• Lavarse los dientes
• Salir más tarde
• Llegar temprano
• Comer la sopa
• no comer la sopa
• Ir de vacaciones
• no ir
• Elegir una carrera…
• dejarla
• empezar otra
• Tener amante
• Ser fiel
• o ser infiel
• Hacerse una cirugía
• no hacerse una cirugía
• Tomar ese colectivo
• o el otro
• o el tren…
• ir caminando…….
• Comer en casa
• comer afuera
• o no comer.
• Hacer régimen
• comerte todo
• El primer cigarrillo
• dejar de fumar
• Callarse
• gritar
• decirlo
• Tirarse un lance.
• Tener un orgasmo
• o no tenerlo
• Quedarse quieto
• Elegir una película
• o el teatro
• La pasta de dientes
• el desodorante
• Cortarse las uñas
• bañarse
• quedarse sucio
• Tomar un avión.
• Hacer terapia.
• Salir a caminar
• Ir al gimnasio
• abandonarlo.
• Seguir viviendo a pesar de
• Pizza de muzarella
• o jamón y morrones
Uffff. ¿Te cansaste sólo por leerlo? Imaginate la fatiga que causa estar constantemente tomando tales decisiones que son apenas un pequeño número enunciativo de las miles y miles que existen a través de tu vida. Claro, con razón tanto conflicto, duda, temor, vergüenza, timidez, desamparo, soledad, miedo y tantas otras sensaciones que convergen a la hora de decidir.
Cierta vez, mi viejo maestro, el doctor Touyaá, me dijo: “Cuando uno decide, está como cuando se muere, es decir: solo”. “¿Por qué?”, le pregunté. Y con su tradicional estilo, pausado, seguro, firme, el que sólo tienen los maestros de la vida, me contestó. “Porque, al morir, estamos rodeados de personas, médicos, amigos, familiares, en fin, siempre hay alguien, pero el único que se muere es uno”. “¿Y cuando decidimos?”, le dije. “Cuando decidimos, hay consejeros, asesores, terapeutas, amigos, familiares, pero, al tomar la decisión, el que decide es uno, es decir, también estamos solos”.
Si uno decide bien, todos se cuelgan de tu éxito, pero cuando decidís mal, nadie se arrima ni para saludarte, ninguno te recuerda su opinión, sólo alguno que te aconsejó lo contrario, que encima viene a reprocharte el no haber seguido su indicación. Y ahí estás, mal por tu supuesto fracaso y soportando el dedo acusador de los demás y las consabidas frases de siempre: “Viste, yo te dije”, “¿Para qué me pedís opinión, si al final hacés lo que se te da la gana?”, “Pero vos sos siempre el mismo”, “¿No podías haber hecho otra cosa mejor?”, y dale, y dale, y dale.
¿Por qué cuesta tanto tomar decisiones?
Al decidir, existen muchas cosas que vienen al encuentro: nuestros propios deseos, lo que pensamos que desearían los otros, el miedo a que salga mal, el temor a que nos dejen de querer por hacer lo contrario a lo que esperan de nosotros, el terror al fracaso o al éxito. Sí, leíste bien: al éxito. Hay quienes tienen miedo a ser exitosos, gente que, en verdad, no se lo permite.
Pero bueno, voy a tratar de invitarte a seguirme en este libro para ver si podés ver, uno por uno, los temas que influyen en cada una de tus decisiones, de las mías y de las de todos. Porque, en el momento de decidir, nadie escapa a alguna de las influencias que se mezclan en esos cruciales instantes de nuestras vida.
Un poco de tu historia
“No se conocen las razones del éxito, pero sí la fundamental para el fracaso: querer conformar a todo el mundo”.
Cuando el semen entra en la vagina, son alrededor de un millón y medio de espermatozoides los que van en busca del óvulo para fecundarlo. Uno de esos espermatozoides, eras vos. Lo curioso de esto, es que cada uno de ellos hubiera engendrado una persona diferente, única e irrepetible. Quiere decir que cuando nadaste y nadaste durante horas hasta llegar a fecundar el óvulo, te abriste camino entre los otros, sorteaste dificultades, superaste escollos, competiste con los demás y lograste nacer. Y aquí estás, sos la prueba de semejante desafío.
