Pedro Ángel Fernández de la Vega - La Sombra de Anibal

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La sombra de Aníbal se proyecta amenazante sobre Roma. Su enemigo más formidable arrincona a la República en la disputa por la hegemonía del Mediterráneo occidental y reta a los más distinguidos políticos y militares. ¿Quiénes tendrán el valor para enfrentarse al cartaginés? Los líderes romanos que asuman el reto lucharán por la victoria entrelazando sus brillantes trayectorias sin abandonar sus inflexibles rivalidades.
Populistas, conservadores, filohelenos, cesaristas y adalides contra la corrupción, hombres carismáticos, agitarán en su favor los resortes democráticos de las asambleas populares y escudarán sus actos en la religión oficial, aunque también serán capaces de establecer concordias frente al enemigo común.
La sombra de Aníbal, del prestigioso historiador Pedro Ángel Fernández Vega, es la historia de los líderes que lucharán por su gloria y por la salvación y la grandeza de Roma.

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Uno de los motivos para nombrar dictador era la organización de elecciones en ausencia o baja del cónsul que tenía encomendada tal tarea. Ese fue el origen de esa dictadura (Beck, 2005: 72), que no requería un jefe de la caballería, más que por motivos de costumbre y protocolo. No derivaba de una perentoria urgencia militar.

En todo caso, habría que reconocer que Flaminio, el cónsul triunfador que hubo de abdicar, mereció de nuevo honores políticos relevantes porque su respaldo popular y electoral interesaron, en aras de la concordia ciudadana. Un senador preclaro, como era Fabio Máximo, pudo entender conveniente arropar su responsabilidad con una designación que propiciara la convergencia de sus apoyos senatoriales con los apoyos populares de Flaminio. Que el chillido de un ratón o una musaraña pudieran acabar con una doble designación, bien planificada y nacida para una necesidad política electoral, trasciende los subterfugios y las intrigas políticas. Lo fundamental era «no cambiar en nada ni salirse de las costumbres protocolarias» según concluye al respecto Plutarco (Marcelo 5, 7). La rigidez nacía de la ortopraxia ritual, de los codificados procederes sacerdotales para garantizar un correcto ceremonial o unos auspicios inequívocamente favorables. Nada debía alterar el delicado equilibrio en que se fundaba la pax deorum. La autoridad divina se enseñoreaba siempre sobre las incertidumbres de los mortales, y en el caso de Flaminio sirvió por dos veces para apartarle del cargo.

UNA CENSURA CON ECOS

La plena carrera política en Roma se completaba con el acceso a la magistratura más selectiva porque se elegía solo cada lustro: la censura. Flaminio también fue censor, plebeyo como le correspondía por su origen, en compañía del patricio L. Emilio Papo, un miembro de la familia Emilia, con el que se le puede presuponer cierta proximidad, y que formaría parte de una facción política, la que unía a los Emilios con los Cornelios Escipiones (Scullard, 1973: 39 y 53), en el marco de una política tejida sobre alianzas familiares. Esta facción habría obtenido relevantes éxitos electorales que se contrastan de manera recurrente también para los años siguientes, aunque este modo de entender los entresijos electorales no se acepta unánimemente (Bleicken, 1968: 40; Develin, 1985: 224). Los posibles rivales de Flaminio para acceder al cargo de censor en el año 220, en primera instancia los cónsules plebeyos desde el 225 en que se habían elegido los anteriores censores, no habían sido especialmente brillantes o no entrañaban competencia para Flaminio por diversos motivos (Develin, 1979: 275). Pero había una excepción: no hay que olvidar que pudo haber concurrido Claudio Marcelo, que acababa de triunfar el año anterior en la batalla de Clastidio contra los insubres (Beck, 2005: 259). Por su parte, Flaminio salía de dos magistraturas abortadas: el consulado y la jefatura de la caballería. Por tanto, y al margen del apoyo posible de la facción escipiónica-emilia, cabe ponderar que sus apoyos populares, los que le reportaron el triunfo militar dos años antes, continuaban siendo sólidos.

