Por estas palabras se ganó mi simpatía, Mina, pues fueron merecedoras tratándose de un rival, y además perdedor; así que me incliné y lo besé. Él había vuelto a mis manos y cuando me miraba a la cara —temo que se me subieron los colores demasiado—, exclamó:
—Pequeña, estrecho su mano y usted me ha besado; si esto no nos hace amigos, nada podrá hacerlo nunca más. Gracias por su delicada honradez. Que Dios esté con usted.
Me apretó las manos, y tomando su sombrero salió de la habitación sin volver la vista, ni una lágrima, ni un temblor, ni una vacilación. Solo pensarlo, lloro como una niña. ¡Ay! ¿Por qué a un hombre como este he de hacerle desgraciado cuando muchas chicas besarían el suelo que pisa? Yo misma lo haría si fuese libre... aunque ni lo soy, ni quiero estarlo. Querida, todo esto me entristeció mucho, y en este momento no me siento con fuerzas para seguirte contando mi feliz historia. Así que no voy a hablarte del número tres hasta que haya retornado mi estado alegre de nuevo.
Te quiere siempre,
Lucy
P. S. Respecto al número tres, no hace falta que te hable de él, ¿verdad? Además, fue una cosa tan confusa; me pareció que solo había pasado un segundo desde que entró en la habitación a cuando me rodeaba entre sus brazos. Soy muy, muy feliz, y no sé qué he hecho para merecerlo. Solo procuraré, de ahora en adelante, demostrar mi gratitud al Cielo por poner en mi camino semejante novio, semejante marido y semejante amigo.
Adiós.
Diario del Doctor Seward
(registrado en fonógrafo)
25 de abril.— Hoy, me siento desganado. No me apetece comer ni puedo descansar, así que solo escribo. Desde que recibí la negativa de ayer, me siento enormemente vacío; nada de este mundo me satisface. Como sabía la posible curación a este tipo de dolencias por mi profesión, fui a ver a alguno de mis pacientes. Escogí uno que me ofreció una información de interés. Tiene ideas muy estrafalarias; no se trata de un loco corriente, así que me he propuesto profundizar en el misterio de su caso. Mis preguntas cada vez son más trascendentales, pues deseo conocer el más mínimo detalle de su alucinación. He sido demasiado cruel obrando de esta manera, ahora me doy cuenta, pues deseé que se ciñera a su locura, cosa que intento soslayar siempre con mis pacientes.
R. M. Renfield, 59 años. Temperamento sanguíneo; gran fuerza física; patológicamente excitable; períodos de depresión que culminan en una idea fija que no llego a comprender. Imagino que el propio temperamento sanguíneo y la influencia perturbadora llegan a provocar su alienación mental.
Potencialmente peligroso; creo que también egoísta. Para estos, la precaución es una coraza para defenderse de sus enemigos y de ellos mismos. Lo que opino de este punto es que cuando el eje es el punto fijo, la fuerza centrípeta se equilibra con la centrífuga; cuando se trata de un deber, causa… esta última fuerza es la que vence, y solo un accidente o una serie de ellos puede restablecerla.
Carta de Quincey P. Morris
al honorable Arthur Holmwood
25 de mayo
Querido Art:
Nos hemos relatado historias cerca del fuego del campamento en la pradera, nos hemos cicatrizado las heridas el uno al otro, después de intentar desembarcar en las Marquesas y hemos brindado en las orillas del Titicaca. Todavía tengo historias que contarte, heridas que cicatrizar, y brindis que realizar. ¿Te gustaría hacerlo nuevamente junto al fuego de nuestro campamento mañana por la noche? No dudo en invitarte, pues sé que cierta dama también está invitada y que tú estás libre. Y vendrá alguien más, nuestro viejo camarada del Corea, John Seward, y los dos queremos compartir nuestras lágrimas y brindar por la salud del hombre más feliz del mundo, conquistando el corazón más noble que existe. Te aseguramos un caluroso recibimiento, un cálido saludo, y un brindis tan leal como tu propia mano derecha. Prometemos llevarte a casa si bebes sin medida a la salud de cierto par de ojos. ¡No falles!
