Así, al igual que el antes, el hoy y el después, el pasado, el presente y el futuro, el tiempo histórico nos posibilita recuperar la dimensión biológica del quehacer humano en general y del quehacer historiográfico en particular. Dicha dimensión introduce la noción de lo contemporáneo, del precedente y de lo sucesivo en un encadenamiento que nos involucra en condición de contemporáneos, nos hace advertir a los sucesores y a los predecesores, haciéndonos partícipes de la historia humana, del tiempo vivido y del tiempo universal. El tiempo individual se acopla en el tiempo social, nos hace compartir el tiempo de las generaciones y herederos, sucesores y predecesores de estas, de tal manera que el género humano “combina una experiencia y una orientación común. Así, la simultaneidad y la particularidad de los acontecimientos que afectan a los hombres en un tiempo y un espacio los hace contemporáneos.
De ahí que, en términos conceptuales y metodológicos, el espacio sea concebido como territorio simbólico y material sobre el cual se despliegan los procesos. En otros términos, los procesos sociales no se originan ni se desenvuelven necesariamente en cualquier lugar ni en el mismo momento. Por eso, la importancia de jerarquizar y categorizar el espacio o los espacios: locales, regionales, estatales, nacionales o globales, sin que se pase por alto la necesidad de hacer explícitos los criterios para seleccionar una u otra escala de observación. Una selección adecuada posibilita una explicación del proceso que se ha elegido como objeto de estudio. Esto quiere decir que, el espacio, como tiempo, puede dividirse en múltiples espacios tanto reales como simbólicos en función de las preguntas de investigación.
Ahora bien, el concepto de espacio remite, como ya se ha indicado en una primera aproximación, al territorio. Pero no agota ahí sus posibilidades conceptuales y metodológicas. La antropología ha mostrado que la idea de espacio es útil para su empleo en el análisis de las percepciones y las representaciones sociales. Aquí tenemos, por ejemplo, la construcción de espacios simbólicos, como las fronteras culturales o sociales que permiten a los hombres y sus acciones elaborar sus procesos de identidad y, de esta manera, distinguir unos de otros en términos de estilo de vida, de comportamientos y de los usos de los espacios sociales. Es cierto que estas tienen una base material o geográfica en el quehacer de los grupos: una barranca, un rio, una mojonera, una lengua pueden diferenciar y diversificar a unos de otros. Aquí la idea de espacio simbólico permite también aproximarnos y “representar” la materialidad que cobran los procesos.
Por ejemplo, el proceso de urbanización implica la redefinición de las esferas públicas y privadas, la configuración de un concepto de habitación y de vivienda: a diferencia del mundo rural, sobre todo de los sectores campesinos, donde todos los espacios, tanto simbólicos como materiales forman un espacio único donde se puede transmitir indistintamente de la cocina a la huerta y de ella al comedor y de ahí a la habitación. La vida privada, tal y como lo estilo de vida burgués generó y generalizo a partir del siglo XIX y XX, es decir, trazar fronteras simbólicas de los espacios de convivencia y proyectarlos en espacio materiales donde se desarrollara la vida social, el comedor, la estancia, entre ellos, o los espacios de la vida privada, la habitación, la alcoba o el baño. Aun más, la secularización que recorrió y ocupó todos los ámbitos de la vida social o cultural, de la plaza pública, que sería más tarde, la opinión pública, al espacio de lo domestico, del hogar a la familia, por citar algunos ejemplos. Así, el espacio brinda al historiador y al estudioso “lo social”, elementos para entender lo particular o lo general de los procesos sociales de las escalas de medición, de los territorios o los lugares, de las regiones, de los patrones sociales de las diferentes regiones o territorios del mundo como consecuencias de las “historias” diferentes que se materializan en diferentes estructuras institucionales que determinan los diversos procesos sociales. (Wallerstein, 1998: 211).
