Daniel Chamero Martínez - La casa de Okoth

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Tras una larga sequía, la esperada lluvia llegó a Okuni inesperadamente. Aquí comienza la historia de Okoth, una niña nigeriana que en su infancia tuvo que vivir lo que la mayoría ni siquiera podemos imaginar en nuestras más terribles pesadillas. Pero también comienza un maravilloso viaje de descubrimiento, superación y esperanza a lo largo del continente africano.Daniel Chamero ha escrito una bellísima historia inspirada en dramáticos acontecimientos reales que ocurren todos los días en África. Una historia de denuncia de una de las prácticas más execrables, que todavía subsiste en algunos países, como es la ablación genital femenina que conmoverá al lector por su desgarradora fuerza y ternura.

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la casa de okoth

daniel chamero martínez

Título original La casa de Okoth Primera edición febrero 2021 2021 - фото 1

Título original: La casa de Okoth

Primera edición: febrero 2021

© 2021 Editorial Kolima, Madrid

www.editorialkolima.com

Autor: Daniel Chamero Martínez

Dirección editorial: Marta Prieto Asirón

Maquetación de cubierta: Sergio Santos

Maquetación: Carolina Hernández Alarcón y Lucía Alfonsín Otero

Colaboración: Isabel Cascajo Jiménez

ISBN: 978-84-18263-82-8

Depósito legal: M-5174-2021

Impreso en España

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares de propiedad intelectual.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

«Confía en el tiempo; suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades».

Miguel de Cervantes

Para aquellas personas que nunca se rinden.

Para ti, siempre para ti papá… y para ti también, mamá, siempre para ti también

Prólogo. La Isla del Tesoro

No recuerdo cómo, ni si hubo un Billy Bones que hiciera llegar a mis manos el mapa del tesoro de Isla Esqueleto. No fue en la posada del Almirante Benbow, aunque son cientos las veces que estado allí entre piratas.

Jamás hubiese imaginado en la primera de aquellas visitas, con sedienta y temblorosa lectura, que en aquella historia de viejos piratas me aguardaba un auténtico tesoro: la lectura.

Hace unos treinta y tres años que me embarqué en «La Hispaniola» y sé que nunca la abandonaré.

Palabra a palabra, página a página, fui navegando de libro en libro, de alma en alma… en busca del tesoro.

Cada historia leída un tesoro encontrado. Y seguí trazando, y seguí buscando, desenterrando y volviendo a enterrar… mi tesoro.

No fue en Isla Esqueleto sino una noche como otra cualquiera, rodeado de un silencio absoluto, sobre la fina y sedosa arena del desierto… Del cielo… brotaban sinuosas y brillantes letras que me guiaban tras la búsqueda del Alquimista. Allí encontré mi segundo gran tesoro: la escritura.

Les presento mi segunda novela La casa de Okoth, editada por editorial Kolima a la que siempre le estaré agradecido. En ella van muchas horas de trabajo, pero sobre todo, en ella van un montón de sueños y la historia de una pequeña llamada Okoth que estoy seguro que les cautivará como a mí.

No olviden que para este niño es un orgullo que ustedes lo lean. Espero que la disfruten; yo mientras regreso a la posada del almirante Benbow en busca de mapas que me lleven a nuevos tesoros.

Daniel Chamero Martínez

Primera parte lluvia

1. La aldea

El 1 de septiembre de 1979, y tras nueve meses de sequía, cayó la primera gota. Días antes, a cientos de kilómetros de allí, sobre el océano Atlántico, el sol calentaba la superficie del mar dando lugar a grandes columnas ascendentes de vapor de agua. Todo ese volumen de agua en estado gaseoso se elevó por medio de corrientes de aire hasta las capas superiores de la atmósfera. Allí, a miles de metros de altitud y debido a la menor temperatura existente, el vapor de agua se condensó dando lugar a pequeñas porciones de agua en estado líquido y formando eso a lo que llamamos nubes. El resto lo hizo el azar, la casualidad, o simplemente el viento.

