¿Era académico en la Universidad y fue director de la Escuela de Artes Plásticas?
Estuve cuarenta y dos años como académico. Lo de Artes Plásticas fue accidental, porque en un momento de problemas magisteriales y del alumnado me llamó el rector (creo que Guillermo Ramírez Valadez) para que fungiera ahí y metiera orden. Puse demasiado orden al grado de que a mí tampoco me quisieron, me salí pronto, estuve nada más año y medio ahí.
¿Veía algunas diferencias cuando usted era estudiante?
Cuando fui director comprendí que la arquitectura había avanzado. Por el inglés, que yo dominaba, conseguí una beca para ir a Estados Unidos durante tres meses a visitar centros de enseñanza de arquitectura y urbanismo. De ahí me traje algunas ideas y cambié el plan de estudios. Lo hice muy técnico porque se había abandonado la parte tecnológica y sobreabundado la artística. Traté de equilibrar y creo que sí lo logré. Después vino otro director que mejoró aún más el plan, el arquitecto Serapio Pérez Loza, que perfeccionó lo que yo le dejé. Después hubo más cambios, aunque siempre estuve como docente o técnico en algunas funciones, por ejemplo, en becas. El director en turno me llamaba a colaborar.
¿Qué siente ahora por la Universidad de Guadalajara?
Es mi Alma Mater, mi segunda madre. Así como Díaz Morales es mi segundo padre, la Universidad entera es mi segunda madre. La Universidad de Guadalajara me llena de orgullo, de recuerdos y de emoción.
Cuando lo nombraron representante en la preparatoria, ¿cuáles eran sus actividades?
Me nombraron integrante de la Comisión de Educación. Ahí pude opinar cuando era medio adolescente, tenía dieciocho o diecinueve años. Opinaba sobre lo que se estaba manejando en el Consejo. Ahí me hice muy amigo de don Guadalupe Zuno, de un descendiente de Enrique Díaz de León, ya un personaje histórico, y también de Constancio Hernández, todos ellos ya grandes; los admiraba mucho. Ahora que ya llegué a viejo, qué bueno que no me admiran para que me dejen en paz. Mi trayectoria es accidentalmente distinta.
Ésa es la diferencia de hacer lo que en verdad le gusta...
No es carga, es un gozo diseñar y construir. Siempre me ha gustado mucho construir. He sido residente de obras grandes, no de proyectos grandes, sino para vigilar que las constructoras trabajen bien. He participado en edificios, como el Hospital Civil, la Torre de Especialidades, que forma parte del conjunto del hospital Fray Antonio Alcalde, el viejo. Coordiné esa obra y también el Hospital de Dermatología, así como la remodelación y el aprovechamiento del hospital que ahora se llama Juan I. Menchaca, que es parte del Centro Universitario de Ciencias de la Salud. Este hospital es grande y el edificio estaba abandonado; lo reforzamos y readaptamos a las circunstancias porque estuvo abandonado cerca de treinta años, y aprovechamos la estructura. Me gusta mucho la construcción, soy medio ingeniero en ese sentido.
Actualmente colaboro todavía con la sociedad a través de mi hijo, que es arquitecto. Él ha hecho varios diseños para la Universidad y se deja aconsejar, orientar por su padre, al que ve como un amigo, un colega que simplemente tiene más experiencia que él, pero la genialidad es más bien de él.
¿Su hijo estudió también en la Universidad de Guadalajara?
Claro, somos «UdeG» por completo, hasta la perrita que está afuera lo es. Mi hija le tejió un suetercito para el invierno que dice «UdeG».
La Universidad de Guadalajara lo nombró Maestro Emérito, ¿qué sintió?
Fue en 2006, tengo entendido. Representó una gran oportunidad para expresar en público mis inquietudes de orden humanístico. Para mí, uno de los hombres modelo es Bertrand Russell. Él decía que lo que más lo había motivado en la vida era la ciencia y el amor a los demás. Hice una alocución a ese respecto en la que decía que lo estaba tomando como modelo porque yo quisiera ser, aunque fuera un poco, como él. Fue un inglés que murió a los noventa y seis años, y todavía un año antes de morir dio un discurso incendiario en contra de las pasiones derechistas y conservadoras en Inglaterra.
