Pedro Ángel Fernández de la Vega - La Sombra de Anibal

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La sombra de Aníbal se proyecta amenazante sobre Roma. Su enemigo más formidable arrincona a la República en la disputa por la hegemonía del Mediterráneo occidental y reta a los más distinguidos políticos y militares. ¿Quiénes tendrán el valor para enfrentarse al cartaginés? Los líderes romanos que asuman el reto lucharán por la victoria entrelazando sus brillantes trayectorias sin abandonar sus inflexibles rivalidades.
Populistas, conservadores, filohelenos, cesaristas y adalides contra la corrupción, hombres carismáticos, agitarán en su favor los resortes democráticos de las asambleas populares y escudarán sus actos en la religión oficial, aunque también serán capaces de establecer concordias frente al enemigo común.
La sombra de Aníbal, del prestigioso historiador Pedro Ángel Fernández Vega, es la historia de los líderes que lucharán por su gloria y por la salvación y la grandeza de Roma.

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Después de lo ocurrido Flaminio regresó a Roma, pero «el pueblo no salió a recibirle; y, por no haber cumplido así que fue llamado, ni haberse mostrado obediente a las cartas, sino que las miró con burla y desprecio, faltó poco para que perdiese la votación del triunfo» (Plut. Marcelo 4). Flaminio fue penalizado formalmente por su proceder, pero finalmente mereció los honores del triunfo gracias a su victoria. En realidad, sus enemigos políticos quisieron abortar la empresa militar y, más tarde, las posibilidades del triunfo. Llegaron hasta el fin. Zonaras (8, 20) certifica lo que Plutarco da a entender: su triunfo lo aprobó el pueblo, no el senado, en un proceder absolutamente anómalo, desacostumbrado y totalmente excepcional. La concesión de los honores se aprobaba en sesión plenaria del senado, reunido fuera de la muralla de la ciudad, en el templo de Belona emplazado en el Campo de Marte. Allí, el cónsul investido aún de su imperium, y que por ello no podía entrar en Roma, era escuchado. Tras el debate oportuno en el senado, y tras la pertinente votación favorable, la aprobación definitiva del triunfo se sometía a decisión popular. En el caso de Flaminio, el senado habría votado en contra y el cónsul recibió su triunfo directamente del pueblo, en abierta oposición a la decisión de los patres (Pelikan, 2008: 40; Rosenstein, 2012: 134). La salvedad que establecen Plutarco y Zonaras excluye la aprobación de ese triunfo por senatus consulto, aunque resulte difícil de admitir. Por lo demás, las inscripciones que contienen los fastos triunfales certifican que tanto Flaminio como su colega celebraron sendos triunfos el 10 y el 12 de marzo del año 222, es decir, cuando en circunstancias normales habría estado a punto de expirar su mandato que finalizaba el 14 de marzo (Inscr. It. 13, 1, 79; Liv. 22, 1, 4). En realidad, por tanto, la abdicación forzada se habría producido tan al límite del año consular, que se pueden abrigar dudas de que se produjera (Beck, 2005: 254). Existe sin embargo la posibilidad de que aún estuviera en uso la antigua costumbre de iniciar al año consular el primero de mayo y que ese fuera el año en que la fecha se alterara, en que se adelantara un mes y medio (De Santis, 1917: 316; Eckstein, 1987: 16). De hecho, no se llegó a nombrar cónsules sufectos como sustitutos. Sea como fuere, y aunque se obligó a abdicar a Flaminio y su colega, su cese resultó más bien formal, sobrevenido al final del ejercicio de su magistratura. Habían triunfado a pesar de todo, y lo habían hecho siendo todavía cónsules, dentro de su año político.

Plutarco recuerda, sin embargo, que fueron reducidos a la condición de privati de manera inmediata: «después de celebrar el triunfo le devolvieron [a Flaminio] a la condición de particular, y le obligaron a renunciar al consulado igual que a su colega» (Plut. Marcelo 4, 6). Dadas las fechas de los fastos consulares, la abdicación se asemeja más a una reprobación institucional que a una verdadera destitución, porque su tiempo como cónsules ya estaba prácticamente agotado. Plutarco ratifica que así fue y que de inmediato se produjo la toma de posesión por parte de Marcelo y su colega, los nuevos cónsules. Para organizar los comicios en que fueron elegidos, se había designado un interrex, Quinto Fabio Máximo, el rival político de Flaminio en el debate de su ley de reforma agraria y un destacado miembro por antigüedad y talla política del colegio de augures (Plut. Marcelo 6, 1; Broughton, 1986: 233).

