Javier Fernández Aguado - 2000 años liderando equipos

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Términos como interim management, balance scorecard, mapa de talento, descripción de puestos, unicornios, coaching, mentoring, entornos VUCA, océanos azules, feed back 360º, assessment, gestión de millennials… son expresiones habituales en el entorno de las organizaciones que se utilizan como si se tratase de novedades revolucionarias.En
2000 años liderando equipos se detalla como esas y muchas otras metodologías vienen siendo implementadas durante siglos y cuáles son las enseñanzas más útiles para las organizaciones contemporáneas que podemos extraer del modelo de management más exitoso de la Historia: el de múltiples organizaciones de la Iglesia católica y muchos de sus grandes padres fundadores.El mejor modo de diseñar organizaciones de éxito es conocer y analizar qué aciertos y errores cometieron quienes nos han precedido. En este libro se acumulan innumerables aprendizajes procedentes de dos milenios de experiencias organizativas y directivas. Es la primera vez que los principales papas y organizaciones católicas son analizados desde el punto de vista del management en un sorprendente libro.

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Facilitó que los colonos de los predios pertenecientes a la Iglesia pudieran tomar estado, reguló los procesos de testamentaría, prohibió la confiscación de bienes en castigo de los delitos y defendió a los campesinos de las extorsiones de los arrendatarios. «Ya que nuestro Redentor y Criador se dignó tomar carne humana para restituirnos a la primitiva libertad con la gracia de su divinidad y después de hacer añicos los lazos que nos tenían atados a la servidumbre, cosa saludable es restituir, con el beneficio de la manumisión, a los hombres aquella libertad en la que en un principio fueron engendrados por la naturaleza y que por el derecho de gentes se cambió luego en esclavitud».

Consciente de la trascendencia del culto para elevar los espíritus a lo intangible, promovió lo que conocemos en su honor como canto gregoriano, que desde entonces ha dado relumbre a la liturgia. Se implicó en la producción de textos como Moralia, Diálogos, Sacramentario, Antifonario, a la vez que atendía abundante correspondencia. Recordó que nadie tiene seguridad de su salvación eterna y que la lucha ascética es esencial. En su manual Liber regula pastoralis explica cómo ha de gobernar un patriarca católico. Las cuatro partes del libro se dedican a los requisitos de un candidato, el estilo de vida, la discreción y preparación para predicar y la humildad para servir. Recuerda que «el verdadero pastor de las almas es puro en sus pensamientos, inmaculado en su obrar, prudente en el silencio, útil en la palabra; se acerca a todos con caridad y con entrañas de compasión gracias a su trato con Dios. Con humildad se asocia a aquellos que hacen el bien, pero se yergue con celo de justicia contra los vicios de los pecadores; en las ocupaciones exteriores no descuida la solicitud por las cosas del espíritu, pero no abandona el cuidado de los asuntos externos». Incide en que no se consideren dueños, sino padres, y que comprendan las debilidades de los demás. Para lograrlo, recomienda seguir las indicaciones con las que se surtía a los sacerdotes levitas en el Antiguo Testamento en lo referido a la superación de las imperfecciones, sin pusilanimidad ni jactancia, porque el dirigente está convocado a lo que él denomina «el arte de las artes».

El pastor debe callar cuando sea preciso, pero también terciar con valentía. «Es preciso mezclar la dulzura y la severidad, hacer con una y otra una cierta dosis, de manera que los inferiores no se vean excedidos por una severidad demasiado grande ni reblandecidos por una bondad inmoderada. (…) Sea quien gobierna las almas dechado de los demás en sus obras, señalando a los súbditos con su conducta el camino de la vida, de suerte que el rebaño, imitando las costumbres y escuchando la voz de su pastor, camine más bien llevado por sus ejemplos que por sus palabras. Aquel que por deber de su ministerio está obligado a hablar de sublimes verdades, está forzado también a dar sublimes ejemplos; que cuando la conducta del que predica está de acuerdo con lo que enseña, sus palabras penetran más fácilmente en el corazón de sus oyentes, presentando como llano y hacedero con sus ejemplos lo que impone con sus enseñanzas. (…) Quien tiene a su cargo el predicar de cosas celestiales parece como si, levantándose por encima de los negocios de la Tierra, descansara sobre una alta cumbre, siéndole así más fácil arrastrar a sus súbditos hacia el bien, por hallarse, con los ejemplos de su vida, predicando desde las alturas».

