Francisco Martín Peredo Castro - Tinta, papel, nitrato y celuloide

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Tinta, papel, nitrato y celuloide: краткое содержание, описание и аннотация

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En la historia cultural de México, desde que el cine germina en el país a partir de su llegada en agosto de 1896, se inició un diálogo, una interacción, entre la prensa, la literatura y el nuevo medio de comunicación. Esto fue así debido a que el cine llamó de inmediato la atención de la intelectualidad de la época, entre ella escritores como José Juan Tablada, Amado Nervo y autores similares, que se manifestaron maravillados por el último portento de la ciencia que, en la transición del siglo XIX y XX, inauguraba la conformación de una nueva cultura comunicacional en México: la cultura cinematográfica.
Es decir, los literatos que escribían en la prensa, novelistas, poetas y también los que hacían meramente periodismo, concedieron atención al cinematógrafo, que muy pronto, en el mundo y en México, encontraría en la literatura una de las fuentes más promisorias para nutrir las historias que cuenta a través de las pantallas. Ésta es la razón por la cual el título de este libro se refiere a un doble proceso. Por una parte, la tinta es la que hace posible, hasta la fecha, el registro en un soporte, el papel, de las noticias y de las historias de los individuos, de las sociedades, de la humanidad, del mundo. Por otra, el nitrato está presente en la emulsión gelatinosa de la película, que permitió desde aquella época el registro de las imágenes con las que el cine fascinó a sus espectadores. Así, tinta y papel, nitrato y celuloide, fueron los dos componentes fundamentales para «escribir» historias, reales o ficticias, en dos medios distintos, como los textos de la prensa y la literatura, y los textos audiovisuales del nuevo medio de comunicación colectiva, el cine.

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Respecto al hecho tomado como eje inicial de esta exposición sobre Argentina en la Segunda Guerra Mundial, hoy podemos decir, con base en nueva información, proveniente de archivos diplomáticos recientemente desclasificados tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, que la situación de Argentina era muchísimo más compleja de lo que la prensa de la época permite advertir. Es ahora un hecho sabido que Argentina se mantuvo neutral en la guerra por una razón económica, pues conservando esa postura estaba en posibilidad de vender sus productos agropecuarios tanto a los países fascistas como a los aliados. Es decir, podía comerciar por igual con Alemania que con Gran Bretaña, por más que las simpatías gubernamentales estuvieran con el régimen nazi, que por sí solo no podía satisfacer las necesidades económicas y de comercio que sí se conseguían mediante la interacción comercial con Alemania y a la vez con Gran Bretaña y hasta Estados Unidos.

Pero lo que hoy se sabe, además y con toda certeza, es que aquella no era únicamente una conveniencia para Argentina, sino también para la Gran Bretaña. Hoy se sabe mucho más sobre las muy agudas disputas que en privado, y en secreto, mantuvieron Franklyn Delano Roosevelt y Winston Churchill respecto al “problema argentino”. Roosevelt estaba empeñado en tener a todo el continente americano como parte de los Aliados, o como “su” aliado, no solamente para el periodo de la guerra, sino para configurarlo como su zona de influencia en la posguerra. Churchill, por su parte, tenía temor, y muy bien fundado, de que si Argentina era forzada a declarar la guerra contra los países del Eje, ya no se recibirían en Gran Bretaña, desde Argentina, todos los productos y mercaderías que le eran muy necesarios a la sociedad británica (productos cárnicos principalmente). Había el riesgo de que en la guerra submarina del Atlántico que habían desatado los nazis, todo buque argentino dirigido a las islas británicas podría ser torpedeado por los submarinos alemanes. De ocurrir esto, Gran Bretaña habría quedado en mayor situación de dependencia de la que ya tenía respecto a Estados Unidos, lo cual Churchill quería evitar a toda costa. Por otro lado, Churchill tampoco deseaban el sometimiento de Argentina ante Estados Unidos, pues históricamente Gran Bretaña tenía mayor ascendiente en esa nación por sobre Estados Unidos, y no se deseaba que en la posguerra la perspectiva cambiara a la de América toda como “zona de influencia”, única y absoluta de Estados Unidos, con Gran Bretaña desplazada de su posición privilegiada, históricamente, en el Cono Sur. Éste no era zona de cuasi absoluta hegemonía estadunidense, como sí lo eran México, Centroamérica y el Caribe, por ejemplo.

En concreto, a Churchill sí le era conveniente que Argentina se mantuviera neutral, que no le declarara la guerra al Eje, y arguyó fieramente con Roosevelt para evitar a toda costa que el gobierno estadounidense obligara a Argentina a declararse pro Aliada, con el cuento de que podría recibir los beneficios que Estados Unidos pudiera darle como premio. De haberse concretado aquello, se habría puesto a la República Argentina bajo la égida de Estados Unidos, arrebatándola de la esfera de influencia cultural, y de la órbita económica de Gran Bretaña, donde históricamente había estado. Es decir, en la cuestión argentina se debatía no únicamente la posición de esa República en el conflicto bélico, sino la hegemonía estadounidense y británica sobre América Latina, y no únicamente durante la Segunda Guerra Mundial, sino con la vista puesta también en el escenario de la posguerra.

