Ana Isabel Villaobos Valladolid - Piensa y trabaja

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Este libro ofrece a la comunidad universitaria y al público lector la oportunidad de acercarse a una selección de textos sobre el origen, la historia, la misión y los principios de la Universidad de Guadalajara, con el propósito de refrendar la esencia y la pluralidad que subyace en el término mismo de universidad, así como de aquilatar sus logros y vislumbrar los retos del presente.

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Sí, en efecto, por encima de todo, tenemos que contestar a los problemas cuya resolución vaya a llevar alivio al enfermo, pan al hambriento, actividad al brazo anquilosado, trabajo a la mano ociosa, justicia al desvalido. La Patria, que no es una entidad retórica, sino algo viviente, con dolorosa vida, pide que todos, pero sobre todo, los más aptos, vayan a contestar afirmativamente a la interrogación que pregunta si México llegará a ser un gran pueblo, grande con todas las grandezas: con la material, cimentada en el desarrollo de sus propias riquezas; con la moral, en el reinado de la justicia social; con la espiritualidad, en el encausamiento de ese venero copioso que de vez en vez brota en el esfuerzo abnegado de nuestros hombres de ciencia; en la lira de nuestros mejores poetas, que lo son también del idioma; en el sentimiento popular manifestado aquí y allá, en el canto que ennoblece el alma; en el soplo que anima la arcilla.

Quise, señoras y señores, principiar estas palabras desaliñadas, viendo hacia la génesis desde donde arrancan aquí en Jalisco las instituciones universitarias, para procurar, en la medida de nuestras fuerzas, ver el error y corregirlo, ahora que se desea encauzar las actividades superiores de nuestra juventud.

Va la universidad a formar hombres. “El grano que tú siembras son almas”, decía el moralista; pero para ello precisas que se desatienda lo mismo del brillo oropelesco de las vanidades que no conducen a nada, como de las risas que quieren ser punzantes de los que necesitan reír para que los cobije la frase de Rabelais. Precisa arrancar el vicio que por serlo tienen profundas y dolorosas raíces; no tener la obsesión del pasado, sino la mano atenta a las pulsaciones del momento, la vista a los mirajes del mañana.

“El verdadero hombre no aprende por reglas de colegio”, dijo el filósofo norteamericano, y es una verdad evidente si se atiende a dos cosas: al completo sentido de la palabra y a la organización de la enseñanza. Ahora mismo, con motivo de la fundación de esta universidad, se tuvo que tomar en cuenta todo esto.

La educación pública se resentía de un grave defecto, de un mal grave, por mejor decir. Oficialmente no había en Jalisco más que unas cuantas carreras liberales que seguir; y hay una propensión muy natural, muy humana, de los padres de familia: la de pretender elevar el plano de sus hijos. ¿Cómo?, como se pueda. No existen más de dos caminos; pues por cualquiera de esos dos. No importa que para lograrlo se tengan que arrojar sobre el campo de la vida los dados del destino, a trueque de que muestren la cara siniestra de los fracasos irreparables. Ya es un lugar común hablar del proletariado intelectual, del médico gana pan y merolico; del abogado rábula que perdió el ovillo en el laberinto e hizo una madeja inextricable de la justicia, del que arrastró la toga por el fango. La universidad tiende a corregir esa lacra de organización.

Pero ¿es esto una universidad? ¡Esto no es una universidad de modelo clásico! ¿Qué tiene que ver con las universidades tipo esa enseñanza de artes serviles?

No vamos a discutir, como en los tiempos de Abelardo por los nombres; pero aun cuando fuéremos al palenque de una inútil y verbosa dialéctica, nosotros sabemos que si en el siglo XII se llamó a la de París y de Bolonia universidades porque resumían la universalidad de conocimientos de esos tiempos, ahora estamos obligados a resumir los de los nuestros. Ya hace muchos siglos que Protágoras aseguraba que el hombre es la medida de todas las cosas que existen y de la no existencia de las que no existen.

Desentrañar, pues, todas las facultades, hacer surgir la fuente en la que abreven todas las ansias de conocimiento, debe ser el ideal de la educación. Abrir de par en par las puertas a toda vocación, vocación en el sentido prístino de la palabra, vocare: llamar. Sí, llamar… Debe ser una voz que llame a los hombres para que puedan descifrar su enigma…

Emerson, a quien siempre que se trate de estas cosas, hay que citar, afirmaba que todo hombre es la enciclopedia entera de los hechos. “La creación de mil bosques está contenida en una bellota” y luego:

cada cual sabe tanto como el sabio. Las superficies internas de los espíritus más rudos están todas llenas de garrapatos concernientes a hechos y pensamientos. Algún día cogerán esos espíritus una linterna y leerán las inscripciones.

