Francisco Martín Peredo Castro - Tinta, papel, nitrato y celuloide

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En la historia cultural de México, desde que el cine germina en el país a partir de su llegada en agosto de 1896, se inició un diálogo, una interacción, entre la prensa, la literatura y el nuevo medio de comunicación. Esto fue así debido a que el cine llamó de inmediato la atención de la intelectualidad de la época, entre ella escritores como José Juan Tablada, Amado Nervo y autores similares, que se manifestaron maravillados por el último portento de la ciencia que, en la transición del siglo XIX y XX, inauguraba la conformación de una nueva cultura comunicacional en México: la cultura cinematográfica.
Es decir, los literatos que escribían en la prensa, novelistas, poetas y también los que hacían meramente periodismo, concedieron atención al cinematógrafo, que muy pronto, en el mundo y en México, encontraría en la literatura una de las fuentes más promisorias para nutrir las historias que cuenta a través de las pantallas. Ésta es la razón por la cual el título de este libro se refiere a un doble proceso. Por una parte, la tinta es la que hace posible, hasta la fecha, el registro en un soporte, el papel, de las noticias y de las historias de los individuos, de las sociedades, de la humanidad, del mundo. Por otra, el nitrato está presente en la emulsión gelatinosa de la película, que permitió desde aquella época el registro de las imágenes con las que el cine fascinó a sus espectadores. Así, tinta y papel, nitrato y celuloide, fueron los dos componentes fundamentales para «escribir» historias, reales o ficticias, en dos medios distintos, como los textos de la prensa y la literatura, y los textos audiovisuales del nuevo medio de comunicación colectiva, el cine.

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El proceso, desde luego, no es en absoluto nuevo. Se puede ubicar a la imprenta, y a su uso generalizado, como el origen de la era “mediológica”. De entonces a la fecha, todas las innovaciones técnico-mediáticas no han dejado de determinar el curso de la historia y la transformación de las sociedades. Si tomamos como ejemplo el poder y la utilización de los medios para la entronización de ciertas expresiones de la cultura de una región, como representativas del todo de una nación, podemos percibir que dicho proceso de construcción artificiosa de una “identidad” ocurrió a lo largo de la primera mitad del siglo xx en varias naciones, con recursos como las industrias de radio, discográfica y fílmica.

Sucedió así que por el papel que jugaron la industria radiofónica, la industria discográfica y después la industria del cine, en México terminó por imponerse el folclor de una región, el Bajío mexicano (Michoacán, Jalisco, Guanajuato, etcétera), como representativos a ojos propios y extraños del “todo” de la nación mexicana. Esto ocurrió, desde luego, con el consecuente sacrificio o invisibilidad del folclor y las características, peculiaridades y riqueza de la especificidad de todas las otras regiones y manifestaciones culturales que integran, esas sí, en conjunto, el “todo” de la nación mexicana: el folclor de la huasteca, tanto la veracruzana como la hidalguense; el folclor del norte de la República mexicana; el folclor yucateco, el de Oaxaca, el guerrerense, el sinaloense, etcétera.

Algo similar ocurrió en España cuando se adoptó como representativo del “todo” de la nación española al folclor de Andalucía (con peinetas, mantillas y castañuelas de por medio), en desdoro de la multiplicidad de regiones que componen el mosaico cultural español, con Cataluña como una de las regiones más renuentes a someterse a aquella imposición político-mediática. Algo similar sucedió con Alemania, en la cual el folclor de una de sus regiones, Bavaria, pretendió imponerse como representativa del “todo” de la nación alemana, también rica y diversa en todas sus expresiones y manifestaciones culturales, en su diversidad regional, religiosa (aunque se asuma por algunos como nación mayoritariamente protestante) e incluso lingüística, por las variaciones del alemán que se habla en diversas regiones del país.

Ahora bien, si nos concentramos en la utilización del cine como fuente para la historia, tendríamos que traer a colación la verdad incuestionable de que el estudio de los medios de comunicación y sus productos no es, en primera instancia, una especie de entretenimiento meramente frívolo, enajenado de los procesos político-económicos, diplomáticos o socioculturales. El estudio de los medios y sus productos, en estrecha relación con los contextos políticos, económicos, diplomáticos, sociales y culturales, sin que forzosamente se tenga que hacer énfasis en las consabidas historias políticas o económicas per se como las únicas determinantes y que debamos tener en cuenta, nos lleva entonces a la consideración de la industria cinematográfica y sus industrias adyacentes (la publicidad cinematográfica, la prensa cinematográfica, el cartel cinematográfico, etcétera) como parte de un entramado más complejo. En él hablamos de un medio de comunicación, de un medio de expresión artística, un medio de entretenimiento pero también de goce estético para sus consumidores; un medio que se ha utilizado con fines proselitistas, propagandísticos, en momentos coyunturales (como las guerras mundiales del siglo xx), y también como un medio para la creación cotidiana de ciudadanía, para la construcción cotidiana y sostenida de la identidad, de sentidos de identificación, pertenencia, adhesión a valores, principios, tradiciones, mitologías, imaginarios, etcétera, en la llamada historia de tiempo largo, o de larga duración, cuando no hay coyunturas o rupturas en el devenir histórico. En ambas, pero sobre todo en el apacible navegar en el tiempo, se forjan identidades, mentalidades, representaciones del ser propio y de “los otros”, de los cuales nos distinguimos a través de la forma en que nos representamos y a través de la manera en que representamos a los demás dentro del mundo, en que existimos y cohabitamos con todos. Desde luego, no se desconoce que también un hecho coyuntural, trágico, de corta duración, puede tener gran alcance en la configuración de estos procesos.