Resulta fácil concluir, entonces, que el resto de esas potenciales personas (es decir, haciendo números aproximados, 1.499.999, ¡vaya cifra!) nunca nacieron ni nacerán; esas potenciales personas dejaron de nacer para que vos llegaras al mundo. ¿Te das cuenta de tu capacidad, de tu fortaleza, de tu espíritu de lucha, de tu abnegación, de tu fuerza para sobreponerte a la adversidad?
Me animaría a decirte que hay —en cada uno de nosotros, los que logramos nacer—, una vida que representa la postergación de cientos de miles de vidas. Por lo cual, tenemos la obligación de honrar todo esto, de advertir lo que fuiste capaz desde el comienzo y entender que, si luego perdimos esa fuerza, esa capacidad, esa abnegación, es porque hubo factores que influyeron, que fueron haciendo que dejáramos ese camino de rotundas decisiones; que nos alejáramos de nosotros mismos, que nos convirtiéramos en débiles, indecisos, frustrados, depresivos, fóbicos o inseguros.
Nacer fue una decisión absoluta, vivir es lo mismo. Pero uno empieza a ser consciente de los otros, ahora nos cuesta dejarlos atrás, pareciera que perdimos la memoria que teníamos cuando íbamos en camino del óvulo, cuando apenas éramos un espermatozoide. Porque, te guste o no te guste, debés admitir que vos fuiste quien ganó, el que llegó primero y se abrió paso, el que eligió, decidió y lo logró. Aunque ahora vivas haciendo una parada muchas veces, yendo más lento otras, y postergándote en tus objetivos.
La mirada que tenemos sobre nuestros padres, el miedo a que nos dejen de querer por lo que hicimos o por lo que no hicimos, empieza a mermar nuestra esencia, desdibuja nuestro yo y nos convierte en inseguros.
Se vive con máscaras: fingiendo reír, postergando los deseos, estudiando lo que otros quieren, cortando noviazgos porque los demás no gustan de él o de ella, ocultando cosas y mostrando otras que no son. Y así uno se empieza a alejar del camino que inicia.
Vos tuviste que fecundar tu propia vida nueve meses antes de nacer. Ahora que sos un cuerpo, una mente, una esencia, un alma, hay veces en las que no podés ni con lo mínimo. Oportunidades en las que te asusta cualquier obstáculo, toda mirada acusadora o comentario en contra, cualquier crítica posible.
Dicen algunos psicólogos que el padre y la madre fundan aspectos determinados en sus hijos a partir de la relación que tienen con ellos, desde cómo estén plantados en sus roles, y entonces, la madre será —para la vida del hijo— un factor determinante de sus aspectos relacionales, de sus vínculos afectivos. El padre, por su parte, resultará ser un factor preponderante en la relación de ese chico con el mundo, en la elección de la sexualidad, de su carrera…
Cada uno de ellos, y de acuerdo con el vínculo con el hijo, la postura ante la vida y la relación entre ambos, se convertirá en determinante para la forma de vincularse con él, para muchas de las seguridades e inseguridades que el pequeño tenga. A veces, el abandono —real o no— de alguno de ellos, debilita cualquiera de esos aspectos. O la falta de rol, aunque esté presente. En oportunidades, es mejor no tener algo que tenerlo mal, ¿no te parece? Tampoco se trata de que sobreprotejan, porque eso también es una forma de abandono. ¿Suena extraño?
Cuando alguien te sobreprotege, tampoco te deja decidir, porque él elige qué es lo mejor para vos, dónde debés ir, qué tenés que estudiar, qué hacer y qué no hacer… Esto hace que esa persona te abandone de forma constante, ya que nunca tuvo en cuenta tus deseos esenciales, tus verdades más profundas. Así, el niño crece alejándose cada vez más de sí mismo y acostumbrándose a cumplir deseos de los otros. Por lo cual, cuando elige pareja, lo hace desde lo que hicieron con él y no de lo que es en realidad, y se frustra y no es feliz, y siente miedo a ser lo que desea ser porque, sin darse cuenta, se lo prohibieron.
Читать дальше