Tenemos la tendencia, en la humildad de nuestro esfuerzo, de poner en las manos de nuestra juventud esa linterna, y se ha querido que esa luz vaya precisamente a los que más la necesitan. Si os habéis fijado en el Plan de esta Institución, habréis visto la importancia de la Escuela Politécnica.

La Politécnica enseñará la técnica del fotograbado de los trabajos de madera, de metales, de fundición, del plomo, del yeso, del color y de la piedra, de dibujantes, de arquitectura, de albañilería y carreras prácticas de electricidad, de mecánica, de ensayadores de metales y de la juguetería. Prestará especial atención a las industrias agrícolas y químicas sobre la base de las condiciones vernáculas, de los productos naturales de Jalisco: tal la jabonería, el aprovechamiento de nuestros aceites, la cerámica y la industria de las lacas, que por ser tan de cierta manera nuestras, son tan interesantes. Se completará después la escuela con la creación de otras carreras similares. Los estudios de todas ellas tendrán una base científica, aprovechando, desde luego, el sólido instrumento de las matemáticas y el conocimiento de aquellas ciencias y materias de estudio más indispensables al perfeccionamiento de esas carreras, claro está, en la dosis aplicable al caso. La universidad pone con esto, pues, más el establecimiento de la Facultad de Ingeniería y la carrera odontológica y la reorganización de las facultades de Jurisprudencia, de Comercio y de Farmacia, de la de Medicina y sus carreras anexas, de las preparatorias y de la Normal, pone, decía, a los jóvenes que están dentro de ella, o por mejor decir a la juventud del estado y de una importante región del occidente de la república, en condiciones de desenvolver sus vocaciones, abriendo nuevos caminos para que cada quien siga la senda de su propio destino.

Quiero hacer particular hincapié en lo que se refiere a la obligación que se les impone en la Ley Orgánica relativa a los estudiantes de la preparatoria de concurrir a los talleres de la Politécnica, pues ello resuelve algunos problemas muy importantes de lo que ha sido la tesis central de este discurso. Desde luego, coloca al educando en el caso de escoger las disciplinas que más se acomoden a sus inclinaciones y a sus facultades, bien sean las austeras de la ciencia o las que se refieren al ingenio o a la imaginación. Por otra parte, todos sabemos que muchas veces exigencias imperiosas hacen que el estudiante no pueda seguir carreras largas. Ya cuenta, pues, con un modus vivendi, ya sea productor y no parásito. Pero aparte de todo esto y quizás sobre todo, se va a establecer una comunicación más íntima entre el obrero y el joven que mañana será hombre de ciencia. Ellos, en comunión estrecha, verán en los años, si no mejores, sí más trascendentales en la vida, la visión común de sus destinos, la similitud de su función social. Ellos sabrán que son, por ser el pensamiento creador y el trabajo fecundo, la sal de la tierra, en el sentido alto y noble que daba Jesús a esas palabras.

Señoras y señores: en el nombre del gobierno del estado de Jalisco y en representación de la Universidad de Guadalajara, os manifiesto nuestro profundo reconocimiento por haber asistido a esta ceremonia, porque vuestra presencia es indicio de que participáis con nosotros de un deseo de vida próspera para esta Institución.

En el mismo nombre, manifiesto nuestra más efusiva gratitud a las universidades madrinas de la Universidad de Guadalajara, A la de París, alma mater de la civilización latina, no, de la civilización universal; a la de Salamanca, carne de nuestra carne, espíritu de nuestro espíritu, cuyo nombre está patinado del oro de los siglos mejores y cuya evocación nos habla lo mismo de los vuelos líricos de fray Luis que de las travesuras de la Celestina y del Lazarillo, de la gracia de los estudiantes de Lope y, para que más nos llegue a nuestro pasado literario, del donaire de aquel don García, en cuyos labios era la verdad sospechosa del clásico entre los clásicos, nuestro don Juan Ruiz de Alarcón; a la de California que siempre ha sido muy buena amiga de México y cuya digna representación tiene la distinguida señorita Purnell a quien tanto debe el prestigio de nuestra ciudad, y a la Universidad de México, hermana mayor de la nuestra, cuya fuerza vital será nuestro ejemplo, a quien debemos agradecerle la representación máxima de su propio rector, no sólo por el cargo que desempeña, que cargos solos nos dan honores, sino por sus relevantes cualidades de hombre de ciencia.

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