La política ofrecía así una faceta religiosa que introducía un factor eventualmente desestabilizador del ordenamiento constitucional en manos de las apreciaciones incontroladas de los colegios sacerdotales, en concreto por parte de los augures. En realidad, los augures eran también senadores y políticos, como Fabio y el propio Marcelo. Su función consistía precisamente en leer los signos que delataran una ruptura de la pax deorum, en decodificar los designios favorables o desfavorables de los dioses, y esas lecturas adquirían rango de obediencia debida: «Hasta ese punto ponían los romanos todos sus asuntos en manos de la divinidad, sin admitir el menosprecio de los presagios y las tradiciones patrias ni siquiera en los mayores éxitos, considerando más importante para la salvación de la ciudad el que los gobernantes respetaran la religión que el que vencieran a los enemigos» (Plut. Marcel. 4, 7). La jerarquía de prioridades queda establecida de manera inapelable, pero se cifra en una esfera superior, no controlada, interpretable por parte de quienes tenían reconocida una condición infalible. El poder religioso se imponía, pero estaba al servicio de la curia, gestionado por sacerdotes que eran senadores (Champion, 2017: 34 y ss.).

EL COMANDANTE DE LA CABALLERÍA FRUSTRADO

La trayectoria política de Cayo Flaminio quedaría marcada de manera reiterada por las interferencias supersticiosas que truncaron sus expectativas políticas o que interrumpieron sus mandatos. Incluso tras su fallecimiento, los escrúpulos nacidos de prodigios adversos serán tratados en Roma como mensajes de origen divino y se agitarán contra su memoria y su línea de actuación. Entraron en el argumentario político de sus rivales.

Una misma noticia se registra en dos autores, aunque con divergencias. Dice Valerio Máximo que «el oír el chillido de una rata de campo fue motivo suficiente para que Fabio Máximo abandonara su dictadura y Cayo Flaminio cediera el mando supremo sobre la caballería» (1, 1, 5). La otra versión es transmitida por Plutarco y en ella, no coincide el nombre del dictador, sino que Fabio Máximo es sustituido por Minucio, pero la anécdota es más precisa e involucra específicamente al acto de nombramiento de Flaminio: «Estando el dictador Minucio nombrando maestro de la caballería a Cayo Flaminio, porque en el acto se oyó el rechinamiento de un ratón que los romanos llaman sorex [una musaraña], retiraron sus votos a ambos y nombraron otros» (Marcelo 5, 6). La anécdota se conserva precisamente por su circunstancialidad y rareza, pero está descontextualizada. Después de estos nombramientos fallidos, no se conocen suplentes. ¿Quién nombró a Flaminio? ¿Fabio o Minucio? M. Minucio Rufo era cónsul el año 221 en que Fabio Máximo fue nombrado dictador por primera vez. Y el segundo nombramiento de Fabio para un cargo tan excepcional se producirá precisamente tras la muerte de Cayo Flaminio. Se ha debatido acerca de cuál de las dos fuentes es veraz (Cassola, 1968: 261 y ss.; Beck, 2005: 257), y quizá el confusionismo derive de Plutarco en relación con el año en que Fabio Máximo fue dictador por segunda vez y nombró precisamente jefe de la caballería a Minucio Rufo, antes de ser nombrado también dictador el propio Minucio. Pero para entonces Flaminio ya no vivía. Todo parece indicar que el nombramiento lo otorgó Fabio Máximo, no Minucio, y que se produjo en el año 221 (Broughton, 1986: 234).

En este punto la información que interesa especialmente concierne a la designación, doblemente registrada, de Flaminio como jefe de la caballería, una magistratura excepcional, establecida «a dedo» por otro magistrado excepcional, el dictador, quien a su vez recibe un nombramiento directo por parte del cónsul. Se trata de magistraturas cortas, excepcionales y de medio año de duración a lo sumo (Linttot, 1999: 110 y ss.; Walter, 2017: 163).

Varios matices pueden interesar, aunque no pueden establecerse de manera rotunda. Por un lado, el hecho de que se designe jefe de la caballería a Cayo Flaminio, en el 221, parece poco coherente con la salida bochornosa que le habría deparado el establishment senatorial-sacerdotal un año antes, al tener que abdicar del consulado. Por otro lado, si el nombramiento procede de Q. Fabio Máximo como dictador, hay que suponer que las diferencias insalvables de una década antes, cuando hizo frente a Flaminio encabezando la oposición a su reforma agraria, estaban olvidadas.

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