Un aspecto relevante de esta magna obra es la descripción de setenta clases de enfermedad del espíritu para las que propone terapias. Señala que cuando se nublan u oscurecen los ojos, dóblanse las espaldas. Dicho de otro modo, que cuando quienes gobiernan disipan la visión estratégica, sus subordinados acaban por pagarlo. Exhorta a que no asuman cargos de gobierno personas que carecen de preparación técnica y ética. Al encausar a quienes no obran con integridad, evidencia la debilidad de quienes se alimentan de inciensos, a fin de que quienes sean conscientes de sus imperfecciones rechacen responsabilidades, y que quienes aun en terreno llano flaquean eviten al riesgo de cimas y simas.

No faltan pasajes disputados, como el que exalta la predicación en menoscabo de la vida contemplativa. «Hay algunos que, dotados de sobresalientes cualidades, se consagran con entusiasmo a la sola contemplación y al estudio, se niegan a cooperar con la instrucción de los fieles en la predicación, prefieren el retiro y el asueto, entregados a las delicias de la especulación. Si ha de juzgarse rigurosamente su proceder, deduciremos que son, sin lugar a duda, reos de la perdición de tantas almas como son las que hubieran podido salvar saliendo a predicar en público. ¿Con qué animo prefiere su propio retiro a la salvación de los prójimos quien podría aprovechar en el ministerio de las almas, cuando el mismo Unigénito del Eterno abandonó el seno del Padre y emprendió su vida pública para provecho y salvación de muchos hombres?». Su diatriba se entiende en el ámbito de la urgente necesidad de oradores.

Abordó también la obsesión por el poder. Quienes movidos por ambición aceptan prelaturas deben remembrar que hasta Moisés temblaba ante la responsabilidad del mando. Frente a ese ejemplo, hay quienes vacilantes bajo el peso de sus propios cuidados pretenden cargar con los ajenos. Les ridiculiza: no pueden soportar el lastre que llevan y anhelan doblar la carga. El capítulo X se centra en las cualidades que ha de acopiar quien anhela promoción a un puesto de gobierno: ser plenamente ético, desdeñar los bienes materiales, no arredrarse ante las contradicciones, no estar obstaculizado por la debilidad de su cuerpo ni por la porfía de su espíritu, ser manirroto con lo propio, estar inclinado a la misericordia, compadecerse de las fragilidades ajenas, mostrarse ante los demás digno de imitación…

Gregorio I, teólogo y pensador, se sintió siempre cercano a los sucesos del momento. Cuando en mayo de 593, tal como se ha comentado, las tropas lombardas se dirigían hacia Roma bajo el mando de Agilulfo, predicó: «Han aumentado nuestras tribulaciones; por todos lados nos rodean las espadas, en todas partes se cierne sobre nosotros el peligro de muerte. Unos vuelven con las manos cortadas, otros son hechos prisioneros, otros degollados al filo de la espada. Yo me veo obligado a callar, porque según frase de Job, mi cítara se ha tornado en luto y mi instrumento solo da voces de sollozo y llanto. Todos los días debo beber el cáliz de la amargura; ¿cómo podría yo, en estas circunstancias, prepararos la suave bebida de la sagrada Escritura? Entre los azotes que por nuestros pecados sufrimos no nos queda otro recurso que gemir (…). Nuestro Criador es a la vez nuestro padre y unas veces nos da el pan que nos alimenta y otras veces nos corrige con el castigo; pero ya sea por el camino del dolor, ya por el de las caricias, nos guía siempre a la heredad perpetua del Paraíso».

Adoptó el citado título de Siervo de los Siervos de Dios frente a los que ostentaban sus predecesores como Vicario de Cristo, Sumo Pontífice de la Iglesia Universal o Primado de la Iglesia. Refutó el término ecuménico por parte del patriarca de Constantinopla, Juan el Ayunador. Tenía claro que Roma era la sede primada y Constantinopla no estaba a la par. Logró su propósito, y a partir del 607 se dejó de emplear. Posteriormente, Juan le decepcionó. Escribió en el 595 al patriarca y al emperador: «Quien despectivamente niega la obediencia a las prescripciones canónicas, que ultraja a la Santa Iglesia universal, que tiene el corazón hinchado de soberbia, que codicia títulos singulares para enaltecerse a sí mismo, que se exalta sobre la dignidad misma de vuestro imperio con ocasión de un simple vocablo, (…) regrese al recto camino y cesará todo disentimiento». Nadie dudaba de que estaba hablando de Juan: «Lo que con la boca predicamos, lo destruimos con el ejemplo; perdemos carnes con los ayunos, mientras nuestro entendimiento se hincha con la soberbia; cubrimos nuestros cuerpos con ropas despreciables, pero con el orgullo del corazón vencemos la púrpura; nos postramos en la ceniza y, en cambio, ni las cosas más excelsas nos bastan para nuestra ambición; predicamos la humildad y nos adelantamos a todos en la soberbia y bajo capa de corderos ocultamos dientes de lobo».

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