Durante cientos de kilómetros el viento fue guiando a toda aquella masa de agua hasta el principio de esta historia. Primero fue la costa de Mauritania, le siguieron Mali y Burkina Faso, Benín, y finalmente Nigeria. Una vez en Nigeria, la borrasca atravesó los estados de Níger, Kwara, Kogi, Nassarawa, Benue, Enugu, Emboyi, y finalmente Cross River. Y concretamente en el sudoeste de Cross River y sobre una aldea llamada Okuni, la enorme borrasca comenzó a descargar la lluvia que tan ausente había estado los nueve meses anteriores.

Primero fue una gota. De entre los millones de gotas que componen la lluvia hay una que es la primera en caer. El viento, fuerte y frío, siguió condensando el vapor de agua que conformaba la mayor parte de la borrasca; las pequeñas porciones de agua condensada fueron chocando unas con otras formando lo que llamamos gotas, hasta que finalmente, y debido a su aumento de peso, dejaron de ser volátiles y cayeron por la acción de la gravedad.

Una gota de lluvia al caer tiene un volumen de 0,5 a 6,35 milímetros. Su velocidad de caída varía dependiendo de su volumen y oscila entre los 8 y los 32 km/h.

La primera gota de aquella lluvia que descendió sobre Okuni después de nueve meses tardó exactamente unos seis minutos en caer. A una velocidad de 5,5 m/s comenzó a recorrer los aproximadamente 2.000 metros que la separaban del suelo raso de Okuni. Aquella gota fue perdiendo y recuperando continuamente su forma esférica debido a la velocidad de caída y a la resistencia del rozamiento del aire; de un lado a otro sus frágiles e inconsistentes paredes hacían tambalear su forma durante la caída. Finalmente, a pocos metros del suelo, alguien se cruzó en su camino.

Nazima pasó a dos metros escasos de la trayectoria de aquella gota de agua. Como si el tiempo se hubiera detenido, se quedó contemplando su caída. Mientras la miraba, y durante el exiguo tiempo que pudo hacerlo, la expresión de su cara hizo un par de muecas abrazando la tan esperada lluvia con una sonrisa. Pudo contemplar perfectamente como aquella gota de agua impactaba contra la árida y polvorienta superficie de tierra, formando una perfecta corona de agua y polvo. Nazima detuvo su paso acelerado y estuvo cerca de dejar caer los paños limpios que portaba en sus manos, mientras observaba la marca de aquella gota en la tierra. Pasados unos segundos su sonrisa se hizo extensa, cerró los ojos, y alzando el rostro hacia el cielo dejó que gota a gota la lluvia humedeciera su cara al tiempo que olfateaba el característico olor de la lluvia al caer sobre la polvorienta y necesitada superficie de Okuni.

Sin llegar a ser una anciana y con apenas cincuenta años, Nazima ya era abuela de cinco niñas y un niño. Desde muy joven y por deseo de su madre, se había dedicado a ejercer de matrona de la aldea. Ella misma estuvo en el parto de sus seis nietos, del mismo modo que dio las indicaciones necesarias cuando su única hija, Hafsah, vino al mundo.

Entre las labores de Nazima no estaba solo la de ayudar a parir a las mujeres de la aldea, pues en muchas ocasiones se le consultaba el nombre de las criaturas alumbradas. Era por todos conocido el que Nazima tenía un don para ello, e incluso en más de una ocasión había llegado a predecir el sexo de los bebés sin error alguno. Así fue con su hija Hafsah y con sus seis nietos; dio el nombre y el sexo de cada uno de ellos justo antes de ser alumbrados. De Hafsah no solo intuyó el sexo, sino que también pudo ver más allá de aquello que forma nuestras entrañas y conectar con toda la energía que la constituía; es por ello por lo que Nazima, al sentir el coraje y la fuerza de la selva, decidió poner por nombre a su hija Hafsah, cuyo significado es leona. Lo mismo ocurrió con su primera nieta, a la que llamó Akia por ser la primogénita. La siguieron Zoraya, Badra y las gemelas Kakra y Banji, y por último, el único y deseado varón, Ekón.

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