Alias “Mateo” iba con dos custodios en el furgón; sin embargo, por su nerviosismo, intentó fugarse y se lanzó del vehículo, pero fue recapturado de inmediato por el sargento que lo llevaba; finalmente llegamos a la casa de seguridad y los ubicamos en diferentes esquinas, a Mateo y al nuevo capturado. Inmediatamente se impartió la orden:
— Dejen ir a la mujer que está en garantía. Díganle que tiene veinticuatro horas para que organice sus cosas, desaparezca del radar y que no ponga en riesgo la operación .
Quienes la custodiaban procedieron a subirla nuevamente a un taxi de nuestro uso, y fue acompañada hasta un lugar cercano a la plaza de toros, en La Macarena.
El grupo de choque y los jefes del Unase nos quedamos con el negociador y el cabecilla, y ahí comenzó una nueva conversación disuasiva con los capturados. El segundo objetivo aceptó ser el cabecilla y formar parte del frente urbano que delinquía en Bogotá. Su formación académica le permitía ser uno de los ideólogos que les reportaba a los cabecillas principales de esta guerrilla. Bajo su responsabilidad estaba la conformación de una nueva estructura del ELN en Bogotá, a la cual denominaban ‘Brigadas Rojas’, y tenían que conseguir recursos para su creación y sostenimiento. Estas instrucciones provenían directamente del Comando Central del ELN. Sobre el secuestro nada decía.
El cabecilla era uno de los estudiantes «eternos» de la Universidad Nacional, pertenecía a la facultad de Ciencias Sociales y estaba estudiando hacía más de nueve años sin culminar carrera. Su domicilio lo alternaba entre las viejas residencias universitarias situadas cerca de la universidad y una casa en el sur de la ciudad. Tenía aproximadamente treinta y cinco años, hablar pausado, barba escasa y gafas pequeñas claras, vestía ropa oscura con un gabán largo y delgado. Era una persona estructurada, inteligente y calculadora.
Junto con un teniente del Ejército entablamos charla con el sujeto, le dijimos que teníamos al negociador y a la novia del negociador —lo cual ya no era cierto—, que lo mejor era entrar a negociar, que ya estaban perdidos y que no iban a ganar un peso. Seguía callado, pensativo. Pidió hablar a solas con Mateo, el negociador, lo cual se le permitió en el mismo salón grande donde los teníamos. Al terminar la conversación se dirigió a nosotros y nos manifestó que el secuestrado John K., estaba en una casa al sur de la ciudad, que ese lugar estaba acondicionado con explosivos y que si irrumpíamos allí se activarían. Pidió llegar a un buen arreglo, porque incluso estaba dispuesto a pagar con cárcel y no decir nada.
Para esa época ya existían los celulares y teníamos las fuentes en las empresas de telefonía que nos suministraban los listados de llamadas, con inmediatez. Era una carrera contra el tiempo y la división de tareas era imprescindible. En menos de media hora ya estábamos analizando las llamadas que había efectuado el cabecilla desde su celular, nos concentramos en la ubicación del equipo durante las horas de la noche y en las llamadas efectuadas o recibidas de teléfonos fijos, lo que serían buenos indicios. Este análisis nos permitió obtener cinco direcciones de inmuebles en el sector de Bosa y de Kennedy, donde eventualmente podrían tener al secuestrado. Ya no dependíamos solamente de lo que nos dijeran los capturados, habíamos dado un paso muy grande. Si teníamos que allanar todas esas viviendas lo haríamos, esa era la decisión.
Nuestro objetivo era sacar con vida al secuestrado y por eso la primera opción era que el cabecilla capturado colaborara. No pensábamos soltarlo, eso no estaba en negociación, pero si hubiera posibilidad de llegar a algún acuerdo, sería lo mejor. El sujeto aceptó saber el lugar donde estaba el secuestrado y quiénes lo cuidaban. Además, nos informó que él era el jefe, por lo que podía dar una orden en cualquier sentido: libérenlo, háganle algo, mátenlo, muévanlo, etc.