Todo esto no se sabía así de claro. No resulta evidente si se acude únicamente a la prensa como fuente privilegiada para explicar un proceso histórico; y aun si pudiera decirse que un historiador acucioso pudo haberlo intuido, el hecho incontrastable es que hoy se sabe y se puede sostener, con base en documentos, que son distintos de la prensa, a la que en última instancia no descalifican ni anulan, sino que complementan, corrigen o completan en sus contenidos. Por añadidura, queda claro otra vez el rol de la prensa como agente de la historia. El editorial de la prensa mexicana contra la postura de neutralidad de Argentina, dirigido contra su canciller del momento, es solamente un ejemplo, entre múltiples, tanto en la prensa mexicana como en la argentina, de la forma en la cual periodistas y empresas periodísticas de ambas naciones se enfrascaron en la guerra de declaraciones y opiniones, que a su vez era reflejo de la guerra de sus gobiernos en el tema.

La lección aprendida, cuando menos en lo que a un investigador concierne, es que hace falta saber cuando menos algo de historia, antes de ir a revisar, registrar, indizar, etcétera, contenidos de “periódicos viejos”, como dicen algunas veces los alumnos; y sobre todo hace falta que cuando todo esto se lleve a cabo, el investigador (académico o estudiante) vaya claramente advertido de que se está aproximando a una, y solamente una, de todas las fuentes posibles que le serán necesarias si de verdad quiere aproximarse a una mirada cuando menos un poco más integradora, completa y compleja, del hecho histórico que investigue. Desde luego, sin dejarnos dominar por la ansiedad del absoluto, por la ambición de lograr “el todo” de algo, por la soberbia de lo que se pretende como “la historia total”. Una cuestión es cierta, y es la de que podemos tener la certeza de que vale la pena intentarlo cuando sea posible, y que algo gratificante y útil se puede obtener a final de cuentas, sobre todo cuando se trata de procesos de docencia / investigación académicas.

El resquicio de la historia cultural

Como contraparte de esta perspectiva, existe una gran ventaja con la prensa, que realmente no tenemos con documentos oficiales o diplomáticos. La prensa nos abre también una veta riquísima cuando se trata de historiar con base en los que genuinamente son signos privilegiados de un contexto histórico específico, los testimonios y referencias que remiten a una serie de valores, usos y costumbres, modas, mitos, rituales y, junto con todos estos elementos inmateriales, toda una multitud de artefactos de la más diversa índole. Todos ellos, en conjunto, constituyen un complejo entramado, integrador del verdadero y más completo tejido de lo social. Existen en los testimonios periodísticos, por otra parte, indicios de la estrecha relación existente (y no siempre muy evidente) entre asuntos aparentemente banales y elementos de una infraestructura y superestructura reales, y efectivamente operantes e interactuantes (más que determinantes absolutos) con los factores constitutivos del tono de una vida cotidiana, del devenir que se expresa en los antes mencionados valores, rituales, mitos, usos y costumbres y artefactos, etcétera, mismos que es necesario recuperar cuando se trabaja en la historia cultural, en paralelo con la tradicional historiografía de corte político, diplomático o económico.

De acuerdo a lo anterior, un historiador puede adentrarse en el mundo de las aristocráticas y tradicionales fuentes para la escritura de la historia (las constituciones, los edictos, los tratados, los comunicados oficiales y diplomáticos, las declaraciones, las actas, los manifiestos, etcétera), y no siempre, y a veces con mucha dificultad, se puede captar a plenitud, a través de esta clase de documentos, la mentalidad de una época, el tono de la cotidianidad, la textura y los matices de lo colectivo, de lo que remite a una vida social diversa y rica en sus manifestaciones, que se concretan en el imaginario de un momento.

Pero hoy en día está claro que con todo y lo menospreciado que habían sido como fuentes para el historiador, las secciones de la prensa referidas a la publicidad, los deportes, los espectáculos, la cultura, la sociedad, etcétera, ofrecen también una opción no sólo curiosa o atractiva (aunque a veces juzgada superficial) que es necesaria, y por necesaria complementaria, a las fuentes de la historiografía de tono marcadamente político, diplomático o económico, que es a veces la que predomina tanto en la enseñanza como en la investigación. Las primeras solían hacer hincapié en los grandes personajes, en sus hechos, sus hazañas y en las fechas en que éstas fueron realizadas; la otra pone el énfasis en los modos de producción, las relaciones de trabajo, el valor de la fuerza de trabajo, los mercados y bienes de capital, la distribución de los bienes y productos de carácter económico, etcétera, y la manera en que los procesos de producción e intercambio de bienes y servicios determinan una estructura social y/o las relaciones sociales en ella.

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