Siempre tu amigo,
Quincey P. Morris
Telegrama de Arthur Holmwood
a Quincey P. Morris
26 de mayo.— Contad conmigo. Traigo noticias que harán que vuestros oídos os retumben.
Arthur
Capítulo VI
Diario de Mina Murray
Whitby, 24 de julio.— Lucy vino a buscarme a la estación, guapísima y atractiva como nunca, y fuimos a la casa del Crescent, donde se hallan alojadas ella y su madre. Aquello es maravilloso. El Esk es un pequeño río que fluye por un profundo valle, y se ensancha a medida que se acerca a su desembocadura y un impresionante viaducto lo cruza. El valle presenta un verde hermosísimo. Sobre el conjunto de casas de rojos tejados que constituyen el pueblo se emplazan las ruinas de lo que hace tiempo fue la abadía de Whitby. Son conocidísimas, de enormes proporciones y con muchísimos rincones bellos y románticos; recoge una leyenda que en uno de sus balcones aparece una dama vestida de blanco. El puerto queda debajo del pueblo, con una larga muralla de granito penetra en el mar, trazando una curva, en medio de la cual se levanta un faro; y algo más allá, otro.
Guardo siempre esa imagen preciosa de la marea alta. Fuera del puerto se eleva una extensión de media milla, con un gran arrecife, cuyo abrupto borde queda recortado por detrás del faro sur. En la punta, siempre se encuentra la boya con su campana, que se balancea cuando hay mala mar y su sonido triste lo arrastra el viento. Dicen que de esta forma, cuando algún marinero se pierde en alta mar, puede guiarse por el sonido de la campana. Tengo que preguntárselo a un viejo lobo de mar que vive aquí…
Es un anciano muy simpático, de muchísimos años, pues su cara es nudosa y retorcida como la corteza de un árbol. Él dice que tiene más de cien años. Creo que es una persona un poco escéptica, pues al preguntarle sobre las campanas de la boya y la Dama de blanco de la abadía, me contestó sin remilgos:
—Yo no preocuparía demasiado por esas historias gastadas por el tiempo, señorita. Yo no digo que no sean verdad; solo que no sucedieron durante mi vida en este mundo. Todo eso está muy bien para los turistas y la gente que se encuentra de paso pero no para una linda damita como usted. Pensé que el anciano era la persona adecuada para preguntarle acerca de mil curiosidades, así que le pregunté si podía contarme algo acerca de la pesca de la ballena, sobre los métodos más antiguos.
En el preciso instante en que comenzaba a narrar tan interesante historia, en el reloj de la iglesia tocaron las seis, después de lo cual se puso de pie y dijo:
—Debo marcharme, encantadora señorita. Mi nieta se molesta cuando me tiene que esperar con el té servido en la mesa. El viejo se fue cojeando escalinata abajo. Yo también tendría que marcharme a casa, pues Lucy y su mamá ya habrán vuelto de las visitas que debían hacer por obligación.
1 de agosto.— Ya hace una hora que estamos aquí con Lucy y hemos tenido una conversación de lo más interesante. Nos acompañaban mi viejo amigo y dos más que siempre van con él. Desde luego, de los tres, él es el centro de interés, y creo que de joven tuvo que ser de armas tomar, pues no admite ninguna sugerencia y lleva la contraria a todo el mundo. Si no puede convencerte por las buenas, intenta coaccionarte y luego hace un silencio absoluto, que sentencia la polémica a su favor. Abrí el debate de las leyendas y el viejo, inmediatamente, empezó con una especie de sermón. Intentaré ser lo más fiel posible a sus palabras:
—Todo eso no son más que estupideces. Esas historias de duendes y aparecidos no hacen más que asustar a los niños y a las mujeres impresionables. Es cierto que se conservan señales, dibujos, huesos y otras cosas, pero el resto, todo fue inventado por los curas, los malévolos pedantes y los embusteros del ferrocarril para sacar dinero y provocar a la gente a hacer cosas que no harían de ninguna otra forma. Todo este montaje me asquea profundamente. El viejo hizo un silencio repentino; parecía orgulloso, mirando y buscando a su alrededor la aprobación de los demás contertulios. Pero yo intervine para animarle a que siguiera la conversación.
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