Inmediatamente varias patrullas de inteligencia que se movilizaban en taxis y motocicletas comenzaron a desplazarse hacia el sector sur de la ciudad. Cada una llevaba una dirección y algunos datos para orientar la búsqueda. La capacidad investigativa, de inteligencia y de choque que tenían los Unase en gran parte estaba afianzada en la vocación de compromiso y sacrificio de sus integrantes, Ejército Nacional, DAS, CTI y Fiscalía. Al poco tiempo, un compañero que se movilizaba en una motocicleta, y que conocía muy bien la ciudad, nos informó que habían ubicado un carro con características similares al usado por el capturado. Estaba en un parqueadero abierto, como a cinco cuadras de dos de los inmuebles que ya teníamos vigilados. Correspondía a un Mazda Asahi, cuyas placas concordaban con las conocidas. El vigilante del estacionamiento describió al propietario con características muy similares al cabecilla “eleno” capturado. Se ordenó mantener control sobre el vehículo y estar atentos por si alguien llegaba a moverlo.
Entonces el sujeto planteó que dejáramos en libertad a todos los involucrados, incluso a él, al negociador y a quienes estaban cuidando al secuestrado, y que nos lo entregaría sano y salvo, negocio que no nos servía. ¡Para nada! No podíamos llegar con un secuestrado que nadie cuidaba, que nadie negociaba, no podíamos llegar a decir que lo encontramos solo perdido en el sur de Bogotá. Estábamos dispuestos a ceder y a cumplir… pero tampoco así.
Para ese momento la fiscal del Gaula, Dra. Elisa la dama de hierro , nos buscaba por cielo y tierra. Sabía que nosotros habíamos lanzado el operativo del caso que ella investigaba y no conocía pormenores de la operación, pero ante tanto trámite judicial y burocrático era engorroso llevarlo por ese lado y, por lo tanto, nos metimos por la parte operacional directa. Era una flagrancia y no creíamos que la Fiscalía nos fuera a autorizar o apoyar para ingresar a la universidad como ya lo habíamos hecho. Lo hecho, hecho estaba.
El sujeto manifiesta:
— Hay ocho personas cuidándolo, son gente joven. Hagamos esto: yo llego a la casa, ingreso, hablo con ellos, ustedes me cumplen y dejan salir a cuatro. Además, de esos cuatro necesito que le den la libertad a la profesora .
La profesora Cristina era la amiga —o novia— del negociador, y ya la habíamos dejado libre. Era un buen negocio. Quedábamos con cuatro capturados en el sitio, cinco con el cabecilla, seis con el negociador. También había posibilidad de judicializar a otros implicados que cumplían otras labores, como el familiar que lo había entregado y otro sujeto que era el enlace entre la banda delictiva y la estructura guerrillera que lo mantenía. ¡Aceptamos!
Nos dirigimos al sitio. No estábamos cerca y por la ruta que tomamos pude determinar que la casa adonde íbamos estaba ubicada en un barrio denominado Bosa La Paz, de estrato bajo, dos quizá, con problemas de violencia y de inseguridad. Seguíamos indagando al secuestrador… ¿qué pasa con los explosivos?, ¿cómo está el secuestrado?, ¿quién lo entregó? No dijo nada. Algo seguía planeando… ¡No podíamos descuidarlo!
Todo estaba listo. Doce comandos llegarían con el cabecilla hasta la puerta, solo dejaríamos salir a dos de los cuidadores y luego… ¡adentro! El lugar de cautiverio señalado por el capturado correspondía a una de las casas que estábamos vigilando en ese barrio, cerca de un caño de aguas contaminadas, con calles destapadas y bastante movimiento de población. El sujeto sacó las llaves de la puerta principal para entrar. Tendríamos solamente dos minutos para ingresar, e íbamos a cumplir en parte, pues en los dos minutos dejaríamos salir solo a dos individuos. En esos momentos de extremo riesgo nadie se acordaba de los supuestos explosivos. ¡Los comandos querían meterse y salir de dudas!
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