Su familia, ¿qué le dijo?
Estaban calladitos, pero con la sonrisa de oreja a oreja. No me comentaron nada, pero sentían orgullo y satisfacción.
Si hiciéramos una comparación de cuando usted entró a la Universidad y ahora, ¿cuál es su sentir?
La Universidad ha tenido el mérito de haberse dejado conducir por gente que ha merecido dirigirla. Me refiero a Carlos Ramírez Ladewig, a Raúl Padilla y a Trino Padilla, a estos dos los admiro mucho. La creatividad de Raúl es increíble; su concepto del Centro Cultural de la Universidad, sus logros del Auditorio Telmex y la biblioteca, que es una maravilla de institución, ya está equipada. Aparte, recordemos que Raúl Padilla fue el que más impulsó la descentralización; la Universidad tiene ocho o más sedes en el interior del estado, una delegación en Los Ángeles, California. Todo es obra de Raúl, también la enseñanza departamental. Le debemos mucho y a quienes han estado en contra de él nada más les ha faltado preguntarnos a los universitarios qué opinamos de él.
Hay que recordar que su hermano, Trino, recibió una ovación cuando leyó su último informe. Es al que se ha ovacionado más, por su gran labor. De modo que hay líderes y eso es mérito de la Universidad, el saber escogerlos. Les llaman conductores morales; yo, líderes, que están al frente para bien y para mal.
Conozco el medio de la UNAM porque di clases dos semestres, y el del Politécnico, y le aseguro que la Universidad de Guadalajara sí es la segunda del país, pero la primera en calidad académica. Creo que en número de profesores investigadores, proporcionalmente la UdeG tiene más que la UNAM.
¿Encontró en la Universidad amigos para toda la vida?
Sí, claro, sobre todo colegas, por la razón normal de convivir con ellos durante el proceso educativo, como después en el trabajo profesional, que facilita la prolongación de las amistades. Actualmente tengo un grupo (de mis ocurrencias, a pesar de la edad) que se llama Programa Integrador de Experiencia. Hemos logrado que el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades lo eche a andar institucionalmente. La idea es rescatar del olvido a muchos viejos cuya experiencia se está desperdiciando, que las experiencias que andan divagando se concentren en ese programa. El rector, en su último informe, habló de la universidad de la tercera edad, pero en realidad el nombre es Sistema Universitario para la Tercera Edad, hubo un lapsus scriptus. En él he intervenido como ponente de inquietudes, y su representante, García de Alba, ha hecho muy bien su trabajo.
¿Cuáles son las construcciones o monumentos que a usted más le gustan?
Hay varios, no es el tamaño, sino su calidad en el diseño lo que más me ha llamado la atención. Uno de ellos es el CAPSE, el edificio donde se aloja, por la avenida Alcalde. Es del arquitecto Salvador de Alba. Otro que me gusta, y que está mal que yo lo diga porque participé en él, es el edificio donde se aloja el CUAAD, que originalmente fue diseñado por mis alumnos, a los que yo coordiné, para la Escuela de Arquitectura, que es la madre de todo lo que es el CUAAD. Su ubicación fue, a propósito, al borde de la Barranca. Es de las escuelas de arquitectura que tienen un mejor paisaje integrado al mundo, no tiene nada que le estorbe, la vista es increíble por la belleza natural de la barranca, eso no se cambia. Otro más es el conjunto universitario situado en Alcalde, frente a la Normal, donde está la Facultad de Derecho. También el Teatro Experimental, en el Agua Azul, diseñado por uno de mis profesores, Erick Ubfal. El Hospital de Especialidades, al cual, por desgracia, lo orientaron mal, no me hicieron caso de orientarlo al norte y al sur, sino al oriente y al poniente, de modo que se calienta mucho.
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