Amar a alguien y no decírselo por miedo a no ser correspondido, lleva implícita una derrota, ya que no nos damos la posibilidad de intentarlo y siempre quedará la duda de qué hubiera pasado si la persona amada se hubiese enterado. Imaginate si nadie se animara a decirle al otro que lo ama. Pues entonces, ninguno tendría pareja ni formaría una familia.
¿Cuántas veces te ha ocurrido que alguien te confesó sus sentimientos y vos no aceptaste la propuesta porque no coincidías en el gusto, en la atracción, o porque no había piel, o lo que fuera?
De la misma forma, te puede ocurrir a la inversa: ¿cuál es el miedo? ¿Qué otra cosa más que “no” podrán decirte? Y si eso ocurriera, ¿se acaba el mundo, acaso? ¿No es peor tragarse las ganas de decirle a alguien “te quiero” o “me gustás”, a no decírselo y jamás saber si el otro te hubiera aceptado? ¿Cuántas cosas te perdiste de hacer en tu vida por no intentarlas? ¿Cuántos pretextos te pusiste para no hacer algo que deseás verdaderamente?
- Que ya es tarde.
- Que es más joven que vos, o mucho más grande.
- Que no estás en edad de estudiar.
- Que se te pasó la hora de eso o aquello.
- Que no tenés la capacidad necesaria.
- Que nunca nada te sale bien.
- Que seguramente te dirán que no.
- Que tenés miedo de hacer un papelón.
- Que sos muy alto, o muy bajo, muy gorda o muy flaca.
- Que esa ropa no es para vos…
Y así, de esta forma, alguien se pierde de tus virtudes, no escuchará cómo cantás, no leerá lo que escribís, no disfrutará de tus caricias y muchas otras cosas. Y lo que es peor, que fundamentalmente vos —sí, vos— te quedarás con las ganas de lo que deseás desde hace tanto tiempo.
No importa si has sido desaprobado de chico, si no tuviste el cariño de quien quisiste tenerlo. Ahora contás con la oportunidad de enmendar eso, tenés la opción de darte lo que no te dieron, es decir, la opción de crecer.
Qué palabrita esa, ¿no?: “crecer”. Claro que sí, ese no decidir, ese no atreverse, se liga íntimamente al no crecimiento. La diferencia entre aquel que logra algo y el que no, no es más que su crecimiento personal, no es más que la consecuencia de su maduración emocional.
Los chicos no se atreven, ellos son los que están desvalidos ante un mundo que aparece como gigantesco, y cuando un adulto no decide, no encara, no se anima a algo, la razón se da casi siempre en una falta de crecimiento emocional que lo hunde en un mar de inseguridades. Es decir, que a pesar de estar dentro de un cuerpo adulto, hay aspectos emocionales que aún no maduraron.
¿Cómo se sale de eso? Decidiendo, no hay otra manera. Y para decidir se necesita valor, valentía, audacia, darse cuenta de que esta es la única vida que se tiene, que si no es ahora: ¿cuándo?, que lo que uno no hace, nadie lo hará por uno.
Tengo esta costumbre de contar una historia para explicar un concepto, veamos si te sirve este relato:
En primavera, dos semillas estaban sembradas una al lado de la otra en un fértil suelo. La primera semilla dijo: “¡Quiero crecer! Deseo impulsar mis raíces bien hondo, dentro del suelo que está debajo de mí, y hacer brotar mis retoños a través de la corteza de la tierra que se encuentra encima de mí. Quiero desplegar mis brotes como banderas que anuncien mi presencia en el mundo, sentir el calor del sol sobre mis hojas y la bendición del rocío matinal en mis pétalos”. Y tomó de la tierra los nutrientes necesarios, empujó y creció.
La segunda semilla dijo: “Tengo miedo. Si impulso mis raíces dentro del suelo que está debajo de mí, no sé lo que encontraré en la oscuridad. Si me abro paso por el suelo duro que está encima de mí, puedo dañar a mis delicados retoños. Y quizás, al abrir mis brotes, pasará un caracol y se los comerá. Y si abriera mis capullos, un niño pequeño podría arrancarme de la tierra. No, será mejor que espere hasta que no haya ningún peligro”. Y esperó.