El ejemplo más claro de todo ello sería la forma en la cual, durante la primera mitad del siglo xx, cuando menos, prácticamente todos los Estados prominentes del mundo, en términos de disposición de tecnología mediática, y de poder para utilizarla en función de sus fines e intereses, fueron descubriendo los que percibieron como valores potencialmente muy útiles de los medios en cuanto a sus facultades de adoctrinación, ideologización y configuración ideológica. Muy temprano, en la transición del siglo xix al siglo xx, el magnate del periodismo estadunidense, William Randolph Hearst, atizó una primera campaña de propaganda antiespañola durante la guerra de independencia de Cuba. Simultáneamente, ese mismo magnate del periodismo amarillista por excelencia impulsó también una campaña de denuestos contra la Revolución mexicana; iniciada la Primera Guerra Mundial promovió también una campaña de difamaciones contra México, los mexicanos y los latinos en general, por la supuesta amenaza que signficaban para Estados Unidos en el contexto de la Primera Guerra Mundial. Existieron planteamientos fílmicos en Estados Unidos sobre supuestas conspiraciones de “todos los países latinos, de América y Europa”, contra esa nación; o bien de alianzas de espías mexicanos y latinos, con espías y agentes alemanes o japoneses, para atacar, desestabilizar o “subyugar” a Estados Unidos.16 A propósito de ese periodo, se debe señalar la guerra de propaganda mediática (a través de carteles, panfletos, y películas) organizada por prácticamente todos los participantes en aquella primera gran conflagración del siglo xx, pues tanto Alemania como Estados Unidos, Italia o Francia, Gran Bretaña y todos los demás participantes, utilizaron todos los medios a su alcance para tratar de influir en sus sociedades respecto al conflicto en el que participaban.

Después, triunfante la revolución soviética, en 1919 Vladimir Lenin declaró que de todos los medios, el que más le importaba era el cine, por sus evidentes poderes para la ideologización de las masas. Después del periodo de entre guerras, la mayor parte de los Estados que protagonizaron la Segunda Guerra Mundial volvieron a enfrascarse en una utilización de los medios (la prensa, la radio, la publicidad, la cartelística, el cine, etcétera) con fines propagandísticos y de persuasión ideológica. Al ascenso del fascismo italiano en los años veinte, del nazismo alemán en los treinta, se sumarían también los esfuerzos propagandísticos de Japón, de Gran Bretaña, de Estados Unidos. Desde luego, también los de México, que durante el cardenismo creó el Departamento Autónomo de Prensa y Publicidad (el dapp), para cubrir las necesidades propagandísticas que se atenderían mediante aquel organismo oficial, pero también con apoyos diversos a la producción mediática de la iniciativa privada, como la de los empresarios de la Cinematográfica Latinoamericana, S. A. (los estudios clasa en Calzada de Tlalpan entonces). El dapp se creó para atender en general las necesidades de todo el sector de comunicación y medios del país, pues se consideraba fundamental todo aquello para la construcción y fortalecimiento de la nueva identidad nacional y para el fortalecimiento de la unidad nacional, en el umbral de la Segunda Guerra Mundial.

Del estudio profundo de todo esto se ha desprendido, en los últimos treinta años, la certeza de que acusaban ya una relativa caducidad las teorías y paradigmas con los que se había tratado de explicar el conjunto de los fenómenos de la comunicación hasta el principio de los años se-tenta, pues a una mayor complejidad e incidencia de los fenómenos de la comunicación colectiva (con sus medios, sus protagonistas y sus estrategias) en la conformación del panorama político, social, económico y cultural del mundo, correspondía una necesidad de abordar las complejidades de la comunicación social con un instrumental teórico y metodológico también cada vez más complejo e innovador. Sobre todo, por el enorme enriquecimiento y diversificación de las propuestas que ahora inciden en el estudio, la docencia y la investigación de la comunicación, y que le han ganado a este campo de conocimiento un válido reconocimiento y legitimidad como campo disciplinario. Éste se ocupa de un conjunto específico de fenómenos (los de la comunicación social), pero ha logrado hacer de la multidisciplina, la interdisciplina, y en alguna medida la transdisciplina, una posibilidad de enriquecimiento para sí y para los demás campos de conocimiento con los que se han trascendido las divergencias para alcanzar las convergencias, las que reconocen ya a los fenómenos y los estudios de la comunicación como factores ineludibles en la investigación social, cultural, humanística, política, económica, etcétera.

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