—Señor Swales, seguramente no está hablando en serio. Todo el mundo cree estas leyendas como auténticas, como parte de su pasado y de su historia.
—¡Bah! Solo son verborrea ¡Uy! Acaban de dar las seis en el campanario. Me voy. A su disposición, señoritas.
Y el viejecito se marchó con su cojera.
Lucy y yo nos quedamos un rato más allí sentadas y comenzó a hablarme de Arthur y de su próxima boda, lo cual me apenó algo, pues me hacía pensar en todo el tiempo que llevaba sin saber nada de Jonathan.
El mismo día.— He subido sola, porque me siento un poco triste. Continúa sin haber carta para mí. Deseo que no le haya ocurrido nada malo. Han dado las nueve y desde aquí, veo las lucecitas salpicando todo el pueblo, a veces en forma de hileras señalando las calles; otras, muy distanciadas y solitarias, que ascienden hasta el río Esk y desaparecen en la curva del valle. A mi izquierda la visión queda limitada por la oscura silueta del tejado de una vieja casa cercana a la abadía. Ahora, las ovejas y los corderos balan en los campos que quedan detrás de mí. Percibo el ruido de cascos de un burro en el pavimento de abajo. La banda toca un vals en el rompiente; más allá del muelle, el ejército de salvación se encuentra en plena manifestación y ninguna de las dos bandas se escucha entre ellas, pero yo, desde este lugar privilegiado, puedo gozar de ambas. Me pregunto dónde estará Jonathan y si piensa en mí. ¡Ojalá ahora mismo estuviese a mi lado!
Diario del Doctor Seward
5 de junio.— El caso Renfield, cada día es más apasionante y con el tiempo he aprendido a entenderle mejor. Tiene algunas cualidades muy acentuadas, como el egoísmo, la discreción o la tenacidad, y no sé con qué función esta última, y estoy convencido de que existe, pero hasta ahora no he podido hallar cuál.
La cualidad que le redime es su amor por los animales, aunque posee cambios tan extraños que no sé si no se tratará de otra cruel anormalidad. Sus animales favoritos, normalmente coinciden con los más raros. Hasta ahora, el deporte que más le gusta es la caza de moscas y coleccionarlas. Actualmente posee tan enorme cantidad que me he visto obligado a reñirle. Él, para mi sorpresa, no se encolerizó, como yo esperaba, sino que tomó el asunto con absoluta seriedad. Reflexionó durante unos minutos y a continuación me indicó:
—Si me da tres días, me desprenderé de ellas.
Desde luego concedí su petición. Debo atarle corto.
18 de junio.— Ahora ha enfocado su atención en las arañas y guarda en una caja varios ejemplares de enormes dimensiones. Las alimenta con moscas, así que estas están padeciendo un exterminio masivo; aunque ha llegado a utilizar su propia comida para atraer más a su habitación.
1 de julio.— Sus arañas son ahora tan molestas como sus moscas. Hoy le he dicho que tiene que deshacerse de ellas de una vez por todas, y al oírlo se ha quedado bastante triste; así que le he permitido que conserve unas pocas. Él ha asentido con alegría y le he dado el mismo plazo que la vez anterior. En una ocasión que estaba con él, me repugnó muchísimo algo: penetró una coromina en la habitación; una mosca enorme, carnívora, que pone sus huevos en la carne putrefacta. Volaba hinchada de alimento, con su zumbido que se escuchaba por toda la habitación, y él la atrapó con el índice y el pulgar y después, antes de que pudiese reaccionar, se la metió en la boca y se la comió. Le reprendí por ello y él argumentó sosegadamente que estaba muy rica, y que era muy sana; que estaba llena de vida y que le transmitía a él su vitalidad. Esto me hizo pensar que debía vigilarle mientras se deshacía de sus asquerosos insectos, ya que seguro que tramaba algo. Lleva una libreta donde siempre toma algún apunte; contiene páginas enteras llenas de cifras, generalmente números simples sumados en grupos, luego los totales los vuelve a sumar en columnas, lo mismo que hacen los contables.
8 de julio.— Es un loco metódico. He dejado de vigilarle unos cuantos días para comprobar si se producía algún cambio en él, pero sigue igual; no ha tenido ningún cambio. Se ha separado de alguno de sus animales favoritos y ha adquirido uno nuevo. Consiguió cazar un gorrión al que ha domesticado casi por completo, ya que utiliza una técnica muy simple. Ya no hay tantas arañas, pero, las que quedan están muy bien alimentadas, ya que continúa cazando moscas para que estén bien nutridas.