La información sobre su gestión es fragmentaria e incierta. Plinio el Viejo ofrece una noticia sobre la aprobación de una ley por plebiscito durante la censura de Flaminio y Emilio Papo que regulaba el uso de tintes y productos con valor detergente. Probablemente establecía limitaciones suntuarias a los trabajos de los tintoreros –los fullones– en la fabricación de telas, y frenaba el consumo de vestiduras de lujo por parte de los grupos sociales privilegiados (35, 57, 197-198; Aubert, 2004: 168). Se trata de la conocida como lex Metilia fullonibus dicta. Sin embargo, la ley lleva el nombre de Metilio, el tribuno de la plebe del año 217. Caben, varias posibilidades para explicarlo: respetando que Plinio asegura que se aprobó en esta censura, y que se trata de leyes antisuntuarias, los censores pudieron promoverla y salir adelante por la propuesta de otro tribuno Metilio –distinto– entre los años 220 y 219, o del mismo político que desempeñó un desacostumbrado segundo tribunado en el 217 (Cassola, 1968: 362) o que el edicto de los censores se transformó en plebiscito dos años más tarde por el tribuno Metilio (Scullard, 1973: 48). Otra opción invita a pensar que pudo coordinar su presentación con el cónsul Flaminio, pero no durante su censura, sino cuando este fue cónsul por segunda vez y no censor. De hecho, la iniciativa legislativa no formaba parte de las competencias de un censor (Reigadas, 2000: 248), pero sí lo era la vigilancia de las conductas. La conclusión posible es obvia: entre el 219 y el 217 la ley se aprobó, ya fuera con Flaminio como censor de costumbres, introduciendo prácticas contrarias al lujo, o como cónsul que pretendía introducir controles y moderar comportamientos poco decorosos al inicio de una guerra que se adivinaba gravosa.

Sobre el censo de ciudadanos que elaboraron Flaminio y Emilio Papo, no se sabe fehacientemente si fue el que incorporó una innovación o si aplicaba de nuevo un cambio promovido ya en alguna censura de las inmediatamente anteriores: cuando su número empezó a crecer, los libertos comenzaron a ser censados solo en una de las cuatro tribus urbanas –de un total de 35 circunscripciones entre urbanas y rurales (Rosenstein, 2012: 11)–. Se restringió por tanto su ámbito de influencia política durante los comicios, al limitar drásticamente las unidades corporativas de votación donde se recontaban sus sufragios a las cuatro tribus urbanas (Liv. Per. 20; Fabre, 1981: 136).

Ese censo –tarea fundamental de los censores–, elaborado por Flaminio y Emilio Papo, no solo fue útil para el lustro entrante, sino que además se tomaría como referencia en la siguiente censura, en el año 214, para asignar una tributación excepcional que se requirió a la ciudadanía con la que hacer frente a los gastos excepcionales de la guerra anibálica (Liv. 24, 11, 7; Fernández Vega, 2015: 23). Así que el registro censal de Flaminio y Papo tendría unos efectos de duración anormalmente prolongada –un lustro más– y ciertamente indeseable: cargas tributarias acrecentadas.

LA VÍA FLAMINIA

El cargo de censor fue especialmente aprovechado por Cayo Flaminio. La gestión de su colega resultó eclipsada. Flaminio, político más popular, logró dejar dos obras públicas de la mayor relevancia que inmortalizaron su memoria en Roma y el territorio itálico. Por un lado, la vía Flaminia, una arteria de comunicación con el norte hacia la costa adriática, que por el momento unió Roma con la ciudad de Rímini –Ariminum–, y que por tanto se convirtió en el cordón umbilical que mantenía enlazados a los ciudadanos asentados como colonos en el ager Gallicus, repartido por Flaminio unos años antes en la controvertida reforma agraria, con la Urbe. Prácticamente de inmediato, a lo sumo en el 218, se iban a fundar en la región central del Po, a los pies de los Alpes, dos colonias nuevas en Placentia y Cremona asentando en cada una de ellas a seis mil colonos con sus familias (Polib. 3, 40, 3-5; Liv. 21, 25, 3-5). Hacia allí iba a derivar la vía. Por tanto, respondía a una estrategia imperialista de penetración y pacificación de una amplia región.

¿Fue iniciativa de Flaminio o institucional? No se puede dilucidar si ya se había planeado antes por parte del senado, y si Flaminio actuó como censor con directrices programadas, dado que ya conocía la zona por su campaña militar como cónsul (Staveley, 1989: 436). Cabe la posibilidad de que, de nuevo, de manera brillante en el marco de un programa reformista, tomara la iniciativa, aunque requería respaldo institucional, pues la vía seguramente fue abierta por las legiones, y consta que ya estaba operativa en el 217: fue construida en menos de dos años (Liv. 22, 11, 5). Sea como fuere, el programa reformista agrario, se completaba magistralmente con una arteria que salía del Capitolio por la puerta Fontenaria, hacia el Adriático y los valles alpinos y había vertebrado el territorio con la capital, a los ciudadanos colonizadores con su metrópoli. Los movimientos de tropas romanas serían mucho más rápidos, pero también lo serían para las tropas de Aníbal.

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