TIEMPO, ESPACIO Y PROCESOS HISTÓRICO-CULTURALES
Como ya se apuntó, los conceptos de tiempo y espacio son dimensiones analíticas y metodológicas del pensamiento y del pensar histórico. Más aún son herramientas mentales para fundamentales para la comprensión y la explicación histórica. Desde el momento en que es posible acceder a esta forma de pensar, contamos con conceptos y categorías necesarias para examinar el proceso o los procesos sociales para representarlos en un orden, en una trama y en una narración que los haga comprensibles, esto es, como realidad histórica e historiada. Desde luego, esto también demanda que el investigador y el estudioso social tenga a su disposición las fuentes con las cuales contrastar los conceptos que empleamos para dar cuentas de las estructuras, de las acciones, de los acontecimientos, de las instituciones. Como ya también se señaló, esto implica una adecuada selección de temas y de problemas a fin de situar el objeto de estudio, en este caso, el proceso que, para recurrir a una metáfora, es una línea continua y que acerca a la idea de movimiento permanente y perpetuo que el estudioso delimita, tanto en el tiempo como en el espacio a fin de responder a la pregunta: ¿De qué sociedad hablamos? ¿Cómo se compone la sociedad? ¿De individuos, corporaciones, grupos, clases, etnias, etcétera? ¿Qué papel tiene el hombre en la sociedad, en los cambios y en las continuidades sociales? ¿El proceso está compuesto de estructuras o de acciones racionales e irracionales? ¿Qué peso tiene una y otra en los procesos? Las respuestas a estas interrogantes conllevan otros niveles de problematización para explicar los procesos: ¿revolución, reforma o revolución? ¿Mentalidad, imaginario, cultura o ideas? ¿Cómo ordenamos y porqué? ¿Cuáles son los procedimientos para ello? ¿La pobreza como causa de la revolución o la inconformidad política frente a la pobreza, movimientos intelectuales frente a movimientos sociales, hábitos y costumbres frente a prácticas sociales? Son estas y posiblemente otras tantas preguntas las que se convierten en preguntas que hacen viable la comprensión de los procesos. (Veyne, 1994:38)
Ante esta complejidad no sólo del conocimiento social sino de la realidad social: ¿Por qué, entonces, es necesario introducir el concepto de proceso histórico social en el análisis? Más aún ¿Porqué estudiar el proceso histórico social? Como es evidente las repuestas pueden ser diversas, tantas como disciplinas, temas o problemas que tengamos que resolver. Aquí solo intento una. Porque en tanto concepto y procedimiento, “utillaje mental” y herramienta metodológica, el proceso social da cuenta de los modos en que los hombres se relacionan entre sí, el medio de tensiones y conflictos, porque posibilita comprender y explicar las formas en que se relaciona con la naturaleza. Porque la idea misma del proceso social permite registrar e identificar las técnicas que los hombres producen para identificarla y moldearla, porque permite interpretar y explicar la creación y la modificación de las estructuras y de las instituciones que, están bien y al final de cuentas mutación y cambio del hombre. También porque da cuenta del cuerpo o de los cuerpos sociales, del equilibrio y desequilibrio, cambio ambiental, modos nuevos de estilo de vida y pensamiento.
En otras palabras, el estudio del proceso social y como construcción como concepto, como modelo, es una posibilidad de explicación y vale por su capacidad para significar y ordenar la realidad. Su fuerza explicativa esta en sugerir y derivar problemas y relaciones de las ordenes de la realidad, compuesta, entre otras cosas, de cuenta de estructuras y actores que, en sus interacciones, pueden ser concebidas como “series racionalmente aisladas” del proceso-realidad. [Certeau, 1993:95]. En este sentido, el proceso histórico-social es una constitución que las propias ciencias humanas, antropología, sociología, historio, geografía, filosofía, lingüística, entre otras han creado como objetivo de estudio exterior a fin de que la realidad sea susceptible de ser tratada, medida y cuantificada como proceso.
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