Fue entonces que pasó por allí una gallina del corral que buscaba comida por cualquier lado y encontró una semilla. Rápidamente, se la comió.
En definitiva, aquellas personas que se quedan sin hacer nada por los miedos a tantas cosas, corren el mayor de los peligros: ser tragados por la vida.
Obstáculos
Así como cuando eras niño y te dolían los dientes porque los de leche se caían y cambiaban por otros; así como cuando te dolían las rodillas y significaba que estabas dando un estirón y tu estatura aumentaba; de la misma forma, crecer internamente trae sus dolores, pero estos son ínfimos al lado del placer de disfrutar de las cosas deseadas cuando tomás la decisión de lograrlas.
El creer que uno puede sentarse a esperar que la vida traiga las cosas, deja en claro que aún estás en aquellas épocas en que dormías en una cuna y mamá, o quien fuera, te traía un biberón de leche tibia, te bañaba, te cambiaba, te alcanzaba lo necesario, te tapaba, te hacía dormir, te limpiaba. Esa etapa te dio, de bebé, la sensación de ser el centro del mundo, de sentir que las cosas venían a tu encuentro sin el mínimo esfuerzo. Hay personas que, en muchos aspectos, se quedan en esa etapa, como pretendiendo que los demás hagan las cosas por ellos.
El bebé no pasa por las inclemencias del tiempo ni se quema las manos al hacerse la comida, y lamentablemente, tengo que decirte que esa etapa pasó, y que hay cosas por las cuales deberás atravesar para lograr otras. El placer de conseguirlas es inversamente proporcional a las inclemencias del trayecto. La satisfacción de un solo logro echa por tierra las sensaciones de muchos malos resultados anteriores. El sobreponerse a una adversidad, te da sensación de triunfo. Pues cada ser humano produce en sí mismo una transformación ante cada logro por más pequeño que este sea.
El lograr algo de lo que verdaderamente deseás, librando una batalla ante la adversidad, te irá dando fortaleza y así sentirás que estás creciendo, que ese niñito interior va perdiendo el miedo porque se siente acompañado por ese adulto que ahora sos, porque está protegido como lo estaba hace tantos años, porque advertirá que desde ahora siempre podrá contar con alguien y ya no se sentirá solo nunca más.
Vencer obstáculos lleva implícito la necesidad de tomar una o varias decisiones con miras al objetivo por cumplir.
Lo primero es individualizar el objetivo. “¿Qué es lo que deseo?” es la primera pregunta. Uno deberá ver realmente si este deseo viene de su esencia, si no se halla condicionado por el deseo de otro, si en verdad, al visualizarse a sí mismo cumpliendo el deseo, da una sensación de satisfacción.
Una forma de sentir si ese deseo resulta propio, es alcanzar la posibilidad de visualizarse concretándolo y sentir la sensación que produce esa imagen. Si te imaginás a vos mismo prendiéndote fuego, te causará espanto; de la misma forma, cuando te visualices cumpliendo un deseo, te sentirás en la medida justa de placer.
Hagamos este ejercicio: sentémonos cómodamente o recostémonos de forma relajada, en pleno silencio. Dejemos nuestros brazos a los lados del cuerpo, distendámonos, tomemos conciencia de cada parte de nuestro cuerpo: sintamos cuáles tienen contacto con la superficie de apoyo, registremos si nuestro rostro está tenso, distendamos la frente, aflojemos la boca, relajemos. Movamos suavemente, con un pequeño balanceo, la cintura y las piernas, soltémoslas, dejémonos ser, no controlemos nada, inspiremos, aflojemos nuestro pecho, nuestro vientre; tratemos de soltarnos tanto como sea necesario, hasta que tengamos la sensación de fundirnos en la superficie de apoyo. En ese punto, tomemos cuenta de nuestra mente, cerremos los ojos y dejemos que vengan todas las imágenes que surjan.
Cuando lo hayamos hecho y estas fluyan, habrá un momento en el que nuestra mente empezará a despejarse de esas imágenes, ya no vendrán tantas ni con tanta frecuencia. Comenzaremos a pensar en lo que deseamos hacer, en lo que queremos conseguir, y entonces deberemos visualizarnos: pongámonos en esa escena, armémosla, rodeémosla de los detalles necesarios para que sea todo lo real e incluyamos a las personas que tengan que estar en esa situación.
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