19 de julio.— Paulatinamente vamos progresando. Ahora tiene una valiosa colección de gorriones y moscas, mientras que las arañas constituyen ya un grupo minoritario. Al entrar en su habitación vino corriendo hacia mí y me dijo que tenía que pedirme algo, algo muy especial. Mientras hablaba, me acariciaba, igual que a un perro. Le pregunté de qué se trataba. Él, con una especie de arrobamiento en la voz y en el gesto, me respondió:
—¡Un gatito, un bonito gatito, zalamero y juguetón, con quien yo pueda divertirme y al que pueda enseñar y alimentar!, ¡alimentar!, ¡alimentar! Tal petición no me cogió por sorpresa, ya que había estado observando de qué forma sus animales favoritos aumentaban y crecían en tamaño y vitalidad. Como no me seducía la idea de que aquella familia de mansos gorriones fuese exterminada de la misma manera que lo habían sido moscas y arañas, le dije que estudiaría el asunto. Le pregunté porqué preferiría a un gato, un gatito y la ansiedad le hizo contestar:
—¡Oh, sí, me gustaría un gato! Solo le dije un gatito por miedo a que me negara uno más grande. No pueden prohibirme el derecho a compartir mi vida con un gatito, ¿verdad, doctor? De pronto puso una cara muy seria y en sus ojos vi una señal de peligro, ya que surgió en ellos una feroz mirada de reojo que implicaba el ansia de matar. Este hombre es un maníaco homicida en potencia. Pondré a prueba su carácter obsesivo, y observaré su reacción, así sabré algo más sobre él.
Diez de la noche.— He vuelto a visitarlo y estaba sentado en un rincón, con cara de seria preocupación. Nada más entrar se arrodilló, suplicándome que le dejase tener un gato, pues su felicidad y su vida dependían solo de mí. Me mantuve firme, diciéndole que su petición no podrá ser atendida. Entonces, sin decir más, se sentó en el mismo rincón donde le encontré, y comenzó a morderse los dedos. Volveré mañana temprano.
20 de julio.— Fui a verle a primera hora de la mañana, cuando el ayudante aún no había efectuado su última ronda. Se encontraba muy despierto y canturreaba una canción. Estaba extendiendo en la ventana el azúcar que había estado guardando. Enseguida me di cuenta que se estaba preparando para una muy cuidadosa caza de moscas, lo hacía muy alegremente. Di un vistazo por si veía el lugar donde guardaba los pájaros, pero no los encontré, así que le pregunté dónde estaban. Replicó, sin volver la cabeza para mirarme que habían salido volando. Observé que había algunas plumas por el suelo y en su almohada una gota de sangre, pero no hice ningún comentario. Marché de la habitación y le ordené a su guardián que me llamara si durante el día observaba alguna anormalidad en él.
Once de la mañana.— El enfermero me ha dicho que Renfield se ha encontrado mal todo el día, vomitando muchísimas plumas.
—Doctor, mucho me temo que se ha comido los pájaros —me dijo el guardián—, y que además ¡se los ha tragado crudos!
Once de la noche.— Le he administrado un fuerte sedante, lo suficiente para que duerma tranquilo. Mientras dormía, saqué la libreta de su bolsillo para analizarla con calma. La idea que ha estado rondándome últimamente, confirma mi teoría. Mi maníaco homicida es un caso muy especial, así que habré de inventar una nueva clasificación para él, pues no coincide con el cuadro médico de ninguno de los otros enfermos; le llamaré maníaco zoófago (come-vidas), ya que lo que quiere es engullir cuántas vidas puede y conseguirlo de una forma acumulativa. Dio muchas moscas a una araña y muchas arañas a un pájaro; por eso, quería un gato, para que se comiese a los pájaros. ¿Qué animal habría querido después? Reconozco que sería muy interesante completar el experimento. Podría haberse llevado a cabo, con tal que hubiese una causa suficiente. La gente se burlaba de la vivisección y en cambio los resultados han sido magníficos. Si pudiese revelar el misterio de una mente así, si lograra descubrir la clave de las fantasías de un cerebro aunque fuese el de un loco corriente..., ¿por qué no contribuir al avance de la ciencia en la especialidad más difícil y de vital importancia: el conocimiento de la mente humana, como hicieron Burdon-Sanderson o Ferrier? ¡Con tan solo un signo de algo! Pero esto no debe obsesionarme, pues corro el riesgo de caer en la tentación. Un buen motivo, es un argumento de peso, podría darme la razón… ¿Es que no poseo yo también un cerebro excepcional?
Читать дальше