desconocen las circunstancias en que fue designado y elegido. El retraso en lograr el consulado plebeyo después de la pretura indicaría, con toda probabilidad, que lo intentó sin éxito, quizá hasta dos veces, antes de alcanzarlo en una tercera candidatura, y que probablemente la coalición de fuerzas senatoriales y de la nobilitas bloqueara una elección para la que los apoyos populares fueron finalmente decisivos.

Al respecto, los indicios que han quedado derivan de unas informaciones consignadas por Plutarco en su biografía de Marcelo (4). Lo ocurrido se relaciona con la guerra contra los galos cisalpinos que se despertó en el año 225, la misma que según Polibio (2, 21, 8) derivaba de la desafortunada medida del reparto de tierras que Flaminio promovió siete años antes. Flaminio y su colega en el consulado, P. Furio Filo, apaciguaron a los galos y se dirigieron luego a territorio de los insubres donde la escalada de escaramuzas con éxitos y descalabros fue preparando el desenlace hacia una gran batalla, y en esos preparativos sobrevienen los prodigios: en la llanura picena, abierta hacia la costa adriática en la región de Áscoli, donde se desarrollaban las operaciones militares dirigidas por los dos cónsules conjuntamente, el río corrió «teñido de sangre y se dijo asimismo que hacia Arimino habían aparecido tres lunas» (Plut. Marcelo 4, 2).

La información sobre los prodigios se evacuó a Roma, seguramente por informadores al servicio de los rivales políticos de Flaminio. Plutarco focaliza su atención en él al narrar lo ocurrido. Estos prodigios fueron utilizados por el senado. Se ponen en conexión con el hecho de que los augures que, como era preceptivo, habían estado observando «el vuelo de las aves en los comicios consulares, aseguraban que las proclamaciones de los cónsules habían sido defectuosas y acompañadas de malos augurios» (Plut. Marcelo 4, 3). Lamentablemente la información disponible es fragmentaria y no permite entrever rivalidades latentes: quizá no es accidental que este hecho se narre en la biografía de M. Claudio Marcelo, otro de los grandes líderes de aquellos años, y que formaba parte del colegio de augures desde tres años antes. Además, Marcelo será nombrado cónsul para el ejercicio siguiente, cuando vencerá a los insubres en Clastidio. La lucha contra los insubres proporcionaba ocasiones evidentes para triunfos memorables. Marcelo no las desaprovecharía, y de hecho el bloqueo a Flaminio y a Furio tenía por objeto aplazar la guerra hasta la entrada de los nuevos magistrados por elegir. Marcelo preparaba entonces su propia candidatura. Tenía pues interés en posponer el enfrentamiento militar. Y, al contrario, meses después presionaría al senado, durante su propio consulado, para que rechazara la paz que ofrecían los insubres y para que la guerra continuara (Polib. 2, 34, 1; Zon. 8, 20; Plut. Marcelo 6; Vishnia, 1996: 211). Pero además el colegio de augures lo capitalizaba por su prestigio y su larga antigüedad de cuatro décadas Fabio Máximo, el activo rival de Flaminio contra la aprobación de su ley de reparto de tierras. Evidentemente este colegio entrañaba una célula activa de alta resistencia contra los intereses políticos de Flaminio.

Por el momento, en el 223, sobre la base de los prodigios y los malos auspicios, la reacción será inmediata: «al punto se enviaron cartas del senado al ejército citando y llamando a los cónsules, para que, una vez hubieran regresado a Roma, abdicaran cuanto antes y para que nada se apresuraran a hacer como cónsules contra los enemigos» (Plut. Marcelo 4, 4). Los rivales políticos de los cónsules, y específicamente de Flaminio, habían encontrado razones para destituirlos. Se les ordenó que no promovieran operaciones militares. La excusa apuntaba a augurios desfavorables, aunque las dos caras de la moneda tenían el mismo signo: el riesgo de derrota militar se podía argüir como argumento para detener la campaña militar, pero el riesgo de un triunfo memorable a favor del popular Flaminio resultaba no menos preocupante para la corriente política dominante en el senado.

EL TRIUNFO QUE NO PUDO SER ABORTADO

O Flaminio lo esperaba, o mostró gran intuición, o, más probablemente, ocurrió que, del mismo modo que la información con los prodigios se filtró a Roma, el signo adverso de la resolución del senado llegó con celeridad hasta los cónsules, antes que las propias cartas oficiales, pues «recibió Flaminio las cartas y no quiso abrirlas sin haber entrado antes en acción contra los bárbaros» (Plut. Marcelo 4, 5). Flaminio entabló combate. La derrota infligida a los insubres la refiere de manera más precisa Polibio, el cual, sin embargo, nada relata sobre los móviles supersticiosos y las intrigas políticas que se agitaron en Roma. Para este autor, que, como se vio, menospreciaba el perfil «demagógico» de Flaminio, la victoria no fue mérito de Flaminio, sino que se consiguió a pesar de sus directrices poco afortunadas. Según su versión «desplegó sus tropas sobre el borde mismo del río» lo que limitó su movilidad (2, 33, 7). Y aun así, venció al enemigo.

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